1984 01

Lola

Ramiro mantuvo su mutismo, no por estrategia, sino porque no sabía qué decir. Intentaba hacer memoria de todo lo que le dijo y enseñó a Lola entre polvo y polvo. Su cabeza era un torbellino.

El metálico y desagradable sonido del cerrojo de su estrecha celda le produce, como siempre, un sobresalto. A pesar de los dos años largos que lleva en prisión preventiva incomunicada no acaba de acostumbrarse. Acaba de regresar de la única hora de patio permitida a los preventivos del módulo de aislamiento. El funcionario de la galería le anuncia la visita de un agente judicial y le conmina educadamente, con su aflautada entonación, a ir al consultorio de Abogados. Indudablemente es marica.

1984 03Sabe a lo que viene, hace ya algo más de un mes que se celebró el juicio en la Audiencia Provincial y la sentencia no podía tardar. Conoce también el fallo, no lo intuye, lo sabe. El testimonio de Lola había sido determinante, la prueba exhaustiva y abrumadora y estaba su confesión, que la Sala no creyó que fuera fruto de coacción de ninguna clase. Daba por hecho el inevitable fallo, pena privativa de libertad perpetua, en régimen penitenciario de estricto aislamiento, hasta la completa rehabilitación, en la que él confiaba menos que nadie. La pena era durísima, acorde con la gravedad de su delito. Pero sabía que su instinto era mucho más fuerte que su débil voluntad y que reincidiría a la primera oportunidad que se le diera. Quizá era mejor así.

No contesta al agente Judicial cuando este le pide confirmar su filiación.

  • ¿Ramiro Pereira Flores? Firme aquí. Queda notificado de la sentencia dictada en los autos de procedimiento abreviado nº 1356/2024, dictada por la Sala 2ª de la Audiencia Provincial de Madrid.

La sentencia es extensa. Se dirige al fallo, ya tendrá tiempo de leer los hechos probados y la fundamentación jurídica. No por esperado le resulta menos demoledor, “… consideramos, por todo ello, probados los hechos imputados a D. Ramiro Pereira Flores, y declaramos al mismo culpable, en concepto de autor, de delito continuado contra el orden social, en su tipo agravado, tipificado en el artículo 273 quarter del Código Penal, condenándole a la pena de privación de libertad indefinida, sin libertad condicional hasta su completa rehabilitación, debidamente certificada, en su caso, por el equipo de tratamiento penitenciario dependiente de la Dirección General de Reeducación Social del Ministerio de Justicia. Esta es nuestra sentencia que firmamos …”

Recuerda como si fuera ayer mismo el momento de su detención y el oprobioso calvario posterior.

Cuando, ante las insistentes llamadas, abrió la puerta de su domicilio, aún en pijama y en ese estado de irrealidad y estupefacción que provoca el brusco paso del sueño a la vela, no podía creer el espectáculo que se presentaba a su vista, por unos segundos pensó que de un sueño se trataba, pero estaba pasando de verdad.

En la calle había desplegada una unidad de antidisturbios, varios furgones policiales así como la inevitable cohorte de vecinos intentando saciar su curiosidad. Estaba siendo detenido por media docena de policías de uniforme.

  • Queda detenido por delito grave contra el orden social. Tiene derecho a guardar silencio, todo cuanto diga podrá ser utilizado en su contra. Tiene también derecho a asistencia letrada pudiendo designar abogado de su elección, en caso contrario se le asignará uno de oficio. Traemos igualmente orden de registro, todo ello por orden del Juzgado de Instrucción nº 128 de Madrid.

1984 02Pasaron en tromba al interior de su domicilio acompañados de un paisano, luego supo que se trataba del secretario judicial; pidió vestirse, a lo que, quien llevaba la voz cantante, accedió con modos corteses, indicando a uno de sus subordinados que no perdiera de vista en momento alguno al detenido. El agente pensó que el detenido estaba algo fondón. Definitivamente, no era su tipo. Mientras, los demás registraban sin miramiento alguno cajones,  armarios … hasta el cubo de la basura, bueno, los cubos, que hasta cinco había para reciclar todo lo reciclable. Se llevaron un ordenador, el móvil del detenido,  algunos libros, papeles, correspondencia, levantando de todo ello acta el secretario.

La salida de casa esposado con una brida de plástico, sin haberse podido asear mínimamente, y todavía en estado de semiconsciencia, fue igualmente espantosa. La mirada de los vecinos era entre curiosa y reprobadora. Pudo oír con claridad a Luis, su colindante, con quien mantenía una relación de vecindad casi amistosa: se veía venir, dijo. ¿Sabrían todos ya de su delito? Sus miradas decían a las claras que sí o eso le pareció. Una vergüenza inefable lo embargó.

Su resignación era completa. Desconocía por entero de qué pruebas incriminatorias podían disponer, pero era plenamente consciente de su delito. De ahí su absoluta docilidad durante la filiación policial, toma de huellas y su ingreso en el calabozo, previa entrega de cinturón, cordones de zapatos, además de todos sus efectos personales. Le vino a la mente la imagen de una oveja estabulada para el ordeño.

