La inmigración no es solución
Vamos a analizar un poco la situación.

Sólo cuatro años después del hundimiento de la URSS, la judía comunista-feminista canadiense Shulamit Fyrestone ya escribía en un ensayo que «la culpa de la caída de la URSS había sido que no había logrado disolver la familia». Por tanto, había que socavar rápidamente la institución «familia tradicional» para que triunfara ese conglomerado de ideas que está detrás del comunismo, masonería y sionismo.
Primero se pasó de tolerar el delito de aborto. Hace poco, ha dejado de ser un delito tolerado para pasar a ser un derecho.
Al mismo tiempo, se aumentaba la presión sobre las mujeres, que debían «trabajar». entendiendo por esto el salir a trabajar fuera de casa, como si trabajar dentro no fuera trabajo.
Con estos dos ingredientes, la descomposición era cuestión de tiempo. Nadie quería ver que la solución sería que, en los matrimonios (formalizados o no), uno o los dos cónyuges trabajaran fuera a tiempo parcial, con lo que el «hogar», como base de la familia y como se ha entendido siempre, quedaba a salvo. Seguiría habiendo un rincón familiar, donde sería posible la convivencia y la relación entre padres e hijos.
La televisión como elemento disgregador de la familia, ya venía dando fuerte desde finales de los 60. Los ratos de conversación familiar, bien en la mesa, bien en el salón, se reducían casi a CERO.
La pretendida «liberación» de la mujer llevó al hundimiento de los sueldos. A finales de los 60, en las familias de clase media, un sueldo y medio (que aportaba normalmente el cabeza de familia) era suficiente para vivir e incluso para aspirar a una segunda vivienda. Hoy los sueldos de los dos cónyuges apenas dan para un mini-piso, y eso hipotecándose durante 25 o 30 años.
Así, ya se hacía imprescindible meter a una persona ajena a la familia para cuidar de la «prole», reducida, en el mejor de los casos, a uno o dos vástagos como mucho. Persona que, si salía buena, terminaba suplantando a la madre y, si salía mala, podía robar o abusar de los pequeños. He visto varios casos de madres «trabajadoras» (o sea, estando fuera de casa 10-12 horas de lunes a viernes) ver cómo sus hijos, cuando se hacían daño, iban llorando a la «baby sitter» diciendo «¡Mamá!», en vez de dirigirse a su madre (que llamaremos ya, «madre biológica» a secas).
Las izquierdas mundialistas vieron la ocasión para proseguir la destrucción de esa sociedad occidental «capitalista» e «imperialista»: como bajaba enormemente la tasa de natalidad, había que traer población foránea para sustituirla. Se repetía así el fenómeno que acabó con la sociedad romana en el siglo V, y que trajo un retroceso de mil años a la sociedad occidental.
Pero analicemos sólo el caso de «Expaña»: «Expaña» está perdiendo anualmente una población de unos 120.000 habitantes «autóctonos» (incluiremos en este término los millones de inmigrantes ya naturalizados por las políticas izquierdistas de PSOE y PP). Y los abortos en «Expaña» están ahora (datos de 2017) en unos 105.000, cuando podemos estimar que, a finales de los 60, los abortos ilegales en España (entonces sí con «s», y no con «x») no llegaban a los 10.000, tirando por alto.
Es decir, que bastaría con volver a aquella legislación sobre el aborto para casi corregir esa disminución de la población, sin recurrir a ese pretexto de «inmigración enriquecedora».
Pero no todo empezó hace cuarenta años, porque en los últimos años del Caudillo ya se dio un pequeño paso de «modernización» (?) al casi anular las bonificaciones de la Seguridad Social a los hijos.
Como se ve, de aquellos barros, estos lodos. Pero, si queremos recuperar una sociedad que, con sus defectos, era la nuestra, la de nuestro patrimonio cultural, hagamos dos cosas: fomentemos el trabajo a tiempo parcial y el trabajo en el propio domicilio, para recuperar el concepto de hogar familiar, y volvamos a considerar el aborto como lo que es: un homicidio en todos los casos (con atenuantes en unos, y con agravantes que lo pasan a asesinato en otros).
Con ello, quitaríamos todos los pretextos a este Pensamiento Único descerebrado, paranoico y fundamentalista. ¿Estamos dispuestos a hacerlo?
