La fruta del Paraíso no era una manzana

Es un hecho que el Génesis, donde se narra la creación del mundo de forma simbólica, siempre ha despertado gran curiosidad. ¿Cómo sería la vida del género humano si Eva, engañada por la serpiente, no hubiera comido del fruto prohibido? ¿Viviríamos en perpetua felicidad, sin dolor y muerte, sin odios y guerras? ¿Fue realmente una manzana el fruto prohibido? Todos estos interrogantes nos han asaltado más de una vez leyendo el Génesis.

Es preciso decir que los avances científicos parecen corroborar el simbolismo de este primer libro de la Biblia, donde los siete días empleados por Dios en la Creación del Mundo se corresponderían con siete periodos de millones de años. Tal vez de cientos de millones de años. Pues desde la gran explosión (el Big Bang) hasta que por enfriamiento del magma aparecieron las estrellas, soles, planetas y el espacio interestelar, tendrían que pasar miles de millones de años. Lo cual no deja de ser una lucubración, si tenemos en cuenta que un año es el tiempo que tarda la Tierra en su órbita alrededor del Sol. Y que el Sol y la Tierra son muy posteriores al proceso de creación del cosmos.

Pero si seguimos la narración del Génesis, después tras la creación de la luz, hubo noche y día. Y el día segundo ordenó Dios que se reunieran las aguas y apareciera lo seco. Y viendo que era bueno, Dios dijo: produzca la tierra vegetación, plantas con semillas y árboles frutales. Y el día tercero ordenó que hubiera lumbreras en la bóveda celeste para separar el día de la noche y distinguir las estaciones, los días y los años. E hizo dos lumbreras grandes, una para regir el día y la otra menor para regir la noche y dar luz a las tinieblas. Y el día cuarto Dios dijo: rebosen las aguas de seres vivos. Y viendo que era bueno, los bendijo diciendo creced y multiplicaos. Y el día quinto dijo Dios: produzca la tierra seres vivientes, por especies, creando ganados, reptiles y bestias salvajes. Y vio Dios que era bueno.

Entonces dijo Dios:

-Hagamos a los hombres a nuestra imagen y semejanza para que dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y las bestias salvajes y los reptiles de la tierra. Y creo Dios al  hombre a su imagen y semejanza. Tomó el polvo de la tierra y le sopló un hálito de vida. Y lo puso en el Edén donde hizo brotar del suelo toda clase de árboles, hermosos de ver y buenos para comer. Así como el árbol de la vida, del conocimiento, del bien y del mal y dio al hombre este mandato: Puedes comer de todos los árboles del huerto, pero no comas del árbol del conocimiento, del bien y del mal, porque si comes de él morirás sin remedio. Después pensó Dios: No es bueno que el hombre esté solo, y mientras dormía le sacó una costilla y de ella formó Dios a la mujer y se la presentó al varón diciendo: ¡Ahí te queda eso!

Y luego otro día el Maligno se presentó en el Edén en forma de serpiente y le dijo a la mujer:

-¿Así que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del huerto?

Y la mujer respondió a la serpiente:

-¡No! Podemos comer del fruto de los árboles del huerto, sólo nos ha prohibido bajo pena de muerte comer del fruto del árbol que está en medio del huerto:

Replicó la serpiente a la mujer:

-¡No moriréis! Lo que pasa es que Dios sabe que en el momento en que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios.

Entonces la mujer, viendo que el árbol era bueno para comer, hermoso de ver, y deseable para adquirir sabiduría, tomó de su fruto y comió. Y se lo dio al hombre, que también comió…. Y el desenlace es conocido. Las maldiciones de Dios a la serpiente, a la mujer y al hombre y la expulsión del Paraíso. Poniendo a la entrada la espada de fuego para que el hombre no pudiera volver a entrar. Guardando así el camino del árbol de la vida, del conocimiento. Del bien y del mal.

