La Santísima Virgen y la Sagrada Comunión

Relata Sor María Jesús de Agreda en su hermosísimo libro “Mística Ciudad de Dios”, la experiencia de la Madre de Dios la primera vez que recibió el Cuerpo sacramentado de su divino Hijo de manos de san Pedro.

Dice así: “Y luego por mano de san Pedro comulgó la divina Madre, asistiéndola con inefable reverencia los espíritus celestiales que allí estaban. Y para llegar la gran Señora al altar hizo tres humillaciones y  postraciones hasta llegar con su rostro al suelo.

Volvió luego a su lugar, donde antes había estado, y no es posible manifestar con palabras los efectos que hizo en esta suprema criatura la comunión de la eucaristía, porque toda fue transformada y elevada, toda absorta en aquel divino incendio del amor a su Hijo santísimo, que con su cuerpo sagrado participó. Quedó elevada y abstraída, pero los santos ángeles la encubrieron algo por voluntad de la misma Reina, para que los circunstantes no atendiesen más de lo que convenía a los efectos divinos que en ella se pudieran conocer”.

Después en la doctrina que la Santísima Virgen da a Sor María de Jesús, le dice:

“Carísima, si en la gloria de que gozo pudiera tener dolor, una de las causas que lo diera mayor es la formidable grosería y atrevimiento de los hombres en llegar a recibir el sagrado cuerpo de mi Hijo santísimo, unos inmundos y abominables, otros sin veneración ni respeto y casi todos sin atención, sin conocimiento y sin reparo de lo que pasa y vale aquel bocado, que no es menos que el mismo Dios, para eterna vida o eterna muerte”.

Continúa diciendo:

“Teme pues, oh hija mía, este atrevido peligro, llórale en tantos hijos de la Iglesia, pide al Señor el remedio, y con la doctrina que te doy hazte digna de conocer y ponderar  profundamente este misterio de amor, y cuando llegues a recibirle, sacude y limpia de tu entendimiento toda especie de cosa terrena, a ninguna atiendas fuera de que vas a recibir al mismo Dios infinito e incomprensible. Extiéndete sobre tus fuerzas en el amor, en la humildad y en el agradecimiento, pues todo será menos de lo que debes y de lo que pide tan venerable misterio. Y para disponerte mejor, será tu dechado y espejo lo que yo hacía en estas ocasiones, en que especialmente quiero imites interiormente, como los haces en las tres humillaciones corporales, y también es de mi agrado la cuarta que tú has añadido para dar reverencia a la parte de carne y sangre que está en el sacramento como de mis entrañas la recibió mi Hijo santísimo y con mi leche se aumentó y creció. Continúa siempre esta devoción, pues así es verdad, que está en el cuerpo consagrado parte de mi propia sangre y substancia, como tú lo has entendido.”

Y termina:

“Y si con el afecto que tienes sintieras gran dolor vieras hollar el sagrado cuerpo y sangre y que alguno lo pisaba con desprecio y con ignominia, lo mismo debes sentir con amargura y llanto sabiendo cómo le tratan hoy tantos hijos de la Iglesia con irreverencia y sin algún temor y decoro. Llora, pues, esta desdicha y llora porque hay pocos que la lloren y llora porque se frustran los planes los fines tan pretendidos con el inmenso amor de mi Hijo santísimo. Y para que llores más te hago saber, que como en la Iglesia primitiva eran tantos los que se salvaban ahora lo son los que se condenan.”

Y todo “porque los hijos de la fe siguen las tinieblas, aman la vanidad, codician las riquezas y casi todos apetecen el deleite sensible y engañoso, el cual ciega y oscurece el entendimiento y le pone densas tinieblas, con que no conoce la luz ni sabe hacer distinción entre lo malo y lo bueno, ni penetrar la verdad y doctrina evangélica”.

Nada se puede añadir.

Ave María Purísima.


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