Opus Dei, opus homine

Soy, por sacramento del Bautismo y de la Confirmación, cristiano católico, aunque vulgar y mediocre, pecador confeso y ningún modelo de nadie ni de nada. Soy  apóstol, tanto en cuanto mi vida espiritual y profesional supone el apostolado, es decir, trato de trasladar y difundir el mensaje de mi existencia a la luz del evangelio, corpus de referencia obligada en mi diario acontecer. Soy miembro de la Iglesia de Romana, por tanto, romano, no de nacimiento sino de cuna religiosa. En definitiva, católico, apostólico y romano. Reconozco al papa como jefe espiritual y sucesor de la cátedra de San Pedro. No tengo la menor duda al respecto, lo tengo clarísimo.

Hecha esta pertinente aclaración, me considero hijo de Dios y parte de su obra creadora. Soy creyente, no porque crea en Dios –que también- sino porque soy discípulo de Cristo. Así pues, soy miembro del Pueblo de Dios, miembro de la Iglesia Católica y un practicante bastante común y ordinario. Nada del otro mundo en el que, por cierto, también deposito mi fe. No entiendo al ser humano como individuo, lo comprendo como persona, como sujeto individual, comunitario y trascendente en su concepción de la existencia del hombre. No siento vergüenza, menos aún, orgullo desmedido y soberbia, tan innecesaria como impropia. Tengo claro que dar ejemplo es la lógica consecuencia  de mi compromiso, libre y voluntario, como oveja de un rebaño, bien entendido, no en el sentido literal del término.

Así pues, una cosa es el Opus Dei (Obra de Dios), perfecta en su imperfección aparente y otra, muy distinta, es el Opus homine (Obra del hombre) absolutamente imperfecta e incompleta. No me refería a la Prelatura personal de la Iglesia de Roma. No vean en mis reflexiones intención oculta alguna. Ser oveja del rebaño de Dios no supone renunciar a uno de los rasgos de mi esencia, la de tener voluntad y en consecuencia, disfrutar de libertad. El hombre es libre, tiene capacidad de elegir, es decir, tiene voluntad. No creo en la predeterminación del destino del hombre, aunque reconozca que Dios es ominisciente, sabe todo, pasado, presente y, por descontado, conoce el futuro, pero no lo determina. Es omnipresente  puesto que siempre está presente de manera simultánea en todos los lugares al mismo tiempo. Es omnipotente ya que tiene un poder ilimitado, de lo contrario no sería perfecto, no sería Dios. Dios es todo, incluso la nada. Antes de todos los tiempos, antes de la creación, existía Dios y seguirá existiendo al final de los tiempos.

Entre los días dos y seis de marzo de dos mil veinte,  tuvo lugar, en Madrid, la CXV Asamblea Plenaria en la que fue nombrado, presidente de la Conferencia Episcopal Española, el arzobispo de Barcelona, Juan José Omeya, para el cuatrienio 2020-2024. Sustituía en el cargo al arzobispo y cardenal de Valladolid, Ricardo Blázquez Pérez, que había dirigido a la Iglesia Católica en España desde dos mil catorce. Entonces ya intuía que algo iba a cambiar en el seno de mi Iglesia y en el proceder del pastor del rebaño patrio. Lo ocurrido no me ha cogido por sorpresa. Los antecedentes  pastorales de Su Eminencia hacían presagiar oscuros augurios.

He tenido la inmensa fortuna de conocer a monseñor Ricardo Blázquez, durante su estancia en Palencia (1992) como obispo, y he de decir que, a diferencia del turolense, el abulense siempre me ha parecido un hombre de Dios más sereno, tranquilo, prudente e inteligente. Su carrera eclesiástica así lo acredita. En todos sus destinos, especialmente en el ejercicio como obispo de Bilbao, acreditó el saber estar y lidiar situaciones complejas y comprometidas. Como presidente de la Conferencia Episcopal, supo guardar un hábil equilibrio entre los sectores más “progresistas” y los más “conservadores”, tarea harto difícil y complicada.

