La verdadera memoria histórica: «¡Ya cayó el barbudo!»

O la destrucción del Cerro de los Ángeles

Hoy, 30 de mayo, se celebra el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, realizada por Alfonso XIII en el Cerro de los Ángeles, ante un gran monumento al Sagrado Corazón que coronaba el otero, con la asistencia de la familia real, el gobierno, y otras autoridades civiles, militares y religiosas.

Su discurso empezaba con estas palabras: «España, pueblo de tu herencia y de tus predilecciones, se postra hoy reverente ante este trono de tus bondades que para Ti se alza en el centro de la península. Todas las razas que la habitan, todas las regiones que la integran, han constituido en la sucesión de los siglos y a través de comunes azares y mutuas lealtades esta gran patria española, fuerte y constante en el amor a la Religión y en su adhesión a la Monarquía».

Naturalmente, los medios de comunicación silenciarán esta conmemoración, y, por supuesto, no recordarán la destrucción del monumento realizada por una horda de milicianos el 7 de agosto de 1936. Estamos ante la verdadera memoria histórica, la que los herederos del Terror Rojo no quieren recordar.

Además del sangriento y apocalíptico holocausto católico ―durante el cual se asesinó a unas 10.000 católicos, entre religiosos y seglares―, el Terror Rojo causó una devastadora destrucción del patrimonio religioso, calculándose en unos 20.000 el número de monumentos asolados por las jaurías bolcheviques: fueron quemados totalmente 800 templos en Valencia, 354 en Oviedo, 48 en Tortosa, 42 en Santander, 40 en Barcelona… En cuanto a Madrid, de los 220 edificios religiosos que había, 45 fueron totalmente destruidos, 55 seriamente dañados, y el resto fueron robados y profanados.

Fueron parcialmente destruidos: Almería: todos; Barbastro: todos; Ciudad Real: todos; Ibiza: todos; Segorbe: todos; Valencia: más de 1.500; Gerona: más de 1.000; Vic: más de 500; Cuenca: todos menos 3; Madrid: casi todos; Cartagena: casi todos; Orihuela: casi todos; Santander: casi todos; Toledo: casi todos; Jaén: el 95%; Solsona: 325.

Milicianos anarquistas profanaron los esqueletos de religiosos y religiosas, colocándolos en posturas obscenas en el interior de algunas iglesias, conformando un museo del horror cuya entrada cobraban a las hordas anticatólicas.

Especialmente dramático fue el asalto al Cerro de los Ángeles. El primer asalto al complejo religioso se produjo el 23 de junio de 1936, cuando cinco jóvenes pertenecientes a la Acción Católica que se turnaban para defender el convento y el monumento fueron asesinados por un escuadrón de milicianos, dejando sin protección el lugar. Desde ese momento todo el complejo, situado en una zona elevada de gran importancia estratégica, quedó en manos republicanas hasta que fue recuperado por los nacionales. El Frente Popular decidió, lejos de aprovechar su uso estratégico, emplear el convento para instalar una checa en la que fueron asesinadas decenas de personas.

El 28 de julio, los milicianos fusilaron la escultura del Sagrado Corazón, que coronaba el cerro elevada sobre un monolito de 9 metros. Como consecuencia de los disparos, 6 impactos de bala rodearon el Corazón, pero ninguno consiguió impactar en él.

No contentos con este bárbaro atentado, a continuación emprendieron la satánica tarea de destruir todo el complejo religioso, objetivo que les costó 5 intentos sucesivos.

El primero tuvo lugar a las tres de la tarde del 31 de julio, pero las cargas de dinamita que colocaron en el monumento los milicianos llegados desde Madrid no consiguieron la caída de la imagen.

Al día siguiente volvieron a intentarlo, pero la imagen siguió en su sitio, ante la sorpresa y la rabia de los profanadores.

El 5 de Agosto, una horda de milicianos llegados desde la capital en un centenar de coches saquearon el convento carmelita, pero dejaron en paz el monumento, cosa que no sucedió el día siguiente, cuando intentaron echarlo abajo tirando con gruesos cables de acero amarrados a un tractor. Sin embargo, los cables se rompieron al tercer envite, antes de conseguir su propósito.

Desesperados ante este nuevo fracaso, los milicianos acudieron a Getafe, donde se pertrecharon de cualquier herramienta que sirviera para derribar a mano el monumento, que asaltaron con técnicas de picapedrero.

Al ver que, a pesar de los destrozos, no conseguían su objetivo destructivo, realizaron el quinto intento, preparándolo a conciencia, para lo cual fueron asesorados por expertos, cuyas indicaciones les sirvieron para colocar barrenos más potentes en orificios practicados en algunas zonas del monumento, que finalmente cayó a las 9 de la mañana del 7 de agosto. Para celebrar su victoria, los demoledores gritaban «¡Ya cayó el barbudo!».

Una vez en el suelo las esculturas, las cabezas siguieron siendo objeto de vejaciones y ataques, sirviendo como blancos de tiro para las prácticas de los milicianos, y como objetos de blasfemia y escarnio, algunas pintadas del morado republican y del rojo y negro de la CNT. Golpeadas, a una le quitaban un ojo, a otra le mutilaban la nariz… la cabeza de Cristo fue arrasada a martillazos, a la que convirtieron en un amasijo totalmente irreconocible.

