Lo que esconde el Aquarius
Nunca hay que dejarse llevar por «la foto», ni por la primera impresión o el sentimentalismo, porque eso nos puede llevar al error. Lo que hay detrás, lo que esconde el Aquarius, de su «foto», es una realidad terrible de la que nadie habla ni quiere hablar ni la mayoría quiere oír, pero que no es en absoluto la que nos cuentan.
A raíz de lo que sucede con el Aquarius, mucho se vuelve a hablar y escribir sobre la lacra del tráfico de personas en el Mediterráneo, es decir, sobre las «mafias» que traen personas ilegalmente de África a Europa, mayormente desde las costas libias, pero también desde Marruecos.
No hay día que no nos desayunemos con las desventuras de seres humanos que, dicen los medios, empujados por el hambre, las guerras, el paro y no se sabe cuántas desgracias más, se ven obligados a pagar a «mafias» repugnantes para conseguir un mal asiento en una peor embarcación y hacerse a la mar con la esperanza de llegar a Europa; generalmente a Italia, pero a partir de ahora no duden que el destino principal va a ser España.
Cientos de organizaciones no gubernamentales (ong,s), aunque todas están subvencionadas con dinero gubernamental, y de caridad ayudan a acoger a tales personas.
Junto a las anteriores, las estructuras administrativas civiles y militares de todas las naciones europeas mantienen costosísimas misiones dedicadas, según dicen, a combatir tal lacra y situación.
Según datos oficiales del Ministerio de Defensa español, el resultado de las intervenciones militares europeas en el Mediterráneo ha arrojado las siguientes cifras en 2017:
* 101 individuos detenidos por presunto tráfico de personas.
* 247 embarcaciones (la mayoría pequeñas y medianas lanchas y vetustas barcas) neutralizadas, o sea, inhabilitadas para volver a navegar.
* 29.603 personas salvadas directamente.
* 44.733 rescatadas por otros.
* Un total de cerca de 75.000 personas han sido traídas a Europa.
Por lo anterior, si en tan sólo un año han logrado llegar a la costas de nuestro continente unas 75.000 personas –sólo por esta vía–, desde el 2015 que está en vigor dicho despliegue militar no menos de 200.000 lo han conseguido; dicha cantidad podría duplicarse si tenemos en cuenta que tal situación dura ya algo más de una década.
Por todo ello asistimos a un flujo migratorio ilegal y descontrolado cuyas víctimas invaden nuestro continente desparramándose por él en todas direcciones, sostenidos por las numerosas ayudas que de todo tipo dispensan Estados, ayuntamientos, ong,s y organizaciones de caridad, siempre a costa del erario público, o sea de nuestros bolsillos. Muchos de ellos, debido a su nula preparación terminan atrapados por los bajos fondos de nuestros países o, en el mejor de los casos, explotados en la economía sumergida que en todos florece. Eso sí, todos ellos están siempre amparados, en más o en menos, por todos los niveles e instancias oficiales de acogida que todos los gobiernos europeos tienen sin distinción de color ideológico, apoyados en una ingente y agresiva propaganda especialmente sentimentaloide desde los medios de comunicación afines, también más que subvencionados, que son parte primordial de tal estrategia; salvo las excepciones de los partidos vituperados como de «ultraderecha» que en general son minoritarios, y los gobiernos de Hungría, algo Polonia y ahora puede que Austria –no sabemos si desde ahora Italia porque un gesto no sienta precedente–, que se resisten a sumarse a ese «wellcome refugies» tan usado, manido y gastado, pero que parece que no hay quien lo tache; y que conste que de refugiados nada.
Por su parte, la masa de ciudadanos europeos que vagan cada día de un lado para otro ocupados en sus quehaceres o diversiones nada dice, se limita a mirar y a aceptar la situación como si no fuera con ellos, salvo en conversaciones privadas o tras hechos luctuosos protagonizados por algunos de tales inmigrantes; masas de ciudadanos parte de los cuales sufre la plaga del paro o no llega a fin de mes o sobrevive con salarios de miseria o se resignan a ser explotados con tal de subsitir.
