La guerras privadas de Viñas contra Franco

Ángel Viñas

Hace ya algunos años, el historiador Enzo Traverso hizo referencia a la historia contemporánea como un campo de batalla. Lo cual resulta especialmente pertinente para describir la situación de nuestra historiografía dedicada a la II República, la guerra civil y el régimen de Franco. A ese respecto, vuelve a ser significativa la figura de Ángel Viñas Martín, ahora residente confortablemente en Bruselas. El curioso sujeto se ha erigido, con la aquiescencia de algunos, en el caudillo de lo que podríamos denominar la Escuela Histórica del Resentimiento. Sin duda, se creó el Clausewitz de la historiografía de izquierdas en esta batalla. A mí, personalmente, dado el contenido de su producción historiográfica, me parece más una especie de Miles Gloriosus, del Soldado Fanfarrón, que satirizara Plauto en una de sus más conocidas comedias. Y ello no sólo por la escasa calidad de su producción, sino por su actitud polémica, despectiva y sectaria. Con anterioridad, esta actuación beligerante me ha parecido un tanto desconcertante. Hoy, no. En realidad, me parece la reacción lógica de alguien que no vivió la rebeldía juvenil lógica en un hombre de izquierda y vital mente antifranquista. Nunca estuvo en la cárcel, sino todo lo contrario: contó con la ayuda del profesor Fuentes Quintana y disfrutó de ayudas y becas por parte del Estado. Tampoco militó en el PCE ni en el FELIPE. Y creo que, por ello, como desquite por una juventud anodina desde el punto de vista político, vive hoy la rebeldía antifranquista plácidamente, sin peligro, en su madurez. Viene esto a cuento por la estruendosa publicación de su por ahora último libro, El primer asesinato de Franco. No obstante, antes de entrar en su contenido, haremos hincapié en algunas de las aporías de su producción historiográfica.

Su pensamiento histórico, si de tal cosa puede hablarse, viene a ser una curiosa amalgama de empirismo, retórica marxistizante, individualismo metodológico y moralismo sublime; es decir, de juicios de valor al servicio de su ideología política. No sin razón, el historiador norteamericano Michael Seidman ha destacado el anacronismo de sus supuestos metodológicos. Y es que se trata de una historia «desde arriba» que margina los factores económicos y organizativos. En un sentido análogo, Pablo Sánchez León señala que su método «no parece haber experimentado evolución histórica alguna desde el siglo XIX». «La miseria del planteamiento de Ángel Viñas reside en su creencia en que basta con la capacidad del historiador de disponer en orden adecuado los datos procedentes de la documentación de archivo para producir un relato verdadero, que se reduce a la exposición de información veraz a partir de una expurgación selectiva de textos (…) Esta visión tan primitiva de la tarea del historiador no sólo impide hacerse cargo de las exigencias propias de la reflexión histórica, sino que además deja desnudo el profundo sesgo subjetivo de su marco interpretativo». Por mi parte, diré que la de Viñas es una forma de hacer historia bastante acrítica, que ni tan siquiera parece ser consciente de los problemas planteados por las tendencias posmodernas. Creo que su metodología está basada en un «realismo» bastante ingenuo. Como historiador, no soy posmodernista, pero estimo que resulta necesario reflexionar sobre la problemática que plantean estos autores. Entre otras cosas, los límites del conocimiento histórico.

En todo momento, Viñas afirma ser partidario del «tratamiento empírico de los problemas» y se autodefine como «historiador empírico». En realidad, como vida señalado el gran Arthur Achopenhauer, su forma de argumentar es erística, es decir, orientada al único objetivo de lograr la victoria en las disputas sin tener en cuenta para nada la verdad. Por doquier, aparecen en la obra del historiador madrileño, el recurso a la extensión, a la homonimía, a las falsas premisas, a la alegoría, al argumento ad hominem, a la retorsió argumenti, al argumentum ad auditores, al ataque personal, al argumentum ad verecundiam, a la inclusión de las afirmaciones de sus enemigos en la categoría de lo execrable, etc. Y es que, en su opinión, uno de los imperativos de cualquier historiador es «la necesidad de no suministrar ningún tipo de legitimación a los sistemas de dominio». Su objetivo es «pasar la factura científica al anterior régimen». Y es que, según nuestro autor, «el franquismo no fue derrotado en el campo de batalla» y tampoco a «nivel metapolítico y sociológico»; lo cual hace necesario una política de reeducación análoga a la llevada a cabo en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial.

