Juramento antimodernista

El Papa San Pío X estableció el JURAMENTO ANTIMODERNISTA el 1 de septiembre de 1910 impuesto en el Motu proprio: “Sacrorum Antistitum”,  con objeto de neutralizar la herejía modernista desenmascarada, definida y condenada en su encíclica “Pascendi”, que se había infiltrado en todos los estratos de la Iglesia (alto y bajo clero). Mandó que «todo el clero, los pastores, confesores, predicadores, superiores religiosos y profesores de filosofía y teología en seminarios» debían prestarlo. Este juramento, del yo fui testigo durante mi estancia en el seminario Conciliar de Madrid de múltiples de aquellos juramentos, se mantuvo vigente desde esa fecha hasta julio de 1967 cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe lo suprimió, durante el «pontificado» del Papa Montini, y decía así:

“Yo…abrazo y recibo firmemente todas y cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar, ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos.

       En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto.

       En segundo lugar, admito y reconozco los argumentos externos de la revelación, es decir los hechos divinos, entre los cuales, en primer lugar, los milagros y las profecías, como signos muy ciertos del origen divino de la religión cristiana. Y estos mismos argumentos, los tengo por perfectamente proporcionados a la inteligencia de todos los tiempos y de todos los hombres, incluso en el tiempo presente.

       En tercer lugar, creo también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, ha sido instituida de una manera próxima y directa por Cristo en persona, verdadero e histórico, durante su vida entre nosotros, y creo que esta Iglesia esta edificada sobre Pedro, jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos.

       En cuarto lugar, recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación. Por esto rechazo absolutamente la suposición herética de la evolución de los dogmas, según la cual estos dogmas cambiarían de sentido para recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio. Igualmente, repruebo todo error que consista en sustituir el depósito divino confiado a la esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido.      

Sacerdotes realizando el juramento antimodernista

Consecuentemente: mantengo con toda certeza y profeso sinceramente que la fe no es un sentido religioso ciego que surge de las profundidades tenebrosas del “subconsciente”, moralmente informado bajo la presión del corazón y el impulso de la voluntad, sino que un verdadero asentamiento de la inteligencia a la verdad adquirida extrínsecamente por la enseñanza recibida ex catedra, asentamiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios cuya veracidad es absoluta, todo lo que ha sido dicho, atestiguado y revelado por el Dios personal, nuestro creador y nuestro Maestro.

       En fin, de manera general, profeso estar completamente indemne de este error de los modernistas, que pretenden no hay nada divino en la tradición sagrada, o lo que es mucho peor, que admiten lo que hay de divino en el sentido panteísta, de tal manera que no queda nada más que el hecho puro y simple de la historia, a saber: El hecho de que los hombres, por su trabajo, su habilidad, su talento continúa a través de las edades posteriores, la escuela inaugurada por Cristo y sus Apóstoles. Para concluir, sostengo con la mayor firmeza y sostendré hasta mi último suspiro, la fe de los Padres sobre el criterio cierto de la verdad que está, ha estado y estará siempre en el episcopado transmitido por la sucesión de los Apóstoles; no de tal manera que esto sea sostenido para que pueda parecer mejor adaptado al grado de cultura que conlleva la edad de cada uno, sino de tal manera que la verdad absoluta e inmutable, predicada desde los orígenes por los Apóstoles, no sea jamás ni creída ni entendida en otro.

Todas estas cosas me comprometo a observarlas fiel, sincera e íntegramente, a guardarlas inviolablemente y a no apartarme jamás de ellas sea enseñando, sea de cualquier manera, por mis palabras y mis escritos.”