Lo descrito es un resumen de una realidad. Pero si entramos en sus profundidades, si analizamos lo dicho, si no nos conformamos con la superficie, si no nos creemos esa «versión oficial» tan cacareada, traída y llevada que han hecho incuestionable no sólo los gobiernos, partidos y profesionales de la política, no sólo las ong,s y y organizaciones de caridad, sino más aún los medios de comunicación, nos encontramos con algo sorprendente y bien distinto.
¿Quiénes son realmente o, mejor dicho, quiénes actúan verdaderamente como «mafias» y realizan efectivamente ese tráfico de personas tan inhumano? La pregunta, a nuestro juicio, sólo tiene una posible contestación: los gobiernos europeos, sus fuerzas armadas, los partidos, las ong,s, las organizaciones de caridad y los medios de comunicación. No nos cabe, al menos para nosotros, la menor duda que son ellos los «mafiosos».
Y es que la cosa está muy clara.
Los potenciales inmigrantes africanos no están ahora más acuciados por sus penalidades que hace diez años o treinta o cien o quinientos. África es África; quién tenga la culpa de ello es otra cosa que no viene a cuento discutir ni aquí ni ahora. En África siempre ha habido hambre, paro, guerras y vaya usted a saber cuántas miserias más. Sobre todo desde la descolonización acelerada y desbocada de mediados del siglo pasado; que, por cierto, ellos mismos empujaron incluso con violencia.
La inestabilidad de sus regímenes políticos, la corrupción, los abusos y todo el largo etcétera de desastres que quieran añadir son un mal endémico que no tiene ni fin ni solución; los motivos tampoco son objeto de este artículo.
Lo que ocurre desde hace una década y algo más es que se ha abierto la veda y Europa ha puesto en práctica una agresiva estrategia de llamada indirecta y de acogida directa que nunca había existido, que nunca se había pasado por la cabeza de ningún gobernante hasta este momento; por otro lado, siempre se ha acogido a inmigrantes, unos países más y otros menos, pero con los debidos rigores y controles, como todo lo humano no siempre del todo satisfactorios.
Pero ese llamamiento a venir y esa acogida absoluta son nuevos. Y es que hoy los medios, sobre todo la radio, más aún la televisión y no menos internet, llegan hasta lo más profundo de la selva y del desierto, y mediante ellos, los desesperados que allí habitan ven no sólo la opulencia europea, sino sobre todo que quien logra llegar a nuestras costas es recibido con mantas, comida, bebida, asistidos médicamente, mimados, transportados y depositados en centros donde el agua es corriente, hay luz eléctrica y televisión –cuando no piscina y gimnasio– y saben que en seguida se les asigna un «salario» mensual, tienen bono de trasnporte, educación gratis, prioridad en los hospitales y en las listas de viviendas sociales, derechos legales aunque sean ilegales y un largo etcétera que ni nosotros ni ustedes se pueden imaginar; ni muchos de nuestros compatriotas, hijos o nietos tienen ni posiblemnte esperen tener. Como no son tontos, el efecto llamada es irresistible. Saben que el viaje tiene una magnífica recompensa al final. Merece sin duda la pena.
Máxime, cuando en realidad lo de las «mafias» es sólo un trámite, porque acuden a ellas los que tienen dinero para pagar el asiento –los que no lo tienen siguen en África–, porque dichas «mafias» no lo son tanto porque están controladas por los gobiernos y policía de sus países, y actúan según un orden bien definido, casi como cualquier ministerio o agencia de viajes.
Y saben, porque ya se encargan esas «mafias» de decírselo con todo detalle, que el «rescate» y la subsiguiente acogida están aseguradas en un noventa por ciento, porque o les dan un móvil para que llamen a las ong,s o directamente a los guardacostas italianos, españoles o buques militares desplegados en la zona, cuyos números de teléfono conocen perfectamente, o son los mismos «mafiosos» los que llaman nada más hacerse a la mar la lancha; además, no pocas veces dotan a los inmigrantes de «manguitos» y salvavidas por si la cosa se prolongara. Es decir, que el riesgo del viaje es más que asumible; que son pocos los que naufragan en comparación con los que son «rescatados» y que telefoneando con la costa libia todavía a la vista raro es el que no llega; de ahí la cantidad de mujeres embarazadas o con niños pequeños que se hacen a la mar sin miedo alguno.
