La unidad, fundamento de mi ser

Se ha dicho, con razón, que lo que constituye la fuerza de los malos es la debilidad de los buenos. ¿De dónde viene la debilidad de los buenos? De la división, de la falta de unidad interior, de la falta de unidad en todo el ser, de la división que impera en tantas almas por la falta de su voluntad y de su acción, por la división profunda que existe en el corazón.

El edificio de nuestra personalidad, de nuestra vida espiritual, y, en definitiva, de nuestra santidad se sustenta en este principio de unidad. El más perfecto heroísmo o la fuga del pecado son conclusiones de este principio; es el centro de nuestra vida. Todas las verdades, aun las más fundamentales se deducen de este principio. La integridad moral y de pensamiento, la fortaleza en la fe, la propia humildad, la abnegación, el espíritu de sacrificio, la honradez a prueba, el sentido del honor.

La unidad interior ilumina las verdades de fe, los fundamentos de la moral; nos hace creíbles por la integridad de vida y de fe. Esta unidad nos da la clave de la verdadera vida espiritual y humana. Sin ella, quizá uno podrá afianzarse en alguna verdad más o menos importante, pero nunca será toda la vida interior.

El primer fruto de se obtiene de la unidad interior es la unidad de mis ideas, de mis aspiraciones, de mis esfuerzos, unidad, en definitiva, de toda mi vida. Pero el fruto más hermoso de la unidad es la fuerza; la gran causa de la debilidad interior es la turbación y la división. “Todo reino divido contra sí mismo será destruido” (Lc. 11, 17). El alma desparramada, dividida en mil preocupaciones de los sentidos, consume sus fuerzas en menudencias y las pierde; en cambio, ¡cuánta fuerza adquiere el alma cuando sus potencias están concentradas en la unidad, en particular concentradas en Dios!

No hay poder comparable al de un alma unificada en el conocimiento, amor de Dios y la acción. He aquí en principio de la unidad de mi ser. Conocer, amar y vivir conforme a lo que conozco y amo como centro de mi vida. ¿Quién podrá medir el poder de un hombre cuyas facultades están completamente unificadas en un mismo esfuerzo? Cuando la inteligencia, la voluntad, las pasiones y las fuerzas del cuerpo están juntas, concentradas en un mismo objeto, no hay poder en el mundo comparable a éste. Y cuando este poder viene se viene a unir al poder mismo de Dios, ¿cómo no asombrarse del prodigioso dominio que ejercen los santos? ¿Cómo no asombrarse del poder de su  oración  y de la eficacia de su acción?

Si examinamos nuestra alma, ¿qué encontramos?: mis gustos, mi capricho como guía de mis determinaciones, ideas y conducta, mi sensualidad que me hace vivir con una verdadera y vergonzosa máscara, que es lo que ven, no ven mi verdadero rostro, vil y cobarde. Mi conveniencia no es la regla seguida por Dios en el gobierno del universo, por este hecho estoy separado de Dios en pensamiento, en voluntad y en acción. Mis conveniencias egoístas son la regla de mi vida, mis gustos son inconstantes, los caprichos de hoy no son los de mañana; las necesidades del cuerpo no son las del alma; las pasiones se cruzan y se multiplican sin fin, de todo esto resulta la división de mi interior.

¿Dónde está la idea de Dios dominando y concentrando todas las ideas? ¿Dónde está el amor de Dios dominando todos los afectos? ¿Dónde el ansia de buscar y servir a Dios dominando y concentrando todas las acciones? La idea de Dios, el amor de Dios, el deseo de Dios, he aquí los sólidos fundamentos que unificaran el amor  del corazón, las voluntades y las acciones.

Desunión e impotencia es el estado de cada alma alejada de Dios, esterilidad de sus acciones es el fruto de esfuerzos, frustración y vaciedad de vida es la realidad de su existencia.

Mi conocimiento de Dios, mi amor a Dios mis acciones santificadas por mi fidelidad a Dios, son mi unidad de pensamiento y de vida; esta unidad es la fuerza que me impele a la fidelidad de vida insobornable. Es la fuerza de  mi unidad interior que derrota a mi enemigo y que merece el beneplácito de los santos.

Ave María Purísima.


2 respuestas a «La unidad, fundamento de mi ser»

  1. En efecto: divide y vencerás… es una constante. Las pequeñas o grandes concupiscencias, las ramas que nos impiden ver el bosque, el sentido de la vida. Si se quiere, los pequeños (vistos desde una perspectiva lejana) problemas cotidianos que empujan a ir «tirando» de nosotros, anta la falta de una motivación mayor. Así, y no por casualidad, la era del bienestar nos ha rodeado de infinidad de distracciones que el inagotable consumismo alienta incluso desde el subconsciente. A veces, frente a un cuadro o admirando una puesta, descansamos la mente, pero en el mejor de los casos casi siempre, vaciándola sin más.
    Hace falta quizás para muchos de los llamados, alcanzar por cualquier motivo un estado de emotividad que nos sensibilice y nos permita llenar ese vacío. A veces pasa, y no hay que dejarlo pasar.

    1. Ese vacío, apreciado Jesús, se llena con el Señor en nuestro corazón, con el deseo de darle gloria cada día con nuestra vida, sencilla o complicada, llena de inquietudes o monótona.
      El Señor dueño de todo mi ser, he aquí la solución a mi vida y a su tarea día a día.
      Saludos cordiales.

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