Liberalismo de «tercer grado»: herejía pura y dura

León XIII

León XIII, que fuera un gran Papa, en su lucidísima encíclica LIBERTAS PRAESTANTISSIMUM sobre el liberalismo, trata en su punto 14 el que denomina liberalismo de «tercer grado», el cual, no por ser el tercero y último de los posibles para dicho pontífice resulta menos dañino y peligroso, sino que incluso podríamos decir que lo es más que los dos primeros, porque no pareciendo liberalismo, lo es, y su potencial engañoso, por sutil, puede incluso penetrar más que aquellos dos. Dicho punto 14 es el siguiente:

«Hay otros liberales algo más moderados, pero no por esto más consecuentes consigo mismos; estos liberales afirman que, efectivamente, las leyes divinas deben regular la vida y la conducta de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado; es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada. De esta noble afirmación brota la perniciosa consecuencia de que es necesaria la separación entre la Iglesia y el Estado. Es fácil de comprender el absurdo error de estas afirmaciones.

Es la misma naturaleza la que exige a voces que la sociedad proporcione a los ciudadanos medios abundantes y facilidades para vivir virtuosamente, es decir, según las leyes de Dios, ya que Dios es el principio de toda virtud y de toda justicia. Por esto, es absolutamente contrario a la naturaleza que pueda lícitamente el Estado despreocuparse de esas leyes divinas o establecer una legislación positiva que las contradiga. Pero, además, los gobernantes tienen, respecto de la sociedad, la obligación estricta de procurarle por medio de una prudente acción legislativa no sólo la prosperidad y los bienes exteriores, sino también y principalmente los bienes del espíritu. Ahora bien: en orden al aumento de estos bienes espirituales, nada hay ni puede haber más adecuado que las leyes establecidas por el mismo Dios. Por esta razón, los que en el gobierno de Estado pretenden desentenderse de las leyes divinas desvían el poder político de su propia institución y del orden impuesto por la misma naturaleza.

Pero hay otro hecho importante, que Nos mismo hemos subrayado más de una vez en otras ocasiones: el poder político y el poder religioso, aunque tienen fines y medios específicamente distintos, deben, sin embargo, necesariamente, en el ejercicio de sus respectivas funciones, encontrarse algunas veces. Ambos poderes ejercen su autoridad sobre los mismos hombres, y no es raro que uno y otro poder legislen acerca de una misma materia, aunque por razones distintas. En esta convergencia de poderes, el conflicto sería absurdo y repugnaría abiertamente a la infinita sabiduría de la voluntad divina; es necesario, por tanto, que haya un medio, un procedimiento para evitar los motivos de disputas y luchas y para establecer un acuerdo en la práctica. Acertadamente ha sido comparado este acuerdo a la unión del alma con el cuerpo, unión igualmente provechosa para ambos, y cuya desunión, por el contrario, es perniciosa particularmente para el cuerpo, que con ella pierde la vida.»

De su lectura, entre muchas, podemos extraer las siguientes notas que todo buen católico debe conocer para no caer, como hoy ocurre a toneladas, en lo políticamente correcto, plaga hoy tan extendida y que a tantos fieles lleva a la perdición:

  • El proceso de descristianización, o mejor decir de paganización, que viene siguiendo nuestra sociedad, conforme a la aplicación, mejor decir imposición, de ese liberalismo de «tercer grado» es el siguiente:
    • A) La religión, la única verdadera, claro, la católica, el «reino de Cristo», deja de tener interés y valor, o sea, deja de ser necesario, para la sociedad, postergándose al ámbito privado.
    • B) Las leyes de Dios, lo espiritual, lo sobrenatural, aunque se reconoce formalmente su existencia, mejor decir de cara a la galería, se considera que no tiene que influir en lo temporal, en lo material, en lo institucional, en las leyes humanas, en la legislación, en la sociedad.
    • C) El Estado, por lo tanto, no tiene obligación alguna de tener en cuenta las leyes divinas, no las necesita, amén de que hay no creyentes a los que no se pueden imponer ni siquiera su más leve influjo, no tiene el Estado obligación alguna ni para con dichas leyes, ni para con su fuente, Dios, ni tampoco con la salvación de los súbditos.
    • D) Por lo dicho, el «reino social de Cristo» puede, debe y es sustituido por el del Estado.
    • E) Se impulsa la separación absoluta del Estado de la Iglesia, o sea, de Dios.
    • F) Corresponde pues al Estado sólo y absolutamente administrar a los súbditos sin tener para nada en cuenta las leyes divinas, ni el «reino social de Cristo», porque el Estado en sí es ya todopoderoso y autónomo con respecto a Dios en todo lo relativo a la ordenación de la vida de sus súbditos.

Por lo anterior, hoy impuesto, pero aún peor, admitido y asumido por la mayoría de los católicos, ¿cuántos de éstos dedicados a la política creen actuar bien dejando lo espiritual, sus creencias católicas, en casa, mientras apoyan, impulsan, votan y hacen propaganda de leyes manifiestamente anti-católicas y de políticas que ofenden grave y directamente a Dios como son las del divorcio, aborto, eutanasia, de género, etcétera? ¿Cuántos de ellos, por lo tanto, se pierden y perderán, porque su error no les exime de su culpa? Y, peor aún, ¿cuántos sacerdotes y prelados, caídos en la misma herejía, la del liberalismo de «tercer grado», arrastran con ellos a sus ovejas?

Así pues: alerta todos. Un católico no puede bajo ningún concepto dejarse arrastrar por la inmunda marea de lo «políticamente correcto», del liberalismo de «tercer grado» contra el que ya clamara León XIII. Pese lo que pese, el católico debe remar contra esa marea, debe llevar la contraria, debe dar la cara, debe hacer de tripas corazón y combatir con todas sus fuerzas, bien que con inteligencia y astucia, esa herejía tan nociva como es el liberalismo de «tercer grado».


2 respuestas a «Liberalismo de «tercer grado»: herejía pura y dura»

  1. Por supuesto esta es una de las herejías en la que cayó el Vaticano II cuando propugno la libertad religiosa como derecho y obligación de toda sociedad. De hecho solo hay una forma coherente en que el Estado puede defender la libertad religiosa y es mediante la aconfesionalidad.

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