Implatanción del cristianismo en la Hispania romana
Dedicado con filial gratitud al P. Fray Alejandro Recio Veganzones (O.F.M.)
Manuel Fernández Espinosa (Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Escritor y diplomado en Ciencias religiosas)
En las últimas décadas del siglo XX se ha producido en España una siniestra tergiversación del sentido auténtico que tiene la devoción a la Virgen María. En Jaén, de la mano del novelista e hierofante Juan Eslava Galán, se ha pretendido vincular la veneración a la Santísima Virgen María con cultos de raigambre pagana, recurriendo a doctrinas esotéricas y heterodoxas que confunden a la Virgen María con antiguas divinizaciones femeninas y matriarcales: Gea, Dea Mater, Dea Celestis, Isis… La diosa blanca de Robert Graves, El secreto de las catedrales de Fulcanelli, El Misterio Gótico y Los templarios están entre nosotros de Gérard de Sède –así como otros presuntos ensayos históricos y esotéricos- pueden aducirse como antecedentes bibliográficos de esta tendencia que se abre paso para extraviar a los cristianos. Se desfigura así la verdadera identidad de María Santísima al equivocarla con diosas paganas que recibieron culto en tiempos pre-cristianos, con la aviesa intención de desposeer de su auténtico significado la verdadera devoción a María.
José Orlandis en su Historia de la Iglesia nos lo dice con meridiana claridad: “Las regiones más cristianizadas parecen ser aquellas donde la romanización era también más intensa: las provincias de la Bética y la Tarraconense, es decir, Andalucía y la costa mediterránea.” Es lógico pensar que la evangelización de Hispania franqueara con más facilidad las comunidades más romanizadas que por razones comerciales o políticas tuvieran un mayor trasiego de extranjeros. José María Blázquez señala que: “La penetración del cristianismo en Hispania sigue, por consiguiente, las grandes vías comerciales y los mismos caminos que el avance de la romanización, con la que coincide en que sus portadores fueron los mismos en ambos casos: ejércitos y mercaderes”. Además de todo esto, tengamos en cuenta la existencia de comunidades judías asentadas en Hispania desde tiempo remoto, ellas pudieron ser receptoras del evangelio, aceptándolo o rechazándolo según los casos.
Dos grandes relatos se proponen como respuesta a la pregunta por la cristianización en España: 1.) El relato legendario de los Siete Varones Apostólicos y 2.) Lo que la Historia, auxiliada por la arqueología, la paleografía y otras herramientas, nos puede decir sobre la propagación del evangelio en Hispania y la erección de las primitivas cristiandades.
LA LEYENDA DE LOS SIETE VARONES APOSTÓLICOS
La historiografía más escrupulosa y crítica descarta la existencia de los Siete Varones Apostólicos, relegándola a un mítico relato inventado en los tiempos en que el cristianismo visigodo, ante la necesidad de vincularse a Roma, hace surgir esta piadosa leyenda conocida como la de los Siete Varones Apostólicos. Pero, independientemente de lo que la historiografía crítica haya rechazado de esta leyenda, veamos lo que la misma nos revela.
Podemos suponer que, tal y como se dice en los Hechos de los Apóstoles, tras la muerte del protomártir Esteban, los cristianos de Tierra Santa huyen de la persecución que se inicia contra ellos. Era comúnmente aceptado por los historiadores eclesiásticos de España en los siglos XVI y XVII que muchos de esos judíos que habían abrazado el cristianismo llegaron, en su huida de Tierra Santa, a Hispania.
