Krasny Bor: así me lo contó un divisionario

NOTA.- Homenaje en el 80º aniversario de la batalla de Krasny Bor

D. Jesús María Fernández Medrano 

Dedicado a la memoria imperecedera del Tte. de Infantería D. Jesús María Fernández Medrano de cuyo temple da sólo una ligera idea el siguiente apunte biográfico: Voluntario desde el inicio de la Cruzada Española, el 30 de diciembre de 1937 sufrió una gravísima herida en combate, por bala de fusil, en el asalto a posiciones rojas durante la reconquista de Teruel, que a punto estuvo de costarle la amputación del brazo derecho, salvado sólo in extremis. Posteriormente, mediante una “neurorrafia” practicada por el eminente neurocirujano Argüelles, recuperó parcialmente su movilidad, quedándole no obstante importantes secuelas que limitaban su movimiento. Ello no impidió que fuera voluntario a Rusia encuadrado en la División Azul, tomando parte en la Cruzada Europea contra el comunismo, en la 4ª Cía. del Regimiento 263 (Cía. de armas de apoyo del primer Batallón). En 1956, por unir los apellidos paternos, su filiación se convirtió en Jesús Mª Fernández-Navarro de los Paños Medrano. Pasó a la situación de retirado con el empleo de coronel en Madrid el 9/11/1980 y falleció en dicha plaza el 30 de mayo de 1998 a la edad de 81 años.  

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Para todos cuantos estuvieron en la jornada de Krasny Bor el recuerdo de aquella batalla permaneció de por vida como hito indeleble de su paso por la División Azul.

De ese recuerdo formaban parte los camaradas que no regresaron a España. Varios miles, porque quedaron enterrados en la tierra helada, y varios cientos, porque sufrieron un largo y penoso cautiverio antes de poder regresar.

Pero todos; los que volvieron, los que tardaron en regresar y los que desde allí subieron directamente a toque de llamada para formar en los luceros, habían ido a Rusia con el ferviente deseo -malogrado- de librar a Europa y al pueblo ruso de la ergástula Soviética.

Con su generosa entrega habían querido que el martillo volviera al taller y la hoz al trigal, recuperando así la noble función que les había sido usurpada convirtiéndolos en simbólicas herramientas para crucificar pueblos y cercenar libertades. Y colocándolas por ello sobre una bandera roja teñida de sangre.

Pues bien, yo tendría doce o trece años cuando escuché el relato de aquel divisionario y mi imaginación infantil, reprodujo con tal fidelidad el escenario y el dramatismo de la jornada, que hoy, sesenta años después, lo puedo evocar con total fidelidad.

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“El servicio de información alemán había advertido que era inminente un ataque a gran escala; una ofensiva en toda regla. Nuestras observaciones sobre los movimientos y actividad en las líneas rusas, también lo confirmaban.

El capitán de la compañía nos reunió a los oficiales pues tenía una duda de conciencia: ¿Debería avisar al “Pater” para que quienes lo desearan pudieran confesarse? Aquello sin duda era alertar a la tropa de lo que se nos venía encima y transmitir la certeza de que para muchos sería el último amanecer…. o el amanecer eterno. Según se mire.

Una noche en tensión, esperando la batalla, es agotadora y el sueño desaparece. Cansancio y sueño que se manifiestan luego a lo largo del día durante el combate, precisamente cuando más falta hace un cuerpo brioso y una mente despejada.

¿Pero quién cargaría sobre su conciencia la responsabilidad de que alguien tuviera que presentarse ante el Juez Supremo, sin haber tenido tiempo, ni tan siquiera, para un minuto de contrición por causa de un balazo certero o la explosión de una granada?

Los tres oficiales estuvimos de acuerdo con el capitán; era preciso que el Pater viniera a primera línea para que, quien lo deseara, pudiera arreglar sus cuentas.

Fueron muchos, muchísimos los guripas y cuadros de mando que quisieron confesarse pero la cosa resultaba ágil, las confesiones eran cortas.

El dolor de los pecados era intenso; el propósito de enmienda, sincero; decir los pecados al confesor, rápido, que tampoco eran tantos… y el Pater que ya se los conocía, ayudaba… Y en cuanto a cumplir la penitencia; lo sería sobradamente tan pronto como amaneciera.

Las confesiones eran de pie, en algún lugar apartado de la trinchera o, más a retaguardia, paseando por el bosque en las posiciones del segundo escalón. Luego un momento de rodillas para recibir la absolución, cuando ya se acercaba el siguiente.

“Aún no había amanecido y repentinamente se desencadenó una tempestad de fuego (AQUÍ  video de una preparación artillera soviética). Un soldado veterano distingue perfectamente el tronar de la pieza al efectuar el disparo y el reventar de la granada cuando se produce el impacto. Tiene incluso, en un frente estabilizado como era aquel, incrustado en su reloj biológico el tiempo que transcurre entre el sonido lejano que retumba y la explosión próxima mucho más atronadora, seguida del escalofriante sonido de la metralla rasgando el aire”.

“Habían pasado tan sólo unos minutos y se había desencadenado tal infierno que ya era imposible discernir entre el sonido de los disparos y las explosiones de las granadas: Tampoco distinguir entre calibres, orígenes de fuego y zonas de caída.

Era un tronar continuo, en el que se entremezclaban los disparos y las explosiones, con una densidad y cadencia tan inusitadas, que tal parecía nos hallábamos en el mismo infierno, o en la caldera de un volcán en erupción.

Pronto desapareció toda visión. La nieve pulverizada, como densa niebla, constituía una cortina infranqueable para los ojos, tras de la cual se apreciaba el relampaguear de las explosiones, siendo la intensidad del fogonazo, más que el propio sonido, lo que ponía en evidencia la proximidad del impacto”.

