La victoria del anticristo tras la caída del imperio ruso
Nuevo Orden Mundial, dictaminado por el mismísimo Lucifer -según expertos en este término y otros estudiosos del globalismo- debido a los ambiguos objetivos que culminan a los altos cargos implicados en ello -así como la simbología a la que se aferran-. Mientras el discurso defiende una vía, los actos de políticos, magnates y supuestos filántropos privilegiados pondrían en tela de juicio esos derechos y libertades que tienen como objetivo ofrecer un progreso hacia un futuro más sereno y afianzado. Al margen de las interpretaciones profundas que pueden hacerse sobre el NWO, no han sido pocos los visionarios que hablan de la llegada de un anticristo, del desarrollo de un caos inevitable o de la condena que sería vivir en los años venideros. Bien sea por medio de señales espirituosas o científico-lógicas desde la interpretación metafórica, el presente libro no podría ser menos y, de la mano de Sergio Fernández Riquelme podemos descubrir una visión alternativa sobre los últimos días del Imperio ruso.

Bajo el título de El fin del mundo, se toma como referencia el reinado de Nicolás II pues, años después tras su muerte no sólo cayó el país, sino que se dio paso a la primera revolución comunista del mundo tal y como había profetizado Leontyev, considerando este suceso como ‘la victoria del anticristo’.

Sin duda, y como decíamos anteriormente, ‘El fin de un mundo: los últimos días del imperio ruso’ es una hábil publicación que permite considerar una visión alternativa de la historia de la mano de un autor que no sólo es un experto en la materia, sino que goza de vasta experiencia en política social por su condición de doctor.
Dividiendo en libro en 3 partes, la introducción del inicio nos ayuda a situarnos en el contexto que el autor quiere desarrollar. En pocas páginas realiza un resumen de las familias críticas en la historia de Rusia, desde Pedro I El grande hasta el último zar Romanov, exponiendo las maniobras de gobernanza y las repercusiones futuras; las positivas, las negativas y las definitivas que dieron cierre al imperio ruso, ortodoxo y autocrático “en un gran drama histórico y colectivo de proporciones inconcebibles” (pág. 13).
La primera parte profundiza en esa autocracia y reforma que coronó una era cambiante; partiendo de la contrarrevolución iniciada por Nicolás I, quien se negó a abolir la servidumbre aún vigente, aspecto que también iba vinculado -desde el plano secundario- al proyecto de este mismo zar sobre construir la identidad nacional del propio Imperio bajo esa misma ortodoxia y autocracia anteriormente mencionadas. Sin embargo, esto no es lo único que se trata en el primer bloque: el señor Fernández desmiembra las relaciones políticas, tratados, decisiones críticas y vínculos con países vecinos y organizaciones implicadas en ese ideal imperial ruso, así como el programa reformista de Alejandro II (que chocaba con la servidumbre), iniciativas inquisitoriales (como la implantación de una nueva administración judicial basada en el sistema francés -1864-, el desarrollo de un régimen de gobierno local autónomo para los distritos rurales -mismo año- y las grandes ciudades -1870-, la abolición de la pena capital -1871- etc.). Reformas que, a su vez, trajeron el crecimiento incesante de las protestas de la minoría polaca y la movilización de las sociedades secretas y revolucionarias.
Cuando se llega al último heredero enumerado por esta primera parte, Alejandro III, descubrimos a quien no se lo esperaba ni había sido formado para ello, cuya intensa y efímera preparación le hizo alejarse más aún de las enseñanzas y los valores de su difunto padre. Su objetivo –[re]construir unos dominios estables, pacíficos y brillantes en el mundo-, conseguido gracias a su destreza y buenas decisiones, se desmoronó cuando falleció repentinamente a sus 49 años, dejando completamente solo a su hijo Nicolás, joven y dubitativo (pág. 41).


