La demolición institucional de la familia

El día 29 de diciembre los católicos celebramos la festividad de la Sagrada Familia, en la que se nos invitaba a imitar a José, María y al Niño Jesús, quienes desde un principio tuvieron que enfrentar peligros y dificultades, pero demostrando que siempre el amor puede más que la muerte. Ellos son reflejo de la Trinidad y modelo de toda familia.

Hasta hace muy pocos años, muchos reconocíamos que la familia es el lugar donde Dios viene al mundo al encuentro con los hombres. La familia era esa célula principal de la sociedad, integrada por los padres e hijos y por cuantos con lazos consanguíneos se sentían unidos, protegidos, amados y felices. Era el lugar donde se aprendían los valores y su práctica constituía la base para el desarrollo y progreso de la sociedad.

Era, sin lugar a dudas, el único espacio donde sus miembros se sentían confiados, plenos y defendidos. Era, quizás, el refugio donde se nos aceptaba y festejaba por los que somos, sin importar la condición económica, cultural, intelectual, religión a profesar o preferencia sexual. La familia nos cobijaba, apoyaba, nos amaba y respetaba.

En el ambiente familiar de un hogar bien constituido, el niño vivía bajo la influencia de determinados principios que reflejaban de modo admirable el orden del universo: la unidad en la diversidad, la jerarquía, la estabilidad, la rectitud moral, etc.

Hablo en pasado, porque en la situación social actual, la familia ha experimentado un cambio tan substancial que, desgraciadamente ha quedado reducida a los problemas de la pareja, a la emancipación de sus descendencias y al arbitrio de una ideología de género o cultura del desastre proponiendo nuevas definiciones  de la familia, tales como  extendida, ensamblada, monoparental, homoparental y de hecho para que las nuevas generaciones cuestionen su verdadero rol en la sociedad, apartando o dejando de lado aquellos valores trascendentes, que siempre han cimentado la buena educación, la progresiva formación y la consustancial suma de bienes constitutivos, todos ellos,  de la formación de la personalidad de cada uno de sus miembros; siendo la familia el pilar en el que se fundamentaba siempre  el desarrollo psicológico, social y físico del ser humano; era, pues la familia, en definitiva donde se nos enseñaba las responsabilidades y obligaciones para actual con la mejor visión se nosotros mismos.

En resumen, estamos asistiendo a la demolición institucional de la familia y percibimos que está siendo atacada por tres frentes simultáneos, que se apoyan mutuamente: el jurídico-institucional, el educativo y el de las costumbres, en concordancia con una concepción filosófica radicalmente atea, igualitaria y libertaria, para producir un cambio fundamental e irreversible en la familia.

Actuando de este modo, la izquierda ideológica no sólo escoge un terreno que le es tácticamente más favorable ‒dada la permisividad moral que tiende a aumentar en Occidente‒, sino que obedece también a sus objetivos estratégicos a largo plazo y a sus más radicales principios filosóficos.

La destrucción de la familia para alcanzar el igualitarismo ‒so pretexto de modernización, progreso y liberación sexual‒ parece en estos momentos un camino menos peligroso a los designios revolucionarios que la destrucción de la propiedad privada a golpes de decretos o de fuerza, que despertaría reacciones incontrolables.

El socialismo marxista sabe perfectamente que, si todos los individuos creciéramos dentro de un seno familiar, la sociedad se enfrentaría a menos problemáticas: Tendríamos el sentido de responsabilidad bien definido, habría menos violencia (dentro y fuera del hogar) y más respeto tanto por la naturaleza como por el entorno social.

Por ello, han endulzado el camino para que no todos tenemos la dicha de crecer dentro de una familia amorosa, estable y unida; han propiciado que con un sueldo no pueda vivir la familia, sacando a la mujer del hogar, con el consiguiente abandono de la prole y la disgregación marital, por lo que  muchos individuos prefieren separarse de sus familias porque en ella no encuentran amor, respeto o apoyo y es ahí cuando deciden salir a buscar refugio en otras distracciones donde ponen en riesgo su integridad física, mental y emocional.

Hoy el núcleo de la célula está dañado, la sociedad adolece de estas fracturas y las refleja en sus relaciones y entornos; surgen acciones de violencia, desapegos, inconformidades. Por ello la tarea como sociedad es luchar por proteger a la familia, y promover un ambiente de respeto, valores, educación y amor a nuestros hijos; una familia que esté unida en todas las situaciones de la vida.

La familia católica comunica a sus miembros una mentalidad y un modo de ser que los hace naturalmente refractarios al utopismo revolucionario, y eso o saben la izquierda radical, de ahí la triple radicalización atea, igualitaria y libertaria.

Saben perfectamente que, en el ambiente familiar de un hogar bien constituido, el niño vive bajo la influencia de determinados principios que reflejan de modo admirable el orden del universo: la unidad en la diversidad, la jerarquía, la estabilidad, la rectitud moral, etc. Precisamente por esto, los socialistas luchan para que la familia desaparezca.

En una palabra, podemos afirmar que se nos está olvidado que la familia es signo del diálogo Dios – hombre. Padres e hijos debemos estar abiertos a la Palabra y a la escucha, sin olvidar la importancia de la oración familiar que une con fuerza a los integrantes de la familia.

Pero ¡ca!, estamos inmersos en una demolición moral e institucional de la familia, y estoy seguro que muchos de los que leen estas líneas, se encuentran desanimados o incluso angustiados por los acontecimientos relativos a este tema. Amén de que les asombra y preocupa mucho que, dentro de la misma Iglesia, se levanten voces contra la doctrina católica en materias tan importantes relativas a la familia, al matrimonio y a la sexualidad. Aún les preocupa más que, aparentemente, esas voces no sólo no sean corregidas por la autoridad eclesial, sino que, en muchos casos, las autoridades hacen la vista gorda o incluso son los mismos obispos y cardenales los que reniegan públicamente y con impunidad de la fe y de la moral de la Iglesia.


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