Mártir Gregorio Ernesto Mohedano Cabanillas (44)

Gregorio Ernesto Mohedano Cabanillas (1898 – 1936) nació en Bélmez (Córdoba), hijo de Manuel Mohedano Calvo, labrador, y Virginia Cabanillas Delgado, ama de casa, ambos personas sencillas de ajustados recursos económicos –su fuente de ingresos era una bodeguilla de su propiedad surtida de unas viñas familiares que trabajaba el propio Manuel–; de profunda fe y sólidas convicciones morales todo lo cual inculcaron en sus cinco hijos (cuatro chicos y una chica).
Gregorio Mohedano contrajo matrimonio con María Francisca Seco de Herrera y Blanco, en 1931, trasladándose a vivir a Peñarroya-Pueblonuevo al ser designado oficial administrador y director de su Oficina de Correos.
Esposo y padre ejemplar (tuvieron tres hijos, una chica y dos chicos) consolidó, con la ayuda de su mujer, una familia reconocida por todos como extraordinariamente ejemplar. La bondad y buen carácter, así como su buen humor, fueron siempre el mejor blasón de Gregorio Mohedano; también la pulcritud con que realizaba su trabajo. Persona de piedad y oración ferviente y asidua, era miembro de la Adoración Nocturna al tiempo que activo propagandista de ella entre sus convecinos.
Ganadas fraudulentamente las elecciones de Febrero de 1936 por el Frente Popular marxista-leninista, comenzó de inmediato a imponer un ambiente de terror en el pueblo, motivo por el cual Gregorio Mohedano presintiendo que aquello no podía más que empeorar, consta que comenzó a buscar la forma de trasladar y acomodar a su mujer e hijos en Córdoba, lo que no consiguió por falta de tiempo debido a la velocidad con que se precipitaron los hechos.
Gregorio Mohedano fue detenido la misma noche del 18 de Julio de 1936 en su casa de la Calle Calatrava por un grupo de frentepopulistas al mando del cabo de la Guardia Civil de la localidad amigo del propio Gregorio. El cabo, rodeado por sus compinches, llamó a la puerta, que fue abierta por la mujer de Gregorio –rodeada de sus pequeños de cuatro, tres y un año, éste en brazos–, preguntando por él, a lo cual, Francisca, su mujer contestó que no estaba en casa pues había ido al Casino. Pero Gregorio, al reconocer la voz del Guardia Civil, fiado de su amistad –debido a sus respectivos trabajos, así como al carácter de Gregorio habían llegado a intimar–, salió, momento en el que sin contemplación alguna varios de los frentepopulistas, incluido el propio cabo, se abalanzaron sobre él llevándoselo detenido a empellones sin más trámites ni explicaciones. Podemos imaginar la tensión y dramatismo de la escena.

Gregorio Mohedano fue conducido a un local habilitado provisionalmente como prisión, que comenzó en la siguientes horas a llenarse rápidamente con otros detenidos del pueblo, entre ellos el párroco, Luis Ramírez Ramírez (posteriormente también mártir), y su hermano farmacéutico, Manuel Ángel Ramírez Ramírez. Al día siguiente la inmunda casucha-prisión estaba atestada, convirtiendo la vida de los presos en un calvario carente de las mínimas condiciones de habitabilidad.
La prisión de Gregorio Mohedano, en circunstancias penosas hasta el extremos increíbles, duraría hasta el 13 de Octubre. Durante esos tres meses, su esposa, Francisca, sufrió lo indecible, como enseguida veremos, a pesar de lo cual, con un valor y decisión ejemplar nunca dejó de hacer lo que fuera para atender a su marido.
