Mi homenaje y brindis por Manuel Azaña

Le rinden homenaje a Manuel Azaña con motivo del 75 aniversario de su fallecimiento. Hasta el actual todavía rey, Felipe VI, tan bobo, perdón, tan Borbón (peor aún si cabe) como su padre, abuelo,…, o sea, tan digno de su indigna estirpe, le ha rendido homenaje; ¿sabrá este chiquito lo que ha hecho?

Pues bien, ya que es lo que toca, aquí va el mío.

No homenajeo, ni brindo por el viejo Azaña, posiblemente la figura más repulsiva de toda nuestra sufrida historia. Ni a ese Azaña cínico, hipócrita, dotado de gran inteligencia que empleó para el mal en estado puro. Criminal por amparar conscientemente todo tipo de crímenes. Ambicioso. Blasfemo, perseguidor de Dios y de la Iglesia «ni todos los conventos de Madrid valen la vida de un republicano» y «España ha dejado de ser católica». Cobarde, ladino, mentecato. Soberbio hasta lo indecible, traidor, sinvergüenza. Ladrón. Estúpido. Sodomita. Paradigma del mal ejemplo a no seguir.

No. Yo, desde luego, no homenajeo ni brindo por ese viejo Manuel Azaña. ¡Faltaría más!

Pero yo sí que homenajeo y brindo a aquel nuevo Manuel Azaña. El que en sus últimos días y momentos se deshacía en lágrimas, se empapaba en llanto. Ese nuevo Azaña que se veía en el banquillo de los acusados ante el inapelable tribunal del mismo Dios al que tanto había ofendido. Que veía las puertas del Infierno abiertas y a Satanás, burlón y monstruoso, esperando devorarle sin remisión para toda la Eternidad. A ese Azaña que gritaba a los que le rodeaban, todos una pandilla de miserables criminales, que le trajeran un cura. Ese Azaña que aullaba hasta quedarse ronco pidiendo ¡Confesión! ¡Confesión! ¡Por Dios, confesión!

Mons. Pierre-Marie Théas

Una década después de su muerte, el que fuera obispo de Tarbes, monseñor Pierre-Marie Théas, hizo público que desde el 18 de Octubre de 1940, y a petición de ese nuevo Azaña, visitó todos los días al moribundo: «hablamos de la revolución, de los asesinatos, de los incendios de iglesias y conventos. Él me hablaba de la impotencia de un gobernante para contener a las multitudes desenfrenadas… deseando conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le presenté un día el Crucifijo. Sus grandes ojos abiertos, enseguida humedecidos por las lágrimas, se fijaron largo rato en Cristo crucificado». Tras esto, Manuel Azaña «lo cogió de mis manos, lo acercó a sus labios, besándolo amorosamente por tres veces y exclamando cada vez: ¡Jesús, piedad y misericordia!«. «¿Desea usted el perdón de los pecados?», le preguntó el obispo. A lo que Azaña respondió que sí. «Recibió con plena lucidez el sacramento de la Penitencia, que yo mismo le administré».

Sin embargo, Azaña no tuvo el consuelo de la Comunión porque: «Cuando hablé a los que le rodeaban de la administración de la Comunión, en forma de Viático (comunión que se da a los enfermos ya moribundos), me fue denegado con estas palabras: ‘¡Eso le impresionaría!’. Mi insistencia no tuvo resultado«; como hemos dicho una pandilla de miserables. Pero Azaña sí recibió la extremaunción, muriendo el 3 de Noviembre de 1940 en presencia del obispo francés.

Como español aborrezco a Manuel Azaña, cuya inteligencia pudo muy bien haber evitado lo que, por el contrario, impulsó; me quedo sólo con sus «memorias» en las que nos aporta datos impresionantes del periodo que vivió en primera persona y que, al parecer, los que hoy le homenajean, Felipe VI incluido, no han leído, como ese pasaje en que relata que desde el palacio real oía por las noches los gemidos de los fusilados que, no bien rematados, agonizaban en el Campo del Moro a los pies de la ventana de su dormitorio o cuando nos relata la ralea de que estaban hechos los principales dirigentes frentepopulistas.

Pero como católico fiel a Cristo en lo posible, homenajeo y brindo por ese Azaña arrepentido, confiado en la infinita misericordia de Nuestro Señor, que por su Gracia, siempre insondable, le otorgó, y él aceptó, el perdón in extremis, por lo que conforme a Su promesa, ahora estará en el Purgatorio, tal vez por miles de años, sí, pero con la seguridad de que tras lavar el reato de pena de sus muchos pecados llegará un día en que, purgado, pueda entrar en el Cielo y contemplar y disfrutar de la Gloria de Dios por toda la Eternidad.

Así pues, brindo por aquel momento en que, tras confesarse Azaña, hubo en el Cielo más alegría que por cien de los mártires cruelmente asesinados cuyo martirio provocó y amparó. Porque cada alma que se pierde es un triunfo del Diablo y hasta ahí podíamos llegar.


Una respuesta a «Mi homenaje y brindis por Manuel Azaña»

  1. Hasta donde nos es posible a los seres humanos columbrar estos asuntos tan delicados (dicho sea con la debida humildad), la postrera y sorprendente «reconciliación» de don Manuel Azaña con la religión, pudo haber estado determinada por el miedo que le inspiraba su ya cercana muerte física y no por un sincero arrepentimiento de sus pecados. Solo Dios lo sabe…

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