La profanación

Profanar es tratar sin el debido respeto una cosa sagrada o digna de ser respetada; también dañar con palabras o acciones la dignidad, la estima y la respetabilidad de una persona o cosa respetables, y especialmente la honra y el buen nombre de una persona muerta.

Nada más verse encaramado al poder, Sánchez –un perfecto stalinista, ya lo irán viendo–, el PSOE, Podemos (comunistas-anarquistas) y los secesionistas de todo pelaje, o sea, el nuevo Frente Popular –idéntico en su composición, objetivos y comportamiento a aquel de tan infausto recuerdo–, no han perdido un minuto, como era de prever y ya adelantamos que iba a ocurrir en un artículo anterior (ver aquí), en dejar clara su firme voluntad, por otro lado de sobra conocida, de exhumar, más antes que después, los restos de Francisco Franco, convertir el Valle de los Caídos en una pocilga de mentiras y cerrar la Fundación Nacional Francisco Franco que es absolutamente legal y legítima.

Con ello, que muy posiblemente van a llevar a cabo con nocturnidad y alevosía –la premeditación ya la conocemos–, consumarán un acto sin parangón en la historia universal manifiestamente esteril, y una más de las múltiples profanaciones de tumbas, monumentos, personas, cosas y verdades que pesan sobre sus respectivos y miserables currículun; porque la historia del Frente Popular como tal –antiguo o nuevo–, así como la propia de cada uno de sus componentes, fue siempre eso: profanación.

No cabe en cabeza normal alimentar y sostener un odio y deseo de venganza tan obsesivo contra una parte de la historia, ni lejana, ni cercana; menos por quienes no sólo no la vivieron, sino que prácticamente todo se lo deben, de una u otra forma, a ella. Si así ocurre, y nadie puede negar que ocurre, se debe, a nuestro parecer, a tres tipos de razones: primera, y para nosotros la principal, a la degradación moral, la perversión mental y la degeneración espiritual de quienes así proceden; segunda, la imperiosa necesidad de hacer olvidar sus propias miserias históricas, ocultar las actuales y amparar las futuras; tercera, justificar su propia existencia, sobre todo ideológica, al carecer de ella, vilipendiando la contraria, aún en contra del rigor histórico, para enaltecer la suya. O sea: marxismo y revolución en estado puro, por mucho que se vista de seda.

Con todo, el problema está, o mejor dicho se agudiza, cuando tales personas y organizaciones políticas y sociales, y tales procederes, no encuentran la horma de su zapato, es decir, no tienen contrapartida alguna que las combata, neutralice e impida que alcancen sus objetivos; en una palabra: cuando no existe ni siquiera una mínima posibilidad de contra-revolución. Ese es realmente el quid de la cuestión, porque este nuevo Frente Popular, repetimos que idéntico a aquel otro en todo, sabe perfectamente que ni PP, ni Ciudadanos, ni la Iglesia –sino incluso la vil y cobarde complicidad de todos ellos pensando que con eso amansarán a la fiera, cuando lo contrario es lo que ocurrirá–, ni la propia sociedad española del momento se van a molestar en pararle los pies en tal asunto –ni en otros–, en enfrentarse con ellos, en defender la verdad, la razón, la dignidad, la justicia y la libertad verdaderas, y eso porque todos ellos padecen, cuando menos, la misma degradación moral, perversión mental y degeneración espiritual que los frentepopulistas. Cuando el presidente de la Fundación ha apelado al rey actual o al emérito y a la Iglesia, o lo ha hecho retóricamente, que es lo que creemos, o poco o nada sabe de quiénes son y cómo están tales autoridades.

Aquellos que deberían reaccionar, los que deberían desde hace mucho haber formado en las filas de la contra-revolución que no cesa de avanzar, con paso corto pero firme y sostenido desde hace cinco décadas, no ven o no quieren ver, que es lo que pensamos, que ese Frente Popular tiene objetivos mucho más amplios, profundos y audaces de lo que nadie se pueda imaginar. Que lo de los restos de Franco, el Valle de los Caídos y la Fundación citada no son sino un peldaño de su plan de destrucción de España como nación y de los españoles como pueblo para, una vez conseguido –y prácticamente ya lo está–, imponer su dictadura, su totalitarismo, su degradación y perversión sobre los restos de ambos.

Aún hay tiempo y margen, bien es verdad que cada vez menos. Dado que nada hay que esperar de quienes tienen la responsabilidad y los medios para encabezar esa reacción liberadora, es decir, ese PP absolutamente corrupto y degenerado, ese Ciudadanos imberbe y absurdo, y esa Iglesia apóstata y decadente, o lo hace el pueblo español, la gente de orden, honrada, decente y trabajadora, o sobre todos va a caer un telón de acero como el que iba a caer hace años sobre toda España y sólo lo hizo sobre la parte que quedó en manos de aquel otro Frente Popular porque en la otra media no se estuvo dispuesto a sucumbir y pasar por lo que pasaron durante tres años los no supieron sacudirse a tiempo tal yugo.

 


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