Francisca le llevó la comida todos los días –los carceleros no se preocuparon en atender a los presos nunca ni en lo menor, teniendo ellos que organizarse como mejor pudieron–, sufriendo en tal labor incontables vejaciones, insultos, burlas, etc., de parte de los frentepopulistas que estaban a cargo de la prisión. Muchas veces, las que peor la trataron fueron las milicianas que acompañaban a éstos, las cuales llegaron incluso a tomar por costumbre tirar a la cara de Francica escupideras llenas de orines. No contentos con semejante trato humillante, conociendo de su desvalimiento, fueron frecuentes los registros de la casa de Gregorio y Francisca, incluso a altas horas de la noche, aterrorizando tanto a la propia Francisca como a los tres críos; en tales registros llegaron a despojar a Francisca hasta de lo básico, pues rapiñaron no sólo el dinero que fueron encontrando, sino incluso alimentos, ropa, mantas y otros enseres. De todo ello luego daban cuenta a Gregorio que, impotente, sufría aún más por ellos que por su ya de por sí penosa situación, a pesar de lo cual nunca se dejó llevar por la ira, refugiándose y sosteniéndose firme y virilmente en la oración constante y en la fe ofreciendo su terrible sufrimiento por la conversión de sus enemigos.
El día 13 de Octubre de 1936, Gregorio escribió una carta de despedida a su esposa e hijos, ante la inminencia de su muerte que presentía cercana pues había pasado hacía poco por el escarnio de una parodia vergonzosa de «juicio popular» en el que el «jurado» habían sido sus propios carceleros.
La carta de Gregorio es un modelo ejemplar donde los haya de fidelidad matrimonial, de amorosa paternidad y de piedad católica sublime. Es una misiva llena de perdón, fe y amor hacia su mujer e hijos por entonces tan pequeños, encargando a Francisca ante todo que los educara en la fe, especialmente en el perdón hacia el prójimo consciente de que un día sabrían lo ocurrido.
La carta tiene frases conmovedoras, al tiempo que de gran elevación humana y espiritual: «Francisca, sé que voy a morir, te pido de todo corazón que no guardes rencor a los que así lo hiciesen”; “Condenado a muerte por ir a hacer culto a Dios en la Iglesia”; “No tengo miedo, confío en Dios (…) Tener confianza en Dios y en la Virgen. Un fuerte abrazo a todos, os espero”. En ese instante llevaba cuatro días sin comer porque ya para entonces habían prohibido a Francisca visitarle.

Ese mismo día, los frentepopulistas vaciaron la prisión, trasladando a todos los detenidos de a la Finca “El Espartal” (a unos 7 kilómetros del pueblo), donde los encerraron en una casucha allí existente, comenzando una tensa espera, durante la cual lo frentepopulistas, en su mayoría mineros de Jaén y del propio pueblo, les obligaron a desplumar unas aves de corral que se comieron ante la mirada atónita de los presos.
En un momento dado, a voces urgieron a los presos a salir de la casa, cuando comenzaron a hacerlo por la estrecha puerta de la casucha, los frentepopulistas, que se habían apostado frente a ella, comenzaron a hacer fuego indiscriminadamente. Podemos imaginar la escena entre caótica y terrible, plena del ruido de los disparos y los gritos de unos y otros. Entre los muertos estuvo Gregorio Mohedano. Tenía 38 años. Con él murió también uno de sus hermanos.
NOTA.- Esta serie está dedicada a los mártires de la persecución anticatólica entre 1936 y 1939 del Frente Popular, coalición marxista-leninista revolucionaria formada por el PSOE, PCE, CNT, PNV y ERC.

Esta terrible historia, como tantas otras similares, es obligado difundirlas.
Porque las infames “leyes de la memoria” -ni histórica ni democrática- pretenden ocultarlas. Al tiempo que presentan a los abyectos asesinos que las cometieron
– y pagaron sus culpas tras ser juzgados conforme a las leyes vigentes, que eran las de la propia República- como “represaliados por el franquismo”
A estos efectos, de verdad y justicia, se acaba de crear la “Asociación Nacional de Víctimas del Frente Popular” para que los descendientes de estos mártires soliciten, de acuerdo con las propias disposiciones de las infames leyes citadas, el reconocimiento como víctimas del Frente Popular que sufrieron persecución y muerte por motivos ideológicos, religiosos o sin más motivo que leer el ABC o ser “de derechas”
Hasta la fecha este “reconocimiento singularizado” sólo está siendo solicitando por los descendientes de los asesinos que pagaron sus culpas -tras ser juzgados, es preciso insistir en ello- por los crímenes cometidos.