Cap. José Luís Gómez Díez-Miranda, muerto el 10 de febrero en Krasny Bor

Aquel divisionario era, como casi todos los oficiales, veterano de la Cruzada y por ello al iniciarse el “fregado” le había gritado casi al oído a un camarada: “Brunete, Belchite, Teruel y el Ebro es un juego de niños comparado con la que se nos viene encima”. Y así lo pensaba y decía aún a pesar de que, precisamente, casi había perdido el brazo derecho en la reconquista de Teruel.

“Llevábamos ya casi una hora azotados por aquel vendaval de fuego y metralla. Ya no era posible ni hablar, ni ver, ni oír. Tampoco dar órdenes ni recibirlas. Las líneas telefónicas estaban troceadas o desaparecidas, al igual que las alambradas. La nube de nieve pulverizada que todo lo cubría, había dejado paso a una ciénaga de barro negro en suspensión que oscurecía aún más el cielo a pesar de que se iniciaba la alborada.

Estábamos cuerpo a tierra, el suelo retumbaba y se estremecía. Ya no escuchábamos las explosiones, estábamos sordos pero seguíamos percibiendo el bombardeo porque la tierra nos transmitía las vibraciones y veíamos los relámpagos mientras alguna explosión próxima nos cubría de barro.

No se que pensarían otros, pero yo al menos  (y como yo, supongo que aquellos que por ser veteranos eran capaces aún de pensar en aquella situación) creía que tarde o temprano tendría que acabarse aquel infierno, pues por mucha artillería que tuviera el Ejército Rojo y por mucha munición que hubieran acumulado, tal intensidad de fuego no podía se eterna. Aquello no podía durar mucho más, y cuando se acabara, quienes vivieran para contarlo, tendrían que hacer frente a las inacabables oleadas de la infantería rusa acompañada por carros de combate con sus repetidos gritos de ¡Hurra! ¡Hurra! Y la consabida cantinela, cadenciosamente repetida al paso del avance, ¡Spanski kaput! ¡Spanski kaput!.

Cementerio de Mastelevo. La primera sepultura es la del Cap. José Luís Gómez Díez-Miranda

Yo pedía a Dios que llegara pronto tal momento, pues prefería morir viéndonos las caras y tratando de pararlos, que ser volatilizado por una granada de artillería sin tan siquiera poder vender caro el pellejo.

Todo esto eran pensamientos difusos mientras completamente aturdido eructaba gases con sabor a cordita y a trilita”.

“Hacía tiempo que aquel infierno parecía haber alcanzado su máxima intensidad y sin embargo, repentinamente, se incrementó el vendaval de fuego, así en la cadencia como en la potencia de las explosiones y entonces supe que había llegado mi última hora. Comprendí que tenía que morir.

Mi pensamiento voló a Madrid, a la casa de mis padres.

El sentimiento no era de temor, era de tristeza y de nostalgia. Cerca de donde yo estaba se habían detenido unos camilleros que evacuaban a un herido y permanecían cuerpo a tierra junto a la camilla esperando una tregua para continuar la evacuación.

Recordé que en el bolsillo del capote tenía una postal de guerra alemana y allí mismo, tras poner la dirección de mis padres, escribí con urgencia como si realmente me restaran sólo segundos de vida: “ESTOY COMO PEZ EN EL AGUA” y luego, sin una despedida, sin poner mi nombre, sin rúbrica alguna, repté los metros que me separaban de la camilla y tras cruzar la mirada con uno de los camilleros, introduje la postal entre los botones de la guerrera de aquel pobre guripa herido o moribundo”.

“Casi un mes después la tarjeta llegó a Madrid. Al leerla mi padre estando sentados a la mesa, exclamó: ¡Desde luego este chaval tiene una moral increíble, está en la guerra y sigue con sus bromas y su sentido del humor de siempre!

Mi madre por el contrario rompió a llorar desconsolada diciendo: ¡Pero si esto es una despedida!”

Dios tenía dispuesto que aquel teniente de la División Azul debía volver vivo a España y entonces supo que para la intuición de una madre no existen las distancias. Ni en el tiempo ni en el espacio.

El siempre consideró que aquel día 10 de febrero de 1943 había vuelto a nacer y como su chapa de identificación (que siempre conservó como un talismán) tenía el número 10999, en Navidad siempre jugaba a un número de la lotería terminado en nueve, si bien es cierto que, al igual que las granadas rusas de aquel histórico día, nunca le cayó premio alguno encima…. También eso debía estar escrito en las estrellas.

La noche del nueve al diez de febrero, de todos los años, yo veía que aquel divisionario se recluía en sus trascendentes recuerdos y el día diez solía confesarse y comulgar. Al verlo ensimismado en sus pensamientos, guardaba un respetuoso silencio pues intuía que aquellos momentos debían tener para él un hondo significado.

Y aquel silencio mágico, que al recordarlo hoy me oprime el pecho, se desvanecía al decirme: “Tu entonces sólo existías en el pensamiento de Dios… Pero aquel día, hijo mío, yo volví a nacer”

POEMA A  LOS  HÉROES DE KRASNY BOR


2 respuestas a «Krasny Bor: así me lo contó un divisionario»

  1. » Ello no impidió que fuera voluntario a Rusia encuadrado en la División Azul, tomando parte en la Cruzada Europea contra el comunismo»

    Esta verdad es la que hoy se pretende ocultar

  2. Fueron unos héroes en la lucha contra el comunismo.Al contrario que nosotros que tuvimos que abandonar la antigua provincia del Sáhara;sin luchar y abandonando a la población, mujeres y niños.Por orden del Gobierno de entonces.

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