La muerte factor de conversión.

«Comenzando, pues, por la primera, que es la muerte, esta es tanto más poderosa para movernos, cuanto es más cierta, más cuotidiana y más familiar; mayormente, si consideramos el juicio particular que en ella ha de haber de nuestra vida, el cual no se ha de alterar en el universal, porque lo que entonces fuere de nosotros, esto será para siempre.

Mas, cuán estrecho haya de ser este juicio y la cuenta que en él se ha de pedir, no quiero yo que lo creas a mí, sino a una historia que san Juan Clímaco, como testigo de vista, refiere; que sin duda es una de las más temerosas que yo he leído.

Escribe, pues, él, que «en un cierto monasterio de su tiempo había un monje descuidado en su vida, el cual, llegando a punto de muerte, fue arrebatado en espíritu por un grande espacio, donde vio el rigor y severidad espantosa deste particular juicio. Y, como después, por especial dispensación de Dios, alcanzase espacio de penitencia, rogó a todos los monjes que presentes estábamos que nos saliésemos de su celda, y cerrando él la puerta a piedra y lodo, quedose dentro hasta el día que murió, que fue por espacio de doce años, sin salir jamás de allí, ni hablar palabra a nadie, ni comer otra cosa todo aquel tiempo, sino sólo pan y agua. Y, asentado en su celda, estaba como atónito, revolviendo en su corazón lo que había visto en aquel arrebatamiento; y tenía tan fijo el pensamiento en ello, que así también tenía el rostro fijo en un lugar, sin volverlo a una parte ni a otra, derramando a la continua muy fervientes lágrimas, las cuales corrían, hilo a hilo, por sus ojos. Y, llegada la hora de su muerte, rompimos la puerta, que estaba, como dije, cerrada, y entramos todos los monjes de aquel desierto en su celda, y rogámosle con toda humildad nos dijese alguna palabra de edificación, y no dijo más que sola esta: “Dígoos de verdad, padres, que si los hombres entendiesen cuán espantoso es este último trance y juicio de la muerte, estarían muy lejos de ofender a Dios”.

Todas estas son palabras de san Juan Clímaco, que se halló presente a este negocio y da testimonio de lo que vio, de manera que en el hecho, aunque parezca increíble, no hay que dudar, pues tan fiel es el testigo, y en lo demás hay mucho porque temer, considerando la vida que este santo hizo, y mucho más la grandeza de aquella visión que vio, de donde procedió esta manera de vida. Lo cual bastantemente nos declara cuán verdadera sea aquella sentencia del Sabio, que dice: Acuérdate de tus postrimerías, y eternalmente nunca pecarás (Eclo 7,36). Pues, si tanto nos ayuda esta consideración para no pecar, corramos ahora brevemente por todos los pasos y trances della, para alcanzar tan grande bien.

Acuérdate, pues, ahora, hermano mío, que eres cristiano y que eres hombre. Por la parte que eres hombre, sabes cierto que has de morir, y por la que eres cristiano, sabes también que has de dar cuenta de tu vida, acabando de morir. En esta parte, no nos deja dudar la fe que profesamos; ni en la otra, la experiencia de lo que vemos. Así que no puede nadie excusar este trago, que sea rey, que sea papa. Día vendrá en que amanezcas, y no anochezcas; o anochezcas, y no amanezcas. Día vendrá —y no sabes cuándo: si hoy, si mañana—, en el cual tú mismo que estás ahora leyendo esta escritura, sano y bueno de todos tus miembros y sentidos, midiendo los días de tu vida conforme a tus negocios y deseos, te has de ver en una cama con una vela en la mano, esperando el golpe de la muerte y la sentencia dada contra todo el linaje humano, de la cual no hay apelación ni suplicación. Considera, pues, primeramente, cuán incierta sea esta hora, porque ordinariamente suele venir al tiempo que el hombre está más descuidado y menos piensa que ha de venir, echando sus cuentas y haciendo sus trazas para adelante. Y por esto se dice que viene como ladrón (cf. Lc 12,39; 1 Tes 5,2-3; 2 Pe 3,10), el cual suele venir al tiempo que los hombres están más seguros y más dormidos.

Antes de la muerte precede la enfermedad grave que la ha de causar, con todos los accidentes, dolores, hastíos, tristezas, medicinas, molestias y noches largas que allí nos han de fatigar; lo cual todo es camino y disposición para morir. […] Después de lo cual se siguen los postreros accidentes que intervienen en la misma muerte, que son aún mayores que los pasados; […] desta manera viene el hombre a pagar en la salida de la vida las angustias ajenas con que entró en ella, padeciendo los dolores —al tiempo de salir— que su madre padeció al tiempo de parir; y así concuerda muy bien la entrada con la salida, pues la una y la otra es con dolores; aunque la una, con los ajenos, y la otra, con los propios. Aquí, pues, se representa luego la agonía de la muerte, el término de la vida, el horror de la sepultura, la suerte del cuerpo, que vendrá a ser manjar de gusanos, y mucho más la del ánima, que entonces está dentro del cuerpo y de ahí a dos horas no sabes dónde estará.