Si somos incapaces de levantarnos contra esta infamia de leyes totalitarias, que ensalzando a los asesinos que cobardemente se ensañaron con sus víctimas pretenden de nuevo asesinarlas, con el olvido y la patraña esta vez. Si somos incapaces de poner en su sitio a los puercos y a las degeneradas que impulsan semejantes desafueros y abusos, que no son otra cosa que la hez de la sociedad de nuestros días como lo fueron aquellos asesinos y ladrones de la de entonces. Si por comodidad cazurra no arriesgamos lo más mínimo para que la verdad y la fe prevalezcan, es que merecemos todas y cada una de las tropelías y abusos que nos infieran esta piara de asquerosos que se han encaramado al poder; sin otro objetivo, para más inri, que el de acabar con España. La herencia que vamos a dejar a las generaciones posteriores será como para que tengan memoria nuestra por los siglos, pero memoria de cobardes, de pusilánimes y al final de mierdas degenerados que fueron tan estúpidos como para hacerse cómplices de la propia jauría que quería destruirlos…y que los destruyó.
En mi modestia opinión, lo de:
«la oración constante y en la fe ofreciendo su terrible sufrimiento por la conversión de sus enemigos».
Es para darle al mártir el carnet de honor del PP, porque se puede rezar por muchas cosas pero por la conversión de esa caterva de caníbales, hay que ser tonto e ingenuo; menos mal que en el bando nacional había otro tipo de gente, afilando la bayoneta, porque con este material únicamente, se hubiera alcanzado el Cielo, pero lo que es expulsar a los rojos de España, en la vida, así, con esas actitud, no desatascamos ni se hicieron las Cruzadas.
Estos hijos de puta tuvieron suerte de que luego la «justicia» nacional no los trataran como Oradour-sur -Glane cuando el maquis de la localidad quemó vivo al capitán Helmut Kämpfe y a los soldados que lo acompañaban, cogidos prisioneros cuando iban en un reconocimiento.
Las referencias escritas recogen gran número de testimonios que dan cuenta de mártires cristianos que mueren perdonando a sus ejecutores y rezando por ellos, tal como hizo nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Y pedir por su conversión es quizás la mayor prueba de caridad, pues sin duda, toda oración, y más si cabe en esos momentos, es escuchada por Dios.
Una cosa es perdonar a los asesinos en el momento del martirio, lo cual ya es para nota en todos los sentidos (los buenos y los malos), y otra cometer la ingenuidad, la falta de realismo y la estupidez de rezar por la conversión de unos fanáticos, más brutos que un collar de cocos, acostumbrados a perder el jornal jugándoselo a las cartas en la taberna de la CNT o de la Casa del Pueblo de la UGT y luego ahogando su frustración volviendo borrachos a sus casas y «arreglarlo» pegándole una paliza a sus mujeres (cuestión esta que los «historiadores» de la República y de la guerra civil suelen soslayar), ahogados en sus propia miseria moral de caterva de canalla. Con este panorama humano rezar por la conversión de esta gente es como rezar por la conversión del Ayatola Jomeini. Si algo caracteriza a los «cristianos» de la época que engrosaron las filas de los mártires, es su tremenda ingenuidad y candidez, lo cual tiene un aspecto positivo, pero también otro negativo, porque la tontura tiene también consecuencias negativas.
Aunque respeto lo que dice Miquel -sin duda un alma buena- creo que es más oportuna la reflexión de Kevlar.
Quien puede perdonar a los abyectos asesinos del Frente Popular -y a los actuales, que los emularán tan pronto como se les presente la ocasión- es la infinita misericordia de Dios.
A nosotros nos corresponde ponerlos a disposición de su inapelable Tribunal antes de que lo hagan ellos con nosotros.