La leyenda de los Siete Varones Apostólicos sostiene que dos hispanos -Eufrasio (nombre que etimológicamente significa “el que habla bien”) e Indalecio (que significa “fuerza”)- son enviados a Jerusalén, para recoger, treinta y tantos años después, información de lo que en los Santos Lugares ha sucedido: la Redención por la inmolación en la cruz de Jesucristo y su Resurrección. Allí, en Jerusalén, Eufrasio e Indalecio consiguen hablar con San Pedro y con la Virgen María y, una vez convertidos al cristianismo, solicitan del Príncipe de los Apóstoles que éste designe a Santiago el Mayor como apóstol de Hispania. En el año 37 Eufrasio, Indalecio y Santiago el Mayor embarcan en el puerto de Jaffa y desembarcan en Almería. A lo largo de cuatro años el Apóstol Santiago, en compañía de Eufrasio, recorre la Bética y el resto de la península, recibiendo a orillas del Ebro la visita de la Virgen María –que todavía vivía vida terrenal- para confortarlo, con lo que tiene su principio la tan arraigada devoción de Zaragoza a la Virgen del Pilar.

En el año 41 Santiago el Mayor con Eufrasio y los seis varones apostólicos (Indalecio, Torcuato, Tesifonte, Hesiquio, Cecilio y Segundo) abandonan Hispania y parten a Jerusalén. En el año 42 Santiago el Mayor con su hermano Juan y la Virgen María marchan de Jerusalén a Éfeso. Allí, Juan y la Virgen María se instalan. Eufrasio va con ellos, siempre a la vera de su Maestro Santiago. El 25 de mayo del año 42, según la leyenda, Eufrasio se halla en la decapitación de Santiago por Herodes Agripa, que lo manda degollar después de capturar al Apóstol en una visita de éste a Jerusalén.
Cuenta la tradición que, por orden de María Santísima, Eufrasio da sepultura al cuerpo glorioso de Santiago en el Monte Calvario, muy cerca del Santo Sepulcro. Pero el 18 de julio de ese mismo año exhuman el cuerpo del mártir y Eufrasio, en compañía de los otros seis, embarcan trayendo las reliquias a España. El viaje dura siete días. El 25 de julio –festividad de Santiago Apóstol- llegan a Hispania. Los Siete Varones Apostólicos arriban a Iria Flavia, y en lo que luego se llamará Compostela dan sepultura a Santiago. La Reina Lupa, una señora pagana, se convierte al ver los prodigios que obra aquella gloriosa reliquia. Cuando se inician las persecuciones contra los cristianos en Hispania, el sepulcro de Santiago es ocultado bajo escombros y cascotes, hasta que 759 años después, en tiempos de Alfonso el Casto y tras una serie de fenómenos sobrenaturales, se descubre la tumba del Apóstol y se le llama a ese lugar Campo de la Estrella, Compostela.
Los Siete Varones Apostólicos se habían derramado por la península, tras cumplir su cometido de dar sepultura al cuerpo del apóstol y mártir glorioso Señor Santiago. El 18 de enero del año 44, Pedro llega a Roma y establece allí su Sede y Cátedra Pontificia. Los Siete Varones Apostólicos, enterados de la buena nueva, emprenden romería –peregrinación a la Ciudad Eterna- para lograr de San Pedro Apóstol la consagración episcopal. Allí, según una tradición, Eufrasio recibe de la Verónica el lienzo sacratísimo en que se impregnó el Santo Rostro de Jesucristo cuando esta misma mujer fue a enjuagarle la faz sanguinolenta al Señor que iba cargado con la cruz. Eufrasio, una vez que retorna a la península ibérica, deposita el Santo Rostro en Iliturgi.

En el año 50 –según la leyenda- San Pedro Apóstol llega a España, desembarcando en la costa malagueña. Trae San Pedro consigo una serie de sacras imágenes de María Santísima (son muchas, según la tradición: todas las que se atribuyen a la mano de San Lucas.) A Eufrasio se le otorga por parte de San Pedro Apóstol un obsequio magnífico: una talla de María Santísima que luego será venerada bajo la advocación de Virgen de la Cabeza.