Y  si analizamos esta narración del Génesis a la luz de los últimos descubrimientos científicos, veremos que efectivamente, y según parece, la vida surgió en la Tierra saliendo del mar. Y las diferentes especies se fueron conformando por la evolución, en periodos de millones de años -que el Génesis en su simbolismo llama días- hasta conformar la Tierra tal como la conocemos. Y esta teoría, tiene una muy curiosa formulación contemporánea que reza así: La vida sale del mar, la ciencia lo ha “demostrao” por eso tienen…

Pero sigamos profundizando en la evidencia de una evolución que continúa y no ha concluido. La vida, que surgió del mar mediante un largo proceso de evolución, dio lugar a las bestias terrestres y a las aves. Mientras que los peces quedaban en las aguas esperando su turno para, en diferentes etapas, ir transformándose en animales terrestres. Tal es el caso de focas, pingüinos y los mamíferos vivíparos, que aún habitando en las aguas, esperan que les llegue el momento de convertirse en animales completamente terrestres, sin retorno a las aguas. Posiblemente el más evidente de los paradigmas sea el de los delfines y su apego al hombre. Soñando sin duda con salir del mar y llegar a ser su fiel amigo, como lo es el perro. Y no olvidemos a los peces voladores, que también sueñan con que llegue el momento de compartir el éter con águilas y cigüeñas. Caso contrario sería el de las aves que bucean, pretendiendo retornar a sus orígenes. Porque la naturaleza demuestra que el “enmendar la plana” al Creador, no es solamente consustancial al hombre sino también a otros seres vivos.

Y como acabamos de ver, finalmente Dios crea al hombre a su imagen y semejanza. Dándole poder para que dominara a todos los seres vivos de la tierra. Pero para prevenir su soberbia, al ser consciente de ser el Rey de la Creación, Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo y que se crea el rey de la Creación. Hagamos a la mujer a su imagen y semejanza para que le lleve la contraria. Y Dios le indujo un profundo sueño. Y mientras dormía le sacó una costilla, y de ella formó a la mujer. Y cuando despertó, Dios le dijo: esta es carne de tu carne y sangre de tu sangre. Te la saqué de una costilla… y ella te sacará de tus casillas.

Y si ya se dijo al comienzo que de la expulsión del Paraíso se derivan los odios, guerras y enfrentamientos -incluso en las relaciones familiares- hay también más indicios de la presencia de la serpiente en el Paraíso. Porque una biznieta de Sem recordaba haber oído referir en su casa que sus bisabuelos -matrimonio mal avenido- con frecuencia se enzarzaban en  riñas conyugales. Y el bisabuelo solía decirle a su mujer: ¡¡¡Tu madre era una víbora!!! Lo cual en su opinión reforzaba, tanto la presencia de la serpiente en el Edén, como cuál había sido la causa de la expulsión del Paraíso y la consecuencia de los odios y rencillas que desde entonces aquejaban a la humanidad.

Pues bien, dentro de esta narración simbólica de la Creación ¿qué significado tiene el fruto prohibido? ¿Cuál es el secreto del bien y del mal, cuyo conocimiento igualaría al hombre con su Creador? Se pueden barajar varias hipótesis. Cuando el hombre descubrió el inmenso poder de la energía eléctrica, pensó que se acercaba al poder de Dios. Pues efectivamente, la nueva energía creada por el hombre, que emulaba a los rayos de la naturaleza, le hizo pensar que si era capaz de crearla dominarla y transportarla, poniéndola a su servicio, era señal de que su inteligencia lo aproximaba a Dios. Porque además esa energía eléctrica, esa fuerza poderosa que había logrado dominar, era invisible. Y con ese dominio de la Naturaleza que en su vanidad lo acercaba a Dios, se le fueron abriendo nuevos e ignotos campos de un poder casi divino. Tal sucedió con el teléfono, la radio y la televisión que le permitían arrogarse el poder divino de la ubicuidad.

Después dominó la energía atómica, que le proporcionaba un poder casi ilimitado. Tanto para destruir, como para disponer de una fuente inagotable de energía. Y no solamente podía destruir con ella a la propia naturaleza, sino que tenía capacidad para producirle alteraciones durante siglos o milenios. Y además, el dominio de esa auténtica fuerza telúrica, le permitía conformar -ya se ha dicho- una inagotable fuente de energía merced a los reactores nucleares, para producir esa energía eléctrica con la que podría impulsar barcos y submarinos, proporcionándoles una autonomía casi infinita. Y en ese imparable avance científico que prosigue en progresión geométrica, el hombre en su soberbia ha llegado a pensar que se iguala a su Creador. Por ello cuando con “Internet” ha conseguido el conocimiento ilimitado, el almacenamiento infinito de datos y el acceso instantáneo a los pretéritos, considera  alcanzada su capacidad para emular el conocimiento y la potencia infinita de Dios. Piensa con ello haber hecho suyo el árbol de la sabiduría. Y haber comido impunemente de la fruta  prohibida.