Y aquí viene lo mejor, pues son esos guardacostas y buques militares los que van a por ellos, los que incluso entran en aguas de Libia o Marruecos para echar un cabo a las pateras y traerlos a nuestras costas. Es decir, que no hay «rescate», no hay «salvamento», sino lo que hay es recogida de la «carga» y transporte a buen puerto de la misma. Así que ¿quién realmente trafica con personas? Da la impresión que sólo los que se lo intentan montar por su cuenta, es decir, ese centenar de detenidos del que habla la estadística que muy poisblemente cometieron el error de no ajustarse a los planes, tarifas, usos y modos de las verdaderas «mafias», es decir, de las «oficiales».
Recuerden las cifras del último año: frente a unos 75.000 inmigrantes traídos a Europa por los buques del despliegue militar de la Unión Europea, tan sólo 247 pateras inutilizadas y sólo 101 detenidos. No cuadran. Son la prueba del algodón de que son esos buques, ese despliegue militar y esos guardacostas, los que traen a ese abultado número de personas, el que en «comandita» con las «mafias» realiza el siniestro tráfico humano en el Mediterráneo, son nuestros valientes marinos y guardias civiles –o carabinieri– los que, bajo la máscara de una pretendida labor humanitaria, impulsan, potencian, coordinan y realizan dicho tráfico; repugnante labor en la que las ong,s les ayudan de manera entusiasta como cómplices activos y necesarios, principalmente porque hay miles de parásitos que viven en ellas y de ellas.
No están allí como dicen para combatir el tráfico de personas, están allí para asegurar ese tráfico, para traer inmigrantes. Son el brazo ejecutor de esa estrategia mundialista dentro de la cual hay una parte importante que tiene por objetivo la desnaturalización de nuestra civilización y cultura occidental, especialmente su esencia cristiana, mediante el favorecimiento de un flujo migratorio ajeno en todo a nuestras respectivas identidades.
Si se quiere combatir el tráfico de personas de verdad, lo que hay que hacer son cuatro cosas muy sencillas, eso sí, para las cuales hay que tener la voluntad irreductible de combatir tal tráfico y la decisión de arrostrar la responsabilidad de hacerlo.
Primera, dejar bien claro a los países del norte de África y de más al Sur que no se les va a permitir más veleidades de forma que o destruyen a las «mafias» o las vamos a destruir nosotros sin contemplaciones; para lo cual lo mejor es lanzar una serie de razzias coordinas y bien expeditas contra sus costas. Segunda, desplegar una inmensa y eficaz acción de información y propaganda en dichos países con los mismos medios y amplitud que hoy se utiliza para el efecto llamada pero en sentido contrario, mediante la cual quede lo más claro posible a «mafiosos» y desesperados que el chollo se ha terminado. Tercera, suspender todo el entarimado de ayudas y subvenciones a la trama de ong,s y organizaciones de caridad que viven, y algunos muy bien, de la acogida de inmigrantes y del cuento, todo un atajo de paniaguados. Cuarta, no atender a llamada de «socorro» alguna de las pateras.
Luego, sólo luego, establecer los canales de ayuda oficiales posibles para que esos países se desarrollen y sean capaces de ofrecer a sus nacionales los medios de vida necesarios. No es solución vaciar África, dejándola en la indigencia como hasta ahora, a costa de destruir Europa.
Estamos convencidos de que de esa forma en muy poco tiempo esos seres humanos dejarían de ser carne de cañón de «mafias» y de buques militares y guardacostas de la Unión Europea, de ser utilizados, engañados y lanzados hacia una nueva desesperación.
¿Que suena inhumano? Lo inhumano es fomentar, como se fomenta, esa inmigración; lo inhumano es condenarles a riesgos y a una vida paupérrima en Europa; lo inhumano es no ayudar a esos países a desarrollarse; lo inhumano es vaciarlos de su potencial productivo; lo inhumano es llenar nuestros países de indigentes, colapsar nuestros servicios sanitarios, reproducir enfermedades hace décadas extintas, darles ventajas de todo tipo en detrimento de nuestros hijos y nietos. En definitiva, lo inhumano, lo más inhumano, es destruirnos a nosotros mismos sin ayudarles a ellos.