Se negó a declarar y renunció a la asistencia letrada, dada su condición de abogado en ejercicio, se defendería él mismo. La insistencia del comisario de nada sirvió; sería puesto a disposición judicial al día siguiente. Las horas en blanco que pasó sobre el duro y sucio camastro de la estrecha celda las empleó denodadamente en saber cómo podía haber sido descubierto. Estaba seguro de haber sido completamente discreto en todo. Llevaba años de comportamiento antisocial.

La cosa fue poco a poco, algunas conductas y actitudes al principio sólo eran objeto de la general reprobación social, causa de rechazo y aislamiento, pero pronto fueron tipificadas. La sociedad no estaba dispuesta a que en su seno convivieran gentes así. Había que apartarlos como las manzanas podridas que eran.

1984 04La exposición de motivos de la Ley orgánica que introdujo el nuevo tipo delictivo en el Código Penal vigente no dejaba lugar a dudas: “Criterios de política legislativa aconsejan dejar, de momento, sin tipificación determinadas conductas, como la heterosexualidad, el consumo de tabaco, el culto religioso, y el pensamiento no progresista, sin perjuicio del carácter antisocial de las mismas y de merecer, por los daños que han causado y causan no sólo al individuo sino a la sociedad en su conjunto, la más completa reprobación; salvo que las mismas sean habidas en número de dos o más por varones de raza blanca … la dominación secular del hombre sobre la mujer y de la raza blanca sobre el resto de las razas, exigen que las citadas conductas, en caso de ser desarrolladas por hombres de dicha raza, no deban quedar impunes, no basta entonces el lógico y natural rechazo social, sino que se hace precisa su tipificación, produciéndose la agravación del tipo cuanto mayor sea la concurrencia de conductas. La experiencia ha demostrado que cuando dichas conductas se dan aisladamente en el individuo, pueden ser fácilmente corregidas con tratamientos extra penitenciarios, por lo que, en virtud del principio de intervención mínima del derecho penal, no son objeto por ahora de tipificación; sin embargo, la concurrencia de dos o más de dichas conductas en un hombre blanco, por lo dicho, más obligado a guardar un comportamiento del todo acomodado al orden moral establecido, no hace sino evidenciar el carácter gravemente antisocial del autor y su necesaria punición a fin de obtener, si ello fuera posible, su completa rehabilitación social, fin constitucional último de las penas privativas de libertad.”

El más mínimo contacto íntimo con otro hombre o con animales le repugnaba. Sólo sentía excitación sexual con mujeres, era consciente de que la heterosexualidad como única opción sexual de entre las diferentes posibles era ya indubitadamente diagnosticada como una parafilia.

Dejar el horrendo vicio de fumar se le hacía del todo imposible. Lo había intentado de mil modos.

Aun cuando se afanaba en asimilar ideas progresistas, sus lecturas pasadas y la formación recibida en su juventud le hacían someterlas invariablemente al juicio crítico de la razón, y francamente, las encontraba tópicas, infantiles y deshilvanadas. Como piezas de distintos puzles. El progreso y el avance sociales no se debían siempre a gobiernos de izquierda, suponiendo los de derecha siempre retrocesos en derechos y libertades. Se lo habían repetido mil veces, pero no encajaba en los hechos. ¡Ay! ¿Por qué le habría su padre aficionado a la lectura?

El culto católico, oficialmente abolido y reservado al ámbito estrictamente privado, tampoco había podido superarlo. Cierto que el conjunto de normas morales del catolicismo estaban en completo desuso y, en consecuencia, superado, pero el hecho de que todos cuantos dieron testimonio de la resurrección de Jesús hubieran muerto por darlo, hacía impensable que fuera una simple patraña, una droga social para obtener los poderosos la dominación de los humildes. Algo no encajaba. Sin embargo, la abolición del culto, y su naturaleza pecadora hacía enormemente difícil que su fe fuera descubierta.

Ante la Juez de Instrucción, una joven de buena apariencia, aunque entrada en carnes, con tatuajes en los brazos y dos aretes en la ceja derecha, salió pronto de dudas.

  • ¿Conoce usted a Doña María Dolores Oriol Canseco?

Así que había sido Lola. ¡Realmente, estaba jodido!

