Los cien mil hijos de San Luis
De entre todos los elementos que forman parte de la vida política contemporánea, el dominio del lenguaje y el relato resultan determinantes a la hora de imponerse ideológicamente. Todo partido político necesita hegemonizar las expresiones que mejor sirven para controlar las pasiones de la población y así canalizar la opinión en su favor, por eso, en épocas de crisis, en tiempos donde el ser humano atiende más a las pasiones y menos a la racionalidad, se incrementa la batalla por el dominio de conceptos como el patriotismo, como término que evoca la unidad del pueblo frente a actitudes insolidarias.
La disputa por hacerse con el relato no es exclusiva de nuestra era tecnológica. La batalla por el dominio del lenguaje ya marcaba sobremanera el convulso y malavenido Siglo XIX español, cuando absolutistas y liberales se autoerigían como los garantes de la Patria. El enfrentamiento entre ambos duró décadas y tuvo, entre otros sucesos destacados, la entrada de los cien mil hijos de San Luis en 1823, acontecimiento que acentuó la brecha ideológica que dividía a España entre quienes querían conservar lo antiguo y quienes apostaban por lo nuevo, todo ello en medio de una continua pérdida de prestigio internacional de España, provocada por la mala gestión de sus asuntos internos y la deslealtad de sus gobernantes.
Los cien mil hijos de San Luis quisieron, con su intervención en España, reinstaurar el régimen absolutista y su concepto de patriotismo, en medio de una confrontación dialéctica que se reedita constantemente en el tiempo y que adquirió especial importancia casi dos siglos después, en 2008, momento en que, ante la amenaza de intervención de España por parte de la Unión Europea (UE), la batalla por el relato se libraba entre el gobierno del socialista Zapatero y sus opositores del PP, a quienes gustaba simular un enfrentamiento sin dar soluciones reales y así poder seguir turnándose en el poder.
Todo el sistema de partidos jugaba al mismo juego para evitar preguntarse a sí mismo y, sobre todo, explicar a sus votantes, por qué la poca soberanía nacional que le queda a España, desde que se integró en la UE, era amenazada por los hombres de negro del Banco Central Europeo (BCE). Todo el sistema de partidos se guardó bien de transmitir a sus potenciales votantes los motivos reales por los que España estuvo a punto de ser rescatada en 2008. Por ello, ahora, en medio de un estado de alarma que augura una crisis económica sin precedentes, el sistema de partidos ve cómo los fantasmas de intervención se ciernen nuevamente por España y prepara una estrategia similar a la que sucediese en 2008.
Ante una nueva amenaza de intervención de los hombres de negro, el término patriota volverá a escucharse a izquierda y derecha. Todos querrán capitalizar el término, desde los comunistas, con su patriotismo bolivariano suicida, a los que defiendan un patriotismo constitucional. Ante una situación que reedita los errores del pasado, los cien mil hijos de San Luis contemporáneos, esto es, los hombres de negro del BCE y los países que mandan realmente en las instituciones europeas, se preguntan si merece la pena salvar a España mediante un rescate.
A los acreedores les asusta analizar a España como posible deudor. Los hombres de negro se preguntan si España va a ser capaz de solventar su deuda, cuando ya ha demostrado que no quiere resolver sus problemas internos, como ya le ha sucedido en otras épocas. De ahí a que nadie deba extrañarle que, recientemente, el Tribunal constitucional alemán haya puesto en cuestión la proporcionalidad de la compra de los bonos emitidos en 2008 en favor de los países a quienes más afectó la crisis, esto es, España, Italia o Portugal, poniendo así en jaque la supervivencia de la propia UE y evidenciando una ruptura y una falta de confianza inéditas en la vida de la institución europea.
Después de todo, es comprensible que los acreedores de España se pregunten qué sucede en un país donde el votante mantiene vivo ese bipartidismo imperfecto que lleva repartiéndose el pastel del contribuyente desde hace cuarenta años, un sistema de partidos que despluma al país a base de un gasto político descomunal, en forma de funcionarios enchufados, subvenciones a interminables chiringuitos y, sobre todo, de diecisiete comunidades autónomas con sus respectivos parlamentos, políticos, asesores, hijos, mujeres, maridos y amantes de esos políticos, quienes han contribuido sobremanera a la ruina española y, lo que es más grave, al enfrentamiento entre españoles de diferentes regiones.
Así que, votantes de izquierda y derecha, contribuyentes todos, subvencionados y votantes cautivos también, reflexionen por un momento. Convendría que cesasen los enfrentamientos infructuosos entre ustedes, de los que solo sale beneficiado el sistema de partidos, para que así descubran que quienes se disputan el término patriota como arma dialéctica arrojadiza solo quieren mantenerse en el poder y seguir desplumándoles. Observen bien a su alrededor y tengan por seguro que los únicos políticos patriotas, si quedasen algunos, son quienes expresen sin ambages que los verdaderos culpables de que España viva en una constante amenaza de ser rescatada, por no saber resolver sus asuntos internos, son ellos mismos, la clase política.
