Ludopatía: otro mal de nuestro sistema

La adicción al juego en el que se apuesta una cantidad de dinero con la esperanza y pretensión de obtener una ganancia en el acto, se denomina ludopatía. La ludopatía o juego patológico está considerada una conducta adictiva, porque los rasgos esenciales de este trastorno son análogos a los de cualquier dependencia de una sustancia psicoactiva. El adicto al juego sufre un deterioro del control sobre la conducta y continúa jugando a pesar de las graves consecuencias negativas que sufre; lo mismo que el drogadicto. El juego patológico es un trastorno mental, por ser un trastorno del control de los impulsos. El ludópata, de forma progresiva, llega a ser incapaz de resistir el impulso de jugar.

Este trastorno es más frecuente en hombres que en mujeres, pero a estas les cuesta mucho más buscar ayuda terapéutica por el estigma social que representa. La capacidad adictiva del juego viene determinada, entre otros aspectos, por el tiempo que transcurre entre la apuesta y el pretendido premio: a menos tiempo en recibir la respuesta a la jugada, más adicción al juego. Por eso, máquinas tragaperras, bingo y juego de cartas son los más adictivos debido a su respuesta inmediata. Y desde hace pocos años las apuestas on-line, no sólo por su absoluta inmediatez en la respuesta, sino porque añaden los factores de intimidad y comodidad, al jugar en ellos desde el domicilio, más el de constante disponibilidad, ya que las webs de juego on-line están disponibles siempre.

La ludopatía es un gravísimo problema de nuestra sociedad actual debido a las terribles consecuencias que produce, que tiene muy difícil solución porque el sistema ampara, promueve e impulsa el juego, y porque los beneficios que obtienen las distinta administraciones de él son enormes. El ludópata se distingue, bien que poco a poco, porque aumenta su gasto de dinero de forma no justificada, pide dinero a amigos y familiares con varias excusas, intenta esconder y evitar cualquier tipo de control económico, usa y abusa de mentiras y engaños para enmascarar el tiempo que se pasa jugando, pierde o se aleja de amigos y actividades sociales, se aísla para ocultar su conducta, puede mostrar síntomas de ansiedad, nerviosismo, insomnio, dolor de cabeza, irritabilidad, cambios de humor…, provoca el deterioro de sus relaciones familiares e incluso puede terminar aumentando el consumo de alcohol o dándose al de drogas. El ludópata, como cualquier drogadicto –lo que en realidad es–, se destruye y destruye todo lo que le rodea si no pone remedio a su problema. Y recordemos que en estos casos, como en el de cualquier adicción, no podemos ayudar a quien no quiere o no se deja ayudar.

Durante la etapa de gobierno de Francisco Franco el juego estuvo prohibido a excepción de las loterías estatales –existentes desde Carlos III–, el Cupón de la ONCE –desde 1939– y las quinielas de fútbol –desde 1946–; todo ello muy regulado y en ningún caso masivo. La respuesta de tales juegos y las cantidades a ganar, aún siendo a veces estas últimas grandes, era muy lenta y no elevadas, respectivamente, por lo que creaban ilusión, pero muy difícilmente adicción. Por eso mismo se puede afirmar que durante aquellas décadas no existieron ludópatas; pudo haber algunos derivados de las escasas timbas privadas y/o clandestinas que pudieron existir, pero aún en tales casos su número fue ínfimo. Y es que quien evita –y a quien se le evita– la tentación, evita –y se le impide– el pecado, en este caso la adicción al juego, la ludopatía.

Tal situación, sin duda beneficiosa, acabó en Marzo de 1977 cuando por real decreto-ley se regularon los aspectos penales, administrativos y fiscales referidos a los juegos de suerte, azar y apuestas, las condiciones para su legalización y práctica, y se señalaron las competencias del Estado y sus responsabilidades al respecto, todo lo cual redondearía en Junio de 1983 la ley orgánica 8/83; se excluían del decreto la Lotería Nacional, el Cupón de la ONCE, las quinielas futbolísticas y demás apuestas deportivas que seguirían reguladas por sus normas privativas. Debido a lo anterior, 1977 vio la aparición de los casinos y bingos; 1981 de las máquinas tragaperras; 1985 de la Primitiva; 1988 de la Bonoloto; 1991 de la lotería del Horóscopo; 2004 del Euromillón y 2011 de las apuestas on-line.