Entiendo las parábolas bíblicas que pueden venir al caso, asumo las bienaventuranzas –como no-, pero no soy una oveja descerebrada y anonadada, servil y sumisa. Eminencia, con todos los respetos de este humilde cristiano, se ha equivocado con sus inoportunas, impertinentes, inconvenientes y fastidiosas declaraciones a favor del indulto a los procesados, sentenciados y condenados por los notorios delitos cometidos en el mal entendido, nunca asumido, procés catalá. Le recuerdo monseñor que hay un aforismo latino que dice “Dura lex sed lex” (La ley es dura, pero es ley), que vale para cualquiera, máxime en un estado democrático, social y de derecho, basado en el imperio de la ley. Usted se ha equivocado, ha querido asumir un protagonismo que no le correspondía, que estaba fuera de lugar. Ha olvidado que se había juzgado y condenado a unos delincuentes, que ahora pretenden reincidir, mediante un proceso judicial, que le guste o no, ha sido respetuoso con el derecho a la defensa de los encausados. Sus comentarios no son los de un simple sacerdote, son los de quién preside el órgano de gobierno de la Iglesia Española, por tanto, aunque  a su Eminencia le atraiga el delirante secesionismo independentista, debía haber sido consciente de su cargo y moderado en su verbo. Lamentablemente, como cabía esperar de Vd., no lo ha sido en absoluto.

Eminencia, no hay que confundir churras con merinas, pues no son lo mismo. Tampoco confundir carneros con ovejas, que tampoco lo son. Está muy bien el sermón desde el púlpito, pero no es lo mismo que hacer unas declaraciones a la prensa. Quisiera entender su postura, desde el mensaje cristiano de amar y perdonar, incluso a tus enemigos, pero hay que tener claro aquello de  “A César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. ¿Qué sería de nuestra Iglesia sin nuestra Biblia? ¿Qué sería del hombre sin el pecado y propósito de enmienda o arrepentimiento? ¿Para qué serviría el sacramento de la Confesión? Pues  para lo mismo que a una España sin su Carta Magna, es decir, su Constitución. No vivimos en una república bananera, ni en un estado sin derechos y libertades, existimos como nación y como estado al que el pueblo soberano ha otorgado unas reglas del juego. ¿Qué le parecería a Su Eminencia que el presidente de la Conferencia Episcopal Francesa se saltara a la torera su obediencia a Roma? Pues exactamente lo mismo que lo que ocurre con estas ovejas descarriadas independentistas.

En definitiva y para concluir, como español, además de como católico, exijo que la balanza de la Justicia esté equilibrada en derechos y en deberes. El indulto concedido por el gobierno del todavía Reino de España es una bofetada, o si prefiere, un palo para las “ovejas” del rebaño español. Eminencia, Vd. se ha equivocado y ha actuado con negligencia. Su imprudencia e incontinencia verbal han sido inapropiadas e insultantes para muchos compatriotas españoles, por decirlo con indulgencia.


4 respuestas a «Opus Dei, opus homine»

  1. Brillante artículo, que suscribo totalmente.
    OMELLA es una desgracia para Teruel, para Aragón, para Cataluña y para España.
    Espero que se retire pronto a un monasterio a rezar, para purgar sus muchos pecados, entre los que destaca el de SOBERBIO (no sé si la ESTUPIDEZ es también pecado, ya que en su caso parece más bien CONGÉNITA, es decir de nacimiento).
    Ha hundido y arruinado el escaso PODER MORAL DE LA IGLESIA EN ESPAÑA, y sólo s eha preocupado de trepar como un descosido, pisando a quien haya hecho falta, sin importarle ni Dios ni los deberes cristianos de un Pastor y un Obispo que, cómo mínimo, debería ser siempre ejemplar…

  2. La OBRA también deja mucho que desear, por su carácter sectario, su secretismo, el culto exagerado al Padre (ahora ya Santo, sabe dios porqué y cómo), etc.
    Yo soy católico viejo,como usted, con numerosos defectos, pecados y contradicciones, como casi todo el mundo, pero no creo que por ser opusino, legionario de cristo o jesuítico sea mejor persona que lo demás, o pertenezca a la «primera» categoría de los cristianos.
    DIOS NOS QUIERE Y NOS ACOGE A TODOS, INDEPENDIENTEMENTE DE NUESTRA PROCEDENCIA, o, al menos, eso creo, en conciencia.

    1. Estimado seguidor: así es en todo lo que dice. Los hoy denominados «movimientos» pueden ser vías para el Cielo o no, según el miembro de ellos los use bien o mal. Lo importante, sin merecer ni desmerecer ninguno de ellos, es mantenernos en lo personal fieles a Cristo en todo momento y no permanecer un minuto en la caída, sino confesarse y volver a la lucha. Que Dios le siga bendiciendo. Saludos cordiales

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