Todos los sacerdotes a partir de 1910 lo juraron de esa manera al recibir las órdenes sagradas. Al traicionar este juramento queda manifiesto que son herejes y con su herejía pública son suspendidos ipso facto de todo oficio eclesiástico conforme al Canon 188.4, el cual fue tomado de la Bula Cum ex apostolatus de Pablo IV y San Pío V, como refieren las distintas ediciones del CIC 1917

El juramento antimodernista, por tanto, estaba vigente aquel 13 de octubre de 1962, aniversario del Milagro del Sol, en Fátima, y todos los asistentes y participantes del Concilio vaticano II lo habían jurado; sin embargo la Historia de la Iglesia y del Mundo fueron profundamente alteradas por un acontecimiento que parecía no tener importancia alguna, consistente en  recusar los candidatos propuestos por la Curia Romana para el cargo se Secretarios de las Comisiones preparatorios del Concilio, eligiéndose, por contra,  a muchos de los liberales que formaban parte de aquellos “innovadores” desacreditados por el Papa Pío XII,  y que a renglón seguido rechazaron los esquemas preparatorios según la Tradición para el Concilio y le dirigieron sin agenda alguna escrita, dejando así el camino despejado para que los liberales redactasen documentos totalmente originales, acomodando la doctrina de la Iglesia a las nuevas ideas, en espacial a la filosofía y a la crítica bíblica moderna.

A partir de ahí, los progresistas proclamaron, con júbilo, que el Vaticano II sería una Revolución, el fin de una era y el inicio de otra, al convertirse en el año cero de la Iglesia “neocatólica”. ¿Y se equivocaron?

El Concilio se desarrolló como querían aquellos a los que anteriormente Pio XII había considerado inadecuados para transitar por las avenidas del catolicismo, y que ahora detentaban el control de la ciudad. Concluido éste, fue reconocido por todos los mismos Padres Conciliares: los “conservadores”, que no aceptaban que el Vaticano II representase una ruptura en la Tradición, o que contradijese doctrinas anteriores, y los progresistas, promotores y agitadores del Concilio, que cínicamente reconocían esa realidad. El modernismo estaba servido.

Concilio Vaticano II

Y como si fuera el coronamiento de sus realizaciones, tanto el Juramento Antimodernista como el Índice de los Libros Prohibidos fueron discretamente suprimidos poco después de la clausura del Concilio.

Los conservadores y progresistas, no solo mal interpretaron el Concilio, sino que siguiendo el derrotero modernista pretendieron la tentativa de reconciliar a la Iglesia con los principios de la Revolución Francesa, y la aventura del movimiento ecuménico condenado por la encíclica “Mortalium Animos” de Pío XI afloró de tal manera que, poniendo la fe debajo del celemín no tratan de “convertir” sino de “convergir”, amparándose  en el embrollo creado por el documento conciliar “Lumen Gentium”, al definir que la Iglesia de Cristo “subsiste” en la Iglesia católica. ¿Sorprendiendo el por qué consintieron que no se proclamara el documento de forma cristalina definiendo que la única y verdadera Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica?

Así mismo, se intentó una transformación general para llevar a cabo un aggiornamento de la Iglesia al mundo, para lo que fue necesario renovar todo sin excepción desde los obispos hasta los fieles, pasando por los clérigos y religiosos, poniéndose al día, al tiempo que se cambiaba la Liturgia, el Derecho Canónico, el Ritual de los Sacramentos, etc. La tempestad fue tan repentina como universal sus resultados. Llegando tal la conmoción que no se sabemos si se trataba de una reforma o de una deformación.

En cualquier caso, la realidad es que todos esperábamos una primavera con una aurora radiante de juventud. Pero el resultado del cambio ha sido una amarga decepción. La duda, la autocrítica y la inestabilidad se han establecido en todas partes, conduciendo a una autodemolición. Durante esos años cruciales, las naciones se han rebelado como nunca antes contra el Decálogo y contra Jesucristo. Ejemplo de ello lo tenemos nuestra patria por la aplicación la libertad religiosa, nacida del Vaticano II, por la que se nos privó, primeramente de la Confesionalidad Católica del Estado y consecuentemente de la Unidad Católica y a renglón seguido nos involucró   en una Constitución atea. Es de destacar también, que las vocaciones disminuyeron peligrosamente, y los fieles han comenzado a abandonar las iglesias para afiliarse a las sectas más extrañas o a la religión del propio gusto, por la enseñanza subjetivista modernista. Los sacerdotes y los religiosos de ambos sexos han colgado sus hábitos con una frecuencia inusitada. Los obispos, custodios de la fe y de los tesoros de la Iglesia, en vez del Evangelio del Crucificado, están predicando una doctrina edulcorada sobre el amor fraterno, una misericordia que a todos salva; y algo muy importante, con un discurso social insulso, planteando propuestas por el diálogo interreligioso con cristianos y paganos se ha abandonado la firme enseñanza sobre el Reinado Social de Jesucristo, según la cual tanto los individuos como las naciones están obligados a someterse a Cristo y adaptase a su doctrina, ya que la paz del mundo, entérense de una vez por todas señores modernistas, es y será siempre la paz de Cristo y no el “dialogo” con los incrédulos.