¿Será por ello que el símbolo de Appel es una manzana? ¿Una manzana mordida para más señas? Ciertamente el hombre no es Dios, aunque en todas las profesiones regidas por un escalafón, hay algunos que llegan a creérselo cuando alcanzan el cénit de su carrera. Y todos conocemos ejemplos de ello. De unos simples mortales que se creen, y actúan, como si en verdad fueran dioses. Sin asumir que Dios no hay más que uno… y que la vacante está cubierta.

Hecha esta observación, convengamos en que el hombre, el rey de la creación, parece haber iniciado una loca carrera para suplantar a su Creador. Tras la inteligencia artificial aplicada a las máquinas con capacidades casi humanas -o incluso superiores a las humanas- solo le falta crear vida soplando sobre un muñeco de barro… o programando un mecanismo autónomo con capacidad para reproducirse.

¿Significará la manzana de Appel que el hombre es consciente de estar tratando de desafiar a Dios? ¿Es la manzana mordida una muestra de soberbia, cuyo significado pudiera ser que por fin alcanzó a ser como Dios, tras haber mordido impunemente la manzana, el fruto prohibido del paraíso?

Pues bien paciente lector, si tienes curiosidad por encontrar la respuesta a todos los interrogantes planteados, tendrás que llegar al final de esta sorprendente revelación. Y entonces sabrás que la fruta prohibida del paraíso, el fruto del árbol del bien y del mal, no era una manzana. Porque como ya se ha dicho al principio, la narración bíblica está hecha en clave simbólica, y por ello es preciso interpretarla para que resulte inteligible. Pero como quiera que muchos lectores actuales, no son capaces de leer un texto que contenga más allá de las pocas palabras de extensión que admite un tuwit, es muy posible que en este momento dejen la lectura. Pues ya advierto que voy a sumirme en una digresión. Vulgo, irme por las ramas o por los cerros de Úbeda. 

Corría el año 1983, siendo yo capitán destinado en el Regimiento de Infantería Córdoba Nº 10 en la ciudad de Granada al mando de la segunda compañía de fusiles del batallón.

Granada, maravillosa ciudad, glosada no solamente en la letra del gran maestro Agustín Lara -tierra soñada por mí- sino también en los versos de ese poema transcrito sobre un azulejo de la Alhambra: Dale limosna mujer, porque en el mundo no hay nada, como la pena de ser, ciego en Granada. Y si con estas dos muestras de música y poesía, se encarece la belleza de la ciudad, otro tanto podría decirse de su entorno. Paisajes de ensueño, feraces vegas, donde además de la vista se recrea el oído. E incluso el olfato, como a continuación vamos a ver.

Debía ser primavera, finales de abril o primeros de mayo. El caso es que estábamos desarrollando un ejercicio de “guerrillas y contraguerrillas” en el cual el Regimiento tenía por “enemigo” a  la Compañía de Operaciones Especiales Nº 91 que también se ubicaba en el Acuartelamiento Cervantes. El ejercicio se desarrollaba en el Valle de Lecrín, situado al sur de la ciudad. El formato del ejercicio era el  habitual; los “guerrilleros” de la COE 91 realizaban las acciones típicas de estas unidades; emboscadas y golpes de mano. Mientras que las unidades del Regimiento tratábamos de evitar las acciones del enemigo y capturar a los “guerrilleros”

Serían cerca de las doce de la mañana y estaba efectuando un reconocimiento de la zona. Ordené pues al conductor del Land Rover que se detuviera en el margen de una estrecha carretera secundaria que transcurría tallada a media ladera. Descendí al valle que se abría al costado izquierdo con la finalidad de ver si encontraba algún rastro o pista de guerrilleros. Pues lo abrupto del terreno, y su densa vegetación, hacía muy apta la zona para ser elegida como refugio y en consecuencia podría ser aconsejable realizar una batida.

