La evolución de un joven desde el comunismo al catolicismo

Nicolás H. C. es un joven graduado en Sociología y a punto de terminar Filosofía. Proviene de un hogar catalanista, pero apolítico y centrista. Encontró en los grandes ideales de la fe católica la respuesta plena que buscaba su alma y su mente inquieta. En esta entrevista nos cuenta su proceso de búsqueda de la Verdad desde el comunismo y diferentes ideologías, que nunca llegaban a satisfacerle.
¿Por qué llegó a seguir las ideas comunistas?
Supongo que por una combinación de motivos tan comprensibles como extendidos entre aquellos que se consideran a día de hoy comunistas. El primero es una intención por aproximarse a la idea de Bien, aunque sea intuitiva y no clara. Me explico, no se trata de una determinación tomada después de embriagarse de obras platónicas y aristotélicas, si no una apetencia natural y primitiva por aquello más beneficioso que tiene su génesis en el alma de todo ser que no se haya alejado de la bondad. Desear el bien para sí y para los demás es bueno y es una muestra de amor, ahora bien, como bien es sabido, el Diablo gusta de ofrecer males disfrazados de bienes, y aquí cobra importancia el segundo motivo: la inmadurez o puerilidad. El comunismo dice perseguir una justicia social absoluta, un futuro alcanzable en el que toda persona tenga acceso a aquello que desee, y estas promesas tienen un efecto tremendo en la mente de una persona con poca experiencia en este mundo. Es por ello que, ante esta carta de presentación, es altamente probable que alguien con buenas intenciones y con una importante ingenuidad sucumba a las tretas argumentativas del comunismo. Claro está que no hace falta que el nuevo militante use los principios descubiertos como raíles inamovibles en su quehacer cotidiano, con que se haga llamar comunista y lo defienda en los sucesivos debates que se le presenten ya está legitimado a llamarse ‘comunista’. Es decir, más allá de la figura del comunista practicante, habitual entre los sujetos más inclinados a la intelectualidad y al compromiso, y, por qué no decirlo, a la bondad, está la figura del comunista estético, que se lucra de una supuesta superioridad moral que invoca constantemente para demonizar a sus adversarios y acabar rápida y falazmente las discusiones.
¿Llegó a odiar a la Iglesia?
Por supuesto. Si usted se adscribe a un ideario concreto, comulgará con todos sus puntos; al menos, al principio, por aquello del fervor del converso. La Iglesia es presentada en el cosmos comunista como parte de la superestructura, es decir, aquellos elementos culturales que protegen los intereses de las estructuras de explotación subyacentes, por lo tanto, el comunista encuentra la necesidad lógica de oponerse y declarar la guerra a aquello que permite y promueve la explotación proletaria. En el fondo es lógico. Más allá de posicionamientos intelectuales y académicos, se puede apreciar en la realidad social una división entre elementos tangibles y elementos abstractos, influyendo ambos en la actividad humana. Hay ocasiones en las que la realidad material o tangible informa o modela la realidad cultural o abstracta, y hay ocasiones en las que sucede de modo inverso. En el caso de las plantas y su desarrollo sucede algo análogo: una planta concreta necesitará unas condiciones de suelo que permitan su germinación y desarrollo, así como algunas plantas pueden alterar la alcalinidad o la acidez del suelo en el que se encuentran. En el caso del comunismo vemos que se trata de la primera situación: aspira a cambiar la realidad material, siendo esta sostenida en gran medida por la realidad cultural. Si se quiere plantar un ideal en un suelo que no lo va a sostener, habrá que remover el suelo y sustituirlo por una tierra adecuada.
Sin embargo, esa ideología no le satisfacía…
Para nada. Habrá quien, con sólo leer las últimas palabras de mi última respuesta, ya se habrá estremecido; quien no lo haya hecho será porque no ha intuido en mi metáfora menciones a genocidios, destrucciones culturales y adoctrinamiento. Un ideario que antepone una ficción mental a la vida humana no consigue que suenen muy creíbles sus promesas sobre la defensa del hombre y su dignidad.