Sin duda que la última palabra la tiene Dios, y que la justicia humana debe también actuar, como así lo hizo, pero todo ello no le priva al mártir del derecho de rezar y pedir por la conversión de sus ejecutores, y al hacerlo así, por propia voluntad y con plena libertad y conciencia de lo que hace, demuestra su caridad cristiana.
La conducta de Gregorio Ernesto Mohedano Cabanillas -y la de todos los que así proceden- de ningún modo puede calificarse de “ingenua”, ni mucho menos de “tontura …”, pues Dios escucha todas nuestras oraciones, pero más, si cabe (por su mayor mérito), aquellas que le dirigen los ya mártires. “La oración fervorosa del justo tiene un gran poder”, nos dice la Epístola de Santiago 5,16. ¿Quién puede asegurar que no se arrepienta y convierta un malhechor, incluso un asesino, por obra y gracia de Dios y en consideración al ruego de una persona justa?
No sé si el mártir tiene un «derecho» subjetivo a rezar y pedir la conversión de su verdugo, pero exista o no ese «derecho», nadie lo está negando, lo que se está cuestionando es si esa actitud es la correcta o no. Y yo pienso que no.
Es verdad que Dios escucha todas nuestras oraciones, pero eso no autoriza a tirarnos de cabeza desde una séptima planta diciendo que como Dios lo puede todo que no nos dejará que nos estrellemos contra el suelo y mientras vamos cayendo vamos rezando. Una cosa es la Fe en Dios y otra hacer una tontería.
Miquel dice ¿Quién puede asegurar que no se arrepienta y convierta un malhechor, incluso un asesino, por obra y gracia de Dios y en consideración al ruego de una persona justa?
Como hipótesis no lo puede asegurar nadie que eso no pueda ocurrir, pero acto seguido se ha de reconocer en honor a la verdad que en el caso concreto de éste mártir, el mártir rezó por la conversión de sus asesinos y está claro que estos no se convirtieron porque si se hubieran convertido no lo habrían asesinado a él y al resto de cautivos.
La hipótesis, como posibilidad, efectivamente existe, pero la realidad de esta hipótesis es muy escasa en cuanto a número de casos reales.
Yo creo que en estas cuestiones hay que distinguir entre las personas de vida consagrada y los seglares normales y corrientes.
No sé si un sacerdote o una monja tienen o no «derecho» a la legítima defensa o tienen o no negado esta posibilidad; a lo mejor por su condición de vida consagrada aunque tengan este derecho (que creo que lo tienen moral y legalmente) han renunciado voluntariamente al mismo por considerar ellos que su condición de religiosos es incompatible con defender su vida ocasionando un mal aunque sea a un canalla. Hasta ahí, sin estar de acuerdo (porque creo que un sacerdote que se viera atacado por ejemplo por un islamita en su iglesia tiene derecho a vender cara su vida y a matar al agresor si fuere necesario para evitar ser él mismo asesinado) puedo aceptar que una monja o un religioso no oponga resistencia y se deje asesinar.
Ahora bien, el protagonista de esta historia es un cristiano pero es un laico, y además es esposo y padre de 3 niños.
Es tales circunstancias ese hombre adquiere unas responsabilidad respecto de la seguridad de su familia y de él mismo. Su mujer percibió el peligro de una forma más nítida que él, llamaron a la puerta y dijo que su marido no estaba, en cambio él no tenía una imagen realista y fiel de sus enemigos y se mostró ante ellos sin esperarse lo que a continuación ocurrió.
No fue su caso, pero en muchos otros los milicianos procedieron en ese momento a violar y asesinar a las mujeres, niñas incluidas, con lo cual si eso no ocurrió en ese caso no fue porque él hubiera puesto algunos medios para evitarlo (como sí hicieron otros como la familia Francés de Puertollano, que vendieron caras sus vidas).
