La opresión, para quien se la trabaja
Ser un oprimido no está al alcance de cualquiera. Sólo hay que abrir un poco los ojos cuando se visitan estas pequeñas poblaciones, cerca de las ciudades, que han pasado a convertirse en zonas residenciales, para comprobar que cuanto más grande y bonita es la casa, más grande es también el lazo amarillo que adorna la balconada. Y no faltará alguna estelada al viento.

Una cosa parecida pasa en la ciudad de Girona, donde la proliferación de pancartas en los balcones, y lazos en fachadas y en las solapas de los peatones, es especialmente notable en el centro, en los barrios de la burguesía. La Rambla misma, un domingo al mediodía, está llena de oprimidos tomando el aperitivo.
A mí también me gustaría ser un oprimido, pero me tengo que conformar con el sueldo de periodista y vivir en un pisito de la periferia. En mi barrio, como es un barrio de trabajadores y de inmigrantes, apenas hay oprimidos, por carencia de tiempo esencialmente.
El domingo me gusta pasear por el centro de Girona y ver tantos oprimidos con lazo amarillo por la calle, viviendo en pisos que nunca podré comprar y conduciendo coches que nunca podré ni tocar.
Los trabajadores tenemos tantas preocupaciones que la de sentirnos oprimidos nos pasa por alto, ya querríamos, ya. Procuro que en estas excursiones me acompañe Ernest, que a sus nueve años empieza a ver que hay gente diferente de la que ve habitualmente en casa y en el barrio.
Aprovecho para ejercer de padre, para educarlo.
-¿Ves, Ernest? Si estudias y te haces un hombre de provecho, cuando seas mayor quizás podrás ser un oprimido–se lo digo con cariño mientras mira boquiabierto, diría que con envidia, gente elegante con lazo amarillo.

Antes había señoritas que se ganaban la vida de manera horizontal, algunas incluso acababan poniendo una mercería, gracias a tantas horas de trabajo horizontal.
Cataluña, pionera en tantas cosas, ha inventado las que trabajan de manera transversal, Joana Ortega es el prototipo, pero vendrán más. Joana Ortega, no hay que decirlo, es también una oprimida. Transversal, pero oprimida. Con 70.000 euros el año, la opresión se empieza a hacer angustiosa.
No es extraño que la máxima aspiración de los pobres trabajadores catalanes -no digamos de los inmigrantes- sea llegar a estar oprimidos. Quizás nos tendríamos que manifestar, reclamando un poco de opresión, no puede ser que se lo lleven siempre los mismos. Mientras no mejoramos nuestra triste situación económica, nos tenemos que conformar en formar parte de los opresores, o de los colonos, o de cómo nos quieran denominar los pobres oprimidos.
Para El Diario de Gerona