Las justificaciones que el real-decreto de 1977 esgrimió para la legalización del juego fueron kafkianas y a todas luces falsas. Por un lado afirmaba, sin argumentar ni aportar datos, el fracaso en España –y fuera de ella– de la prohibición absoluta del juego (¿?) –al menos en el caso de España había constancia de todo lo contrario–, porque, decía, que con tal prohibición sólo se había conseguido que convivieran situaciones de tolerancia y de juego clandestino generalizado (¿?) –legalicemos de una vez toda clase de delincuencia porque está visto que su prohibición no acaba con ella–, con más peligros reales que los que trataba de evitar la ley que prohibía (¿?); sin embargo, a renglón seguido se reconocían no sólo los peligros que el juego encierra, sino más aún que los mismos no iban a variar con su legalización (¿entonces para qué legalizarlo?). Asimismo, el decreto afirmaba en su justificación, sin tampoco argumentar ni aportar datos, que el cambio general de pautas de conducta en España (¿?) e incluso la experiencia permisiva en países vecinos, cultural y geográficamente, aconsejaban también la legalización del juego (¿?); nada decía de los conocidos perjuicios que en dichos países se conocían y constataban.

El real-decreto dejaba para el final, en su pretendida justificación, lo mejor, es decir, la verdadera razón, o sin razón, de la legalización del juego que no era otra cosa que preveía que iba a convertirse en una importante fuente de ingresos mediante los correspondientes impuestos, así como un reclamo más para el turismo; otra cosa es qué clase de turismo. Es decir, que una vez más, sobre la búsqueda en lo posible de la salud social, de evitar los evidentes daños a la población y al ciudadano, prevalecía la recaudación, el beneficio económico, el afán rapiñero del Estado; daban igual los daños derivados de los peligros que el juego entrañaba y que el real-decreto reconocía, así como la incidencia de tales peligros cuyos estragos sin duda se conocían por existir precisamente en esos países de nuestro entorno de los que se hablaba y donde desde hacía mucho se permitía el juego. Aquel real-decreto fue, por todo lo dicho, un alarde de cinismo, hipocresía e irresponsabilidad.

La ludopatía, es decir, el juego patológico, es un grave problema social que afecta a miles de personas y que provoca graves problemas personales, familiares, laborales y económicos. La legalización del juego no sólo favoreció la aparición de la ludopatía –como hemos dicho inexistente hasta entonces–, sino que sus cifras han ido in crescendo de manera exponencial cifrándose en la actualidad en cerca del millón de ludópatas en España, algo tremendo, máxime si tenemos en cuenta que su edad es cada vez menor, habiéndose duplicado tal adicción en los jóvenes de entre 20 y 30 años, los cuales, además, se inician en el juego ya en la adolescencia. Las últimas cifras arrojan un balance demoledor: el 0,3% de los españoles tiene problemas de adicción al juego; un 0,6% tienen predisposición a experimentar este tipo de problema y lo más alarmante es que un 2,6% podría caer en esta adicción en cualquier período de su vida. Por tipo de juego las tragaperras se consideran la más adictivas, llegando a cubrir el 76,8% de los casos de ludopatía, seguidas por el Bingo con un 49,3%, los casinos con un porcentaje de 47,1% y el póker de mesa con un 22,7%.

Un factor importantísimo que promueve lo anterior es que la oferta es muy amplia: la presencia incontrolada de máquinas tragaperras –unas 240.000– en bares y lugares de ocio, la gran oferta de bingos y casinos –en España hay 31 casinos y cerca de 400 bingos–, más las loterías, quinielas, etc., no dejan lugar a dudas; somos uno de los países del mundo donde en conjunto más se juega.

También influye en el número de ludópatas la persistencia de situaciones vitales de incertidumbre y ansiedad tales como la precariedad laboral endémica que padecemos, los altísimos niveles de paro y las mediocres expectativas de salidas para nuestros jóvenes; también los malos ejemplos como la corrupción generalizada y su impunidad, la proliferación de programas de televisión en los que se alcanzan grandes y rápidos éxitos –o así se presentan– sin esfuerzo alguno como son los concursos de cantantes noveles, de cocina, etc.; también hay que tener ya en cuenta la existencia de precedentes en la familia, que antes no se daban porque no los había; y, cómo no, la pérdida de la Fe, con el consiguiente vacío espiritual, corrupción moral y decadencia debido al materialismo y el hedonismo que nos asfixia.

