Mártir Enrique Boix Lliso (8)
Enrique Boix Lliso nació en Llombai el 20 de julio de 1900 dentro de una familia cristiana. Tras su ordenación sacerdotal en 1925, sus primeros cargos parroquiales los desempeñó en Xixona, Simat de Valldigna, Senija y Teresa, hasta que fue nombrado capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y de las Madres Franciscanas en Alzira.
En Alzira fue vicario de la parroquia de San Juan Bautista, director de la Juventud Obrera, consiliario de jóvenes de Acción Católica «y alma de muchas organizaciones juveniles católicas, por lo que es recordado como el cura de los jóvenes». Es decir, que no era un sacerdote pasivo, sino que su afán evangelizador y su impresionante actividad apostólica le convirtieron en persona con influencia, sobre todo entre los jóvenes, lo que excitaba la rabia de los frentepopulistas.

Al estallar la guerra «le avisaron de que irían a por él, porque lo consideraban un cura demasiado influyente en la ciudad», por lo que Boix optó por marcharse a Algemesí. Pero de poco le valió, pues le seguían la pista de forma que en Enero de 1937 fue detenido por milicianos frentepopulistas «y sin juicio, llevado a la cárcel y entregado al Comité de la localidad de Llombai, la suya natal, que se lo llevaron y encerraron en un local».
Finalmente, el 24 de enero de 1937, Boix fue conducido al claustro de la parroquia –que había sido quemada, profanándose las sepulturas en ella existentes–, claustro convertido por entonces en vaquería, donde fue atado desnudo a un limonero, lo torearon como a un animal y le clavaron agujas de hacer punto a modo de banderillas. Finalmente, cuando, ya completamente exhausto y entre terribles dolores, dejó de darles el «juego» a la fiesta así montada, cogieron un largo cuchillo de matar cerdos y se lo clavaron a modo de estoque varias veces sin compasión alguna hasta acabar con su vida. Según varios testigos que presenciaron el martirio «Enrique Boix murió dando testimonio de Cristo con valentía, amor y perdonando a sus asesinos».
NOTA.- Esta serie está dedicada a los mártires de la persecución anticatólica entre 1936 y 1939 del Frente Popular, coalición marxista-leninista revolucionaria formada por el PSOE, PCE, CNT, PNV y ERC.

¡Dios nos de fuerza de seguir su ejemplo si nos llega el caso!
Dios nos de fuerzas, y nos provea de al menos «ppsh41» para poder repeler la agresión y no vernos en tan tremenda indefensión.
Tremendo artículo y tremendo testimonio.
Pero la muerte de este sacerdote fue aún peor de cómo aquí se cuenta.
No es que fuera atado desnudo a un limonero, lo torearan como a un animal y le clavaran agujas de hacer punto a modo de banderillas, y acto seguido lo mataran a cuchilladas.
Fue mucho peor todavía.
Primero lo ataron desnudo al limonero, pero hay que recordar que esto era el mes de enero, es decir en pleno invierno, y allí lo maltrataron bárbaramente. Se puede hacer idea el lector cómo le dejaron los ojos reventados a golpes, la nariz, los genitales, los dientes, las costillas, etc. etc.
Después de este calvario y de este martirio no lo mataron acto seguido, lo cual, siendo terrible por lo menos le habría permitido pasar el trance de una vez y morir, es decir: descansar de sufrir, porque en tales circunstancias la muerte es una salvación. Sino que lo tuvieron toda la noche allí desnudo a temperaturas bajísimas, porque esa localidad si bien no está lejos de la costa es de interior y montañosa, junto a la Sierra de Caballón y el macizo del Caroche . Cualquier persona en unas pocas horas, sobre todo en la madrugada, habría muerto de hipotermia en tales circunstancias, incluso sin estar desnudo, simplemente no estando lo suficientemente abrigado. Milagrosamente y para su desgracia no fue así. Al otro día por la mañana fue cuando de verdad lo martirizaron ya con idea de matarlo, y se ensañaron miserablemente con él. Y fue entonces que lo torearon como si fuera un toro, (lo cual fue muy frecuente entre los rojos matar a sus víctimas despues de torearlos y lancearlos con armas blancas, no sólo en Valencia o el Levante sino en otros puntos como Extremadura o Andalucía) cuando él estaba ya exhausto y apenas podía tenerse en pie, (sin cesar de perdonar a sus asesinos, lo cual demuestra la grandeza moral de este cura) y le clavaron las agujas de hacer jerséis como si fueran banderillas y estocadas de la suerte de matar (las agujas de jerséis tienen unos 60 cms., con lo cual su martirio no fue muy diferente al de San Sebastián, pero aún más doloroso), y cuando se cansaron de hacer el mal aquellos canallas, con un cuchillo de matar cerdos le apuñalaron repetidas veces en la zona de las cervicales como a los toros para darle la puntilla hasta que en una de ellas acertaron y lo dejaron tieso.
Existe un libro escrito por el prolífico sacerdote Arturo Climent Bonafé titulado: «Enrique Boix Lliso. Sacerdote de Cristo y mártir», dedicado a este mártir.
El caso concreto de estos canallas que así martirizaron a este pobre cura y a muchas personas más, (entre ellas mujeres catequistas o colaboradoras parroquiales, o mujeres esposas o hijas de Guardias civiles que en estas tierras fueron asaltadas las casas cuarteles y exterminados los guardias, -algunos de ellos llevándolos en barcas más adentro y luego sumergiéndolos en el mar atados de dos en dos con las manos a la espalda, como fue el destino de los Guardias civiles de Albacete, trasladados a Valencia y alicante-, y el destino de las mujeres fue horrible), lo desconozco, pero otros iguales a ellos fueron perdonados después de la guerra con harta frecuencia tras 4 ó 5 años de cárcel redimiendo pena por el trabajo remunerado y con seguridad social, (como si la crueldad y villanía de tales crímenes pudiera redimirse de ninguna manera), para deshonra de la Justicia como ideal. Ante tal panorama de iniquidad algunos comandantes de puesto de la Guardia civil, muy pocos, tuvieron en ocasiones que suplir ellos el desafuero de las autoridades, con su Astra del 9 mm largo, al no poder soportar en su conciencia, que gente de esta pudieran regresar y pavonearse libremente por el pueblo como si nada, haciéndose llamar «mata cura» como apodo comúnmente aceptado por el resto como algo normal, sabiendo el drama que habían ocasionado, de familias exterminadas, de mujeres ultrajadas en descampado y asesinadas, de curas martirizados delante de sus madres.
Si las piedras hablaran, cuánto tendrían que callar tantos que quieren presentar a los verdugos como víctimas y a las víctimas como verdugos.