1984 06La conoció una noche en el Candi. Morena, alta, rotunda, de ojos pardos y mirada acariciadora y gatuna, sombreada de espesas pestañas. Sus cejas fueron lo que más le atrajo en un principio. Negras, tupidas, deliciosamente perfiladas, promesa de abundante, sedoso y cuidado vello entre las piernas. Una mujer de bandera. Su indiscreto repaso, descubierto por Lola, fue correspondido por ella con una sonrisa. ¡No podía estar pasando! ¡En un local público! El peligro era enorme, pero su deseo era del todo irrefrenable. Hombre, de raza blanca, heterosexual, fumador, creyente y de derechas. Cualquiera de esas condiciones ya resultaba sospechosa y no exenta de reproche social, pero el conjunto estaba tipificado y castigado con durísimas penas. Él lo sabía y aunque su instinto le podía, no dejaba de reconocer el carácter completamente asocial de sus inclinaciones. No se sentía con fuerzas de dejar ninguna de ellas. Lo había intentado con denuedo, pero había fracasado siempre. Lo hacía todo a escondidas, naturalmente, pero no se sentía nunca seguro, y la vergüenza lo abrumaba con frecuencia.

Lola con disimulo paso a su lado y le metió en el bolsillo de la chaqueta un billete. “Lola, 678 456 934”. Le temblaron las piernas al leerlo. Tomó una cerveza con fingida calma y lentitud, y salió al fresco de la noche con el corazón desbocado y ansiedad por llegar a casa y marcar el número de Lola.

Esa misma noche quedaron citados para la siguiente en casa de Ramiro. No hizo falta hacerle las oportunas advertencias de discreción al entrar y salir, ella llevaba años teniendo relaciones heterosexuales con hombres blancos, entre otras aficiones,  y no tenía de qué preocuparse, no le comprometería, le dijo.

Lola estaba tremenda. El contraste de su pelo negro con una piel clara, casi transparente, de suavidad indecible, le volvió loco desde el primer instante. Sus piernas eran tan largas como rotundas, sus caderas anchas, sus pechos pequeños y ligeros pero tersos e ingrávidos. Su poco de celulitis en las enormes nalgas no mitigó un ápice su deseo e ímpetu.

1984 07Lola se fue generosa y repetidamente invocando en vano el nombre del Padre Eterno, cada vez con más intensidad. Nunca trato carnal le fue tan placentero.

Curiosa, tras recuperar el resuello, preguntó a Ramiro si tenía tabaco. Éste, desconfiado por fuerza, negó, reprimiendo apenas las ganas de fumar y verla fumar así desnuda, como estaba, pero eso era algo que no se contaba en una primera cita.

Fueron media docena de gloriosos encuentros en un par de meses, en los que Ramiro mantuvo su cautela ante la creciente curiosidad de Lola, aunque los placeres carnales iban mermando poco a poco su necesaria discreción, y Lola sabía ganarse la confianza de la gente. Su ingenuidad, su soltura y desinhibición, su misma fogosidad, eran armas letales contra la cautela de Ramiro.

Unos meses más y ya estaban fumando en la cama con toda naturalidad, envueltos sus desnudos y sudorosos cuerpos en densas volutas de humo, hablando de todo un poco, sobre todo de los temas sobre los que Lola mostraba un inopinado interés. Ramiro estaba colado hasta los tuétanos.

Un día, sin más, no volvió a saber nada de ella. El teléfono era, de repente, inexistente. Cayó de pronto en lo poco que sabía de Lola.

Su detención se produjo a los pocos días.

Decidió no contestar a la instructora.

  • ¿Es cierto que ha mantenido relaciones íntimas con la citada señora Oriol?
  • Mire, puede decidir no contestar a mis preguntas, pero debo informarle de que la señora Oriol es miembro de la Brigada Policial contra el crimen antisocial y que disponemos no sólo del correspondiente atestado sino de abundantísimo material probatorio- dijo la togada con paciencia y tono monocorde.

1984 08Ramiro mantuvo su mutismo, no por estrategia, sino porque no sabía qué decir. Intentaba hacer memoria de todo lo que le dijo y enseñó a Lola entre polvo y polvo. Su cabeza era un torbellino.

  • No me haga perder el tiempo- espetó la Juez. ¿Reconoce tener en casa un libro de Pío Moa sobre los orígenes de la Guerra Civil? (Le muestra el libro, dedicado por el señor Moa, para más inri). Le fue encontrado en el registro de su domicilio- añade.

Ramiro se veía irremisiblemente perdido. Su silencio era ya pura imposibilidad de articular palabra.

  • Ante su falta de colaboración vamos a proceder a un careo con la agente Oriol- dijo la juez, haciendo un gesto al oficial que estaba asistiendo a la declaración.

Ramiro reaccionó con prontitud. Bajo ninguna circunstancia podría soportar volver a ver a Lola, volver a desearla, recordar su voluptuoso cuerpo.

  • No hace falta –dijo Ramiro con determinación-, estoy dispuesto a firmar una completa confesión.

Cantó como un mirlo. Sólo se dejó lo de Dios, por no agravar más las cosas y porque ese era ya un comportamiento tan residual en la sociedad que no le insistieron mucho en ello.

Ya asiste regularmente a clases de reeducación y el equipo de tratamiento penitenciario observa indicios claros de avance. Ya parece casi un completo progre asexuado. El tabaco lo ha dejado a la fuerza. Ramiro sabe que reincidirá en el primer permiso que le den si las fuerzas le acompañan.

Por Cañas


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