Aquí es donde se presencia el comienzo de la segunda parte del libro, fragmentado en dos bloques: ‘El sueño de renovación de Rusia: la «eslavofilia» y ‘Tolstoi y Dostoyevski; testigos del inicio del fin de un Imperio’. Ese primer apartado arranca con un listado de ideólogos influyentes y esa doble moneda del régimen de los Romanov -el movimiento del ideario eslavista-. Aunque sólo hay que recorrer pocas líneas para saber que ese modelo identitario ruso, ortodoxo e imperial se configuró tras dos detonantes -el levantamiento decembrista de 1825 con la insurrección polaca de 1830 y las revoluciones políticas europeas-, el autor se toma la molestia de continuar por orden cronológico en qué consistía esa nueva identidad nacional de Rusia y los pasos ejecutados gracias al poder y a influyentes sujetos de letras -como poetas-. No ha obviado hablar de su evolución y motivos por los que se tornaba siempre las diferencias de opinión entre países y eslavófilos en general. En resumidas cuentas, a través de la literatura se consiguió reforzar una serie de ideas y simpatías, penetrando en el deseo de representación de la ciudadanía y subrayando las características político-geográficas; el señor Fernández comparte una serie de fragmentos de obras, nombres y apellidos de autores de renombres y otros escritos que funcionaron como un eje de influencia en el pensamiento masivo. De ahí que el siguiente apartado lo centre en Tolstoi y Dostoyevski, calificándolos de ‘testigos’ del inicio de esa caída del Imperio.
Lo explosivo de ambos literatos es la disparidad entre su pensamiento. El estilo no sólo es diferente, sino que su perspectiva y condiciones difieren en comparación, además de que no llegaron a conocerse nunca (“Tolstoi, hombre de origen noble que acabó buscando comprender la historia humana y defendiendo la solidaridad social entre campesinos y sin patrias; Dostoyevski, personaje del mundo urbano que intentó comprender el alma humana en sus debilidades, apostó por el renacimiento espiritual de la nación a través del sufrimiento” -pág. 56). A pesar de lo turbulento de la situación histórica que también repercutió en sus vidas personales, quedó recogido en las próximas obras de ambos, hablando incluso de un ‘nuevo Dostoyevski’. Un epígrafe muy necesario para comprender más adelante muchos sucesos transcurridos en el país y que habrían sucedido años después, como si esos escritos fuesen crónicas de ‘una muerte anunciada’.
En esta parte, el señor Fernández nos regala la biografía concentrada de ambos escritores, compartiendo fragmentos de algunas de sus novelas y acompañando al lector con síntesis de la sinopsis. Se aproxima tanto a las intimidades de cada uno que finaliza esta parte citando el versículo bíblico que recogía la lápida de Dostoyevski. Es aquí cuando se da comienzo, una página más adelante, a la tercera parte de El fin de un mundo.
Los tintes catastróficos que adornan la frase inicial no tienen nada que envidiar al subtítulo que encabeza este episodio: ‘Nicolás II, el último y trágico zar’. Su papel mártir ya le estaría eximiendo de la oscura culpa que otros han intentado patentar en relación a su persona, pues don Sergio achaca aquí la timidez -para mandar- la devoción -para ser resistor-, el carácter hogareño y su escasa preparación al fracaso de su mandato. A lo largo del capítulo, más breve que las partes anteriores, el autor nos explica cómo se desarrolló esa fase de crisis, frustración y perdición: advertencias al zar, resignación ante su destino, maniobras extranjeras, sustituciones y una espantosa muerte culminan El fin de un mundo, recalcando que esa previsión venía con ‘demonios’ que “marcaron y marcarían el destino de Rusia y del mundo y que Dostoyevski desarrolló en varios personajes fieles representantes de un debate finalmente trágico” (pág. 86).
No cabe duda de que este libro es perfecto para quienes desean conocer los entresijos de Rusia y el extremo episodio histórico que marcó un antes y un después en la vida política de la dinastía de los zares, comenzando por los puntos más significativos de ese glorioso imperio. Lejos de quedarse en la superficie, Sergio Fernández Riquelme va más allá y añade un componente cultural y literario: la visión de dos escritores que acabaron vaticinando parte del cambio, y que son un aperitivo acorde a lo mencionado sobre Leontyev, aquel que garantizó que esa revolución comunista era ‘la victoria del anticristo’.