Eufrasio pasa catorce años al frente del episcopado de Iliturgi, poniendo los cimientos de la devoción que los indígenas sentirán por la Virgen de la Cabeza. Un juez delegado de Nerón inicia una persecución en Hispania. Captura a Cecilio, Hesiquio y Tesifonte en Granada y los romanos les dan muerte martirial quemándolos en una hoguera. Eufrasio escapa del martirio en esa ocasión, pero el 14 de enero del año 58 es capturado y muere decapitado en la misma Iliturgi, sede episcopal a la que dedicó más de catorce años.
La leyenda de los Siete Varones Apóstolicos es una piadosa relación que trata de presentarnos los primeros pasos del cristianismo en Hispania. Los Siete Varones Apostólicos son celebrados por la Iglesia en su festividad que es el 15 de mayo del calendario litúrgico, día y mes en que se supone que entraron a España para acometer la gran empresa de la primera cristianización de la península ibérica.
Una vez presentada esta leyenda es obligado que ni siquiera refiramos que la misma ha sido crudamente criticada, puesta en tela de juicio, equiparándola con un relato mítico, por lo que no podría aspirar –en las entendederas de sus detractores- a ser otra cosa que una piadosa leyenda hagiográfica invalidada por la crítica histórica en la práctica totalidad de sus elementos.
Sin embargo, el testimonio de San Gregorio VII sostiene, en carta a Alfonso VI, que los Siete Varones Apostólicos, como discípulos de Santiago, fueron enviados a Hispania. Indalecio predicó en Urci, Tesifonte en Vergi, en Carcesa lo hizo Hesiquio y Segundo en Abula. Ciudades de difícil localización, aunque en el caso de Eufrasio está muy claro que su apostolado lo realizó en Iliturgi, antiguo enclave poblacional de cierta consideración que por lo común se identifica con Andújar, aunque existen muchas razones arqueológicas para situarla más bien en las inmediaciones de la actual Mengíbar.
LA HIPÓTESIS AFRICANISTA DEL ORIGEN DEL CRISTIANISMO HISPANO

Desde los albores de la crítica –y sobre todo desde la Ilustración del siglo XVIII- se ha llevado a cabo una auténtica demolición de todo lo recibido como tradición. La Leyenda de los Siete Varones Apostólicos fue sometida a un severo examen y hoy son muy pocos los que conceden veracidad al relato fundacional del cristianismo hispano remontando a San Eufrasio y los seis varones apostólicos los orígenes de nuestra evangelización.
Se ha considerado que todo lo que gira alrededor de los Siete Varones Apostólicos no es más que una fábula benévola que, para historiadores como D. José María Blázquez, es fruto de la necesidad apologética que precisarán las iglesias hispanas, cuando tengan que buscar vínculos con Roma; será así como se invente todo un pasado apostólico que no se sostiene con datos históricos. Para estos autores modernos, el cristianismo en España encuentra su explicación en las continuas y fecundas relaciones que la península mantuvo con el norte de África. Es lo que llamaré la “hipótesis africanista”.

Basados en un escrupuloso estudio de las fuentes, fijando su autenticidad, los historiadores modernos han determinado que la primera y fidedigna fuente escrita que da fe de la existencia de cristiandades en Hispania data del año 254, levantándose acta en la Carta 65 de San Cipriano de Cartago. Existe una mención anterior, pero ésta se ha puesto en tela de juicio: es la que se atribuye a Tertuliano, que allá por el año 200 decía: “todos los ámbitos de las Hispanias… en todos esos lugares reina el nombre de Cristo, que ya ha venido”. Tampoco parece que para estos investigadores sea suficientemente fiable las menciones que hiciera San Ireneo en el año 180 sobre la existencia de iberos evangelizados, pues se teme que San Ireneo no fuese de Lyon de Francia, y estuviera refiriéndose más que a los iberos de aquende, a los iberos de Asia Menor.
Los modernos han estimado que son muchas las razones que apuntan a la vinculación primitiva de las cristiandades hispanas con las de la cornisa mediterránea de África. Por el norte de África cundió muy pronto el cristianismo, propagándose imparablemente. Las actas martiriales más antiguas que se conservan son las de los mártires de Scillis que entregaron su vida por Cristo en el año 180.
