La verdadera sabiduría
Cuando finalice el breve curso de nuestra vida y lleguemos al término que nos puso Dios, nuestro Señor, para merecer la vida eterna, se desvelarán los engaños que tuvimos respecto a nuestra salvación, pues la eternidad será para gloria o para castigo. Allí los justos conocerán en qué consiste su felicidad y salvación y los réprobos su lamentable y eterna condenación.
Qué dichosa es el alma que en el curso de su vida procura anticiparse a la ciencia divina a cerca de lo que tan pronto, con la muerte, conocerá por experiencia. Esta es la verdadera sabiduría, no esperar a conocer el fin en el fin, sino al principio de la “carrera” de la vida, para correrla no con dudas de conseguir la vida eterna, sino con la mayor seguridad posible.
Consideremos ahora cómo estarían los que en el principio de una carrera mirasen su deseado premio, preparado al fin de la carrera, y que deben ganar corriendo hacia él con toda velocidad y sin detenerse. Con seguridad correrían con todas sus fuerzas, sin distraerse en nada que no sea correr a la mayor velocidad. Si, en cambio, en lugar de correr la carrera el atleta no hace más que distraerse con cualquier cosa, habría que considerarlo un inepto o que no sabe lo que se pierde. Esta es nuestra vida mortal, en cuyo breve curso está como fin el premio la vida eterna, o como castigo el tormento sin fin.
Todos nacemos en el principio de la carrera con el uso de razón y la libertad de la voluntad, por lo que nadie puede alegar ignorancia sobre el fin de la carrera, y muchos menos los hijos de la Iglesia.
¿A caso vamos a perder el seso y el juicio pecando? ¿Vamos a dejarnos atrapar por la vanidad, sensualidad y tibieza de vida? ¿De verdad vamos a ignorar el fin a donde vamos a llegar en tan poco tiempo?, ¿no nos vamos a dar por entendidos? ¿Ignoramos acaso que nacemos para morir, que la vida es momentánea, la muerte infalible, el premio o el castigo inescrutable y eterno? ¿Qué responden a esto los amantes del mundo, los que consumen su corta vida en el lodazal del pecado gozando de los deleites mundanos? Advirtamos qué falso y desleal es nuestro mundo en el que nacimos y en el que vivimos. Cuánto bien haríamos en cerrarnos al mundo y no abrirnos a él.
No perdamos de vista el término a donde nos avocamos, el fin para el que nos formó de la nada nuestro Creador. Toda nuestra intención esté en este fin, no en lo transitorio y engañoso de la vida que nos circunda y de las leyes que nos oprimen. Todo es efímero, vano y mentiroso. Sólo el amor divino viva en nuestros corazones, y nos consuma con todas sus fuerzas. Que no es amor verdadero el que fija su atención fuera del Salvador y su sacratísimo Corazón.
No impidamos la acción de Dios en nuestras vidas. Vivamos una vida limpia, transparente, pura y casta, obediente a los mandamientos de la ley de Dios, y asegurémonos la fidelidad que remunera más de ciento por uno.
Ave María Purísima.

La sabiduría no tiene principio ni fin, se confunde con el conocimiento, por eso es eterna y emana desde el espíritu, todo lo que se manifiesta en el tiempo es ilusión, por eso tiene un principio y un fin, lo mismo que una pesadilla en su despertar, la cuestión es entender que hasta el libro también pertenece al mismo sueño manifestado en el tiempo. Creer que solo existe esta supuesta realidad en el tiempo, es lo mismo que concebir el sueño en realidad y seguir aferrado al libro como su entelequia, sin despertar el espíritu, desde donde emana la verdadera sabiduría.
Saludos cordiales