Lepanto, la más alta ocasión que vieron los siglos… y el Rosario.
El 7 de octubre se conmemora el aniversario de la gran gesta hispánica, que junto con las defensas de Viena y Hungría, frenaron el avance turco, es decir, de la secta musulmana, como antes y durante siglos frenaron la invasión en nuestra Patria. Fue una empresa cristiana, ante todo, promovida por la aspiración de la Europa católica contra el mahometismo para mantener la libertad física y de conciencia.

San Pío V atribuyó la victoria de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, con la cual desaparecieron graves amenazas para la fe de los cristianos, a la intercesión de la Santísima Virgen, invocada en Roma y en todo el orbe cristiano por medio del Santo Rosario, y quedó instituida la fiesta que celebramos hoy. Con este motivo, fue añadida a las letanías lauretanas la invocación Auxilium christianorum. Desde entonces, esta devoción a la Virgen ha sido constantemente recomendada por los Romanos Pontífices como «plegaria pública y universal frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de la Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero» (Juan XXIII, Carta Apost. Il religioso convegno de 29-IX-1961). El Papa Benedicto XIII la introdujo en el Breviario Romano y San Pío X la fijó en el 7 de octubre y afirmó: “Denme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo”.

Mucho y bien se ha escrito sobre aquella ocasión, siempre ponderando la dificultad y trascendencia de la misma, así como la divina intervención en la misma por mano de Nª Sª del Rosario. Como ejemplo y magnífico resumen, traemos aquí una de sus mejores glosas.

Aunque ha sido muy célebre esta devoción del Rosario desde el tiempo de Santo Domingo, se hizo más célebre con ocasión de la famosa batalla naval de Lepanto, que se ganó por intercesión de nuestra Señora, y particularmente por la devoción de su santo Rosario, la cual, siendo tan sabida, no hay para qué referirla aquí de propósito, y siendo muy propia de la fiesta de hoy no se puede callar del todo, y por eso diré la suma de ella.
Después que Selim II de este nombre, gran turco, rompió las paces con la república de Venecia, y viéndose señor del mar por la multitud de sus naves y soldados, se señoreó del reino de Chipre, y empezó a hacer hostilidades y estragos en los cristianos, el santísimo Pontífice Pio V procuró unir todas las armas católicas contra el enemigo común de la cristiandad que deseaba dominarlo todo con su poder, y presumía eclipsar con sus lunas las luces clarísimas de nuestra fe. Excusáronse los otros príncipes cristianos, y solamente el rey católico Felipe II se coligó con el Papa y con la república de Venecia para oponerse a tan formidable enemigo. Dispúsose una poderosa armada, de la que iba por general D. Juan de Austria, hijo del invicto emperador Carlos V, en quien parecía herencia el valor y patrimonio el vencer. Buscó la armada católica a la turquesa, que esperaba en el golfo de Lepanto. Los turcos contaban 230 galeras reales, con otras muchas galeotas y vasos menores; los cristianos llevaban más de 200 galeras: 81 del rey de España, 109 de Venecia, y 12 del Sumo Pontífice, tres de Malta y otras de caballeros particulares. Al llegar nuestra armada a vista de la del enemigo, el viento, que para los turcos era favorable y para los cristianos contrario, amainó casi de repente, empezando ya a desfavorecerles este elemento, y el mar se sosegó, como si pretendiera ver con reposo los dos más poderosos ejércitos del mundo disputarse sobre la posesión de él. El de los turcos era muy superior en número; el de los cristianos era mayor en el valor: los turcos presumían alistarse debajo de sus banderas la fortuna, hinchados con repetidas victorias; los cristianos sabían qué venía con ellos la justicia de la causa; ambas armadas tenían presente la batalla y el riesgo, y esperaban la victoria y el triunfo; pero los infieles lo esperaban de su valor y los fieles del favor divino. Por esto, ya que se acercaban a tiro de cañón, mandó su alteza enarbolar un crucifijo y muchas imágenes de Nuestra Señora, y todos, puestos de rodillas hicieron oración a Dios, poniendo por intercesora a la Virgen, suplicándole que no diese la victoria a sus enemigos por castigar a los que le confesaban y llamaban arrepentidos de sus culpas. Luego, habiendo esforzado los dos capitanes a sus soldados, y dado la señal de aceptar de ambas partes la batalla con dos tiros de bombarda, se acometieron las naves con increíble ímpetu, y se peleó por espacio de dos horas con extraño valor, con diferentes sucesos, ya prósperos, ya adversos, como los lleva la guerra, sin saberse aún dónde estaba la victoria, hasta que se reconoció en nuestra armada, y se fue declarando tanto por los cristianos, que en breve tiempo quedó desbaratada y deshecha la armada de los turcos; 30.000 con su bajá muertos, 10.000 cautivos, 180 naves presas, 90 sumergidas, 15.000 cristianos rescatados, casi 300 tiros de artillería tomados; el despojo de dineros, joyas y armas no tiene precio ni número; y lo principal fue cobrar las armas católicas la reputación perdida, y perder las mahometanas la soberbia y confianza ganadas en muchas victorias. Murieron de nuestra parte 6.000 hombres, por lo cual fue esta batalla la más célebre que han conseguido en el mar los cristianos, y no sé si vio antes primera, ha visto después segunda en sus campañas el elemento del agua.