Era un día de sol radiante y en la carretera hacía calor. Pero en cuanto descendí unos cuantos bancales hacia el fondo del valle, por donde se oía el discurrir de un arrollo sin duda tributario del río Dúrcal -también llamado Izbor en su tramo final- el espectáculo de la naturaleza exuberante me embargó los sentidos. El correr del agua con su relajante murmullo, el intenso perfume de los árboles en flor, el frescor proporcionado por la umbría y los rayos de sol filtrándose por entre el follaje, proporcionaban una intensa experiencia sensorial. Pues eran todos los sentidos los que resultaban embriagados con aquella explosión de la naturaleza. No faltaban, además, los trinos de diversas especies de aves. Lo que unido al murmullo del agua, servía de contrapunto a un profundo silencio que enervaba aún más las sensaciones. Puede que el aroma predominante fuera el del azahar, pero desde luego no era el único. Pues también se percibía el de hierbas aromáticas. Unido a ese profundo olor que tiene la tierra húmeda y cálida. Nada pues tiene de extraño que aquel idílico entorno me evocara el Edén, provocándome un fuerte impulso genésico. Porque aquello era ciertamente el paraíso terrenal y yo llevaba ya tres días fuera de casa. Número crítico para un capitán de Infantería. Era tal el ensimismamiento, que llegué a olvidar  que había bajado para buscar rastros de guerrilleros y me vino a la imaginación Eva antes de comer el fruto prohibido. Y Satanás en forma de serpiente descolgándose de una de aquellas ramas henchidas de flores. E incluso en un alucinante salto temporal evoqué a media docena de hijas de Eva retozando in púribus por aquella naturaleza ubérrima.

Es el caso que recordando para lo que había descendido al valle el deber me hizo salir de mi ensimismamiento, recordando que la misión era reconocer el terreno. Y que aquella ensoñación me estaba apartando de su cumplimiento. Por ello, volviendo a la realidad, abandoné aquel paraíso y saliendo a la carretera subí al vehículo que me estaba esperando.

Reiniciada la marcha, y todavía con la imagen del paraíso en la mente, empecé meditar sobre cual podría haber sido el proceso por el que la creación del mundo, en un principio obligadamente transmitida por vía oral, terminó conformando el primer libro del Pentateuco. Y cuáles podrían haber sido las distorsiones producidas en tal proceso.

Porque es de suponer que la Historia Sagrada, antes de plasmarse en libros, pasó de generación en generación mediante transmisión oral. Y que este procedimiento genera distorsiones y alteraciones del relato. Y ello me trajo a la memoria la práctica, tantas veces realizada con los soldados, en instrucción para combate nocturno, donde se constata esta realidad. Y no me resisto a exponerla, porque es el más evidente ejemplo de lo afirmado. Y el sustento de la teoría que pretendo defender.

Todos somos conscientes de que al tratar de hablar quedo, como es preceptivo en la noche y en la proximidad del enemigo, la audición es dificultada por un incómodo siseo que además de escucharse a considerable distancia, hace ininteligible la consigna a quien la recibe. Para evitar este problema existe un procedimiento. Y como la mejor forma de que el recluta asimile una enseñanza, es mediante la práctica, se realiza el ejercicio que a continuación se describe. Procedimiento que además garantiza el que la enseñanza recibida por el soldado le resulte indeleble de por vida. Este es el tal ejercicio.

Puestos rodilla en tierra, unos tras otros, los integrantes de la sección -sobre treinta hombres- se espera diez minutos en absoluto silencio, hasta que ese silencio y la oscuridad de la noche enerve todos los sentidos. Luego el instructor comunica en voz muy baja, al último de la hilera, una consigna que ha de pasar al siguiente. Y así de forma sucesiva se debe ir transmitiendo hasta que llega al primero. El instructor, tras dar la consigna, se adelanta y se coloca rodilla en tierra el primero de la hilera esperando en esta posición a que le llegue la retransmisión de lo que comunicó. Muchas veces, si llega la consigna, está completamente desvirtuada, siendo no obstante lo habitual que esta no llegue pues al resultar ininteligible la transmisión termina por perderse. A ello se suma un notable siseo que en la noche es audible a considerable distancia. Hecho el experimento, y comprobada la dificultad de la sigilosa transmisión oral en la noche, se le explica a los soldados el procedimiento para solventar la dificultad. Consiste este en expulsar, antes de hablar, la mayor parte del aire de los pulmones, para luego hablar quedo al oído del compañero. De esta forma se elimina el siseo y la transmisión del mensaje resulta clara e inteligible y al mismo tiempo inaudible para quien pudiera estar en la proximidad. Una vez aprendida la técnica se repite el experimento haciéndose evidente la eficacia del sistema. Y para finalizar esta digresión, que solamente pretende poner en evidencia las mutaciones del mensaje que suelen producirse en la transmisión oral, resaltar la importancia de la instrucción nocturna, pues aunque algún mentecato  haya llegado a decir que no es necesaria “por ser igual que la diurna hecha con los ojos cerrados” es lo cierto que convierte a los soldados en auténticos lobos. Que pasan de ser temerosos a la noche, a tenerla como su mejor aliada. Porque tras permanecer más de media hora cuerpo a tierra y en el más absoluto silencio, una noche fría y húmeda, se pueden identificar sonidos y olores que puestos en relación, conforman imágenes y situaciones como si se estuvieran viendo.

