La Armada y la Semana Grande de La Coruña de 1930

La Semana Grande de las fiestas del agosto coruñés ha sido siempre la catalizadora por excelencia de la atención, tanto de los coruñeses como de los forasteros que nos visitan, en temporada veraniega, constituyendo el inicio de las fiestas mayores de la ciudad que se celebran en honor a la heroína María Pita, rememorando la heroica defensa de la ciudad frente a los ingleses en 1589.
Generalmente, se fijaba a partir del primer domingo de agosto, prologándose a lo largo de los siete días siguientes y en esos días se celebran los actos más relevantes del programa de las fiestas que, hasta hace muy pocos años, cuando el ruin populismo y malvado sectarismo de la marea se proyectó como un tsunami de agua sucia y tóxica sobre la ciudad, incluía la tradicional feria taurina, recuperada en tiempos del Alcalde Francisco Vázquez, entre otras actividades.
Por estos años que nos ocupa -siglo XX-, en ese primer domingo de agosto se celebraba la Función del Voto -desde 1999, se celebra el domingo más próximo al 8 de mayo- en recuerdo del compromiso sellado por los coruñeses con la Virgen del Rosario, Patrona de la ciudad, allá por 1589, cuando la plaza se hallaba en serio trance de peligro, cercada por un ejército inglés.
Después, a lo largo de los siete días siguientes, se sucedían las corridas de toros, los paseos de moda en el Relleno, las verbenas y conciertos populares, las competiciones deportivas, las pruebas náuticas, el concurso hípico, la cabalgata histórica y la batalla de flores y otras actividades.
Así fue, también, aquella Semana Grande de 1930 que comenzó el domingo 3 de agosto y se prolongó hasta el día 10 siguiente. La primera semana de aquel mes en que se fraguaría, en San Sebastián, el pacto de la izquierda que nos conduciría a los levantamientos militares del siguiente diciembre -Jaca y Cuatro Vientos- y al golpe de Estado que, con una legalidad más que dudosa, proclamó la II República, en abril del año siguiente que, al final, desembocaría en la guerra civil.
Sin embargo, en este caso, obviando otros asuntos, lo que nos ocupa es aquella Semana Grande coruñesa del último verano de la monarquía alfonsina.
A las cinco de la tarde del día anterior -sábado, 2-, comenzaron a entrar en el puerto coruñés las unidades pertenecientes a una División Naval de la Armada, integrada por los Acorazados “Alfonso XIII” y “Jaime I”; los Submarinos “B-2”, “B-3” y “B-4” -el “B-1” que formaba parte de la flotilla, donde enarbolaba insignia su jefe, no concurrió a la cita por avería- y los Torpederos “2”, “7”, “9” y “10”, que iban a acompañar a los coruñeses a lo largo de aquella Semana Grande. Enarbolaba insignia de la División, en el Acorazado “Jaime I”, el Vicealmirante Rafael Morales.
Aquel mismo domingo, como inicio de la Semana Grande, se celebró, en la iglesia de San Jorge, la tradicional Función del Voto, presidida por el Arzobispo de Santiago, a la que asistieron, además de la Corporación Municipal, las primeras Autoridades de la ciudad. Este concurso de Autoridades y Corporación no volvería a producirse hasta el año 1937 ya que, al igual que sucedió durante los años 2016 a 2019, con la presencia de los sectarios de la marea en el Ayuntamiento, la “democrática” e “idílica” II República prohibió la asistencia de representaciones a este acto religioso, teniendo que ser un grupo de católicos coruñeses los que mantuvieron viva la tradición.