Entre las razones que se acostumbran señalar, como indicadores de la dependencia del cristianismo hispano del africano, son muy interesantes las que subrayan el rigorismo de muchos de los cánones del Concilio de Elvira (Granada), celebrado alrededor del año 300, que lo aproxima al cristianismo de cuño norte-africano. De las 37 sedes hispanas que comparecen al Concilio de Elvira, 28 iglesias representadas en el Concilio pueden ser localizadas en territorio hoy andaluz y de las 28, 6 son las que pueden ubicarse sobre el territorio que ocupa actualmente la provincia de Jaén. En dicho Concilio de Elvira encontramos la primera mención del obispo Camerino y el presbítero Leo, de Tucci (Martos), que en la ocasión referida comparecieron. La existencia de comunidades hispano-cristianas regidas por presbíteros es otro rasgo en común que muestran las primitivas cristiandades hispanas con las africanas, sin que se encuentre parangón en otras comunidades paleo-cristinas de Occidente.
Otra razón muy poderosa que aducen los autores modernos a este respecto es el origen africano de la arcaica liturgia hispana, así como la abundante presencia de términos latinos que eran de uso común en la organización eclesial de las cristiandades africanas y que comparten las hispanas: así “fraternitas” significando “comunidad de fieles” o “statio” como ayuno, muchas de ellas extraídas del argot militar, lo que como se verá más abajo no tiene que sernos extraño. Para una de las autoridades en esta materia, D. José María Blázquez, el cristianismo que se implanta en Hispania lo hace de la mano de los legionarios y de los mercaderes, procedentes de las comunidades cristícolas del norte de África. La cantidad de documentos epigráficos y arqueológicos así parece ponerlo de manifiesto.

Tenemos una imagen muy pobre de la antigüedad; muchos piensan que por falta de transportes rápidos y seguros, el hombre apenas viajaba en aquellas edades. Incluso hay profesores universitarios, de cuyo nombre no queremos acordarnos, que negaban la posibilidad de la venida del apóstol Santiago a España alegando la falta de transportes. En cambio, si bien es cierto que muchas personas podían permanecer desde su nacimiento hasta su muerte en el lugar de origen, ciertos grupos humanos por deberes profesionales y laborales se veían obligados a viajar. Los soldados forman uno de esos grupos abocados a la vida viajera en la antigüedad.
Harnack había señalado que muchos militares del norte de África abrazaron en fecha temprana el cristianismo; se sabe que el padre del mismo Tertuliano, más arriba referido, era un alto cargo militar. M. Díaz y Díaz, profundo conocedor de la arqueología paleocristiana, piensa que la evangelización de Hispania encuentra la clave de su arraigo originario en la Legio VII Gemina. Formada por legionarios reclutados entre los pobladores de las actuales León y Astorga, se sabe que estos soldados fueron movilizados en varias épocas para combatir en el norte de África, conocida como la Tingitania (aproximadamente la actual Argelia). Son muchas las cohortes que se documentan en esa zona gracias a documentos epigráficos varios: la cohors I fida vardulorum, la I augusta bracarorum, la I flavia hispanorum, la II hispanorum y la lusitanorum. Tertuliano menciona que en Lambaesis, norte de África, había echado raíces el cristianismo, y en la misma Lambaesis nos encontramos testimonios que confirman la presencia de la Legio VII Gemina. Es muy verosímil que algunos legionarios de la Legio VII Gemina, destacados en África, contactaran con las primeras comunidades cristianas y, una vez convertidos al cristianismo allí, pudieron haber traído la fe de Cristo consigo, a su retorno a lo que hoy es León (que recibe su nombre precisamente de la Legio VII) y Astorga.

No faltan testimonios que avalen esta hipótesis. Entre los primeros mártires hispanos van a ser abundantes los casos de legionarios. En el martirio de San Fructuoso, Obispo de Tarragona, y los diáconos Augurio y Eulogio (año 259) aparece mención de soldados cristianos que profesaban la fe cristiana. Un mártir hispano como San Marcelo era centurión de la Legio VII Gemina, los soldados y mártires Emeterio y Celedonio pertenecían a la misma legión.