Para entender mejor la actual crisis que existe y perdura en nuestros días. Hay que resaltar, en la Iglesia de hoy, que todo el mundo permanece callado y sin levantar la voz de alerta, para que no sepamos cuales son los puntos de referencia de nuestra fe y podamos discernir con seguridad lo verdadero de lo falso, y ello es debido, digámoslo claro, a que todos en la actual Iglesia, tanto los autodefinidos conservadores como los progresistas, están, olvidados muchos de ellos de su juramento, impregnados del modernismo.

En el “Avvenire” del 19 de marzo de 1999, en la página 17, el Cardenal Ruini trazó el perfil de Pablo VI, el Papa que cambio la Iglesia, y que previamente había dicho:

“Yo prometo No cambiar nada de la Tradición recibida, en nada de ella; tal como la he hallado guardada antes que yo, por mis predecesores gratos a Dios; no inmiscuirme, ni alterarla, ni permitirle innovación alguna.

     Juro, al contrario, con afecto ardiente, como su estudiante y sucesor fiel de verdad, salvaguardar reverentemente el bien transmitido, con toda mi fuerza y máximo esfuerzo. Juro expurgar todo lo que está en contradicción con el orden canónico, si apareciere tal, y guardar los Sagrados Cánones y Decretos de nuestros Papas como si fueran la ordenanza divina del Cielo, porque estoy consciente de Ti, cuyo lugar tomo por la Gracia de Dios, cuyo Vicariato poseo con Tu sostén, sujeto a severísima rendición de cuentas ante Tu Divino Tribunal, acerca de todo lo que confesare.” Juro a Dios Todopoderoso y Jesucristo Salvador que mantendré todo lo que ha sido revelado por Cristo y Sus Sucesores y todo lo que los primeros concilios y mis predecesores han definido y declarado. Mantendré, sin sacrificio de la misma, la disciplina y el rito de la Iglesia.

Pondré fuera de la Iglesia a quienquiera que osare ir contra este juramento, ya sea algún otro, o yo. Si yo emprendiere actuar en cosa alguna de sentido contrario, o permitiere que así se ejecutare, Tú no serás misericordioso conmigo en el terrible Día de la Justicia Divina. En consecuencia, sin exclusión, sometemos a severísima excomunión a quienquiera —ya sea Nos, u otro— que osare emprender novedad alguna en contradicción con la constituida Tradición evangélica y la pureza de la Fe Ortodoxa y Religión Cristiana, o procurare cambiar cosa alguna con esfuerzos opuestos, o conviniere con aquellos que emprendieren tal blasfema aventura.».

Reflexionando sobre este juramento observamos primeramente, que es su ley y principal mandato guardar la Tradición y la doctrina de los papas predecesores.

En segundo lugar se presta atención a la necesidad de este juramento supone que los papas pueden fallar. Más aun, que pueden estar muy lejos de la fe católica o mediatizados por compromisos contrarios al bien de la Iglesia. Por eso, ahora lo comprendemos, en las letanías menores de Pascua de los antiguos misales se incluía esta rogativa:

Que te dignes mantener en tu santa religión al Soberano Pontífice y a todas las órdenes de la jerarquía eclesiástica, te rogamos nos oigas.”(Misal completo para los fieles, Vicente Molina, S.J., Edit. Hispania S.A. Valencia, 1947) Sea dicho sin oponernos al dogma de que por delegación divina, en materia de fe y costumbres, se vuelven infalibles apoyados en la Tradición de los Apóstoles.

