La rectitud de Dios
La anciana señora insistía al párroco que el cuadro de la Santísima Virgen del Rosario estaba ladeado, que la parte derecha estaba más baja que la izquierda. El párroco no comprendía por qué le decía tal cosa, pues el cuadro estaba bien y no veía que estuviera desnivelado. Además, no podía comprender cómo la señora le decía tal cosa cuando el cuadro estaba a una distancia del suelo de cuatro metros y ella era octogenaria con una vista muy deficiente.
Tal era la constancia de la señora que el párroco no tuvo más remedio que comprobarlo. Para ello tuvo que conseguir una escalera apropiada y subirse con una cinta de metro para medir los extremos del cuadro. Cuál sería la sorpresa del párroco cuando comprobó que el lado derecho del cuadro estaba tres milímetros más bajo. ¡Tres milímetros! ¿Cómo es posible, pensaba, que la señora pudiera apreciar este insignificante e inapreciable desnivel? Con un papel doblado solucionó el desnivel, estando ya perfectamente a nivel los dos extremos del cuadro de Nuestra Señora del Rosario.
Dirigiéndose el párroco a la señora, completamente extrañado y lleno de curiosidad le preguntó, ¿cómo era posible que advirtiera tal desnivel del que ni él mismo ni ninguna otra persona se percató? La señora humildemente bajó la mirada y dijo con suavidad y temor de Dios: así es la rectitud de Dios, Padre. Es aquello que no es apreciable a los ojos del hombre, que el hombre no puede apreciar, ni puede comprender, ni quiere intentarlo, pero no por ello deja de ser perfectísimo.
La Rectitud de Dios es perfectísima y nunca deja de serlo, todos sus atributos están presentes en Él en grado sublime y todos están en Sus acciones. La Rectitud de Dios está en su Misericordia. Tan Recto y Perfecto es Dios que el hijo pródigo no pudo abrazarle hasta que hubo reconocido, y dolorosamente confesado, su pecado previamente. Dios es rectísimo y perfectísimo en sus actos y acciones, pero es inapreciable para el hombre tal rectitud, pero no porque no la aprecie o no la entienda, lo es menos.
Pero la Rectitud de Dios no es como pueda imaginársela el hombre, que no tiene más parámetro que la exigua y voluble rectitud humana. Aquel cuadro llevaba años colgado con el inapreciable desnivel, y todos, desde al párroco hasta el último feligrés, que se paraban delante de él para rezarle a la Madre de Dios advirtió tal desnivel. Pero el desnivel estaba.
Queridos hermanos, Dios, Nuestro Señor, espera pacientemente, mejor dicho pacientísimamente, pero llegará el día en que al igual que el cuadro se colocó perfectísimamente recto, de igual forma el alma se presentará perfectísimamente limpia ante Él. Dios, Padre amoroso y toda Misericordia, espera que el hijo pródigo vuelva dolorosamente arrepentido; espera pacientemente, no quiere que su alma se pierda eternamente.
El pecado es la más grande ofensa, desprecio, a Dios. El pecado tendría que hacernos temblar si comprendiéramos sus consecuencias, la eterna condenación, el infierno eterno, sin fin, sin esperanza, sin consuelo, ni alivio, sin reposo ni descanso.
Hemos sido redimidos con la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Y el Padre Eterno no sufrió? ¿Y el Espíritu Santo no sufrió? No lo hicieron en el Cuerpo, sólo en Verbo Encarnado, pero la Santísima Trinidad sufrió la dolorosísima Pasión y Crucifixión del Verbo Encarnado. Todo fue perfectísimo en las Tres Divina Personas, hasta Su Santo Sufrimiento. Misterio de Amor jamás entendible por su perfección divina, pero real y accesible para quien quiera acercarse a meditar y a mendigar un poco de luz para entender la grandeza del Amor divino y la profundidad del pecado humano.
Santidad de vida perfecta. Lo exige la Santidad de Dios. Quien no esté dispuesto a sufrir y luchar por su santidad, quien no lo intente con todas sus fuerzas, quien no lo desee, quien no aspire a ella, quien no la pida con sollozos a Dios padre Todopoderoso, se encontrará dolorosamente con la Rectitud de Dios, que nos juzgará según nuestros actos y nos pedirá multiplicados los dones que no regaló.
Dios pacientemente nos aguarda. Pacientemente espera que nos demos cuenta de nuestra vida de pecado, pacientemente nos advierte y amonesta, pacientemente no se cansa, pero llegará el día en que el cuadro habrá que ponerlo perfectísimamente nivelado, lo exige le Rectitud de Dios.
Nada más erróneo, equivocado y falso que pensar en una Misericordia que no amonesta, corrige y advierte al pecador para deje radicalmente su vida de pecado. Nada más opuesto a la Verdad de Dios, a Su Perfección y Rectitud.
Queridos hermanos, es tal la Perfección de Dios que sólo Él pudo inventar el Sacramento del Amor. ¡Y aún no lo hemos encontrado en la Sagrada Eucaristía! ¡La Perfección máxima en Santidad y Amor hecha Eucaristía, alimento para el alma! No lo hemos encontrado porque no nos en encojemos de temor sólo pensar en la posibilidad de recibirle en pecado.
La Sagrada Eucaristía es el alimento del alma para que, recibiendo inmerecidamente la Santidad perfectísima, aspiremos, anhelemos, deseemos, intentemos, la perfecta santidad en la medida que Dios ha dispuesto para cada uno de nosotros. De esa medida seremos juzgados.
Aunque no la veamos, ni pensemos en ella, la Rectitud de Dios nos espera para encontrarnos con Ella. En los mandamientos de la Ley de Dios está reflejada Su Divina Rectitud, que es Amor y Misericordia. Somos libres de seguir la Ley divina o la humana.
Personalmente sigo la Ley divina con la Gracia de Dios, ¿y tú?
Ave María Purísima.

La rectitud de Dios es a su vez la rectitud que debemos tener con el prójimo, no buscando nuestra propia satisfacción, sino la de los demás. Quien vive para si mismo muere para si mismo, quien vive para los demás queda en la inmortalidad .