Cuando no tiene argumentos, recurre, entre otras estratagemas, a subsumir las opiniones de su adversario/enemigo en la categoría de lo aborrecible, es decir, contemporáneamente al nazi/fascismo. Lo que Leo Strauss denominaba reductio ad hitlerum. Así, en ese sentido afirma: «¿Resultaría aceptables ser historiador y no antinacional-socialista?». Tal razonamiento entra en la estratagema 32 de la dialéctica erística de Schopenhauer. Y es falaz. Con tal aserto tan sólo se intenta salir del paso. Sólo pondré un ejemplo, que hasta Viñas creo que puede entender y compartir. Durante muchos años se sostuvo que los nazis habían sido los autores de la matanza de Katyn, ¿refutar tal aserto equivale a ser hitleriano? En modo alguno, pues en eso estamos. Lo cual vale para el estudio de la II República, la guerra civil o el régimen de Franco elaborados con un mínimo de imparcialidad y objetividad. Criticar a los republicanos/revolucionarios no equivale a defender posturas franquistas y viceversa.

Uno de sus dogmas historiográficos es que la victoria del bando nacional fue consecuencia de la ayuda material de Italia y de Alemania, muy superior a la recibida por la República de manos de la Unión Soviética y otros países. Algo que ha sido elocuentemente puesto en duda por Lucas Molina y Rafael Permuy en su libro Importación de armas en la guerra civil española. Estos autores reprochan a viñas sus «escasos conocimientos en el tema militar, tanto del material terrestre y naval o aéreo como del desarrollo de las operaciones bélicas», y, sobre todo, su presunción de estar en «posesión de la verdad absoluta». Para Molina y Permuy, el material suministrado por la URSS al bando revolucionario, al que es preciso añadir el que compró en otros países, fue superior, en los primeros momentos del conflicto y aún después, al suministrado por Alemania e Italia. Los autores aportan numerosos y fundados cuadros estadísticos a la hora de demostrar sus argumentos y las falacias del historiador madrileño. Igualmente afirman que es preciso tener en cuenta, hasta 1937, la fabricación de armas por parte del bando frentepopulista en las fábricas de material de guerra de Trubia, Sestao y Reinosa, y que cuando la República perdió el frente norte la suerte de la contienda estaba echada. Para ambos autores, lo que marcó la diferencia fue el mejor empleo del material en el campo de batalla. No tenemos noticias de que Viñas haya contestado a tan razonables críticas.

Uno de los episodios más significativos de la trayectoria investigadora y discursiva de viñas fue la elaboración del artículo «La connivencia fascista en la sublevación y otros éxitos de la trama civil», inserto en el libro colectivo «Los mitos del 18 julio». Y es que el artículo fue escrito en un contexto personal ciertamente singular e incluso dramático. Viñas era víctima de una pancreatitis, dolencia de la que hubo de ser operado. En plena UVI, pidió, según su propio testimonio, un ordenador para finalizar el artículo. De haber fallecido, hubiera sido su contribución póstuma a la causa de la antifranquista. Hasta ahí llega su fanatismo. En una entrevista concedida a El País, afirma: «Tres meses después llamé a la editorial: quería retocar el texto, ¡porque lo había escrito en rigor mortis! El contenido del artículo es una buena muestra de la mentalidad de este sujeto y de su peculiar forma de hacer historia. Incluso en una página del libro escribe, «Ja, ja». Viñas hace referencia a lo que denomina los «contratos romanos» de los monárquicos alfonsinos, encontrados, según él, en el archivo de Pedro Sainz Rodríguez, con la Italia fascista, cuyo objetivo era conseguir material de guerra para el golpe de Estado y la previsión de una guerra prolongada en el tiempo. Según él, estos contactos demostrarían que el conflicto español no era endógeno, sino que confluían en él «factores operativos externos de gran calado». Sin embargo, lo que el erudito no demuestra es la efectividad de tales contratos; si es que, en realidad, existieron. Y es que ni Franco ni Mussolini los conocían. El Duce no tenía constancia de su contenido y tuvo, en un primer momento, una actitud negativa a conceder ayuda militar a los rebeldes. Y no es un historiador de derechas quien desmiente a Viñas, sino Ismael Sanz Campos, historiador de izquierdas y experto en las relaciones de la Italia fascista con la II República. «Con todos los respetos –dirá Sanz en su colaboración en el libro colectivo La II República y su proyección internacional— entendemos que no hubo tales compromisos… porque carecería de sentido que Mussolini negase con una mano la ayuda que se le solicitase unos días antes del golpe y en los primeros días que le siguieron hasta el cambio de actitud hacia el 37 de lo que había concedido con la otra». Tampoco tenemos constancia, hasta el momento, de que Viñas haya dado respuesta a esta crítica puntual.

