Jesús en las profecías del Antiguo Testamento – I/II
Introducción
«Entonces he dicho: “He aquí que vengo”. En el rollo del libro Me está prescrito hacer tu voluntad» … (Salmo 39, 8). Según Satraubinger (Hebreos 10: 5 y ss, nota 257-6), «el Apóstol (la epístola es atribuida a San Pablo) ve en esta oración la de Cristo que motiva su presencia en la Tierra por el deseo de cumplir la voluntad de su Padre. Para ello se ofreció Él como víctima y sufrió todo lo que de Él estaba escrito en el rollo del libro, esto es, en la Escritura. En estas palabras ha de admirarse, pues, la primera oración del “Hijo del hombre al entrar en el mundo”, o sea en el momento de la Encarnación del Verbo. Es digno de nuestra mayor atención que la primera oración del Dios Hombre sea tomada del Salterio, como también su última: “en tus manos encomiendo mi espíritu”. Comentando estas palabras misteriosas dice el Papa Pío XI (encíclica Ad Catholici Sacerdotii): “Aun en la Cruz no quiso Jesús entregar su alma en las manos del Padre antes de haber declarado que estaba ya cumplido todo cuanto las Sagradas Escrituras habían predicho de Él, y así toda la misión que el Padre le había confiado, hasta aquel último tan profundamente misterioso “sed tengo” que pronunció “para que se cumpliese la Escritura”».
Estas reflexiones de ¿San Pablo?, del Papa Pío XI y de Mons. Straubinger me parecen muy adecuadas para sintetizar el valor de la revelación de las Escrituras.
La Historia Sagrada y las Profecías
Durante el tiempo de Cuaresma es obligada la meditación o, al menos, la reconsideración de lo que antaño se estudiaba como Historia Sagrada, concretamente la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Quiérase o no, España, desde los visigodos, e incluso antes, está vertebrada por la Religión Católica mucho más que por el derecho romano o cualquier otro “valor cultural”. Desgraciadamente, no hemos recibido la formación adecuada por parte de nuestros pastores, incluso los que conocimos la Iglesia anterior al Vaticano Segundo. Al menos en mi caso, en muchas ocasiones la búsqueda de los tesoros de nuestra fe ha sido esfuerzo casi individual, dado que los consagrados cada vez están más volcados en un buenismo, peligroso y herético, casi absolutamente vacío de moral católica. Y, por si a alguien le parece extremista lo anterior, esto lo digo, precisamente, recordando la aterradora Cuaresma-Pascua de 2020, en la que, por primera vez en 2.000 años, las iglesias fueron cerradas por los eclesiásticos, negando a los fieles el acceso a los Sacramentos y cultos antes de que los políticos lo hicieran, y mientras supermercados, peluquerías y farmacias permanecieron abiertos. Y la de 2021, que también ha prohibido procesiones y muchos cultos, vigilia nocturna incluida.
Bien, expuesta mi motivación y desgranada mi queja, trataré de resumir algo que, sin duda por mi falta de interés, no he encontrado en homilías o escritos, habiendo llegado a su conocimiento a través pequeños descubrimientos a lo largo del tiempo: lo que los profetas del Antiguo Testamento predijeron del Mesías, especialmente de su Pasión, cientos de años antes. Algo que considero puede reforzar la fe que profesamos y, para los no creyentes, ampliar su visión no solo de la historia del mundo occidental de raíces judeo-cristianas, sino la metahistoria de la humanidad. Por supuesto, hay estudios importantes sobre el tema, incluso de manos de protestantes, pero no son muy accesibles ni habitualmente se divulgan en púlpitos y centros de formación.
Utilizaré la Biblia traducida por Monseñor Struaubinger (1883-1956), directamente del hebreo, así como sus Notas, y pondré, a continuación, la relación cronológica de los profetas cuyos textos, en negrita y cursiva, se volcarán luego enhebrados en el desarrollo temporal de la vida y muerte de Jesucristo. Pondré en mayúsculas los artículos que se refieran al Señor, como durante centenares de años se hizo.
Fuentes: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio (tradicionalmente se ha considerado que Moisés fue el autor-recopilador del Pentateuco; siglos XIV-XIII a.C; David (1040-966 a.C.); Natán (consejero de David y Salomón, s. X-IX a.C.); Salmos (varias épocas y autores; muchos de David); Elías, Isaías, y Oseas (todos s. VIII a.C.); Miqueas (s. VIII-VII a.C.); Baruc (s. VI); Daniel y Jeremías (s. VII-VI a.C.); Libro de las Lamentaciones, Ezequiel y Zacarías (todos s. VI a.C.); Libro de la Sabiduría (s. I a.C.). Nota: la numeración hebrea/protestante de los Salmos sólo se corresponde con la Biblia Griega (Septuaginta ó de Los LXX, y la Vulgata) en los ocho primeros y en los tres últimos, porque fusiona los salmos nueve y diez en uno solo, y hace lo mismo con el 113 y 114; de manera inversa, divide en dos el 116, denominándoles 114 y 115, y de la división del 147 surgen 146 y 147, por lo que puede decirse que entre los salmos 10 y 148, la numeración católica es igual a la numeración hebráico-protestante menos uno.