Debióse esta insigne victoria a las oraciones de San Pío V y de la cristiandad, donde el Santo Pontífice les mandó hacer; y fuera del valor de los soldados cristianos, ayudó mucho la devoción y celo con que confesados y bien dispuestos entraron en la batalla, para morir defendiendo la fe, si Dios por nuestras culpas diese a los infieles la victoria; y principalmente se debió a la intercesión de la sacratísima Virgen María nuestra Señora, singular patrona de las batallas, a quien el Sumo Pontífice encomendó esta empresa, y el general y capitanes hicieron diversos votos. Consiguióse esta victoria en el primer domingo de octubre de 1571, día que la religión de Predicadores tenía consagrado, como todos los primeros domingos de cada mes, al culto de nuestra Señora del Rosario; y en éste, especialmente encomendaba a Dios el buen suceso de las armas católicas, por mandado del Sumo Pontífice San Pío V, el cual, en reconocimiento de tan señalada merced como recibió toda la cristiandad de la Madre de Dios, consagró este día a su culto, con título de «Santa María de la Victoria»; y Gregorio XIII, que le sucedió, mandó que se celebrase cada año, en el primer domingo de octubre, en todas las iglesias del orbe cristiano donde hubiese capilla o altar de nuestra Señora del Rosario, fiesta a nuestra Señora con título del Rosario, por haberse alcanzado esta victoria por su devoción. Confirmó esta fiesta Clemente VIII, y últimamente nuestro Santísimo Padre Clemente X; a instancia de la reina nuestra señora doña Mariana de Austria. Y se fijó definitivamente para el día 7 de octubre, día de la grandiosa victoria de Nuestra Señora con su arma invencible de todos los tiempos: Su Santísimo Rosario.
(BATALLA: LEPANTO; ARMA: EL ROSARIO. Por el R. P. Rivadeneira S. I., en su “Vida y Misterios de Nuestra Señora”).
Quiera Dios, por intersección de su Santísima Madre, concedernos a los descendientes de aquellos héroes católicos, que también frenaron a los herejes protestantes, la gracia de defender la Patria y la Religión tan gravemente amenazadas hoy en día, y, si esa es la voluntad del Señor y por la fuerza de nuestras oraciones, que no por nuestros méritos, vencer como ellos lo hicieron.

Me parece sublime el relato, que nos recuerda algo muy importante que Europa o es cristiana o no es Europa, y sobre esta realidad otra todavía más rotunda: que España o es cristiana o no es España, porque en España la Reconquista contra la dominación mahometana, nos modeló como Nación e hizo de nosotros nuestra verdadera identidad que ahora está a punto de desaparecer, con la complicidad de todos los poderes del Estado que han desertado de esta identidad nacional.
El poder del Islam entonces, como ahora, era enorme, pero había una diferencia, en España se miraba con honda preocupación el avance turco en el Mediterráneo, sobre todo desde la caída de Constantinopla (1453), porque era un cuestión de Estado oponerse militar e ideológicamente a esta invasión. Hoy sin embargo el «turco» (o las fuerzas que están detrás de el turco) ha conseguido que en España oponerte ideológicamente a esta invasión sea «delito de odio», y la Fiscalía del odio «española», al servicio del actual Alí Pachá mete en la cárcel con toda impunidad a los españoles que alertan sobre este peligro, que se sitúan en una situación de indefensión. Esto en el plano ideológico, en el plano militar España subvenciona a países enemigos como Marruecos y les garantiza un permanente debilitamiento económico y militar de España para que la falla militar a su favor y en contra de España no pare de crecer. Es lo que tiene cuando España ya no es Gobernada por Carlos V o Felipe II, sino por gobernantes como Zapatero entregados por completo al enemigo sin ninguna consecuencia para ellos.
En esta batalla el componente religioso, -la Divina Providencia-, fue crucial. Sólo un milagro puede explicar el cambio del viento de estar favoreciendo a los islamitas a cambiar de pronto y favorecer a la escuadra cristiana, y el fervor religioso desde casa rezando por la buena marcha de la aventura.