En la actualidad, la sectaria alcaldesa socialista, ha eliminado de la fiesta todo el boato y la prestancia que tenía, no participando en ella la Ciudad como tal, convirtiéndola en una fecha que pasa inadvertida para la mayoría de los coruñeses.
Volviendo a aquella Semana Grande de 1930, también, ese domingo, tuvo lugar otra cita tradicional en La Coruña, la “Fiesta de la Flor” -cuestación popular en pro de la lucha contra la tuberculosis- cuya primera edición se había celebrado, precisamente en nuestra ciudad, en 1912, siendo imitada, posteriormente, por otras ciudades españolas, lo que condujo, en 1914, a su regulación oficial.
De igual modo, ese mismo día, comenzó, en la plaza de Toros, la Feria Taurina que se desarrollaría a lo largo de la semana. Además de esto, durante la Semana Grande, se celebraron verbenas en la Ciudad Vieja, en el Relleno y en el Campo de Marte; bailes benéficos de gala en el Ayuntamiento; Concurso Hípico; demostraciones aéreas; pruebas de deportes náuticos; lanzamiento de fuegos artificiales y elevación de globos; conciertos de Bandas de Música, así como de las Músicas de Infantería de Marina, adscrita a la Escuadra, y del Regimiento de Infantería “Isabel la Católica” nº 54 de guarnición en la ciudad; bailes de etiqueta y fiestas organizadas por las Sociedades más señeras de la ciudad; festivales folclóricos; bailes a bordo de los buques de la Armada; artísticas iluminaciones como las de algunas de las noches en las que, los potentes reflectores de los Acorazados iluminaron las calles y paseos de La Coruña, rivalizando en esplendor con la artística iluminación de los jardines de Méndez Núñez.
El jueves y viernes, se celebró la Batalla de Flores, uno de los platos fuertes de las Fiestas, que recorrió los Cantones, plaza de Mina, Compostela, Picavia, Sánchez Bregua, hasta la plaza de Orense. En la primera salida, que contó con la presencia de miles de coruñeses, participaron diferentes carrozas elegantemente adornadas, así como un número importante de vehículos a motor.
En la segunda salida, que tuvo lugar el viernes, día 8, su itinerario fue mucho más largo ya que, saliendo del Obelisco, recorrió la Marina, calle de la Fama, Real, Castelar (Rúa Nueva), San Andrés, Juana de Vega, Plaza de Mina, Picavia, plaza Orense, Sánchez Bregua, Cantones y Marina, contando con un mayor número de carrozas y vehículos, siendo seguida igualmente por miles de coruñeses y forasteros.
El domingo, día 10, como broche de oro a la Semana Grande, se celebró la “Serenata Marítima”, un número festivo con mucha tradición en nuestra ciudad que atrajo a cientos de coruñeses a la zona portuaria para ver surcar, en las aguas de la bahía, a varias bateas engalanadas con artísticos motivos y otras embarcaciones iluminadas con farolillos venecianos a bordo de las que se encontraban diferentes grupos folclóricos. La Serenata concluyó con una magnífica sesión de fuegos artificiales.
Durante los días en que los buques de la Escuadra permanecieron en el puerto coruñés, se organizaron diferentes actos en honor a su Oficialidad y dotaciones. Recepciones, almuerzos, bailes de gala en las Sociedades, visitas a la ciudad… Por su parte, los Acorazados fueron visitados por muchos coruñeses durante las jornadas de “puertas abiertas” que se organizaron.
De los buques surtos en el puerto, viejos conocidos la mayoría de ellos de los coruñeses por sus anteriores visitas al puerto, podemos decir lo siguiente:
Los Acorazados “Alfonso XIII” y “Jaime I”, las unidades más poderosas de la Armada por aquellas fechas, pertenecían a la clase “España”, cabeza y primero de la serie, que resultó perdido al embarrancar el 26 de agosto de 1923 en Cabo Tres Forcas, a causa de la niebla, cuando operaba, junto con otras unidades navales, en la campaña africana.

Del tipo “Dreadnought”, fueron construidos en la factoría ferrolana de la S.E.N.C., siendo entregados a la Armada en 1914, el “Alfonso XIII”, y en 1921, el “Jaime I”.
Desplazaban 16.400 tn. a plena carga, con una eslora de 139,90 m., una manga de 24 y 12,74 de puntal. Disponían de cuatro turbinas Parsons, doce calderas Yarrow y cuatro hélices, con una potencia de 20.000 cv, lo que les proporcionaba una velocidad de 19,5 nudos.
Iban artillados con ocho cañones Vickers de 305 mm., veinte de 101,6 también Vickers y otras piezas menores. Su dotación era de 850 hombres, cada uno.
Tras la proclamación de la II República, el “Alfonso XIII”, se rebautizó como “España”, resultando hundido en aguas de Santander, el 30 de abril de 1937, tras chocar con una mina, mientras prestaba servicio en la Armada Nacional. Por su parte, el “Jaime I”, afecto a la flota del frente popular, sufrió una explosión interna en Cartagena, el 17 de junio de 1937.
Los Submarinos “B-2”, “B-3” y “B-4”, pertenecientes a la clase “B”, compuesta de seis unidades, nombradas correlativamente, fueron autorizados en 1917 y construidos por la Sociedad Española de Construcciones Navales (SECN), en su factoría de Cartagena, basados en el tipo americano F-105B, “Holland” mejorado. Los “B-2” y “B-3” entraron en servicio en 1922, en tanto que el “B-4” lo hizo al año siguiente.
Desplazaban entre 716 y 718 tn., en inmersión; eslora de 64,18 m.; manga de 5,60; puntal de 5,18 y 3,55 m. de calado. Armaban cuatro tubos lanzatorpedos de 450 mm. y un cañón Vickers de 76,2 mm.
Disponían de dos motores diesel Nelseco y dos motores eléctricos, que les proporcionaban una potencia de 700 cv., y les permitían una velocidad de 16 nudos en superficie y 10,5 en inmersión, con una cota máxima de 60 m. y operativa de 40. Su dotación era de entre 28 y 34 hombres.
El “B-2”, fue dado de baja en 1952; el “B-3”, en 1940, y el “B-4”, en 1941.