Jesús Se aplicó muchas profecías
En numerosas ocasiones Jesucristo se aplicó las figuras recogidas en las escrituras, dando así testimonio de Sí mismo: el templo (Juan 2: 19), el maná (Juan 6: 32), la roca (Juan 7: 8), la serpiente de metal en el estandarte (Juan 3: 14) e incluso la antigua profecía de Daniel (Dan. 7: 13) para confirmar y dar profundidad a sus palabras: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar en torno al Hijo del Hombre (Juan 1: 51). También Se aplicó el Salmo 2 el Domingo de Ramos, dado que «los sumos sacerdotes y los escribas, viendo los milagros que hacía, y oyendo a los niños que gritaban en el Templo y decían: “Hosanna al Hijo de David”, se indignaron, y Le dijeron: “¿Oyes lo que dicen éstos?” Jesús les replicó: “Sí, ¿nunca habéis leído aquello: “De la boca de los pequeñitos y de los lactantes, Me prepararé alabanza?”». Así mismo, como veremos más adelante, se aplicó la profecía de Isaías 61: Hoy se ha cumplido la Escritura que acabáis de oír (Lucas 4: 16).
Y es que, como dijo San Jerónimo “Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”.
Antes, pues, de comenzar el repaso detallado de las profecías mesiánicas contenidas en las Escrituras, pongámonos en situación, y nada mejor que aproximarnos a Cleofás y al otro discípulo que abandonaban Jerusalén camino de Emaús aquel primer día de la semana después de la Pascua, cuando el propio Jesús les dijo: «“¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿No era necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés, y por todos los profetas, les hizo hermenéutica (explicación) de lo que en todas las Escrituras había acerca de Él» (Lucas 24: 25-27). Y al resto de los apóstoles en el Cenáculo: «“Esto es aquello que Yo os decía, cuando estaba todavía con vosotros, que es necesario que todo lo que está escrito acerca de Mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos se cumpla”. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: “Así estaba escrito que el Cristo sufriese y resucitase de entre los muertos al tercer día, y que se predicase, en su Nombre, el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén”» (Lucas 24: 44-47). En otra ocasión les había dicho: … «por esto Me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie Me la quita, sino que Yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre» (Juan 10: 17).
El reproche en relación con las profecías lo había anticipado en otras ocasiones: Escudriñad las Escrituras, ya que pensáis tener en ellas la vida eterna: son ellas las que dan testimonio de Mí …Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, ¡a ése lo recibiréis! … Si creyeseis a Moisés, Me creeríais también a Mí, pues de Mí escribió Él (Juan 5: 39-47).
Reproche este de ignorar las Escrituras que también hizo San Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia: … “los habitantes de Jerusalén y sus jefes, desconociendo a Él y las palabras de los profetas que se leen todos los sábados, les dieron cumplimiento, condenándolo; y aunque no encontraron causa de muerte” (Hechos de los Apóstoles -Hc-, 13: 26).
Anuncio del Mesías en las Escrituras
… “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: Éste te aplastará la cabeza, y tú le aplastarás el calcañar” (Génesis 3:15). Explicación: “La descendencia de la mujer vencerá al demonio de la misma manera que el hombre aplasta la cabeza de una serpiente. La descendencia de la mujer es, en general, el género humano; más principalmente, el Salvador Jesucristo” (Padre Alberto Vaccari, S.J., profesor del Pontificio Instituto Bíblico, en La Sagrada Biblia, Florencia 1961).
“Bendeciré a quienes Te bendigan, y maldeciré a quienes Te maldigan; y en Ti serán benditas todas las tribus de la Tierra” (Génesis 12:3). Explicación: Dios Padre habla a Abrám, “tipo” o prefiguración de Jesús.
“No se apartará de Judá el cetro, ni el báculo de entre sus pies, hasta que venga Schiloh: a Él obedecerán las naciones” (Génesis 49:10). La interpretación corriente, desde los Santos Padres hasta hoy, atribuye a esta profecía carácter mesiánico. Al “Schiloh” hebreo se le ha dado muchas interpretaciones, entre otras “El que ha de ser Enviado” o “El Pacífico”.
«Entonces me contestó Yahvé: ‘Tienen razón en lo que han dicho. Les suscitaré un profeta de en medio de sus hermanos, semejante a ti; y pondré mis palabras en su boca, y Él les hablará todo -cuanto Yo Le mandaré…”» (Moisés, en el Deuteronomio. 18-17). Straubinger escribió que “Lucas al narrar (Lc 1: 68-69), y Pedro al hablar `aquí´ (Hc 2: 22-24), usan en griego el verbo anastesei (lo mismo que el texto de Moisés en los LXX, que es la versión citada por S. Pedro), cuyo sentido principal es resucitará, y repiten el mismo verbo en el versículo 26, donde tal sentido es evidente y exclusivo de todo otro: levantar de entre los muertos”.