Aquí, pues, te parecerá que estás ya presente en el juicio de Dios y que todos tus pecados te están acusando y poniendo demanda delante dél. Aquí verás abiertamente cuán grandes males eran los que tú tan fácilmente cometías, y maldecirás muchas veces el día en que pecaste y el deleite que te hizo pecar. Aquí no acabarás de maravillarte de ti mismo, viendo cómo por cosas tan livianas, cuáles eran las que desordenadamente amabas, te pusiste en peligro de padecer dolores tan grandes como allí comenzarás a sentir; porque, como los deleites sean ya pasados y el juicio dellos comience ya a parecer, lo que de suyo era poco, y deja de ser, parece nada, y lo que de suyo es mucho, y está presente, parece más claro lo que es.

Pues, como tú veas que por cosas tan vanas estás en término de perder tanto bien, y mirando a todas partes te veas de todas cercado y atribulado —porque ni queda más tiempo de vida, ni hay más plazo de penitencia, y el curso de tus días es ya fenecido, y ni los amigos ni los ídolos que adoraste te pueden allí valer; antes las cosas que más amabas y preciabas te han de dar allí mayor tormento—, dime, ruégote: Cuando te veas en este trance, ¿qué sentirás?, ¿a dónde irás?, ¿qué harás?, ¿a quién llamarás? Volver atrás es imposible, pasar adelante es intolerable, estarte así no se concede. Pues ¿qué harás? Entonces, dice Dios por el Profeta, se pondrá el sol a los malos en medio del día, y haré que se les escurezca la tierra en día claro, y convertiré sus fiestas en llanto, y sus postrimerías, en día amargo (Am 8,9-10). ¡Qué palabras estas tan para temer! Entonces—dice— se les pondrá el sol en medio del día; porque, representándose a los malos en aquella hora la muchedumbre de sus pecados, y viendo que la justicia de Dios les comienza ya a cerrar los términos de la vida, vienen muchos dellos a tener tan grandes temores y desconfianzas, que les parece que están ya desahuciados y despedidos de la misericordia divina.

Y, estando aún en medio del día—esto es, dentro del término de la vida, que es tiempo de merecer y desmerecer—, les parecerá que para ellos no hay lugar de mérito ni de demérito, sino que todo les está ya como cerrado. Poderosa es la pasión del temor, la cual de las cosas pequeñas hace grandes, y de las ausentes, presentes. Y, si esto hace a las veces un temor liviano, ¿qué hará entonces el temor de tan justo y verdadero peligro? Vense en esta vida aún entre sus amigos, y paréceles que ya comienzan a sentir el dolor de los condenados. Juntamente les parece que están vivos y muertos, y doliéndose de los bienes presentes que dejan, comienzan a padecer los males venideros que barruntan. Tienen por dichosos a los que acá se quedan, y créceles con esta envidia la causa de su dolor. Pues entonces se les pondrá el sol en medio del día, cuando, a doquiera que volvieren los ojos, les parecerá que por todas partes les está cerrado el camino del cielo y que ningún rayo se les descubre de luz. Porque, si miran a la misericordia de Dios, paréceles que la tienen desmerecida; si a la justicia, paréceles que viene ya a dar sobre su cabeza, y que hasta allí ha sido su día, y que desde allí comienza ya a ser el día de Dios; si miran a su vida pasada, casi toda ella los está acusando; si al tiempo presente, ven que se están muriendo; si un poco más adelante, paréceles que ven al Juez que los está esperando. Pues, entre tantos objetos y causas de temor, ¿qué harán?, ¿a dónde irán?.

Dice más: Que se les convertirá en tinieblas la luz en el día claro; quiere decir que las cosas que les solían dar antes mayor alegría, entonces les darán mayor dolor. Alegre cosa es para el que vive la vista de sus hijos y de sus amigos, y de su casa y hacienda, y de todo lo que más ama; mas entonces se convertirá esta luz en tinieblas, porque todas estas cosas darán allí mayor tormento y serán más crueles verdugos de sus amadores. Porque natural cosa es que, así como la posesión y presencia de lo que se ama da alegría, así el apartamiento y la pérdida da dolor; y por esto quitan a los dulces hijos de la presencia del padre que se está muriendo, y se esconde la buena mujer en este tiempo, por no dar y tomar tan crueles dolores con su presencia. Y, con ser la partida para tan lejos, y la despedida para tan largo camino, no deja guardar el dolor los términos de la buena crianza, ni da lugar al que se parte para decir a los amigos: «Quedaos con Dios». Si tú has llegado a este punto, en todo esto verás que digo verdad; mas, si aún no has llegado a él, cree a los que por aquí han pasado, pues, como dice el Sabio, los que navegan la mar cuentan los peligros della [Eclo 43,24].»

«Guía de pecadores» de Fray Luis de Granada


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