La idiocia «progre»
¿No entiendes el lenguaje de muchos «científicos sociales», ni el de tantos «filósofos» y para qué decir el de los «políticos» y más aún de los autodenominados «progresistas»? Pues tranquilo, porque, no todos, claro, pero la mayoría no son más que vendedores de burras, analfabetos con pico de oro y mucha labia para impresionar a incautos pero que, en realidad, no dicen nada o, peor aún, sólo dicen tonterías. Lo demostró ampliamente el físico norteamericano Alan Sokal quien, harto de tanta estulticia, soberbia y estupidez, decidió darles su merecido utilizando sus propias armas.

En Mayo de 1996, Alan Sokal, cansado del abuso que pseudocientíficos sociales, «humanistas» y demás ralea, entre ellos multitud de periodistas y otras gentes de mal vivir, hacían –y siguen haciendo– de las ciencias, escribió un artículo que envió a la revista de estudios culturales Social Text. Lo que hizo Alan Sokal fue redactar su trabajo filosófico-científico en un estilo incomprensible, muy propio de muchos de los textos posmodernos que pretendía ridiculizar. El artículo llevaba por título «Transgredir las fronteras, hacia una hermenéutica transformadora de la gravitación cuántica»… ahí es nada. Plagado deliberadamente de citas absurdas, aunque auténticas, de intelectuales franceses y estadounidenses, aderezado con sinsentidos, ideas abstractas en nada comprobadas, etcétera, el artículo fue publicado de inmediato por la revista, recogiendo su autor grandes alabanzas sobre todo de medios y personajes «progresistas».
Sokal había construido su artículo a partir de saltos ilógicos pero con frases sintácticamente correctas, consiguiendo que lo que era en realidad una parodia, bien que con título tan ampuloso como el que hemos visto, fuese tomado por un riguroso estudio académico, publicado de inmediato por editores irresponsables simplemente porque lo que decía coincidía, y mejor aún parecía avalar, lo «políticamente correcto», máxime siendo su autor un físico reconocido. «El artículo fue aceptado porque sonaba bien y favorecía las concepciones ideológicas de los editores” (Sokal).
Al poco, Sokal, sin duda muerto de risa y de satisfacción al haber comprobado cuán estúpidos son los «progres», decidió rematar su obra revelando su argucia bien que en otra revista, Lingua Franca, poniendo de manifiesto que su intención había sido desenmascarar el uso y abuso incorrecto, inadecuado e inexacto de la terminología científica que hoy tanto se lleva por algunos, los «progres», así como de las extrapolaciones abusivas de las ciencias naturales a las humanas, denunciando los estragos intelectuales causados por la posmodernidad, o sea, por los «progresistas».

En 1997 Alan Sokal, ahora junto con Jean Bricmont, físico belga, ampliaron la crítica con un libro titulado «Imposturas intelectuales», poniendo, esta vez sí, nombres y apellidos a los representantes de esa corriente posmoderna que, instalada en un relativismo cognitivo, abandonaba el camino racionalista al considerar a la ciencia como una narración, un mito o, simplemente, una construcción social.
«Imposturas intelectuales» recoge los nombres de algunos de los principales asnos (Jacques Lacan, Bruno Latour, Jean Baudrillard, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Paul Virilio), así como de otros secundarios (Popper, Quine, Kuhn, Feyerabend) de reconocida trayectoria en el coro «progre» del siglo XX . El libro sostiene que el relativismo posmoderno se nutre de hablar sobre teorías científicas de las que sólo se tiene una vaga idea e incorporar a las ciencias humanas o sociales nociones propias de las ciencias naturales sin justificación experimental o conceptual alguna. Además de que muchos de ellos, no contentos con su ignorancia, y plenos de petulancia, exhiben una erudición superficial utilizando términos científicos de manera incongruente, ambigua o críptica para parecer que son lo que no son; e incluso, caso de ser pillados, poder escapar por los recovecos semánticos por ellos mismo preparados para tales casos.
Ni que decir tiene que la «progresía» intelectual reaccionó ante su propio ridículo y humillación, cargando contra Sokal y Bricmont, en vez de reconociendo con humildad su defecto y fechoría, con la soberbia propia que les afecta pues ya decían los romanos: «Si la soberbia ciega a los dioses, imaginaos lo que hace con los mortales». Con todo su ridículo fue monumental y el intento de desacreditar a ambos autores un fracaso.
Para Alan Sokal y Jean Bricmont, autores de «Imposturas intelectuales», no hay nada vergonzoso en la ignorancia, que siempre tiene remedio, pero sí en la arrogancia, máxime cuando se camufla en la calculada y maliciosa ambigüedad como refugio para caso de urgencia.
Ahora ya saben de que van los «progres» y posmodernos. Oigan sus peroratas, pero no las escuchen, que son cosas distintas, porque en realidad, bien que muy adornadas, sólo rebuznan.

Totalmente de acuerdo con este brillante artículo.
Yo nunca leo a los progres…, por principios. No quiero que la mierda que emana de sus paridas me contamine absolutamente nada.
Muy buen ensayo, señor Aguilar.
No lo conocía y merece la pena divulgar lo estúpido del lenguaje con el que van anestesiando la razón y la conciencia.
Enhorabuena