Y siguió buscando en otros sitios…
Sí. Perdí el dogmatismo político a muy temprana edad, gracias a Dios. A partir de entonces no tuve reparo en leer cualquier propuesta, autor o argumento; creí que si tanta razón tenía yo en mi posición, podría hacer frente a visiones opuestas, fortaleciendo en todo caso mi batería argumental. A eso se le sumó un constante engrosamiento de una lista de contradicciones, lagunas teóricas e inadecuaciones con la realidad que iba encontrando en mi estudio del comunismo que me llevó a perder el fervor original con el mismo. Eso me llevó a curiosear con el fascismo, del que no tardé en quedarme prendado. El fascismo, efectivamente, superaba y resolvía todos los problemas que presentaba la tesis comunista. Desde entonces no podía ver justicia social sin ver la fortaleza de un Estado o un país, como le sucedió a Bombacci. ¿De qué servía repartir la riqueza dentro de los límites de un país cuando se podía apostar por aumentar la riqueza del mismo abriendo oportunidades comerciales, cual antiguo imperio, del que todo el mundo se beneficiaba? Es más, ¿de qué sirve intentar llevar a cabo una acción de justicia social cuando existen injerencias de países extranjeros que defienden sus intereses en el suelo patrio y frustran esos planes? Como he dicho, desde entonces ya no pude dar vuelta de hoja. Hubo un breve periodo, del que suelo bromear diciendo que me dí un golpe en la cabeza, en el que me interesé por el estalinismo, estraserismo mediante, afectado por las brumas hegelianas; creí en una realización histórica metafísica que culminaba en un Estado total, racional y matemático.
¿Cuál fue su evolución posterior?
Gracias a Dios, me recuperé pronto de la conmoción seducido de nuevo por el irracionalismo, ergo vitalismo, fascista, pero mis ojos ya no le pertenecían plenamente a él, sino que empezó a otear nuevas propuestas o marcos más amplios. Fue entonces cuando descubrí que lo que me gustaba de las lecturas de Mussolini o Ledesma no era tanto su ideario y propuestas sino su lectura de la realidad política; más allá de algún síntoma inextinto de hegelianismo incubado de nuevo por Gentile, esos hombres hacían una lectura cínica y eficaz de los acontecimientos locales y mundiales. Esa realización y los frecuentes debates con un buen amigo de la universidad me acercaron al realismo político. Desde entonces, empecé a ser cauto en mi posicionamiento político; no digo que dejara de ser fascista, pero sí que priorizaba la atención a un problema a la satisfacción de las premisas del fascio. Creía que su ideario era mucho mejor que el resto, pero ya no sentía tanta identificación con él.
¿Qué es lo que le fue acercando a la Fe?
Para empezar, una curiosidad casi innata por Dios; ni en mis tiempos de comunista me atrevía a considerarme ateo, sino, a lo sumo, agnóstico. Siempre he considerado irrebatible la existencia de Dios, aunque fuera un dios filosófico: si consideramos una progresión temporal en el plano material, se presenta la necesidad de un principio. La lectura y estudio de Aristóteles me ayudó a formalizar esas ideas y argumentos, y, además, por su vinculación posterior con la Teología Cristiana a manos de San Tomás de Aquino, puso la semilla del cristianismo. Como ya he mencionado, a mí se me seduce por la corrección y adecuación a la realidad de los argumentos, es decir, su veracidad, por lo que la lectura de textos doctrinales católicos no exigió demasiado esfuerzo para convencerme de que me estaba acercando a lo que realmente buscaba. El Catolicismo ofrecía una Verdad fija, perenne, inmutable, impermeable al tránsito histórico, en claro contraste con las mal llamadas ideologías o idearios, los cuales se ciñen a unas circunstancias, se reconocen caducas y se muestran limitadas. Si uno se acerca a la Verdad con humildad, se acabará reconociendo católico, a no ser que tenga unos prejuicios materialistas inamovibles. Es increíble como los Textos Sagrados y los tratados escolásticos radiografían el alma humana, devienen un compendio etológico, dan solución a problemas recurrentes, proponen una actitud de Amor ante la vida y hacen frente sin miedo a cualquier objeción que se le pudiese lanzar. Es más, el Catolicismo inspira un proceder político al margen de la época que genera, a mi juicio, un orden social mucho más poderoso y deseable que el propuesto por las distintas posiciones políticas, pues consigue aunar la justicia social, mi constante obsesión, con la libertad de la persona. Fue, entonces, al poco de convertirme formalmente al Catolicismo, mediante la asistencia semanal a la Santa Misa, el rezo y el estudio de los textos catequéticos, que abandoné definitivamente mi adhesión al fascismo, pues era un ideario, y no lo necesitaba. Con ser católico y español no necesito nada más.
