La inferioridad moral de la izquierda
El siglo XXI va a poner de manifiesto la rotunda inferioridad moral de la izquierda, salvo que ésta denuncie a Marx, al marxismo y a todas las dictaduras de ella derivados. El marxismo ha propugnado el uso de la violencia para destruir el Estado y acabar con el régimen de propiedad y capital privado (capitalismo). Marx y Engels lo dijeron sin tapujos en El Manifiesto Comunista de 1848 y lo mantuvieron hasta sus últimos días. También Engels, en El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado de 1884, dejó claro que hay que acabar con el Estado, que es el instrumento mediante el cual la burguesía reprime al proletariado. Quien crea que eso no era el pensamiento de Marx y Engels, debe leerse los libros citados o, si lo prefiere, El Estado y la Revolución, de 1917, en el cual Lenin explica, copiando citas de ambos libros, el auténtico pensamiento marxista, que él puso en marcha en la Unión Soviética tras dar un golpe de Estado contra el gobierno revolucionario de coalición de Kerensky.
La triste realidad es que, por una parte, la izquierda no se ha leído ni parece que quiera leer a sus fundadores, y por otra que, la derecha, ha sido siempre muy pacata en utopía y sólo ha esgrimido en su favor la mayor eficiencia de la empresa privada. Sin embargo, el siglo XXI no puede aguantar más la falta de verdad, no querer saber lo que se escribió, y mucho a menos, la trágica realidad de los hechos. El siglo XXI llegó a la vez que empezó a andar la aventura bolivariana de Venezuela. Hoy, 18 años después, tras casi cuatro millones de exiliados políticos, tras arruinar a un país riquísimo y tras una enorme lista de asesinatos, la realidad es contundente. Los asesores españoles de Venezuela, Monedero, Iglesias, Errejón, dieron apoyo intelectual al proceso chavista y aún no lo han denunciado. Se han contentado con decir que ha habido errores. ¿Qué querían? ¿Un Stalin?
Zapatero, mediador insigne, representando a la izquierda, ha echado su cuarto a espadas al régimen de Maduro. ¿Críticas, petición de nuevas elecciones? Nada de eso. Ni siquiera ante los hechos más contundentes la izquierda es capaz de revolverse. En los premios Goya, de hace unos días, no hubo una palabra de la intelectualidad progre contra el criminal régimen bolivariano. Cierto es que, hace no mucho, nuestro Presidente Sánchez visitó Cuba y no tuvo tampoco el gesto de reunirse con la disidencia. ¿Cuál fue la razón de su viaje? ¿Apuntalar al comunismo cubano o promover su evolución hacia la democracia? Castro, ese hijo de gallegos, montó una dictadura que ya va camino de alcanzar los 70 años que duró la soviética.
No se ve en Cuba a ningún Gorbachov pero la intelectualidad de izquierda calla. Por eso se acepta que Jordi Évole entreviste a Maduro para la televisión española y no se le reprocha que no haya entrevistado, a la vez, al Presidente Guaidó, lo que hubiese permitido dar voz a ambos puntos de vista. Eso sí, desde la televisión pública, en un ejercicio de progresía nauseabunda, se ha apoyado la profesionalidad de Évole por entrevistar a Maduro, en lugar de haber enviado de inmediato las cámaras de TVE a entrevistar a Guaidó, para recuperar el equilibrio de libertad de expresión que la democracia reclama.
La izquierda, y la pseudo izquierda, siguen sin querer saber o, lo que sería peor, pretendiendo que no saben, nada de los crímenes y abusos a los que Marx y sus teorías llevaron a gran parte de la humanidad. La materialización de sus ideas tiene iconos claros, como el Muro de Berlín, el sangriento aplastamiento de las protestas de Hungría en 1956 o la entrada de los tanques rusos en Praga en agosto de 1968, muy poquito después del revolucionario mayo francés. La izquierda se aprovechó y se sigue aprovechando de la boina del Che Guevara que, de haber llegado a triunfar en Bolivia, habría sido otro Castro u otro Maduro.
La izquierda pretende tener el monopolio de la solidaridad y de la preocupación por las clases bajas. ¡Que se lo digan a los pueblos polaco, húngaro, checo, rumano, búlgaro, alemán! No sólo vivieron en la penuria y escasez económica, sino que encima se vieron despojados de su dignidad, teniendo que venderse y hacerse miembros del partido para lograr que sus hijos pudieran tener acceso a la universidad, a un trabajo algo mejor o una vivienda compartida. El totalitarismo es así, el Estado lo controla todo. La película “La vida de los otros” denuncia la opresión a que la policía política alemana, Stasi, sometió a sus ciudadanos, comprándolos, sobornándolos para que espiaran a sus vecinos, a cambio de lograr mejores condiciones de vida. Se estima que tres millones de alemanes sucumbieron a las presiones de su policía política. No sé hasta cuándo habrá que seguir esperando para que, cineastas progres españoles, hagan alguna película sobre la represión político policial en Cuba, sobre el funcionamiento en cada manzana de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) que controlan la vida de sus vecinos y aplastan la mínima libertad de expresión.

En España, siempre le queda a la izquierda atacar al 18 de julio y al régimen franquista, sin querer reconocer el clima de violencia, promovido en particular por la izquierda comunista y anarquista, que dio lugar a la dolorosa guerra civil. Pero hasta ese argumento se le va quedando cada vez más corto. Numerosos libros y artículos han ido apareciendo, mostrando la terrible violencia que las checas, los paseos y el odio a todo lo religioso ocasionaron en la llamada zona roja. Es hora de que las personas de buena voluntad, muchas de ellas también en la izquierda, sepan dar un paso al frente y tomar una posición equilibrada, renunciando a quitar nombres y estatuas de las calles para sustituirlas por otras, muchas veces tanto o más cuestionables que aquellas a las que sustituyen. Ya fue bastante ridículo que el 5 de mayo de 2018, bicentenario del nacimiento de Marx, se le levantara, en la localidad alemana de Tréveris, una imponente estatua de bronce de cinco metros y medio de altura y casi dos toneladas de peso, regalo del Gobierno de China. Ya es hora de que ese falseamiento de las ideas y de los hechos de la realidad, en la que reiteradamente incurre la izquierda, deje de manchar la política del día a día. Eso sólo contribuye a impedir una plena convivencia democrática, auténtica en libertad y solidaridad.
