Los jesuitas se han suicidado
Hace tiempo que venimos afirmando que las órdenes religiosas se han suicidado. Y también desde hace tiempo afirmamos que de todas ellas la que lo ha hecho con mayor eficacia, faltaría más, ha sido la de los jesuitas. Mejor disuélvanse de una vez.
Hace tiempo que venimos afirmando que las órdenes religiosas se han suicidado. Y también desde hace tiempo afirmamos que de todas ellas la que lo ha hecho con mayor eficacia, faltaría más, ha sido la de los jesuitas.

Su P. General, Arturo Sosa, ha pasado por España en visita de… pues no se sabe muy bien de qué, si de inspección, de predicación o simplemente de turismo, a darse un garbeo, a tomar paella y… eso sí, a decir cosas tan… incalificables, por auto-descalificativas, como las siguientes:
* Según él, la Compañía de Jesús, siguiendo lo decidido en su última Congregación General, debe trabajar «a través de un discernimiento en común, que esté en conexión con la planificación apostólica; de la colaboración con los laicos, de potenciar la comunicación como herencia ignaciana y del trabajo en redes, como modo ordinario de acción».
* Insistió en la necesidad de una «conversión ecológica de la Compañía de Jesús».
* Ha pedido-ordenado a los jesuitas españoles que «ayuden a transformar la cultura desde el trabajo educativo, en concreto potenciando la interculturalidad».
* Por último, ha señalado lo que a su juicios son los tres grandes desafíos de la Iglesia y, por tanto, de la Compañía de Jesús:
Primero: «encarnar la eclesiología del Vaticano II para que la iglesia se convierta en el pueblo de Dios, una iglesia laica, comunidad de comunidades, abierta a la inspiración del Espíritu Santo y capaz de discernir».
Segundo: «que la Iglesia se fije más en el poder de los signos que en los signos del poder, ejemplificándolo en los cambios que ha llevado a cabo el Papa Francisco».
Tercero: «formar ciudadanos universales en un mundo intercultural, consiguiendo que la globalización no signifique homogenización, para valorar la interculturalidad como valor universal y conseguir una ciudadanía que se ponga al servicio del bien común (…) Ahí es donde el Evangelio tiene una fuerza enorme. Un ciudadano es el que es capaz de poner el bien común por encima de su bien particular».
Cada cual que saque sus propias conclusiones, como siempre animamos a realizar en esta publicación, pero las nuestras son muy claras: qué pena, penita, pena.
Cuán lejos de San Ignacio, quien fundó la Compañía, precisamente, para todo lo contrario por lo que hoy aboga su sucesor, es decir, en vez de integrarse en el mundo, hacer que el mundo se vuelva a Dios, luchando en primera línea contra la herejía de entonces, la luterana, así como la de ahora que es, precisamente, el modernismo, el relativismo y su peor consecuencia la globalización, en la cual Sosa quiere ahogar no sólo a la Compañía que regenta, o mejor decir a lo poco o nada que queda de ella, sino más aún a la propia Iglesia.
Para qué decir de lo que opinamos de perlas como que «la iglesia se convierta en el pueblo de Dios –¿no lo es?–, una iglesia laica –¿sin clero?–, comunidad de comunidades –¿me lo explica, por favor?–, abierta a la inspiración del Espíritu Santo –¿por qué no empieza por él mismo?– y capaz de discernir–¿el qué, cómo y para qué?–«; en cuanto a lo de potenciar «la interculturalidad», o sea, convertir a los seres humanos en ciudadanos del mundo, sin arraigo, si raíces y sin futuro, lo mismo, lo mismito que persigue ese Nuevo Orden Mundial que poco a poco se nos va cayendo encima.
Y la guinda del pastel: «conversión ecológica de la Compañía de Jesús» (¿conversión eco qué?); sin comentarios.
Eso sí, ni una palabra de Dios, de la degeneración moral, de la apostasía generalizada, del aborto, de la extensión pública de la sodomía, de la eutanasia, de la destrucción de la familia y de los matrimonios, etc., etc., ni una palabra y menos aún de predicar el Evangelio, de combatir la herejía que nos anega, de orar y hacer penitencia, en fin de hacer lo que nunca debió de dejar de hacerse, ni ellos, la Compañía, ni los demás.
La foto de familia lo dice todo, pues memos él –bien que ahora que es el jefe, porque antes tampoco–, todos los jesuitas de paisano, es decir, cobardes, acomplejados, camuflados, mundanizados, renunciando a predicar con la primera y mejor imagen de todo sacerdote que es la de vestir de lo que son ¡y encima habla de las redes!.
De verdad, qué pena, penita, pena.
