La impureza
Cuando un alma abandona la gloria y la grandeza a que estaba llamada y se hunde en la impureza, muere para las virtudes y crece en los vicios; en vez de reputación halla el escándalo, en lugar de gloria la miseria; y el odio ocupa el lugar de la gracia, el desprecio el del respeto, la pérdida el de la ganancia, la indigencia el de la abundancia, y la inocencia está corrompida, el pensamiento es vil, y las acciones deshonestas. Pueden llegar a un abismo de envilecimiento en el que los impuros quedan sumergidos en el vicio de la impureza.
Muy bien dice san Bernardo que los hombres carnales no tiene el corazón de hombre; su corazón está en las pasiones, y está convertido en corazón de bruto. El corazón del impuro está como derretido por el fuego de la concupiscencia de la carne, que salta de su lugar y cae en el fango, como la cera que salta de la vela cayendo al suelo; ansioso sólo de la pasión, confundiendo su corazón, corrompiéndolo y degradándolo todo; deseando lo ilícito, deseando las pasiones de la ignominia, olvidando la grandeza del cuerpo como templo del Espíritu Santo.
Dice el salmo 13, 1: “Corrompidos están, obran perversamente; no existe quien obre el bien”. En el Libro de las Confesiones, de san Agustín, leemos que “la impureza no permite que nos ocupemos del porvenir y de las postrimerías”. Y en el Libro del Eclesiástico, “¿qué cosa más corrompida que el pensamiento de la carne y de la sangre?” San Pablo en su Carta a los Efesios (4,19) comenta: “Los cuales, perdida toda sensibilidad moral, se entregaron a la disolución para obrar toda impureza a impulsos de la concupiscencia”. “La tierra está manchada con la impureza, e infectada por la prostitución, dice el Salmo 105, 38. 39). Las citas de la Sagrada Escritas con interminables, como la de los santos.
La impureza apaga en el hombre el genio, el juicio, la fuerza física y moral; mata la razón y la embrutece. Quita el valor y profana el templo del Espíritu Santo. Embriaga los sentidos, debilita la vista, altera las facciones del rostro, altera la hermosura, trae una precoz vejez, y destruye las buenas disposiciones. La impureza del impuro está grabada en su rostro, es una verdad; así como que las arrugas de sus facciones son huellas de sus pasiones que quedan como testigos a la vista. No, el impúdico no puede ocultar su impureza. ¡Cómo el corazón puro y limpio se percata del corazón libidinoso!
Se cae en el vicio de la impureza, por pensamientos, deseos, palabras, miradas y acciones. Los pensamientos perversos separan de Dios, dice el Libro de la Sabiduría (1, 3).
El que desea cometer una acción mala, la ha cometido ya en su corazón, dice Jesucristo cuando se refiere al adulterio de corazón (Mt. 5, 28). En cuanto a las palabras, éstas cuando son obscenas indican un corazón impuro; qué daño hacen y cuanto escándalo provocan. “Los labios hablan de aquello que abunda en el corazón” (Mt. 12,34).
¡Las miradas! “Tienen los ojos llenos de adulterio y de pecado que ni cesa jamás” (II Pe. 2,14), Los ojos son guías del amor impuro, pues no posible dominar una pasión sino se domina la mirada que la alienta. El fuego quema de cera, pero los ojos de cerca y de lejos. En verdad, la fuerza de las miradas es bastante grande como para herir mortalmente el corazón y el alma.
La humildad preserve del vicio impuro; sin humildad no hay pureza. Adán se revela contra Dios por orgullo, y al momento de subleva la carne, se ve desnudo, tiene vergüenza, y se siente obligado a ocultarse. Si nos sometemos a Dios y le obedecemos, entonces se someterá la carne al espíritu, y le obedecerá.
Es menester no estar ociosos. Sí, el demonio debe hallarnos ocupados; la oración custodia el pudor. El ayuno, los Sacramentos, vivir la presencia de Dios, la devoción a la santísima Virgen, y los pensamientos en el más allá, en el final de la vida y en la vida eterna; empleando tales medios, se triunfa siempre, lo mismo del vicio de la impureza como de todos los vicios.
Ave María Purísima.

En mi opinión, el orgullo no es malo si está justificado. Se puede ser o estar orgulloso por algo o de uno mismo, otra cosa es la soberbia, que es el orgullo desmedido, contrario a la humildad.
Antaño la mujer, e incluso el hombre, se mostraba orgullosa de llegar al matrimonio (formalización de convivencia cristiana) sin pecado, pues se dotó al humano de los sistemas necesarios para procrear; el placer es un engaño de la naturaleza para inducir a todas las especies a perpetuarse multiplicándose, de forma que la vida se abra paso.
Las otras especies, dominadas genéticamente por su instinto apenas pueden elegir, el humano si puede decidir el uso de lo que le ha sido dado, aún por encima del instinto genético que subyace en su ser.