La mujer santa

Una mujer fuerte, ¿quién la encontrará? Vale mucho más que las perlas. En ella confía el corazón de su marido y no le faltará ganancia. Le procura el bien y no mal todos los días de la vida. Busca lana y  lino y trabaja con diligencia. Es como nave de mercader, que trae de lejos el alimento. Y se levanta aun cuando es de noche, para distribuir la comida en su casa y las tareas a sus sirvientes (Pro. 31, 10-15).

Queridos hermanos, nuestros Primeros Padres se sentían endiosados, nunca se sintieron –hasta el momento de pecar- en sí mismos; y por esta razón estaban plenamente realizados en la felicidad misma de Dios. No necesitaban más que a Dios.

La compañía de que gozaban Adán y Eva era el amor de Dios en ellos, era el amor con que se amaban, y por eso la realización plena de su amor, sin anhelar más que vivir el amor divino en ellos.

Pero cuando no hacemos la voluntad de Dios, inventamos modos de comunicarnos, como se inventó el modo de comunicarse con el árbol de la ciencia del bien y del mal, a través de la infidelidad a Dios.

El lenguaje de nuestros Primeros Padres era el mismo, el conocimiento de Dios. Pero cuando ellos, por su cuenta, decidieron por sí mismos, distinto de Dios, pecaron y perdieron la plenitud en la que vivían, y su comunicación dejó de ser plena, por haber introducido en pecado en ella.

Adán y Eva se conocieron en el Misterio de Dios, de la Santísima Trinidad. Y ese misterio es en el que han de vivir el hombre y la mujer para alcanzar la plenitud de su relación, de sus vidas. No hay otra unidad entre el hombre y la mujer que la unidad en la unicidad de Dios, en el Amor divino. Fuera de él, sólo habrá frustración y fracaso. 

La mujer virtuosa es corona de su marido. La desvergonzada, como caries de sus huesos (Pro. 12, 4).

La mujer es quien mejor nota el Corazón del Hijo de Dios; así como el varón -también el Corazón si se deja hacer por el Señor- está llamado a experimentar la cabeza del Hijo de Dios, en su relación con el Padre. Es por ello que la mujer es toda corazón, pero corazón de Jesús, corazón de Dios, por tanto corazón de María; que es todo corazón de Dios. Y el varón unido a Dios, aunque su corazón lo experimenta como corazón de Dios,   es sobre todo como cabeza de Dios. Por esta razón el padre de familia dirá: ¡Padre! Con un acento distinto a como lo diría la esposa.

Esposo y esposa caminan, o deben caminar, hacia la unión que tienen entre sí las Tres Divina Personas. Hacia esa comunicación de amor única, donde incluso lleguen a sobrar las palabras. La plenitud sólo se alcanzará en el amor de Dios entre los esposos, cuando este divino amor sea la plena comunicación entre ellos.

La mujer santa está llamada a hacer presente el amor que ella representa. La materialización de ese amor se realiza uniendo a los ángeles con los hombres. El hombre necesita de la mujer santa, porque no es bueno que el hombre esté solo. La mujer santa tiene la tarea de unir a Adán, al varón, no con el maligno que le hizo pecar, sino con los ángeles a fin de cumplir la misión del plan de Dios. Es decir, la mujer santa tiene la misión de angelizar al varón. Bien puede decir la mujer santa que ella es la manifestación del amor que los santos ángeles tienen al varón. 

Falaz es la gracia y vana la hermosura, la mujer que teme al Señor será alabada (Pro. 31, 30).

La esposa es la que suele decir: esposo mío detente y contente; sé un ángel. Esposo mío no como Adán, yo te ofrezco un fruto distinto al que te ofreció Eva,  te ofrezco al Hijo de la Santísima Virgen. Confiésate, comulga, llénate de Dios. No busques lo que el mundo busca. Busca sólo lo que debió buscar Adán y lo que  Eva debió haber recibido, y no el engaño de satanás.

Qué distinta esta realidad santa entre esposo y esposa, de la que el mundo nos presenta. Donde se habla tanto de sensualidad, sexo, caricias, miradas; también de oración, pero en una mezcolanza difícil de comprender dónde está la plenitud de la relación, que nunca estará en la de la relación corporal; que siempre será una obligación para la procreación, pero santificada en el amor divino. Sólo la plenitud vendrá en el acendrado amor de Dios entre los esposos.

La mujer virtuosa es corona de su marido el número de sus días se duplicará. Una mujer fuerte es la alegría de su marido, que cumplirá sus años en paz. Una mujer virtuosa es una buena fortuna que, como suerte de los que temen al Señor, será dada al marido por las buenas obras. Rico o pobre, su corazón es feliz y su cara siempre está  alegre (Eclo. 26, 1-4).

La mujer santa sabrá educar a sus hijos, y para ello renunciará a toda educación afectivo sexual, como mundana y contraria a la Palabra de Dios. Educará a sus hijos en el pudor y recato en la forma de  vestir y de hablar y expresarse; siendo ella y el esposo los primeros ejemplos para aquellos. No permitirán que se vean desnudos los hermanos entre ellos; les enseñará a cambiarse de ropa con rapidez para estar desnudos el mínimo tiempo y no cojan la costumbre de mirarse demasiado al espejo. Los esposos santos siempre se presentarán pudorosamente vestidos ante sus hijos. Mantendrán siempre conversaciones santas, evitando siempre toda ligereza y vulgaridad.

La madre santa procurará que sus hijos vivan en casa una vida de oración, de piedad, respeto y obediencia.

La mujer virtuosa es corona de su marido. La mujer que teme al Señor será alabada. Una mujer virtuosa es una buena fortuna. Esta esposa hace que su matrimonio se encamine a la verdadera plenitud, la del amor a Dios.

Ave María Purísima.


Una respuesta a «La mujer santa»

  1. Compañera te doy y no esclava. Recuerdo que, en el pueblo donde solía veranear, había unos vecinos que tenían dos hijos y dos hijas, un burro, varios cerdos, gallinas. Los animales en la planta de abajo, ellos en la de arriba. Por la mañana, era un desfile ver salir a paso ligero pero en perfecto orden a toda la compañía, todos bien peinados y lavados, diligentes y chitón. Las órdenes eran terminantes e indiscutibles, con mucho genio se complementaban los progenitores en la organización. Hasta el burro era consciente de la marcialidad matutina. Bien pertrechados marchaban todos al campo a hacer sus labores. Esa severidad tenía como consecuencia una educación magnífica, y nunca les vi ponerles una mano encima, lo que no quiere decir que alguna vez lo hicieron, pero bastó esa vez. Era impresionante ver que, con el genio que se gastaban ambos, había un gran respeto entre ellos y, también con sus hijos. Que ejemplo, en medio de su condición y educación básica; que ejemplo de familia unida y cohesionada, de respeto mutuo. Era un mecanismo perfecto y muy humilde. Doble perfección.
    Dijo el Hijo/el Padre, en resurrección no habrá hombres o mujeres pues ambos seremos como ángeles. En lo que toca al ser humano, la mayor grandeza del más fuerte, es ser honesto y justo con el más débil, por contraposición a la ley de las bestias irracionales, la de selección de las especies de los más racistas anti cristianos, que ven en el más débil, solo una presa.

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