“Palabra de Balaám, hijo de Beor; palabra del hombre de ojos cerrados, palabra del que oye los dichos de Dios, conoce los pensamientos del Altísimo, y ve las visiones del Todopoderoso; recibe visión y se le abren los ojos. Le veo, pero no como presente, Le contemplo, mas no de cerca: una estrella sale de Jacob, y de Israel surge un cetro” … (Números 24:15-17). Balaám anuncia, bajo la figura de una estrella, la gloria más grande de Israel, Cristo.
«Yo he sido por Él constituido Rey sobre Sión, su monte santo, para predicar su Ley. Él Me ha dicho: “Tú eres mi Hijo, Yo mismo Te he engendrado en este día. Pídeme y Te daré en herencia las naciones, y en posesión tuya los confines de la Tierra…”» (Salmo 2:7; de David).
«Estando aún reunidos los fariseos, Jesús les propuso esta cuestión: “¿Qué pensáis del Cristo (Mesías)? ¿De quién es hijo?”. Dijéronle: “de David”. Replicó Él: “¿Cómo, entonces, David (inspirado), por el Espíritu, lo llama “Señor”, cuando dice (Salmo 110): “El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies”? Si David lo llama “Señor” ¿cómo es su hijo? Y nadie pudo responderle nada, y desde ese día nadie osó más proponerle cuestiones» (Mateo 22:42; Marcos 12: 35-37).
«He aquí que vienen días, dice Yahvé, en que suscitaré a David un Vástago justo, que reinará como rey, y será sabio, y ejecutará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días Judá será salvo, e Israel habitará en paz, y el Nombre con que será llamado, es éste: “Yahvé, Justicia Nuestra”» (Jeremías 23:5-6).
«Éste es nuestro Dios, ningún otro será reputado por tal a su lado. Él halló todos los caminos de la sabiduría, y la dio a su siervo Jacob, y a Israel, su amado. Después de esto, Se ha dejado ver sobre la Tierra, y conversó con los hombres» (Baruc, 9: 37). Straubinger anotó que “los santos Padres entienden este pasaje de (referido a) la Sabiduría personificada, o sea, al Verbo – Jesús”.
«Habla (Natán), pues, ahora de esta manera a mi siervo David: … “Cuando se cumplieren tus días y tú descansares con tus padres. Yo suscitaré después de ti, un descendiente tuyo que ha de salir de tus entrañas, y haré estable su reino. Él edificará una casa para mi Nombre; y Yo afirmaré el trono de su reino para siempre, Yo seré su Padre y el será mi Hijo”» (2º de Reyes ó 2º de Samuel).
“Conoce y entiende: Desde la salida de la orden de restaurar y edificar a Jerusalén, hasta un Ungido, un Príncipe, habrá siete (7) semanas y sesenta y dos (62) semanas; y en tiempos de angustias será ella reedificada con plaza y circunvalación. Al cabo de las 62 semanas será muerto el Ungido y no será más. Y el pueblo de un príncipe que ha de venir, destruirá la ciudad y el Santuario” (Daniel 9:25).
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Explicación de la “Profecía de Las 70 Semanas”, teniendo en cuenta que la datación antigua, e incluso de la fecha de nacimiento de Cristo (¿año 7 a.C.?), tiene errores próximos a la decena de años, y que los santos padres uniformemente asignan siete años a cada “semana” (el año lunar judío era de 360 días): las siete primeras semanas (49 años) comienza a partir del año 458 (aproximadamente) en que Artajerjes envió al profeta Esdrás a Palestina con poderes para reconstruir Jerusalén (Esdrás 7); una vez reconstruida (458-49 = 409), las 62 semanas (434 años) sitúan el tiempo bíblico en las proximidades del año 30 de nuestra era; es decir, predice la muerte de Cristo. A partir de aquí se interrumpe la cuenta divina hasta un futuro en el que a las 69 semanas transcurridas se sume la 70ª, adentrándose entonces en el campo escatológico del Fin de los Tiempos. |
“El Señor mismo os dará una señal: he aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y Le pondrá por nombre Emmanuel” (Isaías 7:14).
“Pero tú, Belén de Efratá, pequeña (para figurar) entre los millares de Judá, de ti me saldrá El que ha de ser dominador de Israel, cuyos orígenes son desde los tiempos antiguos, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5).
“No habrá más lobreguez sobre la (Tierra) que (ahora) está en angustia. Como primeramente (Dios) cubrió de oprobio la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, así al fin hará glorioso el camino del mar, la otra parte del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los habitantes de la tierra de sombras de muerte resplandeció una luz” (Isaías 9:1-2).