Los cuatro Torpederos -“2”, “7”, “9” y “10”- integrados en la División Naval presente en La Coruña, pertenecían a la larga clase Vickers-Normand, construidos en la factoría de la S.E.N.C. de Cartagena entre los años 1912 y 1921. En el pedido inicial, se habían encargado veinticuatro unidades que, finalmente, quedaron reducidas a veintidós.
Desplazaban 186 tn., a plena carga. Su eslora era de 59 m., manga 5 m. y 1,7 metros de calado. Eran propulsados por calderas Normand y turbinas Parsons con una potencia de 4.100 cv, su velocidad máxima era de 26 nudos y la dotación, 31 hombres. Su armamento constaba de tres cañones Vickers de 47 mm. y tres lanzatorpedos de 450 mm., uno sencillo y otro doble.
El “T-2”, había sido entregado a la Armada en 1912, encallando en Santander en septiembre de 1937; el “T-7”, se dio de alta en 1915, causando baja en 1946; el “T-9”, se entregó en 1915, manteniéndose operativo hasta 1943, y el “T-10”, causó alta en 1915 y fue retirado en 1932.
Así transcurrió, entre corridas de Toros, bailes de gala, batallas de flores, fiestas a bordo, fuegos artificiales y verbenas populares, aquella Semana Grande de las fiestas coruñesas de 1930, en la que la ciudad recibió, con cariño y admiración, a una representación de los buques de nuestra querida Armada.
Blog del autor: http://cnpjefb.blogspot.com/

Felicidades, al autor del artículo. ¿Es posible que la Armada Española no haya tenido nunca una potencia como la que tuvo en los años 20 y 30?
No nosengañemos, la Armada, en los 40 era patética, se recuperó algo en 60-70 pero creo que vuelve a ser de «la señorita Pepis». No así el Cuerpo de Infantería de Marina, que siempre ha ido a más. Tal vez me equivoque. ¡¡Se aceptan sugerencias!!
Tengo el honor de ser Alférez Reservista del glorioso Cuerpo de Infantería de Marina, la más antigua del mundo (1537). Hoy, igual que siempre, nuestro CIM se encuentra entre los mejores y más preparados del mundo; sin embargo, creo que la Armada dispone, en la actualidad, de unos buques modernos y muy operativos cuyas capacidades se verán incrementadas con la entrada en servicio de las F-110.
Es cierto que los Planes Navales de la monarquía de Alfonso XIII aumentaron, notablemente, su potencial, al contrario que la «gloriosa» II República que a punto estuvo de dejarla morir.
Después, por desgracia, la falta de recursos nos obligó a cancelar los Planes previstos y fue necesario recurrir a los yaquis para la cesión o venta de nuevas unidades, algunos muy obsoletas, pero que, gracias a la profesionalidad de nuestro marinos, cumplieron con creces con su cometido.
España es un país marítimo y siempre nuestra potencia vino de la mano del mar. Esperemos que algún día nuestros mediocres políticos comprendan que España será grande si lo es la Armada.
Cooorrectooo. Nuestro hombres de la Armada siempre han sido y son – y espero que sigan siéndolo – de lo mejor. Planes muy ambiciosos en los 40 como eran los del Ejército del Aire de Juan Yagüe… Lástima, pero las necesidades del momento eran la reconstrucción, la acumulación de capital y… ¡poder comer dos veces al día! Todo eso lo logró el Régimen del 18 de julio.
Sin duda alguna, el gran logro, aunque haya imbéciles que lo quieran negar.