Se puede negar la ingenuidad y el «candor» de esta persona, si se quiere, como se puede negar la redondez de la Tierra pero está claro que la escena de la puerta, de la mujer, bastante más realista y sensata que él, diciendo que su marido no estaba, y la de él saliendo a escena y propiciando su propia detención, al considerar como una garantía o como un amigo al Cabo rojo de la Guardia civil, ya demuestra esta ingenuidad.
Sentado lo anterior, una vez estás detenido en las condiciones en las que este mártir estuvo detenido y estar así 3 meses de mal en peor era para que hubiera asumido la realidad de su cautiverio y la realidad de la verdadera faz de sus captores, su verdadero rostro.
Si uno asume esta realidad, no se le ocurre a uno rezar por la conversión de esta gente, por mucho que Dios tenga poder para eso, porque es como rezar porque las locomotoras de tren a vapor salgan volando, que es verdad que Dios puede sin duda hacer volar a las locomotoras , a los burros y hasta a la actriz Florinda Chico, pero que Dios pueda eso porque lo puede todo, no significa que esa Fe en que eso ocurra no sea una Fe que está del todo fuera de lugar en ese caso, porque no se le pueden echar margaritas a los cerdos.
Que duda cabe que el día que Zapatero esté en el lecho de muerte, (que Dios quiera que sea pronto) puede pedir confesión y seguro que no faltará un cura imbécil que vaya a dársela. Qué duda cabe que esa posibilidad puede darse, como de hecho se dió con Azaña y con algún otro ateo que a la hora de palmarla le empezaron a temblar las piernas, y qué duda cabe que entre los cometidos de un cura es procurar la salvación de un arrepentido, pero eso no quita para que, si estuviera en mi mano a ese cura se le quitaran las ganas de dar confesión a un canalla, porque si está arrepentido que resuelva en Alzada San Pedro.
Qué duda cabe que la caridad y el dar limosnas es una acto cristiano, pero hacerlo a favor de personas que fingen necesitarla o que hacen un pésimo uso de ella, es un error que ademas priva a la caridad de su finalidad cristiana. Y esto es lo que yo también he querido expresar en mi comentario.
La pregunta es ¿qué más necesitaba este hombre ver de sus carceleros, después de estar 3 meses sufriendo cautiverio con ellos, para tomar conciencia de la clase de canallas que eran, como para no pedir el imposible y el injusto de su conversión? Una cosa es ser santo, y este hombre posiblemente lo era, y otra cosa es ser idiota y estar ciego y no ver la realidad de la clase de gente que tenía delante. A lo mejor si en lugar de echar margaritas a los cerdos rezando por la conversión de esta gente se hubieran organizado los cautivos para haber tratado de tomarle la ventaja a los captores para haber organizado una rebelión o haber muerto matando si fracasaba, creo que habrían hecho mayor causa de Dios, porque cada uno de estos canallas que se consiguiera neutralizar, no sabemos las vidas que se hubiera podido salvar por otro lado. Al final los fueron matando a todos los cautivos a tiros a quemarropa, que no es diferente de la muerte que habrían tenido si se rebelan y les sale mal, pero con la diferencia, que podrían haber matado a algunos de sus carceleros, que es verdaderamente lo que éstos merecían y no rezar por su conversión. Está muy bien desde el punto de vista cristiano ser un corderito, y quedarse de rodillas esperando la muerte, pero con esta actitud no se habría ganado la guerra ni se habría expulsado a los antiDios de España. Fueron muchos los cristianos , religiosos y seglares, que fueron asesinados en España, los 13 obispos que cayeron en sus manos no sobrevivió ninguno, y junto a ellos miles de sacerdotes y religiosas encontraron el mismo destino, pero esto no ocurrió también en el resto de España porque no todos los seglares cristianos se limitaron a rezar por los enemigos para que se convirtieran y a ponerse de rodillas esperando la muerte, sino que acerrojaron su fusil y se enfrentaron militarmente a ellos. Sin estos últimos toda la Iglesia habría sido exterminada, como lo fue en la zona controlada por el Frente Popular y los separatistas catalanes.
