Mons. Cordileoni claro como… el Evangelio: los políticos católicos deben decir NO al aborto
Vayan por delante dos cosas: a) no es la primera vez y seguro que no será la última, y b) ya verán al leer este artículo cuán grandísima diferencia va de Cordileoni a Osoro, Omella y Parolín (AQUÍ).

Mons. Salvatore Cordileone, arzobispo de San Francisco, aprovechando que Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha bendecido, en contra de las pretensiones del Centre for Reproductive Rights, la Ley de Texas que prohíbe el aborto cuando se escuchen los latidos del corazón del bebé, o sea, aproximadamente a las seis semanas de gestación –algo es algo y por poco empieza y se llega a lo mucho– ha recordado, en una carta publicada en el Washington Post, lo que es evidente desde hace dos mil años, es decir, desde la venida de Ntro. Señor: los católicos deben rechazar radicalmente el aborto, sean cual sean las excusas, nunca razones, con las que se intente justificar. La carta está dirigida claramente a los «católicos» tipo el presidente Joe Biden y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, ambos políticos acérrimos defensores del aborto a pesar de lo cual van de católicos, confundiendo a miles de ovejas… bueno a las que son como ellos, es decir, a las tibias que… serán vomitadas en el último día.
Transcribimos a continuación la carta que, claro, ha levantado ampollas hasta… en el propio Vaticano ¿por qué será?
“Destacados políticos no han perdido el tiempo en reaccionar hiperbólicamente a la decisión del Tribunal Supremo de negarse a prohibir la nueva ley de Texas que prohíbe los abortos tras la detección de un latido fetal. El presidente Biden anunció un “esfuerzo de todo el gobierno para encontrar formas de superar la medida de Texas”. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi (demócrata de California), denunció la negativa del Tribunal Supremo como una “decisión cobarde y oscura de mantener un ataque flagrantemente inconstitucional contra los derechos y la salud de las mujeres”, y prometió nuevas acciones legales: “Esta prohibición requiere la codificación de Roe v. Wade» como ley federal”.
Como líder religioso de la comunidad católica, me parece especialmente preocupante que muchos de los políticos que están en el lado equivocado en la cuestión más importante de derechos humanos de nuestro tiempo sean católicos declarados. Este es un reto perenne para los obispos de Estados Unidos: este verano provocamos un escándalo al discutir si los funcionarios públicos que apoyan el aborto deberían o no recibir el sacramento de la Eucaristía. Se nos acusó de mezclar indebidamente la religión con la política, de entrometernos donde no debíamos.
Yo veo las cosas de manera diferente. Al considerar qué deberes tienen los obispos católicos con respecto a los laicos prominentes en la vida pública que se oponen abiertamente a las enseñanzas de la Iglesia sobre el aborto, miro al último gran movimiento de derechos humanos en este país -que todavía está en mi memoria- para inspirarme sobre cómo debemos responder.
El ejemplo del arzobispo de Nueva Orleans, Joseph Rummel, que se enfrentó con valentía a los males del racismo, es uno que admiro especialmente. Rummel no “se quedó de brazos cruzados”. A diferencia de otros obispos a lo largo de la historia de este país, no dio prioridad a mantener contentos a sus feligreses y al público en general por encima de promover la justicia racial. Al contrario, inició una larga y paciente campaña de persuasión moral para cambiar las opiniones de los católicos blancos favorables a la segregación.
En 1948 admitió a dos estudiantes negros en el Seminario de Notre Dame de Nueva Orleans. En 1951 ordenó la retirada de los carteles «blanco» y «de color» de las iglesias católicas de la archidiócesis. En una carta pastoral de 1953, ordenó el fin de la segregación en toda la archidiócesis de Nueva Orleans, diciendo a los católicos blancos que, dado que sus “hermanos católicos de color comparten… la misma vida espiritual y el mismo destino”, ya no podía haber “discriminación o segregación en los bancos, en el comulgatorio, en el confesionario o en las reuniones parroquiales”.
En 1955 Rummel cerró una iglesia por negarse a aceptar un sacerdote negro. En una carta pastoral de 1956, declaró: “La segregación racial como tal es moralmente incorrecta y pecaminosa porque es una negación de la unidad y la solidaridad de la raza humana tal como la concibió Dios en la creación de Adán y Eva”. El 27 de marzo de 1962, Rummel anunció formalmente el fin de la segregación en las escuelas católicas de Nueva Orleans.
Muchos católicos blancos se enfurecieron ante esta ruptura del statu quo segregacionista arraigado desde hacía mucho tiempo. Organizaron protestas y boicots. Rummel envió cartas pacientemente instando a la conversión del corazón, pero también se atrevió a amenazar a quienes se oponían a la desegregación con la excomunión.
