La esencia de la piedad
Ver, amar y buscar a Dios
Ver, amar y buscar siempre la gloria de Dios; considerar, estimar y utilizar todas las cosas con la mira puesta en Dios, es cumplir ese deber esencial llamado la piedad. Tener en el espíritu la verdad, en el corazón la caridad, en la acción la libertad, esto es tener la piedad. La piedad es la unidad: la piedad no es, pues, otra cosa que el conocimiento, el amor y el deseo de la gloria de Dios en todo y ante todo, es conocer, amar y servir sólo a dios por Él mismo, y todo lo demás por Dios.
Conocer, amar y servir: la piedad es todo esto a la vez, porque estos son tres actos son los que, unidos y concentrados en Dios y aplicándose a todas las criaturas, constituyen la piedad, disposición única y universal que es útil para todo.
La verdad se hace en la caridad
Hagamos la verdad en la caridad para que en todas las cosas crezcamos en aquel que es la cabeza, Cristo Jesús (Ef. 4, 15). Estas palabras de san Pablo indican, con la profundidad de sentido y la brevedad de expresión que le son propias, todo lo que constituye la piedad: su fin, sus medios, sus operaciones.
Su fin es creer en Dios por Jesucristo para la gloria de Dios. Porque Jesucristo es la cabeza del cuerpo debo ser miembro y en el cual es preciso que yo crezca, si quiero procurar Dios la gloria que debo rendirle.
Sus medios con todas las cosas, todas las criaturas. Todas las criaturas en el plan de Dios son instrumentos. Estos instrumentos están en manos de la piedad; ella es la que debe manejarlos y utilizarlos en la grande obra, y sólo ella es la que los maneja bien y los utiliza con eficacia: ella es la que utiliza todo. Sus operaciones son ver, amar y buscar a Dios en todo; eso es lo que expresan estos tres términos: hacer la verdad en la caridad.
Unión de estas tres operaciones en la piedad
Estas tres operaciones no deben en manera alguna separarse porque la piedad, en su esencia completa, es a la vez conocimiento, amor y acción: verdad, caridad, libertad. De la unión intima, de la compenetración mutua de esos tres elementos es de donde nace esta única y gran disposición, la piedad. De los tres elementos, es la caridad el centro de la piedad, el vínculo de la perfección. Conozco para amar y obro amando; el desarrollo del cuerpo de la piedad se verifica así por la edificación de la caridad.
Es bueno recordar aquí, para meditar su profundidad infinita, el mandamiento que es el mayor y el primero de los mandamientos: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma con toda tu mente y con todas tus fuerzas (Mc. 12, 30). Amarás es el acto central de la vida. El amor es la más alta expresión, la última palabra de mi poder. Cuando amo, me concentro y me resumo todo entero en mi amor, me doy totalmente al servicio de aquel a quien amo.
Amarás, ¿ a quién? -Al Señor tu Dios, a Él sólo. ¿Por qué? -Porque es tu Señor y tu Dios, es decir, tu Dueño y tu Todo. Le amarás por sí mismo, porque es Él. ¿Y cómo le amarás? Con toda la mente: he aquí el conocimiento de la verdad. Con todo tu corazón: he aquí propiamente el amor, la caridad. Con toda tu alma y con todas tus fuerzas: he aquí la acción la libertad.
Definición del Catecismo
Con una apariencia más humilde, pero con un sentido no menos profundo, el catecismo enseña toda la doctrina de san Pablo y san Juan. ¿Para qué fin, pregunta, ha criado Dios al hombre? Para conocer, amar y servir a Dios y así merecer la felicidad eterna. Conocer, amar y servir son los tres términos constitutivos de la piedad, las tres palabras que resumen toda la religión. Ahí está el todo de la vida, el todo del hombre, el único porqué de la existencia.
Conocer, amar, servir; inteligencia, voluntad, acción; vista, amor, ansia; verdad, caridad, libertad: son siempre los tres mismos términos, unidos en el mismo orden. Conocer para amar, amar para servir; servir amando, amar conociendo: ésa es toda la vida cristiana, y es toda la piedad.
Y este conocimiento, este amor y este servicio que constituyen la piedad y la gloria de Dios merecen la infinita recompensa de la eterna salvación. Gloria de Dios en el conocimiento, amor y servicio de su Majestad; felicidad del hombre en la posesión de su bondad: he aquí toda religión, toda piedad en la tierra y en el cielo.
Ave María Purísima.
NOTA: Fuente, libro: La vida interior. Joseph Tissot. Herder. 2003. Pág. 89 a 94.

El colmo del sacerdote es que no vive de su propio esfuerzo, es dado por los que sí hacen esfuerzo, autoengaño en el camino de llegar a conocer a Dios, cuando es al revés la piedad del que sí hace esfuerzo para el sacerdote que predica su autoengaño.
Saludos cordiales
No se ama, se quiere al Padre porque sí; porque así nos lo mandan. En principio puede ser así; pero conviene…, hay que llegar a preguntarse por qué es así… porque le de debo todo, y a pesar de mis continuos fracasos siempre está dispuesto a darme otra oportunidad. Y de ese pensamiento, inevitablemente se llega al agradecimiento: Gracias por el prójimo, por la empatía, por la comida, por el aire, por el sueño, el llanto y la risa; por ver, por respirar, por sentir; por vivir; por haber vivido. A pesar de nuestras traiciones, nos quiere. Los que no le conocen no pueden traicionarle, pasarán por este mundo como pasa el viento entre las hojas; pero aquellos a los que se ha dado a conocer, si podemos. No basta con la justicia, con la misericordia para ser uno con el Padre, hay que creer.
Y olvidé decir lo más importante…gracias por el Hijo; por la luz que nos permite creer.