En esta labor de instrucción, que tantas veces hemos realizado a lo largo de nuestra vida profesional, siempre era útil proponer a los soldados una aplicación de la enseñanza que podía serle de utilidad en su futura vida civil. Tal es el caso de que ante una repentina iluminación se debe cerrar un ojo. Para que al cesar el estímulo lumínico  -como por ejemplo una bengala iluminante o una explosión- el ojo cerrado, cuando se abra, permita seguir viendo y compense de esta manera el deslumbramiento producido en el ojo que resultaba imprescindible mantener abierto. Pues en ninguna situación el soldado debe cerrar ambos ojos -como tampoco debe hacerlo un conductor- recalcando que esta enseñanza les sería de gran utilidad al cruzarse en carretera con un vehículo que llevara las luces largas.

Y mientras el soldado conductor del land rover proseguía la marcha por aquella tortuosa carretera, a más velocidad de lo que sería prudente, mi imaginación siguió prendida del relato de la serpiente y la manzana. Porque es sabido que el evocar recuerdos es como sacar cerezas de un cesto. Y aquella visión del Maligno aparecido en forma de serpiente para tentar a Eva, me trajo también a la memoria una experiencia que había tenido  unos años antes, estando destinado como teniente en La Agrupación de Tropas Nómadas del Sahara Español en la Base Avanzada de Bir Nazarán (Bir N´Zaran).

Base Avanzada Bir Nazarán (Bir N´Zaran) en 1975
Patrulla de tropas nómadas en el Sahara en 1975

Era septiembre de 1975 y me encontraba de patrulla –nomadeo- al mando de mi sección, que estaba formada por soldados españoles y nativos saharauis -prácticamente en igual proporción- a raíz del secuestro de las patrullas Pedro y Domingo, por la traición de los soldados saharauis que las integraban. Paré en un fuerte de la Policía Territorial, tanto por la obligada cortesía del desierto, como para el oportuno intercambio de información. El jefe del destacamento era un sargento saharaui al igual que toda su tropa nativa. Fui invitado al preceptivo té, como manda la hospitalidad del Sahara. En realidad a tres tés: el primero amargo como la vida, el segundo dulce como el amor, y el tercero suave como la muerte -según el dicho saharaui- al ir añadiendo sucesivamente agua hirviendo y azúcar a las mismas hierbas de la primera infusión.

El caso es que al cabo de un rato, tras haber intercambiado las oportunas “jabaras” (las noticias del desierto) el sargento, no recuerdo ni su nombre ni el porqué inició esa conversación -supongo que sería para que un joven teniente español viera sus conocimientos, que es tanto como decir estatus social- empezó a pontificar sobre temas de religión. Es preciso decir que entre los musulmanes -y así también sucedía en el Sahara- quienes habían peregrinado a la Meca tenían una categoría religiosa superior. Que sin llegar a ser la de un maestro coránico, les daba una cierta ascendencia sobre el resto de los nativos. Pues aunque el Islam establece que al menos una vez en la vida los fieles deben peregrinar a la Meca, la posibilidad de hacerlo es muy remota por la distancia y la pobreza de aquellos nómadas. Pero según me contó aquel sargento, jefe del puesto de Policía la Territorial, el había ido porque lo había llevado Franco. Supe entonces que el Régimen tenía, además de otras muchas consideraciones con la población nativa, (como por ejemplo venderles los Land Rover Santa Ana libres de impuestos y me parece que subvencionando parte del importe) el hacer posible que cumplieran el precepto islámico. Y si bien es de suponer que no peregrinaría toda la población, si viajaban por cuenta del Estado Español los chiuj (plural de chej los jefes de cábila) además de otras “autoridades” de la organización administrativa del Territorio. Puesto que tal beneficio había alcanzado hasta a un sargento de la Policía Territorial.

