Otro eslabón de una letal cadena

Ibarruri «Pasionaria»

“La Guerra Civil sigue. Hemos esperado durante 39 años y esperaremos algún año más, pero nuestra venganza durará cuarenta veces 39 años”. Estas palabras, pronunciadas en 1974 en una entrevista concedida a la revista italiana Il Borghese por Dolores Ibarruri “Pasionaria”, una criminal endurecida a la que la izquierda ha conseguido convertir en un icono de la democracia y la libertad –aunque parezca increíble–, explica mucho de lo que está pasando en España desde hace décadas.

El 24 de Octubre, un día negro en la historia de nuestra Patria, el Presidente del Gobierno, el ruin Pedro Sánchez-Castejón, alcanzó su perverso objetivo de saquear la sepultura del General Franco en el Valle de los Caídos y profanar sus restos mortales, ante el silencio y la parálisis de millones de compatriotas que le deben todo a ese hombre ejemplar, a quien con este acto se ha pretendido humillar y vilipendiar.

Los más ignorantes, cegados por el miedo a significarse y anulada su razón por este proceso de “lobotomización” colectiva que son el “pensamiento único” y la “corrección política”, creen que es sólo una acción con fines electorales. Otros se confortan pensando que se trata simplemente de la venganza, ochenta años después, por la única derrota que ha sufrido el comunismo en el campo de batalla en toda su historia, y que ya no habrá más. Yo, en cambio, creo que va mucho más allá, que no es más que otro eslabón –si bien un eslabón muy significativo—en una larga cadena que nos arrastra, si no lo evitamos, hacia una república socialista versión siglo XXI.

Esta diabólica cadena está formada no sólo por la acciones de los que odian a España, sino también por una sucesión de errores y de traiciones, de actuaciones cobardes y desleales de los que deberían defender a nuestra Patria y que en cambio han permitido que los enemigos de España vayan dando pasos, a veces pequeños y otras veces mayores, hacia su malévolo propósito de conseguir lo que no pudieron alcanzar entre 1931 y 1936 gracias al coraje del general Franco y de todos los que le acompañaron.

El primer error, y siento decirlo, fue del propio General Franco al elegir para sucederle, a título de Rey, al inefable Juan Carlos de Borbón y Borbón. Este ciudadano es heredero de una dinastía que ha hecho por destruir a España más que todos sus enemigos juntos. La lista de antepasados del antedicho es pavorosa: desde Felipe V, pasando por Fernando VI, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII (excluyo a Carlos III, el único que se salva, y a Luis I y a Alfonso XII por la brevedad de sus reinados). Y qué decir del padre del elegido, Juan de Borbón y Battenberg, un segundón y un cobarde cuyo único empeño vital fue conspirar contra el generalísimo para que, graciosamente, le regalara el trono que su padre había abandonado el 14 de abril de 1931 dejando atrás, sin el más mínimo remordimiento o sentimiento de vergüenza, a todos los que le habían defendido. El rencor acumulado por Juan de Borbón durante 36 años de frustración se transmitió a su hijo, como después se ha comprobado.

El segundo error, consecuencia de la lealtad (equivocada) hacia el Generalísimo –que había ordenado que obedecieran al futuro rey Juan Carlos I como a él mismo–, fue el suicidio colectivo de los Procuradores en Cortes que aprobaron en noviembre de 1976 la Ley de reforma Política (con la excepción de cincuenta y nueve patriotas que votaron en contra), el soporte legal de la gran traición que tenía preparada Juan Carlos I.

A partir de ahí, empieza una extensa sucesión de actuaciones cobardes o viciadas por la estulticia de los que las acometieron: se recibió con honores a muchos de los que cuarenta años atrás habían cometido crímenes execrables, por los que nunca pagaron, como Santiago Carrillo o Dolores Ibarruri, verdaderos monstruos de los que se “blanqueó” en aras a una falsa reconciliación; se abortó, de nuevo con una gran reconciliación; se abortó, de nuevo con una gran traición de Su Majestad, el intento de febrero de 1981 para reconducir la situación; se comenzó, primero con cautela pero después con celeridad, ante la falta de reacción, a reescribir la historia, empezando por borrar de ésta a los héroes que salvaron España, en aras de nuevo a la reconciliación, y rápidamente glorificando a los que estuvieron a punto de destruirla. Todo ello fue un proceso lento pero inexorable, midiendo muy bien los tiempos, pero sin olvidar el objetivo final: demoler la colosal obra del Generalísimo y de todos los que le acompañaron, tomarse cumplida venganza por la clamorosa derrota de abril de 1939 y retomar la labor de destrucción de España, tal como la conocemos, que vieron interrumpida –afortunadamente—en julio de 1936.