Gral. Amado Balmes

Mención aparte, merece como hemos señalado al principio, el tema del supuesto «asesinato» del general Amado Balmes ordenado por Franco. Esta acusación fue ya sostenida por Viñas, en un primer momento, en su libro La conspiración del general franco y otras revelaciones acerca de una guerra civil desfigurada. Aquí nos encontramos con una historia detectivesca, donde Viñas se convierte en Sherlock Holmes y Franco en el profesor Moriarti. Según Viñas/Sherlock –o Sherlock/Viñas–, Franco fue el inductor del asesinato y señalaba como autor material a un oficial de la guarnición, del que se negó a dar el nombre por temor a una querella de los herederos. Gracias al asesinato de Balmes, prosigue, Franco encontró una excusa para trasladarse a Gran Canaria, donde le esperaba el Dragón Rapide encargado de trasladarle a Marruecos. Y es que Balmes era un militar civilista contrario al golpe de Estado. Sin embargo, no parecía estar de su muro seguros de su tesis, ya que, al ser preguntado por el periodista Juan Cruz, sobre los fundamentos reales de tal acusación Sherlock/Viñas se irritó y dijo: «¡es un asesinato con premeditación y alevosía. Y punto!.

Para colmo, el historiador Moisés Domínguez publicó un libro titulado En busca del general Balmes, en cuyas páginas criticaba las tesis de Viñas, aportando documentos inéditos como la autopsia y el acta de defunción del militar. Naturalmente, una persona como Viñas no podía permanecer callado ante semejante desafío. A Moisés Domínguez lo considera despectivamente un mero «aficionado a la historia». Recientemente, ayudado por sus amigos Miguel Ull Laita –piloto– y Cecilio Justas Viñas –médico–, el historiador madrileño ha publicado El primer asesinato de Franco, en cuyas páginas pretende fundamentar con mayor solidez sus tesis anteriores. La conclusión del libro era, por otra parte, la esperada: los documentos aportados por Domínguez está manipulados,  sobre todo la autopsia, pues la fecha incorrecta y ciertos términos empleados en su redacción no son para nada normales en medicina. Mientras el piloto se encarga de describir la trayectoria del Dragón Rapide, su asesor médico afirma que los datos de la autopsia no son correctos y que todos los indicios demuestran que Balmes no fue víctima de un accidente de práctica de tiro, sino que apuntan «a que el disparo provino de alguien situado en su proximidad y no del arma que manipulaba». Sin embargo, el médico no debe sentirse del todo seguro ya que demanda la exhumación de los restos mortales del general para verificar su tesis y la falsedad del «sedicente informe». Conjeturó que un médico neutral o ideología diferente a la de Cecilio Justas Viñas sostendría lo contrario. Y es que el último libro de Viñas se mueve nuevamente en la construcción de una monumental conjetura. En el fondo, como en otros libros suyos, los fundamentos resultan muy endebles. Se trata de suposiciones a menudo gratuitas y simples deducciones basadas en el a priori de la mano asesina de Franco. En principio, Viñas/Sherlock es incapaz de darnos un retrato y una biografía de Amado Balmes, y concluye que «no se conoce mucho» de su trayectoria vital. Sin embargo, rechaza, sin dar ninguna razón de peso y, sobre todo sin evidencia empírica alguna, que existiera una «amistad profunda» con Franco. Y dice: «Fue, como tantos otros, leal a la monarquía. Nada hace pensar que no hubiese permanecido fiel a la República. Todo lo que se dijo después se destinó a enmascarar su asesinato. Ahora bien, no quiero con ello decir que se tratara de un republicano delirante». Tampoco cree que su amistad con Manuel Goded «significase demasiado». ¿Por qué? Viñas no sabe apenas nada de Balmes, pero señala, de nuevo sin evidencia empírica, que «siendo amigos estaban muy alejados el uno del otro». Pero donde Viñas llega al colmo de la innanidad intelectual y de la ignorancia y histórica es cuando alega que un descendiente del filósofo Jaime Balmes, como el general, no podía ser partidario de la intervención de los militares en la política. Sin embargo tal aserto genealógico no sólo no prueban absolutamente nada, sino que es falso. Ciertamente, el filósofo vicense fue muy crítico con la actitud política de las Fuerzas Armadas, en las que veía el principal sostén del régimen liberal que detestaba. Su objetivo era la alianza de los carlistas y de los moderados autoritarios del marqués de Viluma para la instauración de un régimen monárquico autoritario. En ese sentido veía a Ramón Narváez y a Baldomero Espartero como diques a ese proyecto. Sin embargo, según demostró el padre Ignacio Casanovas en su biografía de Balmes con una carta triste al marqués de Viluma, el sacerdote y filósofo no dudó en entrevistarse y sondear al general Manuel Bretón, conde de la Riva y de Picamoixons y capitán general de Cataluña, para llevar a cabo su proyecto político. Siguiendo la lógica de su relato, recurre a los testimonios de Guillermo Cabanellas –hijo del general Cabanellas y muy adverso a Franco– y de Jesús Pérez Salas, aunque reconoce que éste «exiliado en Méjico, sin fuentes, no dio muchos detalles y cometió errores». Incluso llega a decir que el propio franco reconoció el asesinato, si bien «en circunstancias misteriosas», según la narración de una conversación inserta en el libro de José María Iribarren Con el general Mola, luego censurado. Algo que, para cualquier investigador mínimamente competente, no resulta en absoluto probatorio. ¿Recogió de forma ajustada la información el periodista? ¿Era un rumor? ¿A qué se refería Franco cuando hablaba de «circunstancias misteriosas»? ¿Quizá a un atentado de la izquierda? ¿Por qué fue censurado el libro? La opinión de Viñas/Sherlock resulta elusiva y nada concluyente. Incluso recurre nada menos que al «sentido común». Y es que, según Sherlock/Viñas «la ausencia de información documentada no constituye un obstáculo para nuestra argumentación». Y, en fin, como una muestra más de su método «empírico», hace referencia a una «entrevista secreta» entre Balmes y Franco. En ese caso, tampoco existe evidencia empírica relevante, sino la «tradición oral», eso sí, con «fuentes orales que nos merecen toda confianza». Claro que, reconoce Viñas, el problema es cómo interpretarla y contextualizar la adecuadamente; y reconoce que es «imposible saber cómo reaccionó Balmes». Según esa «tradición oral de toda confianza», Balmes tenía «un gesto adusto». Viñas cree –pues es cuestión de fe– que la conversación fue «un tanto encrespada»; que «con toda seguridad (¡sic!), Balmes dio una respuesta dilatoria y enervante. O, siendo un hombre enérgico también, haber dicho que no se sublevaría». Y ya en el colmo, en el libro aparece una foto del Balmes junto a Franco y otros oficiales, y al pie un comentario: «Caras serias en un grupo de generales, jefes y oficiales durante la crucial visita de Franco a Las Palmas. No se aprecia un ambiente de cordialidad. Balmes, reglamentariamente, aparece en un plano algo detrás de Franco». Al fin, Viñas reconoce «no haber encontrado constancia de una orden que determinara el asesinato»; pero juzga que es «innecesario señalar que tal tipo de instrucciones no suelen darse por escrito»; quizás, señala Viñas, la orden proviniese «de una persona interpuesta, pero con autoridad suficiente»; y apunta al general Luis Orgaz. Nuevamente, no se atreve a denunciar al supuesto autor material del «asesinato», porque, según él, «el nombre no es lo más importante»; lo fundamental es «¿quién se benefició de ello?». Y es que aquí Franco no es «tonto» ni «gallego», como dijo en una ocasión, sino alguien que «demostró una más que notable competencia».