Pero junto al componente providencial hay 3 notas a destacar:
1.- la primera buenos aquellos tiempos en que la Cristiandad unía sus fuerzas para enfrentarse al maligno. La última vez que esto ocurra será en 1941 cuando la Europa Cristiana una fuerzas para luchar en Rusia contra el bolchevismo.
2.- La segunda, que no basta con rezar, España tomó decisiones desde el punto de vista estrictamente militar que fueron cruciales para la victoria :
– Cuando un mes antes de la batalla D. Juan de Austria pasa revista a las fuerzas advierte que las naves venecianas tienen un insuficiente número de infantería embarcada, y convence al General veneciano Sebastián Veniero a que permita que 4000 soldados españoles de los Tercios embarquen en sus galeras. Esta fuerza de choque será decisiva en la batalla, porque dotará a las naves de una potencia de fuego a corta distancia enorme cuando se llegaba al combate de pegados unas naves con otras, y para abordar las naves enemigas.
– El Mando español es consciente de que la nave capitana donde va D. Juan de Austria es previsible que reciba toda la furia de la flota otomana para tomarla. Esta previsión fue fundamental porque la galera real fue transformada en una auténtica fortaleza, se embarcó a 400 arcabuceros soldados de los tercios escogidos por su valor, mandados por un selecto grupo de capitanes españoles muy veteranos como Gil de Andrade, y los Maestres de campo Lope de Figueroa, Miguel de la Moncada, Luis de Cordoba, Felipe de Heredia, Bernardino de Cárdenas, y Rodrigo de Mendoza, y al timón de la nave Juan Vazquez Coronado experto marino y caballero de San Juan. La calidad de estas tropas fue fundamental, pues cuando ambas galeras capitanas, la turca y la española, se enzarzaron la una junto a la otra (la turca embistió ala española y ambas quedaron trabadas por el espolón de hierro de la Sultana clavado sobre la española) en un combate feroz, el asalto turco no solo fue rechazado sino que los españoles diezmaron una y otra vez la cubierta de los turcos (por dos veces López de Figueroa y Miguel de la Moncada en dos contraataques llegaron a ocupar el palo mayor de la galera capitana turca, aunque tuvieron que replegarse ante los constantes refuerzos jenízaros) que recibían por el otro lado constantes refuerzos de infantería provenientes de otras galeras turcas, que eran barridos por el fuego de los arcabuces y por los estragos de las espadas y las alabardas. En este sentido una pequeña tropa se enfrentó por oleadas a un enemigo muy superior en número y en permanente reposición y aumento. Muy posiblemente otros soldados, menos experimentados y comprometidos con su mando y con su bandera, no habría soportado este desgaste, este estress de combate de ver cómo el enemigo por muchas bajas que sufría recibía refuerzos una y otra vez como si fueran inagotables.
– La idea de una escuadra de 30 galeras de reserva y en retaguardia, al mando de Alvaro de Bazán, que pudo acudir a los puntos más necesitados e inclinar la lucha a nuestro favor, fue crucial. La rápida actuación de dos galeras al mando de Luis de Requesens, cuando ya se combatía haciendo frente a un asalto jenízaro llevó a D. Juan de Austria a pasar a un último asalto seguido de sus capitanes. El fuego de arcabucería desde la galera de Marco Antonio Colonna, que viendo la situación desesperada de la galera real venía en su ayuda embistiendo a la Sultana y ordenando una descarga de arcabucería que barrió la cubierta turca. Y Álvaro de Bazán acabó de aniquilar y hundir a las galeras que el astuto corsario Amurat Dragut Rais había mandado en auxilio de la Sultana y para desalojar a los españoles de la nave capitana turca. Por la otra banda Bazán había mandado a Pedro de Padilla para que con sus arcabuceros del Tercio de Nápoles abordara a saco y sin cuartel a la nave Sultana. Los turcos no pudieron hacer frente a todo este ímpetu. Ali Pacha recibió un disparo de arcabuz y antes de que pudiera ponerse en pié fue decapitado por un soldado. Los gritos de Victoria de los españoles, la visión del estandarte de la Liga Santa ya clavado en la galera turca, y la muerte de su jefe tuvo un efecto en el ánimo de los turcos que sucumbieron a la desmoralización y al desánimo (aunque en otros puntos de la batalla, ajenos a esta escena, se seguía combatiendo).