En un momento de la conversación, con la evidente intención de que un teniente de la Agrupación de Tropas Nómadas viera sus conocimientos religiosos, el sargento comenzó a “impartir doctrina” a los soldados nativos de mi patrulla. No recuerdo muy bien de lo que comenzó hablando, aunque me parece que se trataba de recitar algunas “suras” que aún diciéndolas en español, no me movieron a prestarle especial atención. Pero hubo un momento en que su discurso comenzó a resultarme completamente familiar… y fui todo oídos cuando comenzó con esta plática:

«Y estaba la mujera en el paraíso y se le apareció “il tuerto” disfrazado de lefa, y le dijo que comiera del fruto que mulana le había prohibido comer. Y la mujera comió y mulana se cabreó  y echó a la mujera, y al hombre del paraíso y le pisó la cabeza a la lefa».

Han pasado muchos años, y no puedo recordar si dijo paraíso, oasis o edén. Pero lo que siempre recordaré es que los soldados y policías territoriales nativos, que le escuchaban con muchísima atención, cada vez que citaba “al tuerto” decían: ¡¡¡Qui cabrón il tuerto!!! ¡¡¡Qui cabrón!!!

Parece que no es necesario aclarar quién era mulana ni el tuerto, pero tal vez si el decir que la “lefa” es una peligrosa víbora del desierto a la que tienen gran temor los nativos pues su picadura es mortal. Y a la que curiosamente consideran una encarnación  del demonio: “dil tuerto”

Yo no daba crédito a los que estaba escuchando por desconocer absolutamente el Islam, pero hice un gesto a uno de los soldados españoles –guripines europeos les llamaban paternalmente los soldados saharuis, que les sacaban más de diez años de edad- para que se acercara. Y discretamente le pedí que me trajera del land rover el radiocasete. Lo había comprado en el Aaiún, y con él alguna vez, cuando estaba de nomadeo, podía escuchar noticias si conseguía sintonizar alguna emisora española. Pero cuando me lo trajo, y fui a ponerlo en funcionamiento para grabar aquella improvisada  homilía, el sargento se dio cuenta y me dijo: «No tiniente, no puede grabarme porque lo estoy diciendo de memoria. Si lo estuviera leyendo sí podría grabarlo, pero así no, porque a lo mejor digo alguna cosa de distinta manera a como está escrito en el libro…»

Y así fue que, muy a mi pesar, no pude conservar aquel testimonio sin duda tan interesante. Del que apenas recuerdo aquel episodio y también sus explicaciones de que mulana lo que quería es que fueran buenos. Pero que era misericordioso con otras faltas. Y lo expresaba así: «¿Tú crees que mulana te va a quemar por -y enumeraba una serie de “actos impuros” que podrían englobarse en el sexto mandamiento– pues no, Mulana no te quema por eso, te quema por otras cosas, como por robar el agua de una jaima o no darle de la tuya cuando al pasar sabes que la mujera y sus guayetes se han quedado sin agua».

Finalmente pido disculpas al lector porque mis limitados conocimientos gramaticales -y del Islam- me impiden saber si “mulana” y “il tuerto” debería estar escrito con mayúsculas. Siendo evidente que se trata de Dios y de Satanás.

Y llegados a este punto, supongo al lector ya aburrido, si no impaciente, por llegar a saber por fin cual era la fruta del paraíso. Puesto que no era una manzana. Y aún es más que posible que muchos lectores no hayan sido capaces de llegar hasta aquí. Pero tú lector, de paciencia y constancia demostrada, que si lo has sido, estás a punto de penetrar en el misterio. Tal como a mí me sucedió cuando de forma repentina, como si se tratara de un relámpago que me hubiera iluminado la mente, me vino la resolución del enigma a la cabeza.

Todavía no se si fue por revelación divina o producto del intelecto, como lo fuera para Arquímedes en la bañera el descubrimiento del principio de la flotabilidad… o para Newton bajo el manzano descubrir el principio de la gravitación universal…. ¿Cómo era posible que nadie hubiera comprendido aún que la fruta prohibida del Paraíso no era una manzana?

