La ofensa a Dios que no cesa

Va a comenzar el mes de Ramadán durante el cual, y sólo durante las horas de luz, los mahometanos deberán ayunar; llegada la caída del Sol podrán comer lo que quieran.

Va a comenzar el mes de Ramadán durante el cual, y sólo durante las horas de luz, los mahometanos deberán ayunar; llegada la caída del Sol podrán comer lo que quieran.

Jean-Louis Cardinal Tauran

Ante su inicio, el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso de la Santa Sede, presidido por el cardenal Jean-Louis Cardinal Tauran, ha emitido una nota de salutación (ver aquí) toda la cual constituye una directa, pública y escandalosa ofensa a Dios Uno y Trino, único y verdadero, a la única religión verdadera, la católica, y a su única y santa Iglesia. El dolor con el que en hemos leído tal documento vaticano no cesa, como tampoco la profunda indignación y el escándalo que nos ha producido.

En él se sintetizan prácticamente todos los perniciosos, falsos y aberrantes conceptos que sostiene ese invento del Vaticano denominado «diálogo interreligioso» con el cual, desde luego, bien contentos y entusiasmados están musulmanes y algunos otros que en él se cobijan, conscientes de que va tanto en su beneficio como en el perjuicio de la Iglesia.

Entre otros muchos despropósitos –comenzando por la propia semántica utilizada en el documento, alejada de la habitual católica acercándola a la mahometana para quedar bien–, se reconoce como religión al Islam y además se le pone al mismo nivel que nuestra santa fe católica, cuando en realidad el Islam no es más que un sistema, una estructura, un entramado político-social-jurídico recubierto, eso sí hábilmente, por una envoltura de pretendidas creencias pseudo-espirituales; caracterizado por sus ansias expansionistas e imperialistas totalitarias, por su absoluta intransigencia e intolerancia hacia todo lo que no sea él. Más aún, como Dios sólo puede haber uno, asimismo sólo puede haber una única religión revelada por Él y una única Iglesia fundada por Él, ya que lo contrario sería una contradicción que avalaría el ateísmo más acérrimo; entonces, cardenal Cardinal Tauran, o la nuestra es la única o es la de ellos, elija, pero no confunda. No se puede llegar a Dios, por ejemplo, con una estricta monogamia católica y al mismo tiempo haciéndolo a través de la poligamia musulmana, entre otras muchas cosas, porque en tonces o Dios nos está engañando o no existe.

Hablar de que en el pasado se produjeron choques de competencia, incluso violentos, es pretender lavar la cara a ese sistema político expansionista totalitario que a golpe de espada intentó por todos los medios el dominio del mundo entonces conocido, como ahora lo intenta hacer con la bomba, el fusil, el cuchillo o la demografía; y es dejar en ridículo nuestra Reconquista, Lepanto y tantos otros choques violentos necesarios para salvar nuestra santa Fe, nuestra libertad e identidad.

Pretender la cooperación con el enemigo acérrimo y secular de Dios y de nuestras única y santa Fe  –que aún hoy así se manifiesta incluso públicamente–, es traición a Él, a ella y a todos los católicos, la mayoría de los cuales por ignorancia doctrinal y decadencia moral están indefensos ante iniciativas como esta del «diálogo interreligioso», que además tanto suena a dialéctica masónica, producto directo de la jerarquía religiosa actual, y de la mayoría de sus clérigos y religiosos, que han renunciado a  predicar el Evangelio en su totalidad y absoluta verdad porque en no poca cantidad y medida no creen, y en otra buena parte prefieren la contemporización, el llevarse bien, la vida muelle y el aburguesamiento, al sacrificio y la persecución que si actuaran de forma contraria con seguridad les caería encima.

Abogar por una sociedad  multiétnica, multirreligiosa y multicultural es rendirse al más atroz de los relativismos, de la globalización y del mundialismo, o sea de ese diabólico Nuevo Orden Mundial cada día más extendido, asumiendo su consiguiente efecto que no es otro que el completo indiferentismo y la consolidación de la degeneración de las costumbres, todo ello conducente a un sincretismo religioso obsceno y maléfico cuyo resultado es la apostasía general entre los católicos, consciente o inconsciente, y la destrucción, aún más si cabe, de la Iglesia, de la cual, si no se cambia radicalmente, no van a quedar sino meros restos desperdigados por aquí y por allá, a su vez perseguidos por todos.

Por último, nada fructífero pueden obtener los musulmanes ni de sus pretendidas oraciones, ni de sus creencias, ni de sus ayunos, pues por falsos que son, para nada valen, máxime cuando permanecen extramuros de la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación.

Al Consejo Pontificio en cuestión más le valdría haber emitido, como es su obligación, una nota realizando un firme llamamiento a los musulmanes a la conversión a la única y verdadera santa Fe, la católica; y de paso aprovechar para anunciar su propia disolución, porque no puede haber «diálogo interreligioso» toda vez que religión sólo hay una, la nuestra, la cual tenemos la obligación, por mandato directo divino, de predicar hasta los confines del mundo como hicieron los apóstoles, la pléyade de santos y mártires o los misioneros de todos los siglos, los cuales jamás pensaron ni por asomo en «dialogar» con otras «religiones», ni mucho menos lo hicieron.

 


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