– La decisión de que las naves españolas se repartieran a lo largo de todo el contingente cristiano (en lugar de hacerlo en grupo de ellas mismas por un lado y las del resto de naves cristianas por otro), también fue un acierto. Con ello D. Juan de Austria pretendía dos cosas: la primera evitar que si las cosas iban mal las naves cristianas no españolas pudieran ser presa del pánico y huir, con lo que ello podía suponer para el derrumbamiento de la flota cristiana. La segunda otorgar a estas naves el refuerzo moral de soldados españoles junto a ellos. Esta decisión mantuvo la capacidad de lucha aún en los momentos más adversos de la batalla, y la cohesión de la línea de batalla cristiana.
3.- La tercera el factor moral: el día de la batalla (domingo 7 de octubre de 1571), cuando ya han sido vistas las naves turcas y el combate era ya cierto, D. Juan de Austria pasa de su Galera la Real a una fragata para ir una a una a las naves que van a formar el cuerpo de batalla,, para alentar a los soldados y marineros. Les recuerda la indulgencia plenaria del Papa para todos los que participen ene la batalla y les dice: «Hijos, a morir hemos venido, y a vencer si el Cielo así lo dispone». Esta actitud heroica junto a su estampa de caballero cristiano, apuesto y joven provocaron el mayor ardor en la tropa y la marinería, que vieron en su Jefe un líder ejemplar al que seguir y obedecer ciegamente, y su paso fue saludado con un enorme clamor de todos. Poco antes algunos mandos aliados habían tratado de aconsejar a D. Juan de Austria que eludiera el combate, a lo que él respondió «Señores ya no es hora de consejos sino de combatir». Esta actitud y determinación, también contribuyó a reforzar la moral de la tropa al saber que estaba mandada por un valiente que podría morir en el combate pero que no los dejaría tirados para huir y salvarse él mientras sus tropas morían. La aureola de D. Juan de Austria como arquetipo del héroe caballeroso y valiente fue de tal magnitud que en Albania los albaneses, después de la batalla le pidieron a D. Juan de Austria que fuera Rey de Albania.
Esta moral de combate, junto con el elemento religioso en su doble dimensión de Providencia Divina en auxilio de la flota cristiana y de fervor religioso de los combatientes cristianos, y junto con la capacidad militar confluyeron para hacer posible la victoria de Lepanto.
Si uno lo piensa, en la actualidad los enemigos de España han privado a España de estos tres elementos que fueron clave en Lepanto y en cualquier otro enfrentamiento por la supervivencia:
– la moral está perseguida en la propia España como delito de odio y por lo denominado «políticamente correcto». La arenga de D. Juan de Austria ha sido sustituida por las conferencias derrotistas de Monedero en el CESEDEN.
– el elemento religioso está desaparecido en España mediante la promoción del ateísmo más feroz, y cómo se ha procurado despojar a la sociedad de la autoridad de la religión. todo esto de forma calculada, aunque en los colegios concertados/escuelas católicas no se hayan enterado y en la conferencia episcopal tampoco.
– y la capacidad militar, mediante un progresivo debilitamiento de la capacidad militar de España: desaparición del servicio militar obligatorio, reducción del tamaño del ejercito pasando además de un Ejército Nacional a un ejército mercenario más comprometido con la ONU o con la idea que ellos tienen de la NATO que con España, desaparición de unidades militares completas, hecho especialmente sangrante en la zona de Gibraltar y el estrecho, reducción del presupuesto, no reposición del equipo y armamento, constantes retrasos en los proyectos de adquisición y renovación etc. etc. Hemos pasado de 4 submarinos a no tener ninguno más que un proyecto todavía en construcción, y así todo lo demás (retrasos en el prototipo del vehículo 8×8 Dragón, en la no reposición delos F-18 que se caen de viejos y un largo etc. del que Dios quiera no tengamos que lamentarlo como los argentinos lamentaron no tener 30 misiles Exocet en lugar de 5).
El ejemplo de Lepanto da idea de cómo el enemigo ha logrado infiltrarse en la cúpula y sin que la Nación se dé cuenta (convenientemente distraída con una televisión al servicio del enemigo) ha ido despojando a la Nación española de los elementos que fueron claves de la victoria en Lepanto:
– autoridad de la religión como creencia personal y como seña de identidad nacional (que también hay que hacerse merecedora de la ayuda Divina no viviendo de espaldas a Dios como ocurre en la actualidad),
– moral de combate (anulada por la propaganda roja),
– y capacidad militar (anulada mediante la anulación de los ejércitos y sus capacidades).
Muchas gracias al autor por el artículo y a la página de El Español digital por editarlo y luchar así contra la victoria del enemigo.
Al que hay que dar las más efusivas gracias es a usted, estimadísimo señor Steiner, por tan agudo y acertado análisis, propio de quien ha hecho suyos la ciencia y el arte militar, así como las lecciones de la historia y de la espiritualidad humana.
Y, hablando de historia, gracias también por su magnífico resumen de la Batalla Naval por autonomasia.