La batalla gutural
Pasadas diez primaveras,
Del infame siglo octavo,
Ocurrió que unos lumbreras,
Un partido organizaron.
¿Un partido para qué?
Para presentar batalla,
A la gente del Magreb,
Por su fe y sus cimitarras.
Pues el islam que imponían,
De Damasco a Tingitania.
Seguía la sintonía,
De la herejía arriana.
Afirmaban sus adeptos,
Que si Hispania lo adoptaba,
Mataría los defectos,
Que la desestructuraban.
Defectos que eran debidos,
A las luchas y disputas,
Que entre godos y partidos,
La tenían disoluta.
Pues para frenar el ente
Que vestía con chilaba,
Se reunió toda esa gente,
Bien leída e ilustrada.
Les impulsaba, además,
Acabar con tanta infamia,
Que desde años atrás,
Se volcaba sobre Hispania.
Proponían por remedio,
Cenáculos y conferencias,
Que sacudieran el tedio,
Y alumbraran las conciencias.
Convencían a sus paisanos,
Usando verbo y cultura,
De que moros y cristianos,
No pegaban ni en pintura.
Mas para atajar los males,
Que por doquier se atisbaban,
Esos hombres principales,
La ruptura rechazaban:
«Utilicemos las normas,
De la monarquía goda,
Proponiendo su reforma,
Pero sin liarla gorda.
Diremos la verdad a medias,
Hasta tomar el poder.
Para salir en los media,
No hay que estar como hay que ser».
Mientras tanto había otro hispano,
Pequeñito, y con voz flauta,
Que intuía a los marranos,
Dirigiendo aquella pauta…
Y cuando daban un curso
Sobre qué había sido antes,
Si el ucraniano o el ruso,
El trono quedó vacante.
El Concilio subsiguiente,
Se oficiaría en Toletum,
Y mandaron a un ponente,
Muy solvente: su factótum.
Era Casius, con carisma,
Con buena planta y talante.
Usó la prosa y la rima,
En su discurso brillante.
Oppas y toda su murga,
Del Concilio le expulsaron,
Mas la Hispania que madruga,
Armonía oyó en sus labios.
A Oppas le exigió el pueblo,
Que entronara a su enemigo.
Y aquel ideó el arreglo,
De enfrentarle a Don Rodrigo.
Rodrigo era más bien flojo,
Y hombre de misa diaria,
Aunque se diera al antojo,
De moras, hebreas o arias.
También era opuesto a Oppas,
Por ser este witiziano
Y amigo de aquella tropa,
De turbantes y de arrianos.
Oppas nutrió la discordia,
Entre Casius y Rodrigo,
Para lograr la victoria,
Fragmentado el voto amigo.
En suma, que tres rivales,
(Dos de ellos de Witiza),
En comicios estivales,
Se enfrentarían en liza.
El hispanito entretanto,
Acopio hacía en las cimas.
Le causaban más espanto,
Las urnas que la morisma.
Y mientras aquella gresca
En la corte se montaba,
Tariq con su soldadesca,
Tomaba Septem sin trabas.
Se la entregó Don Julián,
De la casa Puigdemón.
Que era mucho más que un clan,
Porque pactó con los dos.
Los de Oppas y Rodrigo,
Que a cambio de un dineral,
Los votos del ceutí altivo,
Tendrían «pa’gobernar».
La alarma impuso la corte,
Sólo a eso se atrevieron,
Los que entregaron la dote,
A marranos y extranjeros.
Y el buen y fiel espatario,
Refugiado en las montañas,
Bajó a pedir voluntarios,
Con que defender España.
Pero unos votando estaban.
Más temían pucherazo.
Otros escuchaban charlas.
Y muchos ponían el cazo.
Algunos manifestantes,
Contra el estado de alarma,
Le dejaron sus tirantes
Rojigualdas, como arma.
También los había dispuestos,
A frenar al moro impío,
Pero endulzaban el gesto,
Ante el taimado judío.
Los halló muy entregados,
A las fuerzas policiales,
Sin meditar que al Estado,
Servían cuál criminales,
Y es que Hispania era un solar,
De ociosos muy informados.
No existe peor lugar,
Para alistar esforzados.
Sólo entre trabajadores,
Habría encontrado guerreros,
A tuiteros y oradores,
Les agrada poco el hierro.
Pelayo, que ese era el nombre,
Del hombrecillo valiente,
No encontró pues ningún hombre,
Que fuera con él al frente.
La batalla «gutural»,
Frenó la del Guadalete,
Pero peor fue el final:
Pues todo se fue al garete.
A Pelayo, allá en el norte,
Nadie le proclamó rey.
E Hispania nunca fue el corte,
Que frenó la mora grey.
No surgió la Reconquista.
Y ahora la Cristiandad,
Se limita a alguna arista,
Cercana a la nulidad.
(Alguien dirá, muy certero,
Que al moro echamos de dentro,
Y aún así el mundo entero,
Acabó como en el cuento.
Y es cierto, con un matiz:
Las almas que han ido al Cielo,
Por luchar con cicatriz,
Y no escuchando señuelos).

La Hispania romana, pacífica y cristiana. Los godos romanizados, a la Hispania defendieron, defendiéndose con ello. Pero tomaron la cruz, y eso no gusto al marrano, que siempre prefirió al sarraceno, mucho antes que al cristiano (que diría Maimónides).
Y es lo que hicieron siempre: divide y vencerás; y ocho siglos nos tiramos de delante para atrás.
Mejor cada día que pasa, querido Jaime, como los buenos vinos.
He encontrado por ahí en un viejo libro de historia de tiempos de Franco este fragmento de poema que me ha encantado.
Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616); herido en la Batalla de Lepanto contra el Turco
(Epístola a Mateo Vázquez)
Vi el formado escuadrón roto y deshecho,
y de bárbara gente y de cristiana
rojo en mil partes de Neptuno el lecho.
La muerte airada, con su furia insana,
aquí y allí con prisa discurriendo,
mostrándose, a quien tarde, a quien temprana.
El son confuso, el espantable estruendo;
los gestos de los tristes miserables
que entre el fuego y el agua iban muriendo.
Los profundos suspiros lamentables,
que los heridos pechos despedían
maldiciendo sus hados detestables.
(…)
El pecho mío de profunda herida
sentía llegado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida.
Pero el contento fue tan soberano
que a mi alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el cristiano.
Que no echaba de ver si estaba herido,
aunque eran tan mortal mi sentimiento
que a veces me quitó todo el sentido.