Y en aquella tormenta de ideas, donde se entremezclaba el relato del Génesis y su narración del pecado original, con el experimento que demostraba la deformación del relato cuando tiene lugar la transmisión oral, unido al recuerdo de aquel trasunto del Paraíso Terrenal que es el Valle de Lecrín… aunando todo ello, la  manzana, el Maligno y la piel de la serpiente… se me hizo la luz.

De pronto todas las piezas de aquel puzle encajaron en su lugar y apareció nítida la imagen que desvelaba el enigma de la Humanidad. La fruta prohibida del Paraíso, la fruta del bien y del mal, la que hizo pecar a Eva y a Adán y ser la causa de que Dios castigara a la Humanidad….¡¡¡No era una Manzana!!!… ¡¡¡Era una manzana con piel de serpiente!!!

¡¡¡Era una chirimoya!!!

Por eso el seductor y dulce fruto tiene en su interior pepitas negras. Los pecados de la humanidad.

Epílogo.

Han tenido que pasar nada menos que la friolera de cuarenta y cinco años para que me haya decidido a desvelar este enigma del Génesis sugerido por aquella experiencia sensorial en los paradisiacos alrededores de Granada. En el Valle de Lecrín.

Deberá ser ahora el sufrido lector -si ha sido capaz de llegar hasta aquí- quien tenga que calificar la narración de este descubrimiento, como sorprendente relato o descomunal parida. A su inapelable veredicto, de buena gana, me someto. Sea cual fuere. Y mis disculpas a quien considere que ha perdido el tiempo con la lectura.


11 respuestas a «La fruta del Paraíso no era una manzana»

    1. ¡Muchas gracias!
      La extensión desaforada es defecto reconocido y asumido.
      El consuelo es haber conseguido que, a pesar de ello, que el lector haya llegado hasta el final.

  1. Segùn el evangelio a Jesus de Nazareth se le atribuye la frase :»no todas las plantas en este mundo fueron creadas por mi Padre»…
    (¿alguien metiò la zarpa?)

    1. Desconocía la cita, que pudiera ser apócrifa.
      De ser cierta, otra incógnita más de la Historia Sagrada.
      Gracias por su comentario.
      Un cordial saludo.

      1. La frase es mencionada en uno de los dìas del librillo «La palabra de cada día
        Evangelio
        Ciclo A
        2020» si bien no recuerdo el día exacto;ahora bien,para apócrifos o no personalmente me quedo con los Caballos de Troya de JJ Benitez.

    1. Muchas gracias.
      Aunque Baltasar Gracián, el gran conceptista autor de la sentencia “lo bueno, si breve, dos veces Bueno”
      Me hubiera “fusilado al amanecer”
      Un cordial saludo.

    1. Muchas Gracias amable lector.
      Intuyo que su aguda perspicacia ha penetrado en ocultas explicaciones….
      Reservadas solamente a inteligencias superiores.
      Si el sistema lo permitiera añadiría a continuación docena y media de “emoticones” llorando de 😂 😂😂🤣🤣🤣
      ¡¡¡Pues lo permite!!!
      ¡¡¡Eureka!!!

  2. Muy bueno el relato, que nos confirma lo que ya sentimos con la lectura de otros anteriores del mismo autor: habrá que recopilar sus escritos y reunirlos todos en unas «Obras completas».
    El descubrimiento del fruto, la chirimoya en lugar de la manzana, me parece una contribución nada desdeñable.
    Ya le echó valor de bajar solo en Granada en aquella «descubierta» en busca de guerrilleros. En trance parecido el Capitán de mi compañía se hacía acompañar de 7 u 8 soldados de la compañía, los más brutos, armados con palitroques, que él llevaba a modo de guardia pretoriana en previsión de toparse o para evitar que pudiera ser capturado por la «guerrilla», y eso que el Capitán medía más de 1’80 (D. Juan López de Haro Mías si no recuerdo mal el nombre).
    En cuanto a la vida militar en el Sahara, creo que está por escribir la historia de todo esto, y el día que los que la vivieron se vayan, se llevará con ellos esta memoria histórica que se perderá para siempre, lo cual debería evitarse.

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