Jueves Santo: luminaria de gloria eterna

“El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?»

Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: “El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos”».

Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «TOMAD, COMED, ESTO ES MI CUERPO.» Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «BEBED DE ELLA TODOS, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados (Mateo 26, 17-28).

“Ahora es la crisis de este mundo; ahora el dominador de este mundo será arrojado afuera. Y yo, cuando haya sido levantado sobre la tierra, a todos los atraeré hacia mí. (Esto lo dijo señalando con qué muerte iba a morir…)

…Todavía por un mínimo de tiempo está la Luz entre vosotros. Caminad como la Luz que tenéis para que la tiniebla no os pille, pues quien anda en la oscuridad no sabe a dónde va; de modo que retened la Luz, creed a la Luz para que os hagáis hijos de la Luz”. (Jn 12 31-) Hogaño el Jueves Santo, día de la Institución de la Eucaristía, casi se reduce al lavatorio de los pies como expresión de filantropía altruista con nombre de amor fraterno y gesto de humildad al servicio de los demás una vez al año.

San Juan escribe: “Antes del Día de Pascua, sabiendo Jesús que llegó su hora de pasar de este mundo al Padre, amando a los suyos propios en el mundo, los amó hasta la consumación. Y llegada la cena, habiéndole metido ya el diablo en el corazón a Judas de Simón Iscariote que lo traicionara, sabiendo que todo se lo entregó en sus manos el Padre y que desde Dios vino y a Dios va, se levanta de la cena y se quita el manto y tomando un lienzo se lo ciñe; después echa agua a una jofaina y comienza a lavar los pieles de los discípulos y secarlos con el lienzo que llevaba ceñido. Se viene pues a Pedro: –¿Tú lavarme los pies a mí? –Lo que YO hago tú aún no lo sa- bes, pero lo conocerás después de todo esto. –No me lavarás los pies jamás. –Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo… Si entendéis esto, bienaventurados seréis si lo hacéis” (Juan 13, 1-17)

Es Jesucristo quien instituye el Sacramento de la Confesión para los bautizados en Verdad y Espíritu Santo limpios de Pecado Original con acceso ya posible a Dios, para que sus sacerdotes, a los que transfiere sus poderes de mediación litúrgica, puedan también limpiar el polvo y los sudores acumulados del caminar por este mundo.

Así mismo los poderes de hacer la COMUNIÓN PRESENCIAL DE CRISTO en su Cuerpo y en su Sangre, Alma y Divinidad, la Persona Divina que nació de la Virgen María, que instituyó los Sacramentos transfiriendo su poderes sagrados a sus sacerdotes liturgos en esta santísima Noche; el mismo Cristo que físicamente en el Jueves Santo y ahora resucitado se nos comunica, lo comulgamos, en el Sacramento del Altar y Comunión: HACED ESTO MISMO TAL COMO YO LO HAGO Y EXPRESO: en mi nombre, reconociéndome a mí.

Os amé hasta la consumación, comed mi cuerpo, bebed mi sangre los míos que aún estáis en el mundo, para que podáis estar conmigo en la Gloria eterna.

Es la santidad de vida, el sacerdocio de Cristo con el que dotó a su Iglesia para la Salvación. Trance de conversión de nuestras actuaciones vitales humanas a sagradas, eso es sacrum facere o sacrificio si realizadas según Cristo y trascendidas a Gracia santificada en el Sacramento fuente y culminación de toda la vida consciente y responsable cristiana auténtica.

El paso de Jesucristo de este mundo al Padre, su Pascua no la Pascua judía, y el nuestro de este mundo a Cristo Jesús mediante la acción santificadora del Paráclito actuante con Cristo.

Es la Pascua Florida de Resurrección. Todo nuevo, todo luminaria de Dios, todo Luz de Dios, esclarecimiento total, hombre nuevo evolucionado para la eternidad gloriosa del superhombre cabal.

Siempre y para siempre. Aunque no soy digno, tú lo has querido y lo has instituido.

¡Bendito el que viene a título de Señor! ¡Hosanna!

Para Siempre P´alante


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