Los títeres afganos

¿Saben quién es Ashraf Ghani? ¿Y dónde está? ¿Y por qué nos interesa? Muy probablemente las tres preguntas han tenido por respuesta una negativa. Pues bien, vamos a contestarlas por ustedes.

Ghani

Ashraf Ghani Ahmadzai (1949) nació en Afganistán en el seno de una poderosa e influyente familia cuyo padre estuvo siempre inmerso en la política de su país ocupando varios cargos durante la monarquía afgana.

Ghani estudió en la Universidad norteamericana de Beirut, licenciándose en antropología en 1973. En 1974 se traslada a Nueva York, licenciándose en la misma disciplina en la Universidad de Columbia, permaneciendo en los EEUU hasta 2001, o sea, escaqueándose de la guerra ruso-afgana; desde joven todo un patriota, como vemos. En los EEUU, Ghani, que desde luego tenía formación y no es tonto, hizo de todo durante 27 largos años: profesor en la Universidad de California en Berkeley hasta 1983, igual en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore hasta 1991, comentarista de la BBC para Afganistán, y colaborador en numerosos y reconocidos medios de comunicación norteamericanos. En 1991 se unió al Banco Mundial (BM) como antropólogo colaborando con dicha institución durante once años en varios proyectos de diverso tipo. Pasó cinco años viajando por China, India y Rusia trabajando en la gestión de proyectos de transformación institucional de desarrollo a gran escala para dicho banco.

Tras la caída de los talibanes a finales de 2001, regresó a Afganistán como Asesor del Enviado Especial del Secretario General de la ONU para Afganistán, pasando enseguida a formar parte del gobierno afgano como asesor principal y hombre fuerte del presidente Hamid Karzai, colaborando en la redacción y aprobación de la Constitución afgana. En 2002 fue designado ministro de Finanzas. En 2004 dejó el gobierno pasando a ocupar el cargo de «canciller» de la Universidad de Kabul. En 2006 fue candidato a suceder a Kofi Annan en la ONU. En 2009 se presentó a las presidenciales afganas, quedando en cuarto lugar. Y fue en 2014 cuando, como candidato independiente, ganó las elecciones en la segunda ronda siendo designado presidente de Afganistán arropado por el halo de su experiencia universitaria, el conocimiento del mundo de la política internacional a través del prisma de la ONU, sus contactos internacionales, su mundialismo y… el apoyo incondicional de los EEUU, claro, pero… en realidad, siempre se supo y dijo ya entonces que Ghani conocía mejor los Estados Unidos que Afganistán. Un detalle: para poder ser presidente tuvo que renunciar a su nacionalidad norteamericana.

Ghani vestido para el espectáculo

Ya en el poder, y con esa miopía que caracteriza a la política exterior norteamericana, Ashraf Ghani, convertido en títere afgano de los estadounidenses, pues eran los EEUU los que decidían todo sobre el presente y el futuro del país, abrazó el nacionalismo de su comunidad étnica, los pastunes, ahondando el ya de por sí profundo distanciamiento y división con las otras comunidades étnicas del país, al tiempo que fracasaba también en el acercamiento a países del entorno tan importantes como China, Irán o Pakistán; pero claro, qué se podía esperar de quien sólo obedecía órdenes y cómo iba a estrechar lazos con enemigos tan declarados de los EEUU como China o Irán.

Así, Ghani, sumiso a los intereses norteamericanos, se convirtió enseguida en un discapacitado político tanto en el interior como en el exterior de Afganistán. O sea, en un títere, en una absoluta figura ornamental… de un gigante, los EEUU, con los pies de barro, porque, y aquí hay que llamar la atención del lector, hace muy poco, con motivo de la debacle afgana, Bush hijo desveló un gran y obsceno secreto al declarar «Desde 2014 sabíamos que los afganos no iban a luchar por su país». O sea, desde el mismo instante en que Ghani subió al poder sabían los yanquis que los afganos, entendiendo por tales –ojo que los talibanes son afganos– al propio Ashraf Ghani y sus fuerzas armadas instruidas y alimentadas en todo por los propios EEUU y el resto de países de la colación occidental, no iban a hacer nada por ellos mismos. Entre tales países estaba España, a cuyos ciudadanos se nos decía –también desde el Ministerio de Defensa– que estábamos en Afganistán defendiéndola y afianzando la paz, es decir, una pura y burda mentira cochina avalada y sostenida por los propios militares españoles tan títeres como Ghani y los suyos.

Así es que Ashraf Ghani es otro ejemplo más de la estupidez, chapuza y falsedad del «poderoso» Occidente en Oriente Medio, con los EEUU como director único y principal –igual que en otros lugares del Planeta–, territorio por demás históricamente alérgico, cuando no hostil, a los pretendidos encantos de la democracia liberal tan en las antípodas de su cultura, idiosincrasia, creencias, costumbres y mentalidad.

¿Y dónde está ahora Ghani? Pues tras salir pitando en un helicóptero cargado hasta los topes de pasta, y no precisamente italiana, parece que en Abu Dabi, donde permanecerá hasta que las aguas se calmen y y pueda trasladarse discretamente a los EEUU, su verdadero país, si es que los yanquis no lo abandonan antes a su suerte; no sería la primera vez, pues los títeres como Ghani sólo sirven si dan espectáculo.

¿Y por qué nos interesa Ghani? Sólo por ser ejemplo de por qué se ha perdido una guerra que nunca debió darse, menos aún para sostener en el poder a un títere al servicio exclusivo de los intereses norteamericanos, en absoluto españoles ni de la paz. Allí, donde se perdieron, por negligencia e ineptitud un centenar de vidas españolas y cuatro mil millones de euros, ni hemos estado defendiendo a España, ni la paz, sólo al servicio mercenario de los EEUU y, lo peor de todo, sabiéndolo nuestros dirigentes, de todos los colores, y militares que, eso sí, éstos han hecho «la carrera» y facturado dietas a mansalva. Esa ha sido la realidad de Afganistán.


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