El otro grupo que colaborará mucho a la difusión del cristianismo en Hispania será el constituido por los mercaderes que, procedentes de las comunidades del norte africano, vendrán a hacer sus negocios a Hispania y, no sólo trajeron sus géneros mercantiles, sino que también trajeron consigo el cristianismo. San Cucufato era “africano, nacido de padres nobles y cristianos de Scillis” y de San Félix se dice que vivía y hacía su apostolado en Hispania “simulando dedicarse al negocio comercial”, también San Félix era oriundo de Scillis. Será pertinente recordar que Scillis es aquella ciudad africana de la que proceden las actas de martirio más antiguas de toda la Cristiandad.
También Santas Justa y Rufina eran comerciantes que vendían cerámica. En efecto, nos parece muy plausible la hipótesis que remite el origen del cristianismo a la milicia y a los mercaderes provenientes de África que bien trajinaban entre África e Hispania o bien, procedentes de África, terminaban instalándose en la península ibérica.
El origen africano de nuestras primeras iglesias peninsulares puede corroborarse también al pie del rico caudal arqueológico que va descubriéndose. Como señala D. José María Blázquez: “Podemos aducir otras pruebas arqueológicas que confirman el influjo del cristianismo africano sobre el hispano, como las plantas de las basílicas, los mosaicos sepulcrales, las pilas bautismales, las cerámicas estampadas y las mesas de altar”. Aunque no valdría añadir a ese elenco de objetos arqueológicos los famosos sepulcros paleocristianos, como el hallado en Martos (Tucci), dado que estos sepulcros proceden de Roma y fueron traídos por mar, siendo transportados fluvialmente en dirección al nacimiento del río Betis y desembarcados en un punto impreciso del río desde el cual eran distribuidos, transportándolos hasta las ciudades destinatarias. Es cierto, no obstante, que si no el sepulcro paleocristiano marteño, bien es verdad que otros sepulcros de la época, aparecidos en la antigua Bética, se atribuyen a talleres indígenas ubicados antiguamente en Écija, Córdoba y Alcaudete.
El mismo Blázquez indica que: “Desde el punto de vista social, la cristianización comenzó en Hispania por las clases altas. La sociedad hispana, tanto en el siglo IV como en el siguiente, era pagana casi en su totalidad. En grandes zonas de la Península no se advierte la menor huella de la existencia de cristianos”.
CONCLUSIÓN

Sin descartar la venerable y remota tradición de los Siete Varones Apostólicos, por mucho que la fantasía de los escritores que la aceptan pudiera haber introducido elementos espurios inaceptables como históricos, podemos concluir que el cristianismo se implantó en la Bética en los primeros siglos de nuestra Era. Con mucha probabilidad los legionarios que azotaron y crucificaron a Jesús fueron de origen bético, pues si una leyenda afirma que Poncio Pilato era nativo de Tarraco (actual Tarragona), algo más que una leyenda –documentos arqueológicos indubitables- nos indican que muchos de los soldados que formaban las legiones destacadas en Jerusalén eran de origen hispano. Por ejemplo, el famoso Longino. P. Cnaeus Pompeius Homullus Aelius Gracilis Cassianus Longinus se apellidaba “Hispanus”, que estuvo en la Legio II Augusta, destacada en Bretaña. Longinus estuvo empleado en menesteres militares, y más tarde pasó a la Legio X Fretensis en Judea, siendo tribuno de las Cohortes III vigilum, X urbana y V praetoria, condecorado dos veces como centurión con collares, faleras, brazaletes y corona dorada en la guerra germánica del 83; fue centurión del pretorio en tiempos de Domiciano, procurador de las provincias Lugdunensis y Aquitania en Britania y murió en Roma.
