José Antonio Primo de Rivera
La madrugada era húmeda y fría, desangelada, cuando resuenan las descargas del piquete revolucionario, sediento de venganza y cargado de odio y rencor. Catorce milicianos, anarquistas y comunistas, son los encargados de disparar ochenta disparos en aquel triste y desolador amanecer. El lugar, improvisado patíbulo, escenario de aquel aciago día, era el patio número cinco –situado junto a la enfermería- ubicado en la ya desaparecida Prisión Provincial de Alicante. Era el veinte de noviembre de mil novecientos treinta y seis.
Las víctimas represaliadas eran José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, Jefe Nacional de Falange Española de las JONS, y otras cuatro almas, tan inocentes como criminalmente asesinadas. Sus nombres: dos camaradas falangistas de su jefe, Ezequiel Mira Iñesta y Luis Segura Baus, junto a dos requetés, Vicente Muñoz Navarro y Luis López López. El delito imputado que les condenaba a muerte, señalado por una especie de tribunal popular, era el delito de rebelión militar. El esperpéntico juicio celebrado contra los reos encarcelados, sin ninguna garantía de éxito para la defensa de los encausados, se había iniciado a mediados del mes de octubre. En él, de manera brillante, José Antonio había ejercido su propia defensa, dada su condición de reputado y reconocido abogado. Pese a sus alegatos y extraordinaria oratoria forense, no pudo hacer cambiar su suerte, una suerte que ya había sido sellada y sentencia de manera previa. Nada que dijera o que expusiera y argumentara podría variar su aciago y terrible destino. Él era consciente de ello y, sin embargo, supo mantener la templanza y la tranquilidad en las horas previas a su asesinato. De hecho, fiel a sus hondos valores cristianos, había efectuado su última confesión con un sacerdote, compañero de cautiverio –luego martirizado de igual manera- José Planelles, al que pidió la absolución de sus faltas para así poder entregar su alma a Dios.

Moría el hombre, pero nacía el mito. José Antonio ha sido uno de los referentes de la política nacional española del último siglo. Durante el régimen de Francisco Franco, cuando se aludía a él, se le nombraba como el Ausente. Y es bien cierto que fue un hombre excepcional, comprometido con la defensa de la memoria de su padre, Miguel Primo de Rivera, con sus ideales y con sus camaradas. Madrileño, como todos sus hermanos, era el mayor de la saga, nacido el 24 de abril de mil novecientos treinta y cuatro. Tenía pues, en aquella criminal jornada, la edad de treinta y tres años de edad, un futuro político prometedor y toda una vida entera por delante. El próximo veinte de noviembre se conmemora el LXXXV aniversario de su fusilamiento. Es, lo quieran o no, los defensores de la sectaria Ley de la Memoria Democrática, una víctima represaliada por su condición ideológica.

Su madre, Casilda Sáenz de Heredia y Suárez de Argudín (1879-1908) y su padre, Miguel Primo de Rivera (1870-1930), teniente general laureado en Cuba, Filipinas y Marruecos, habían contraído matrimonio en mil novecientos dos. De su fértil unión nacieron seis hijos, tres mujeres y tres varones, José Antonio (1903-1936), Carmen (1905-1956), Ángela (1906-1913), Pilar (1907-1991), Miguel (1908-1964) y Fernando (1908-1936). Así pues, el Jefe Nacional de Falange era el primogénito de la saga, motivo por el cual disfrutó en vida del título de III marqués de Estella, con Grandeza de España. Sus padres, afortunadamente para ellos, no tuvieron ocasión de conocer la trágica y cruel muerte de dos de sus hijos, asesinados ambos durante el comienzo de la Guerra Civil Española. Fernando, el pequeño de la familia, sería represaliado en la Cárcel Modelo de Madrid, un veintitrés de agosto de mil novecientos treinta y seis. José Antonio nunca llegó a saber de la muerte de su hermano, militar de caballería, aviador, reputado médico y estrecho colaborador en la organización falangista. A todos profesó el líder de Falange un amor profundo, abierto y entregado. La devoción de sus hermanos a José Antonio era recíproca y hondamente vivida.
Inmediatamente después de su ejecución, verdaderamente salvaje según testigos presenciales, sus restos fueron arrojados sin ningún tipo de miramiento a una fosa común del cementerio alicantino de Florida Alta. En mil novecientos treinta y ocho, durante plena guerra civil, serían trasladados a un nicho –vacío a día de hoy como postrero homenaje-, concretamente el número 515, en el cementerio de Nuestra Señora de los Remedios, también en Alicante. Finalizada la contienda, el veinte de noviembre de mil novecientos treinta y nueve, serían trasladados a hombros de los falangistas, durante diez largas y emotivas jornadas, hasta los pies del altar mayor de la Basílica de San Lorenzo de El Escorial de Madrid. Un cortejo recibido con silencio y profundo respeto por allí donde pasó. José Antonio se había convertido en una persona a la que el pueblo español reconoció su valor, su profundo amor a España y su incuestionable liderazgo. Años más tarde, el treinta y uno de marzo de mil novecientos cincuenta y seis, encontrarían –quiera Dios que así sea- su última morada a los pies del altar mayor de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. En esta ocasión, nuevamente, su féretro fue llevado a hombros hasta su sepultura cristiana.
Hoy, ochenta y cinco años después de su criminal ajusticiamiento, de nuevo y con renovados bríos revanchistas y frentistas, el gobierno social-comunista de nuestro ínclito presidente del todavía reino de España, Pedro Sánchez, pretende un último intento para profanar su memoria. Como historiador y como español no estoy dispuesto a aceptar la tergiversación del verdadero relato histórico de los hechos acaecidos. José Antonio fue un hombre único, excepcional, profundamente humano y de acendrado espíritu cristiano. Su vida fue un ejemplo de virtud en el quehacer político y modelo de referencia para muchos compatriotas. No voy a tragar con esta mal parida Ley de la Memoria Democrática, tan sectaria como profanadora de la verdad. Asumo la responsabilidad de mis palabras.

Mataron el cuerpo , pero no el alma, un abrazo,
Tan cruel y aberrante como dice la palabra «asesinato».
Buenos días.
Creo que hay un error al datar el momento de la primera exhumación de JOSÉ ANTONIO desde la fosa en el suelo hasta el nicho que usted señala. Hay documentos gráficos (Entre otros del NODO) del momento de esta primera exhumación que se llevó a cabo a posteriori de la liberación de ALICANTE y que contó con la presencia de su hermano MIGUEL.
Gracias por su artículo, un abrazo.
https://www.youtube.com/watch?v=TEtahzQonB0
Creo que lo que es de destacar de este artículo no es si hay un error en la primera fecha de la exhumacion, o si la madre de José Antonio nació en 1897, que lo fue el 15 de octubre de 1879, y se han tocado las dos últimas cifras, sino que lo importa te, y yo me quito el sombrero ante el autor, es el espíritu y el sentido profundamente ético con que está escrito el artículo, y que a mi personalmente me ha encantado porque es oro puro de 24 kilates y porque muchos de los que dicen defender a José Antonio en realidad gastan la pólvora en salvas y no han comprendido nada de su pensarmiento (los de Blanquerna sin ir más lejos), y 3l autor ha venido a dar un recital de espíritu falangista, para el que quiera aprender, pueda coger apuntes
Uno de los mejores colaboradores de esta página, con sólo un defecto, no escribe tanto como merecería su talento y nuestro deseo de escucharle.