Cuando en 1982 alcanzó el poder (probablemente antes de lo que ellos habían pensado) el PSOE –uno de los principales responsable de las atrocidades cometidas en España entre 1931 y 1939—en la persona de Felipe González Márquez la situación todavía no estaba madura para poner abiertamente en marcha el proceso de demolición de la obra de Franco y la vuelta a la revolución, pues todavía vivían, y con completo uso de razón, muchos de los protagonistas de la Guerra y, sobre todo, de la Paz, además de que el Ejército todavía no había sido purgado, reducido a su mínima expresión y convertido en una suerte de anodino cuerpo de protección civil. Supieron esperar, aunque ya empezaron como se ha dicho a blanquear la figura de los monstruos que asolaron España cuarenta años antes y a adoctrinar a las nuevas generaciones en la mentira.

En 1996 alcanzó el poder el Partido Popular (uno de los tumores más malignos que ha sufrido y sufre nuestra nación), en la persona de José María Aznar López, quien aparte de mejorar la desastrosa situación económica dejada por los socialistas –lo que no tiene demasiado mérito—y crear un partido endogámico y corrupto, no hizo nada por reconducir la deriva que había tomado España; es más, en 2002 votó en el Congreso a favor de “condenar el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y la dictadura” (sic) en acto supremo de cobardía y de traición. La presidencia de Aznar, un pequeño funcionario de provincias obnubilado por su vanidad, fue demoledora para España, pues con su insensatez e incompetencia permitió que se siguiera fraguando todo lo que ha venido después.

En 2004, después del más sangriento atentado terrorista de nuestra historia (cuya autoría real y el grado de involucración de su principal beneficiario, el PSOE, no han sido nunca desveladas), alcanzó el poder otro socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, un don nadie cegado por el rencor, que desde la misma sesión e investidura, en presencia del rey, anunció lo que nos esperaba al dedicar su triunfo electoral a su difunto abuelo: un militar chusquero que se rebeló contra sus superiores, en tiempos de guerra, y que en aplicación del Código de Justicia Militar vigente en aquel momento fue condenado a muerte y ejecutado. Ese día se empezó a ver que aquellos que habían esperado pacientemente durante casi cuarenta años a que se dieran las condiciones propicias, estaban empezando a salir de sus guaridas para propagar la peste del odio y para intentar ganar, con efecto retroactivo, la guerra que no fueron capaces de ganar sus abuelos. Tres años después, en septiembre de 2007, se aprobó la nefasta ley 52/2007, conocida como Ley de “Memoria Histórica”, que con la excusa de “conocer y ampliar derechos y establecer medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura” se ha convertido en un mecanismo legal abrumadoramente eficaz para borrar cualquier vestigio de la España de Franco; para crear un relato completamente falso, que se enseñas en los colegios, sobre lo que pasó en España entre 1931 y 1975, presentando a las víctimas como verdugos y a los verdugos como víctimas; para cercenar la libertad de pensamiento y de expresión de todo el que no comparte esa gran falsedad, en el más puro estilo estalinista; y –de paso—para regar con abundante dinero público a multitud de asociaciones vinculadas a los partidos marxistas que, en teoría, iban a exhumar a los inexistentes “miles de víctimas de la represión franquista enterradas en las cunetas”. Ese infausto día se puso en marcha, definitivamente, la trituradora.

En 2011 el PP, heredero directo de muchos de los españoles que a las órdenes de Franco habían hecho de España una nación unida, grande, libre y próspera, volvió a ganar las elecciones, en la persona de un indolente y pusilánime Mariano Rajoy, que a pesar de haber prometido en su programa electoral que derogaría la terrible LMH y de disponer de mayoría absoluta, no lo hizo, limitándose a retirar la dotación presupuestaria para cualquier iniciativa relacionada con la aplicación de dicha ley , que siguió siendo utilizada por el resto de administraciones (ayuntamientos, diputaciones y comunidades), incluso por lagunas controladas por el PP, para continuar su labor de destrucción y de emponzoñamiento de nuestra historia. La responsabilidad del PP en este proceso de destrucción de nuestra Patria, por su inacción cuando no su apoyo a las medidas tomadas en aplicación de la LMH, es comparable a la de los mismos promotores de esos desafueros.