Para La Razón Histórica

…texto de las visiones sobrenaturales de la beata Ana Catalina Emmerick sobre Santiago de Mayor y su presencia y enterramiento en España (gracias a estas visiones se encontró la casa de la Virgen María en Éfeso y otras maravillas inexplicables; Juan Pablo II la declaró beata). Era una monja sin estudios especiales que nunca salió de su convento en Alemania en el primer tercio del siglo XIX, por lo que el detalle con que explica sus múltiples visiones es impresionante, y a mi entender no deja lugar a dudas de su inspiración sobrenatural.
Santiago el Mayor, apóstol de España:
Desde Jerusalén viajó Santiago, a través de las islas griegas y de Sicilia hasta España, deteniéndose en Galicia. Como no fue recibido bien en esta región, se dirigió a otra. Con todo, no le fue mejor en este lugar. Lo tomaron preso y hubiera sido asesinado, si un ángel no lo hubiese librado milagrosamente de las manos de sus opresores. Dejó en España a siete discípulos y se trasladó, pasando por Marsella, en el sur de Francia, a Roma. Más tarde volvió a España y se dirigió desde Galicia, a través de Toledo, a Zaragoza. Aquí se convirtieron muchos de los naturales del lugar; barriadas enteras reconocieron a Cristo y se despojaron de sus objetos de idolatría. He visto aquí a Santiago en grandes peligros. Fueron lanzadas víboras contra él; pero el apóstol las tomaba tranquilamente en sus manos. Nada le hacían. Al contrario, se volvían furiosas contra los sacerdotes de los ídolos, que empezaron desde entonces a temerle y a respetarlo. He visto después como empezando apenas a predicar en Granada, fue preso con todos sus discípulos y convertidos. Santiago llamó en su ayuda a María, que entonces vivía aún en Jerusalén, rogándole lo ayudase, y he visto como, por ministerio de los ángeles, fue librado de modo sobrenatural, él con sus discípulos, de la prisión. Le fue impartida la orden de María, por medio de un ángel, de ir a Galicia a predicar allí la fe, y luego volver a su residencia de Zaragoza.
He visto más tarde a Santiago en gran peligro por causa de una persecución y tempestad contra los fieles de Zaragoza. He visto al apóstol rezando de noche con algunos discípulos junto al río, cerca de los muros de la ciudad; pedía luz para saber si debía quedarse o huir. Él pensaba en María Santísima y le pedía que rogara con él para pedir consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía entonces negarle. De pronto vi venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él los ángeles que entonaban un canto muy armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado.
La columna era bastante alta y esbelta, de un resplandor rojizo, con vetas de varios colores y terminaba arriba como en un lirio abierto, que echaba lenguas de fuego en varias direcciones; una de ellas iba al Occidente, hacia Compostela; las demás, en diversas direcciones.
En el resplandor del lirio vi a María Santísima, de nívea blancura y transparencia, de mayor hermosura y delicadeza que la blancura de fina seda. Estaba de pie, resplandeciente de luz, en la forma en que solía estar en oración cuando aun vivía sobre la tierra. Tenía las manos juntas, y el largo velo sobre la cabeza, la mayor parte del cual colgaba hasta los pies, como si estuviese envuelta en él. Posaba sus pies menudos y finos sobre la flor que resplandecía con sus cinco lenguas. Aparecía todo el conjunto maravillosamente delicado y hermoso. Vi que Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas, recibió internamente el aviso de María de que debía erigir de inmediato una iglesia allí; que la intercesión de María debía crecer como una raíz y expandirse. Le dijo María que debía, una vez terminada la iglesia, volver a Jerusalén.
Santiago se levantó, llamó a los discípulos que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor; les narró lo demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la aparición. Después que Santiago realizó en Zaragoza lo que María le había ordenado, formó un conjunto de doce discípulos, entre los cuales he visto que había hombres de ciencia. Estos debían proseguir la obra comenzada por él con tanta fatiga y contradicciones. Santiago partió de España, para trasladarse a Jerusalén, como María le había ordenado.