La Fe no es sólo teoría, sino un compromiso que implica toda la vida…
Exacto, y considero que un compromiso mayor al de cualquier ideario político. La Fe es realmente total, y abarca todas las dimensiones humanas, no como los idearios políticos totalitarios, que pretenden serlo y no lo consiguen, por pura limitación esencial. Es inevitable, si se acerca uno con honestidad a Cristo, reformar la propia vida y fundamentarla en el Amor y en la Cruz. Algunas personas se acercan al Catolicismo seducidos por la fuerza ordenadora de su moral; ya sabe, hasta donde no llegue la ley, llegará la moral. A esa pretensión se le llama instrumentum regni, y constituye una perversión y degradación de la Palabra. No, Cristo no es una herramienta, Cristo es el Principio y el Fin, el Alfa y el Omega. No debemos tratar de someter a Cristo a nuestros intereses, sino someternos nosotros a su voluntad. Es por ello que la estética de la Fe es aceptable, siempre que constituya un complemento y no el núcleo de la vivencia religiosa de alguien. Evidentemente, somos esencialmente pecadores y caemos constantemente, pero lo importante es tener la intención de cumplir la Palabra de Dios, aunque nos equivoquemos; lo que usted señala es importante, porque no todo el mundo se dispone a cargar con la Cruz, sino que con satisfacer sus inquietudes intelectuales o participar de un ritualismo viciado ya creen cumplido su compromiso con Cristo, si es que llegan a tenerlo. Esas personas son víctimas, pues son las principales perjudicadas de rehuir el Amor.
Y el amor es indisociable con el amor a la patria…
Así también lo veo yo. San Juan Pablo II no deja lugar a dudas en su interpretación del cuarto mandamiento: el amor del hijo a sus padres debe incluir a todo dador, tanto de vida como de sustento, instrucción o cultura. La patria cumple la misma función que un padre o una madre: ofrece una protección que ampare su gestación (pues la patria brinda un orden que sirva de alabanza a la vida, posibilitando la engendración de la misma), da un nombre al neonato (pues el mismo lenguaje sugiere un abanico concreto de nombres), le ofrece alimento (pues del trabajo del resto de paisanos saldrá su nutrición), le ofrece una visión del mundo y unas herramientas para funcionar en él (pues cada patria se rinde ante su cultura y su raza, guías que fijarán una perspectiva a la persona) y le encargará la defensa y perpetuación de su estirpe (pues la responsabilidad de la patria cae sobre los hombros de todo aquél que pertenezca a ese linaje). Si la patria es un elemento análogo a un padre y a una madre y a ellos se les quiere en retribución de un amor desinteresado, ¿por qué no hacer lo mismo con la patria? Obviamente, el cumplimiento del cuarto mandamiento se cierra con el consecuente amor al Dador Supremo: Dios. A Él se le debe todo el amor, por encima de cualquier persona.
La Fe es algo más profundo que mirar la superficie de malos ejemplos, incluso dentro de la Iglesia…
Sí. Algo que me sorprende es el nivel de las críticas que se vierten contra la Iglesia, ya que lo menciona. Se repiten los mismos tópicos de siempre, y se usan casos concretos y condenables como premisas que llevan a la necesidad del ateísmo. Esto es muy peligroso, y a alguien le interesa que eso suceda. Cualquier excusa es buena para atacar a la Iglesia. Yo no sé si hay un colectivo que tenga tantos enemigos. La Iglesia es odiada, y pongo el acento en el odio, por socialistas, comunistas, liberales, fascistas, anarquistas, nacionalsocialistas, masones, judíos, musulmanes, paganos, ateos, progresistas, cientificistas y otros tantos. Siempre hay un motivo para llamar al incendio de iglesias. Si tantos elementos viciosos coinciden en oponerse a algo, por algún motivo será; la oscuridad y sus moradores odian la Luz y hacen todo lo posible por apagarla. La Iglesia es un obstáculo para el triunfo de todo eso, pero no es algo de lo que sentirse culpable, sino algo de lo que estar orgulloso. Como usted señalaba, no hay que caer en el escándalo fácil. La Iglesia está presidida por Cristo, por eso será siempre santa. No estoy diciendo que miembros de la misma no cometan tropelías, digo que no por ello se emponzoña todo su edificio. ¿Es cristiano justificar la ocultación y tolerancia de abusos a menores? No, y Cristo lo deja bien claro: «Quién haga daño a uno de mis pequeños más le valdría que le atasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al mar». Pero eso no debe servir para apartar a la gente de la Fe. Esas atrocidades, aunque parezca frío decirlo, no refutan la Palabra de Cristo; al contrario, la hacen más necesaria. El Maligno ataca por todos los lados posibles, y sabe que si consigue hacer perder autoridad a los miembros de la Iglesia, tantos fieles se perderán. Es por ello vital anticiparse a sus movimientos y hacer cumplir la Palabra de Cristo sin miedo, purgando la Santa Iglesia de elementos indeseables si hiciera falta y rezando por su arrepentimiento. La Fe, como dice usted, es mucho más profunda que eso, y requiere su merecida importancia. No podemos mantener ese nivel de debate basado en anécdotas y sucesos mundanos; la Verdad no va de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo.