En junio de 2018, ante la inoperancia de Rajoy y con la excusa de los numerosos casos de corrupción del PP, un personaje macabro, el ya mencionado Sánchez, consigue engañar a todos comprometiéndose a convocar inmediatamente elecciones si resultaba nombrado presidente del Gobierno, los agrupa en una suerte de “Frente Popular II” y se hace con el poder. Menos de dos meses después de su nombramiento, en agosto de ese mismo año, y utilizando torticeramente la figura del Real Decreto Ley, pone en marcha la profanación de la tumba del caudillo y el traslado de sus restos mortales al cementerio de Mingorrubio-El Pardo en contra de los deseos de la familia Franco y de millones de españoles, ayudado, de nuevo, por la pasividad del PP y de la jerarquía de la Iglesia Católica.

El saqueo de la sepultura del general Franco, un eslabón más de esa cadena, tiene un alto componente simbólico, pues pretende destruir la imagen del máximo representante de la España que floreció esplendorosamente después del 1 de abril de 1939, pero llega mucho más allá, pues supone demoler el último dique que contenía la riada de odio y mentira que los derrotados han venido acumulando desde que falleció el caudillo.

¿Cuáles serán los siguientes pasos, los siguientes eslabones de esta mortífera cadena? El primero, ya lo han anunciado, es la desacralización de la Basílica, para convertirla en una especie de parque temático de la manipulación y la mentira, y la demolición de la Cruz, primer paso en la demolición de todas las cruces y en la persecución a la Iglesia y a los católicos: “Arderéis como en el 36”; a continuación, y ya están empezando a hablar de la república sin ningún reparo, acabar con la Monarquía, que –en eso llevan razón—es el último vestigio de la España de Franco, pues gracias sólo y exclusivamente a la voluntad personal de Franco primero reinó Juan Carlos y hoy reina su hijo Felipe; culminarán su satánica labor de destrucción de la familia y de la identidad cristiana del hombre, convirtiéndonos a todos en peones sin identidad y sin alma para facilitar sus espurios planes; al igual que pronto estará penado con hasta 4 años de cárcel y hasta 15 años de inhabilitación decir o hacer cualquier cosa que se pueda interpretar como un reconocimiento o un elogio a los logros de Franco, ilegalizarán los partidos políticos o asociaciones que supongan un obstáculo para sus propósitos; permitirán la independencia de Cataluña y, si má adelante se lo piden, la de Vascongadas, o de la Comunidad Valenciana, o de Galicia o quien sabe qué regiones más; empezarán a manipular fraudulentamente los resultados electorales, como hicieron en febrero de 1936 y como hacen sus admirados Maduro, Morales o Kirchener, para perpetuarse antidemocráticamente en el poder (ya lo dijo Largo Caballero: “La democracia es incompatible con el socialismo”; procederá a restringir la propiedad privada, mediante lo que ellos llaman “estatalizar los bienes de producción” o mediante expropiaciones forzosas por supuesto “interés público”, etc.

No, que nadie se engañe, la profanación de los restos mortales del Generalísimo no es un fin en sí mismo, es un eslabón más, si bien muy relevante, en la diabólica cadena que si no cortamos pronto nos arrastrará hasta la destrucción de España tal como la conocemos.

Para Razón Española


5 respuestas a «Otro eslabón de una letal cadena»

  1. Y las guerras civiles griega y finesa? Fueron derrotas del comunismo en un campo de batalla y de modo mucho más claro, pues en el caso de España era más un riesgo de dictadura de izquierda del partido socialista más el partido comunista como un miembro secundario de esa dictadura mientras en las guerras civiles griegas y finesas eran riesgos de dictaduras comunistas puras.

    1. Estimado seguidor: así es. Y muy bien por recordar lo que muchos olvidan y por enseñar lo que más aún no saben hoy en día, Saludos cordiales

  2. Ah….recordé otra cosa, también hubo la victoria de los grupos anti-comunistas afganos en la guerra de Afganistán rusa en la década de 1980. Y también parcialmente los éxitos parciales de grupos anti-comunistas armados en Angola y Mozambique.

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