El 16 de abril de 1962 realizó sus amenazas, excomulgando a un antiguo juez, a un conocido escritor y a un organizador comunitario segregacionista. Dos de ellos se arrepintieron más tarde y murieron como católicos de pleno derecho.
¿Fue un error? ¿Fue eso convertir la Eucaristía en un arma? No. Rummel se daba cuenta de que la defensa pública del racismo por parte de personajes prominentes y de alto nivel era escandalosa: violaba enseñanzas católicas fundamentales y principios básicos de justicia, y además llevaba a otros a pecar.
En nuestros tiempos, ¿qué “negación de la unidad y la solidaridad del género humano” hay más atroz que el aborto? El aborto mata a un ser humano único e insustituible que está creciendo en el vientre de su madre. Todo aquel que aboga por el aborto, en la vida pública o privada, que lo financia o que lo presenta como una opción legítima, participa en un gran mal moral.
Desde la sentencia Roe más de 60 millones de vidas se han perdido a causa del aborto. Muchos millones más han quedado marcados por esta experiencia, víctimas heridas que la sociedad ignora.
El aborto es, por lo tanto, el desafío a los derechos humanos más apremiante de nuestro tiempo. ¿Podemos los pastores hablar en voz baja cuando la sangre de 60 millones de niños americanos inocentes clama por justicia? ¿Cuando sus madres están condenadas al silencio, sufriendo en secreto las heridas de la cultura de la “elección”?
Sí, tenemos que hablar con la misma fuerza de estas madres y de nuestras obligaciones de ofrecer nuevas y generosas opciones a las mujeres que se enfrentan a graves dificultades en sus embarazos. Y Texas lo está haciendo bien: el estado está invirtiendo 100 millones de dólares para ayudar a las madres financiando centros de embarazo, agencias de adopción y hogares de maternidad y proporcionando servicios gratuitos que incluyen asesoramiento, ayuda para la crianza de los hijos, pañales, leche maternizada y formación laboral a las madres que quieran quedarse con sus bebés.
No se puede ser un buen católico y apoyar la expansión de un derecho a matar a seres humanos inocentes. La respuesta a los embarazos con dificultades no es la violencia, sino el amor, tanto para la madre como para el hijo.
Esto no es nada inapropiado que lo diga un pastor. En todo caso, la respuesta de los líderes políticos católicos a la situación de Texas pone de manifiesto la necesidad de que lo digamos con aún más fuerza” (Infovaticana).
Más claro… sólo el Evangelio, por supuesto, pero, y volvemos al principio, qué diferencia con los dicho, o mejor decir no dicho, en el recientemente II Encuentro Internacional de Políticos Católicos (AQUÍ) celebrado en el CEU de la mano y con la asistencia de Osoro, Omella y Parolín.

Me hubiera gustado vivir en aquella época en que La Iglesia declaraba incursos en excomunión, como apóstatas de Ia fe, a los que profesan Ia doctrina materialista y anticristiana del marxismo, y «a fortiori» a los que Ia defienden y propagan. Una de sus señas de identidad era y sigue siendo la apología del crimen del aborto.
Ahora vivimos en el mundo de la mentira permanente, del crimen, de la locura, de lo anormal y, por ende, de lo amoral. Ahora son -prácticamente- todos los partidos, todos los parlamentos, todos un desastre; un demencial engaño que mata la razón y al propio hombre. No voy a dejar fuera de ello a la Curia de Nuestra Iglesia, pues estos infiltrados están contribuyendo de manera imprescindiblemente necesaria en esta hecatombe. Los casos aislados, como el de Mons. Cordileoni, no hace que la excepción deje de confirmar el criminal comportamiento de esta Curia.
Un aborto es un crimen espantoso desde el primer instante de la concepción.
En Estados Unidos los políticos mal llamados Demócratas como el pseudo-católico Sleepy Joe Biden y la Pelosi son de igual manera ASESINOS de niños y deberían ser excomulgados.
El muy simpático jesuita y cardenal Ladaria íntimo amigo del Papa Francisco y pro-Biden, en julio pasado impidió que la Conferencia Episcopal de Estados Unidos excomulgara a Sleepy Joe. Prefiere apoyar a los homosexuales que postularse en contra del aborto y de condenar a los abortistas.
Los jesuitas se han convertido en parte del Globalismo como los partidos políticos españoles del arco parlamentario, incluido VOX, esa esperanza desvanecida de la derecha española.
Y recordar que la mayoría de obispos y cardenales se han posicionado con el Papa a la cabeza en favor de la pseudo-vacunación calificándola como un «acto de amor» en vez de un asesinato programado, criminal y nazi.
El Papa está mal asesorado o forma parte del Globalismo asesino, abortista y opresor.
Íñigo Caballero
Carlista donostiarra desde que nací