La gloria de Dios es el bien esencial del hombre
Hay una verdad que la razón demuestra y la fe enseña, que Dios es el Creador de todas las cosas. Todo ha sido hecho por Él y nada ha sido hecho sin Él (Jn. 1, 3). Dios, que es Sabiduría infinita, se propuso fin al crear y a este fin ha adaptado a sus criaturas; y este fin no puede ser otro que Dios mismo. Y cuando decimos Dios mismo, decimo de su Gloria.
Yo soy el principio y el fin, el alfa y el omega, el primero y el último (Ap. 1, 8). Es para Él mismo para quien Dios lo ha creado todo. Todo has sido creado por Él y para Él. Nada existe sin Él, nada existe sino para Él. Él es el principio único. Él es el fin total. Es imposible que exista cosa alguna si no es por su poder; es imposible que exista cosa alguna si no es para su gloria. Su poder es la única razón de ser de las cosas como principio; su gloria es la única razón de ser de ellas como fin.
¿Quién no desea el bien en su vida, y para los suyos? El bien es lo que todo hombre desea y busca; en definitiva, su fin. Pero Dios es el único bien verdadero para la criatura creado por Él. La gloria de Dios es el único bien esencial para el ser humano. Los medios para conseguirlo no son bienes, sino en cuanto sirven para alcanzar este fin. En los medios no hay más bien verdadero que lo que conduce al fin.
Si Dios es mi fin esencial, mi fin total, Él es la razón de mi existencia, el único fin de mi vida, el verdadero fin. No tengo otra razón de ser que su gloria, no existo sino para procurar este único bien. Para Dios debe ser nuestra vida, para Dios nuestra muerte, y para Dios viviré en la eternidad.
Si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos (Rom. 14, 8). La gloria de Dios es el todo de la vida de hombre, en esto consiste en ser hombre, en ser criatura creada. Esto es todo el hombre[1]. ¿De dónde la desazón de corazón? ¿A tanto de qué la angustia? ¿Por qué el engaño, la mentira, la falsedad? ¿Y al mal, qué repuesta le damos? Todo, absolutamente todo, tiene la misma respuesta: la ausencia de la gloria divina. Vivir alejado del verdadero fin de la vida. Usurpar el verdadero y único fin de nuestras vidas con bastardos fines humanos, contingentes, engañosos y traicioneros sin piedad.
Qué gran equivocación, que afecta a toda nuestra vida, y quizá de forma irremediable, pensar que sabemos lo que queremos, y hacia donde nos encaminamos. Cuando se desmoronan los cimientos humanos en los que hemo edificado nuestra precaria existencia, entonces surge el lamento desconsolado y desgarrador: ¿dónde está Dios? El mismo Dios al que hemos dado la espalda a lo largo de la vida; el mismo con el que jamás hemos contado para nuestros proyectos y empresas. Nos bastaba el amor humano. Pero era tan frágil que se “rompió”. Y al final, el vacío.
¿Mi felicidad? Sólo la podre conseguir si comprendo con la razón y lo confirmo con la fe, que es el fin secundario de mi vida. Secundario, no primario. ¿Mi felicidad? Hacer la voluntad de Dios. ¿Mi felicidad? Conformar mi vida con la búsqueda de la gloria divina. Más bien, nuestra existencia debe estar marcada por la gloria de Dios, desde lo poco a lo grande. Desde una simple palabra, a la más grande acción.
Mis sentidos, mi alma, mi corazón, mi espíritu, todo está hecho para mi felicidad. Dios la quiere. Pero la quiere en Él. Dios quiere mi felicidad en Él, nada si Él. Nada sin Él. ¿No es mi felicidad procurarme la salvación de mi alma? La salvación de mi alma es mi felicidad.
Dios ha querido unir mi felicidad a su gloria y honor; sus derechos y mis esperanzas. El término supremo y último de mi existencia es mi consumación en la unidad de Dios.
Dios ha hecho lo que ha querido y ha querido unir mi felicidad a su honor. Ha unido mi interés al suyo, mi vida a la suya, mi ser al suyo. Mi existencia tiene un fin mi unión eterna con Él, para su gloria y para mi felicidad. Él quiere ser la vida de mi vida, el alma de mi alma, el todo de mi ser; quiere glorificarse en mí y hacerme feliz en Él.
Ave María Purísima.
[1] Esto es todo hombre. Artículo publicado el 10/05/23

¡Verdades exactas tal como sólo son enseñadas por el Cristianismo! Grandeza sublime por parte de Dios hacia nosotros a quienes ha creado para que compartamos con Él su gloria y felicidad, y que después de la Caída, comparte Él mismo también nuestras aflicciones y nos ayuda a superarlas, e incluso nos permite que compartamos las Suyas para nuestra propia santificación.
Los cristianos son aquellos que inequívocamente unen su destino a DIOS.
Los seguidores de CRISTO jamás deben venderse a la Sinagoga de Satanás, jamás deben seguir a los impostores del CVII, jamás deben seguir a estos criminales de la agenda 2030; seguirán ciertamente el mismo destino que Judas Iscariote.