Y concluimos: Viñas no aporta el más mínimo indicio fiable ni documentación de ningún tipo que avalen que Balmes fue asesinado por Franco. El historiador madrileños sigue con su particular guerra contra el dictador muerto hace cuarenta y tres años. Y lava perdiendo, no por la acción de sus supuestos o reales enemigos, sino por las contradicciones internas de su discurso, pero, sobre todo, por sus propias insuficiencias como historiador.

Artículo publicado en el Nº 212 de Razón Española (fundacionbalmes@yahoo.es / 91 457 18 75)


Una respuesta a «La guerras privadas de Viñas contra Franco»

  1. Si Viñas es historiador, en ese caso no tengo dudas de que yo soy la reina de Saba. Es sectario, manipulador, mentiroso en lo que dice, menciona y escribe. No hay dato histórico que no manipule. Es un hombre tan cargo ideológicamente de una marxismo diluido (su marxismo imaginario, no real), que no duda en confundir las ideas con los objetivos según el estado de ánimo en el que se encuentra. Solo leí unas páginas de un libro suyo; no pude pasar de la página 10. Pagado de sí mismo e ignorante hasta límites que solo él conoce. Es un hombre que odia todo lo relacionado con lo que se refiere a ese período de la guerra civil, (del bando nacional), pero lo más sorprendente, es que en realidad no sabe porqué odia. No voy a decir que tiene cierto parecido en lo que escribe con el historiador inglés Paul Preston, pero al menos Preston es bastante más ético que este aficionado que dice de sí mismo que es historiador.

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