Sólo rezando no se habría expulsado a los franceses en la Guerra de la independencia, tampoco en la guerra del 36. Los mártires tienen mucho mérito por su no apostasía a pesar de lo que se les venía encima, pero de ahí a que los seglares se dedicaran a pensar en rezar por la conversión de sus verdugos en lugar de pensar en la forma de obtener algo afilado y puntiagudo con el que clavárselo en la garganta, y hacerse con sus armas para vender caras sus vidas y llevarse a unos cuantos por delante, creo que es un error en tales circunstancias de exterminio, porque lo que se esconde detrás de la persecución religiosa en España, es que fue un exterminio en el sentido estricto del término, que si no se mató a más gente por el terrible delito de ser cristianos, es porque no los cogieron, de los que cogieron no hubo piedad para ellos.
Si se dió la vuelta a las situación fue porque hubo una masa de cristianos que no se quedó llorando de rodillas en un rincón , esperando a que vinieran amatarlos, sino que se sobrepuso al miedo y a la enorme superioridad en número y medios del enemigo, y lo combatió con algo más que con oraciones, siguiendo el viejo lema de la frontera del Duero durante la Reconquista:
«Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos».
no poniendo todas las esperanzas exclusivamente en el rezar, sino también en en sus cartuchos del 7’92 y en sus bombas de mano. Gracias a ellos no toda la España cristiana fue exterminada de raíz, como sí lo fue allí donde se limitaron a rezar por la conversión de los genocidas.
Todo eso está muy bien, y en parte es opinable hasta cierto punto, pues se está entrando (a mi modo de ver, indebidamente) en el terreno de juzgar una actuación personal, especulando sobre lo que se pudo hacer/se debió hacer/se debió suponer que pasaría/otros se comportaron de forma distinta, etc., y peor aún, en base a lo anterior, se está calificando peyorativamente una conducta ejemplar.
Para terminar, sólo destacar uno de sus errores de apreciación:
“Como hipótesis no lo puede asegurar nadie que eso no pueda ocurrir, pero acto seguido se ha de reconocer en honor a la verdad que en el caso concreto de este mártir, el mártir rezó por la conversión de sus asesinos y está claro que estos no se convirtieron porque si se hubieran convertido no lo habrían asesinado a él y al resto de cautivos.
La hipótesis, como posibilidad, efectivamente existe, pero la realidad de esta hipótesis es muy escasa en cuanto a número de casos reales.”
Evidentemente que el mártir no rezó creyendo ingenuamente que la conversión iba a ser inmediata, como usted parece entender que lo hizo. Él rezó por la conversión de sus ejecutores en cualquier tiempo. Y, ¿conoce usted qué fue de sus vidas, qué hicieron, cómo vivieron posteriormente, cuáles fueron sus obras, etc., etc., etc.? Y, más todavía. Independientemente de la eficacia que pudieran tener sus últimas palabras en relación a su conversión, él puso de su parte todo lo que en esos momentos podía hacer de bien por ellos.
» ¿conoce usted qué fue de sus vidas, qué hicieron, cómo vivieron posteriormente, cuáles fueron sus obras, etc., etc., etc.?»
que no se conozca no quiere decir que ocurriera, quiere decir que no se conoce.
«Y, más todavía. Independientemente de la eficacia que pudieran tener sus últimas palabras en relación a su conversión, él puso de su parte todo lo que en esos momentos podía hacer de bien por ellos».
ES que no se trataba de hacer todo lo que en esos momentos podía hacer de bien por ellos, sino justo todo lo contrario, cómo podía combatirlos, destruirlos, para que no pudieran hacerle daño a nadie más.
El contexto es muy importante. No pierda de vista que esto ocurre en una guerra, y no en una guerra cualquiera sino en una guerra de exterminio. No se puede ganar una guerra donde unos degüellan «ad libitum» y los degollados rezan porque Dios les conserve la salud a sus verdugos, así hemos llegado a dónde estamos en la actualidad, al borde del precipicio. No fue así como se asaltó la nave capitana turca en la Batalla de Lepanto.