A cambio de tan turbio panorama, y como preveía el real-decreto de 1977, que en eso acertó plenamente, en 2017 fueron 35.000 millones de euros los que movió en su totalidad este sector, lo que supuso el 3,5 por ciento del PIB, recaudando las distintas Administraciones 1.657 millones de euros de los 9.408 que hicieron circular las empresas de juego privadas, de los cuales 1.094 millones lo fueron para las distintas autonomías; las máquinas tragaperras le rentaron a la hostelería 1.143 millones de euros ingresando cada bar una media anual de 8.849 euros de beneficio por ellas, mientras que en compras de billetes de lotería y cupones de la ONCE, fichas en casinos, cartones en bingos, apuestas, etc., se movieron más de 40.000 millones de euros. A cambio de tan pingües beneficios, el sector del juego da empleo a unas 84.000 personas.

Por último, y porque somos conscientes de que la solución a tan grave problema es imposible hoy por hoy porque requeriría de una decidida acción conjunta y coordinada de varios estamentos como son: las Administraciones, lo cual dado su encanallamiento moral y los beneficios que les produce nada van a hacer; el clero, que además de su decadencia espiritual de este asunto ni se ocupa; y la esencia materialista y hedonista de nuestra también decedante sociedad y su pútrida visión del hombre y de la vida, sólo nos queda que si detectamos tan grave y perjudicial problemática en algún familiar, amigo o conocido, intentemos:

  • Cocienciarle de que necesita ayuda y buscar un tratamiento especializado.
  • No apoyar ni afectiva ni económicamente la conducta de juego, o sea, su vicio, pues por seguir pagando las deudas la conducta no desaparece.
  • Empezar a controlar las posibles fuentes del dinero (tarjetas de crédito…). El medio para jugar es el dinero y lo necesitan para seguir jugando. Terrible cuando hombres y mujeres, sobre todo jóvenes, caen en la ludopatía porque suele conducirles a la prostitución masculina o femenina, según los casos, y de ahí para abajo lo que quieran.
  • Existe la posibilidad (en el caso de jugar en salas como bingos, casinos…) de hacer una autoprohibición de acceso (que el jugador firma y acepta). Esta autoprohibición es todavía muy difícil en los juegos on-line por la falta de regulación, en cuyo caso podría utilizarse algún filtro que informe de las páginas que el jugador visita, como una medida de control por parte de la familia.

Y rezar, rezar mucho por ellos, porque no nos engañemos: si en definitiva no sale de ellos el poner remedio nada conseguiremos y seguirán pendiente abajo hasta el fondo del pozo llegado al cual no se extrañen de que opten por cavar y enfangarse más en vez de salir de él, momento en el que deberemos dar prioridad a proteger de su mal ejemplo y acciones a los que les rodean sin titubeos, sin contemplaciones, sin sentimentalismos.


3 respuestas a «Ludopatía: otro mal de nuestro sistema»

  1. La información es muy aclaradora y realista. Perturba el fondo del ludópata, pero es así: decadente hasta escalofriar.
    Tengo un familiar afectado por el juego patológico, vive en soledad, le he hablado tanto tratando de que tome conciencia, porque está endeudado, 2 veces ha perdido su carro y viene a mí. Ayer me dijo que ha decidido solo ir al trabajo y encerrarse en casa para no volver a jugar porque «se reconoce en el fango», pero no irá al psiquiatra», que cambiará su rutina de vida, me dio sus tarjetas de débito y crédito, me pidió que administre sus cuentas. Será que ciertamente es un paso hacia enfrentar su problema? Será que esta automedida funciona para recuperarse de esta enfermedad?

    1. Estimada sra.:
      Grave problema el de la ludopatía. Puede ser un paso, un primer paso, pero sólo el tiempo dirá si lo es de verdad o… la cosa vuelve a empezar. En cualquier caso hay que perseverar a su lado, animarle y no cejar en el empeño. La constancia y… rezar por él mucho. Ánimo. Saludos cordiales

  2. Un gran vicio, fomentado pòr el gobierno.
    ¿O creen que es «casualidad» que los salones de juegos se situen en los alrededores de las escuelas, colegios, universidades, etc…?

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