No debemos dejar en el tintero, que después del Vaticano II el Reinado Social de Jesucristo fue sustituido por algo llamado “la civilización del amor”.  Una expresión forjada por el Papa Pablo VI para describir la utópica idea de que el “diálogo con el Mundo” llevaría a una fraternidad universal de religiones, que de ningún modo sería explícitamente cristiana. Este eslogan ha venido repitiéndose incesantemente como el ideal para servir de inspiración de la vida cultural, social, política y económica en nuestro tiempo, y sin embargo a puesto al descubierto el modernismo actual de conservadores y progresistas, quienes habiendo abandonado el Reinado Social de Jesucristo para buscar la paz del mundo, se ejercitan en encuentros interreligiosos de oración, como los de Asís y en otros atrios, presuntamente válidos para realizar aquella idea. No obstante, la mera contemplación de tales espectáculos sería suficiente para horrorizar al Papa Pío XI y a cualquiera de sus Predecesores. Mientras tanto, el Reinado Social de Cristo dentro de un orden social católico ha sido excluido, de facto, de la nueva orientación.

Sí, de hecho, se ha abandonado la firme enseñanza sobre el Reinado Social de Jesucristo, según la cual tanto los individuos como las naciones están obligados a someterse a Cristo y adaptase a su doctrina, ya que la paz del mundo, entérense de una vez por todas señores modernistas, es y será siempre la paz de Cristo y no el “dialogo” con los incrédulos.

El eslogan de “la civilización del amor” viene siendo repetido incesantemente. En su discurso para el Día Mundial de la Paz, Juan Pablo II describió la civilización del amor y de la paz como el ideal para servir de inspiración de la vida cultural, social, política y económica en nuestro tiempo.

“… Las diversas religiones también pueden y deben contribuir decisivamente a este proceso. Mis numerosos encuentros con representantes de otras religiones – recuerdo especialmente el de Asís en 1986 y el de la Plaza de San Pedro en 1999 –  me han confirmado la esperanza de que la mutua apertura entre los seguidores de las diversas religiones puede contribuir muchísimo para la causa de la paz y para el bien común de la familia humana. Olvidándose de la Realeza Social de nuestro Señor Jesucristo.

Verdaderamente ese jubilo era extremadamente arrogante si se tiene en consideración que los Concilios de Trento y del Vaticano I, entre otros, son Concilios dogmáticos, cuya doctrina nunca se puede alterar, ignorar ni reinterpretar, en nombre de una “más alta inteligencia”.

Sin embargo, los modernistas – tal como lo advirtiera el Papa San Pío X – no aceptan nada como fijo o inmutable. Su más importante principio es “la evolución del dogma”. Defienden la idea de que la religión debe cambiar según cambian los tiempos. Algo que había predicho el Papa San Pío X con toda exactitud: la desidia de las autoridades había provocado el retorno del Modernismo con extrema virulencia.

La moderna afirmación, que hoy mantienen progresistas y conservadores de que los no católicos no necesitan convertirse, porque (de algún modo misterioso) ya son parte integrante de la Iglesia de Cristo, menosprecia la Doctrina perenne de la Iglesia sobre la necesidad que tienen los no católicos de abandonar sus errores y regresar a la única y verdadera Iglesia de Jesucristo, conforme lo han enseñado unánimemente los Papas anteriores al Concilio.

Es puro modernismo la pretensión de considerar “eclesiología obsoleta” la Doctrina perenne del Magisterio sobre el retorno de los disidentes (herejes y cismáticos) a la única Iglesia verdadera, como el único medio de alcanzar la unidad cristiana; y eso se debe a que esta pretensión contradice no sólo la Doctrina de la Iglesia sobre el retorno de los disidentes, sino también el dogma infalible de que fuera de la Iglesia Católica no hay salvación.


2 respuestas a «Juramento antimodernista»

  1. Brillante artículo, como todos los suyos, que debería ser objeto de ESTUDIO en todos los Seminarios que quedan en nuestra Madre Patria, que cada día son menos, por desgracia.
    ¡Los seminarios y los seminaristas!

  2. Queda muy claro en este artículo que por parte de los obispos, especialmente los Papas a partir de Roncalli, el juramento antimodernista fue en falso. Triste ver la actual situación de la Iglesia fruto de la traición de estos Judas modernos.
    Muy buen recordatorio este impecable artículo.

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