En este viaje visitó a María en Éfeso. María le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de María y de su hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén, donde al poco tiempo fue decapitado. Santiago fue llevado al monte Calvario, fuera de la ciudad, mientras predicaba en el camino y convertía a muchos oyentes. Cuando le ataron las manos, dijo: “Vosotros podéis atar mis manos, pero no mi bendición y mi lengua”. Un tullido que se encontraba a la vera del camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo sanase. El apóstol le contesto: “Ven tú hacia mi y dame tu mano”. El tullido fue hacia Santiago, tomó las manos atadas del apóstol y se halló sano. Vi a su entregador, llamado Josías, correr hacia él y pedirle perdón. Este hombre confesó a Cristo y fue muerto por su fe. Santiago le pregunto si quería ser bautizado y habiendo contestado que si, el apóstol lo abrazó y besó, y le dijo: “Tú serás bautizado en tu propia sangre”.
Vi a una mujer llegarse a Santiago con su hijo ciego y alcanzar de él la salud para su hijo. Primeramente fue Santiago mostrado con Josías en un lugar elevado: allí se les leyó la culpa y la sentencia en voz alta. Después lo he visto sentado sobre una piedra, a cuyos lados fueron atadas sus manos. Le vendaron los ojos y le cortaron la cabeza. Habían entretanto encerrado en su misma casa a Santiago el Menor. Hallábanse entonces en Jerusalén: Mateo, Natanael Chased y Natanael el esposo de Caná. Mateo moraba en Betania. La casa de Lázaro hacia ya tiempo que estaba destinada para uso de los discípulos, como igualmente sus posesiones en Judea. El castillo de la ciudad lo habían ocupado los judíos. Después de la muerte del apóstol se produjo un gran tumulto en la ciudad y muchos se convirtieron a la fe de Cristo.
El cuerpo de Santiago estuvo un tiempo en las cercanías de Jerusalén. Cuando se desencadenó una nueva persecución, lo llevaron a España algunos discípulos, entre ellos José de Arimatea y Saturnino.
Pero la reina Lupa, que había perseguido a Santiago, no permitió que fuese enterrado. Los discípulos lo depositaron sobre una piedra, la cual se hundió y vació formando un sepulcro. Sucedió allí otra maravilla: algunos cuerpos allí enterrados fueron arrojados de sus lugares. Por las insidias de Lupa los discípulos fueron reducidos a prisión por el rey; librados milagrosamente de la cárcel, mientras huían, fueron perseguidos por el rey y sus caballeros.
El puente se rompió al pasar y perecieron el rey y su gente. La reina Lupa, aterrada mandó a los discípulos cristianos que fueran al desierto y tomando toros salvajes los uniesen al carro: que donde estos animales condujesen el cuerpo de Santiago allí podrían edificarle una iglesia. Pensaba que de este modo los animales feroces destruirían todo en su desenfreno.
Los discípulos encontraron, en su entrada al desierto, a un dragón, el cual, por la bendición de ellos, reventó por medio. Los toros feroces, en cambio, se dejaron uncir tranquilamente y llevaron el sagrado cuerpo al interior del mismo castillo de Lupa. Así sucedió que fue enterrado Santiago en el castillo, puesto que Lupa se convirtió haciéndose cristiana, con su pueblo. El castillo se convirtió en iglesia. En este sepulcro se obraron muchos milagros. Más tarde se llevó su cuerpo a Compostela, que se convirtió en uno de los más famosos lugares de peregrinación. El apóstol Santiago trabajó en España cerca de cuatro años.
(*) Que Santiago fue a España a predicar lo afirman San Antonino; San Isidoro, en el libro Vita et morte Sanctorum; Braulio, Arzobispo de Zaragoza (651); Juliano, Arzobispo de Toledo, los Papas Calixto II, Pío V, Sixto V, el Venerable Beda. El historiador Gretscher afirma que es antiquísima tradición de todas las iglesias de España.