Desde aquel día, el cerro pasó a llamarse «Cerro Rojo», hasta que fue reconquistado por las tropas nacionales. Bajo el franquismo, fue reconstruido.

Un especial protagonismo en estos terribles acontecimientos lo desempeñaron las monjas carmelitas que se habían establecido en el Cerro el 31 de octubre de 1936, bajo la dirección de santa Maravillas de Jesús ―canonizada por san Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003―. Ante las amenazas de ataque al monumento a partir del triunfo de la República en 1931, la futura santa permanecía muchas noches en oración, y solicitó permiso al nuncio y al general de los carmelitas descalzos para poder salir de la clausura y defender el monumento al Sagrado Corazón con su vida en caso de profanación o ataque, permiso que le fue concedido.

Cuando tras el Alzamiento les comenzaron a llegar noticias de asesinatos de religiosos, la Madre Maravillas les da la posibilidad de abandonar el lugar y trasladarse con sus familias, o a otro lugar donde pudieran refugiarse, pero las hermanas deciden permanecer en el lugar.

El 1 de mayo de 1936, un grupo de milicianos pretendieron saltar las tapias del Carmelo, pero fueron detenidos por el alcalde de Getafe, un anarquista al que llamaban El Ruso, que solía acudir al convento a hablar en francés con la Madre Maravillas, ya que conocía el idioma por haber estado exiliado en Francia.

El 22 de julio de 1936, cuatro días después del Alzamiento, cuatro camiones de guardias de asalto se llevaron a las monjas, por orden de El Ruso, con la intención de protegerlas del inminente asalto al complejo. El 14 de agosto, aconsejadas por el alcalde, marcharon a Madrid, donde se alojaron en la calle Claudio Coello. No volvieron al cerro hasta tres años después.

Las ruinas del antiguo monumento se trasladaron a otro lugar de la explanada, donde se construyó un nuevo santuario, en cuyos planos intervino Pedro Muguruza, arquitecto del Valle de los Caídos.

Y lo que casi nadie sabe es que la mayoría de los milicianos que protagonizaron el bárbaro ataque al Cerro de los Ángeles se convirtieron más tarde, arrepintiéndose de su horrible blasfemia, contribuyendo secretamente a la reconstrucción de lo que habían destruido.

Por LAUREANO BENÍTEZ GRANDE-CABALLERO, extraído de su libro EL HIMALAYA DE MENTIRAS DE LA MEMORIA HISTÓRICA


Una respuesta a «La verdadera memoria histórica: «¡Ya cayó el barbudo!»»

  1. Habrá que incluir este libro es la lista de deseos, si el libro es la mitad de bueno que el artículo -y a decir por éste no será la mitad sino 10 veces más-, merecerá la pena su adquisición y lectura.
    Y vaya tela con la Justicia nacional que ni es Justicia ni es nacional. Contaba un hermano mío cuando llegó al seminario de San Lucar la Mayor, en Sevilla, que la primera noche uno de los seminaristas al Padre Maestro le llegó y le dijo la retahíla de cosas que precisaba y que no tenía: no tenía pijama, no tenía de esto ni de aquello ni tampoco lo otro. Y el Padre Maestro abrumado el hombre interrumpió al seminarista en su lista de necesidades y le respondió: «hombre, aquí hay que venir con un mímimo». Yo respecto de la Justicia Nacional digo lo mismo, no pido ese cuadro famoso de la guerra de los 30 años de los soldados comiendo en unas mesas debajo y a la sombra de un árbol de copa enorme plagado de ahorcados, no pido tanto, pero por lo menos, como dijo aquel Padre Maestro del Seminario de San Lucar La Mayor, por lo menos hay que tener «un mínimo», porque no lo que no puede ser es que los milicianos que cometieron tal profanación y tal escarnio se les perdonara despues como si tal cosa, se fueran de rositas, el abuelo de Padre Iglesias implicado en los asesinatos de la pradera del Manzanares durante la guerra civil la pena de muerte se sustituyera por una pena de 5 años y ésta por un trabajo de funcionario en el Ministerio de Trabajo, mientras nuestros soldados de la División Azul estaban en Rusia pasando mil calamidades como prisioneros, por no hablar de los millones de alemanes y no alemanes muertos en los gulag de Stalin, de De Gaulle, y de Eisenhower, -valga la redundancia-, muertos como consecuencia de la dureza del trato que recibieron.
    Esto es una verguenza. Malo es el tremendo holocausto que cometieron los rojos asesinando ala gente por llevar los zapatos limpios o por cogerle una estampita de la virgen escondida debajo del colchón, pero tan malo como aquellos tremendos crímenes fue la mojigata justicia posterior que dejó impunes todos aquellos crímenes, y cuentan cómo en los pueblos se seguían paseando impunemente en los años 40 y 50 muchos asesinos con el apodo de «el mata curas» sin ninguna consecuencia. No ha servido de nada esta generosidad, al final lo que prevalece en la propaganda son «las fosas de Franco». Que sirva de lección.

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