El Papa contra la pena de muerte

El papa Francisco I ha declarado que, a partir de ahora, la pena de muerte es incompatible con el Evangelio. A partir de ahora, porque hasta ahora sí lo era. ¿En qué quedamos? ¿Quién tiene entonces la razón? ¿Cuáles pueden ser las consecuencias?

El Papa se ha descargado recientemente con otra de sus originalidades, con otra de sus salidas de tono, al ordenar que se corrija el catecismo para que a partir de ahora la pena de muerte sea considerada incompatible con el Evangelio, ilícita y pecado mortal; al parecer lo ha hecho por la insistencia de una nonagenaria, lo que ya da que pensar, española, por cierto, cómo no, de cuya estabilidad mental hay que dudar por razón de su avanzadísima edad, así como de su trayectoria vital.

La pretendida justificación de Francisco I para tal cosa es la siguiente: «Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común. Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente.»

Un rápido examen a tales asertos, que ni argumenta ni demuestra ni documenta, dejan en evidencia no sólo su inconsistencia, sino también, por ella, la mediocridad intelectual, teológica y doctrinal del actual Papa. Resulta penoso, de verdad, tener por vicario de Cristo en la Tierra a un personaje con tamañas carencias.

Veamos. «Durante mucho tiempo» NO es cierto en absoluto, sino SIEMPRE, hasta hoy claro, se ha admitido el recurso de la autoridad legítima, con las garantías precisas, a imponer la pena de muerte, y no sólo en la civilización occidental o cristiana, sino en todas las habidas a lo largo de la historia de la Humanidad desde los albores del tiempo. Nadie pensó ni creyó ni dijo nunca que la dignidad de la persona se perdiera por haber cometido ni el más execrable de los crímenes; ni siquiera ahora. No hay una nueva comprensión del sentido de las sanciones penales, pues siempre, también hoy, han tenido dos únicos objetivos: castigar el delito y que sirvieran de aviso a navegantes. No hay mejoría en los sistemas de detención, pues las garantías de defensa del reo dependen del régimen de cada país, y en todos los países se redimen las penas de forma que en muy pocos casos llegan a cumplirse en su totalidad.

Despojado de sus pretendidas justificaciones, lo que podríamos hacer más por extenso, pero no hay espacio, al Papa sólo le queda una razón para introducir, nada más y nada menos, que un cambio, además express, en el catecismo: su afán por confundir, dividir, provocar y destruir.

Su aserto sobre la pena de muerte, el cambio de un texto tan medido a lo largo de los siglos como es el catecismo, de un texto que recoge lo que dicen los Evangelios, los Santos Padres, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, supone una agresión a la doctrina católica de primer orden. Porque no nos olvidemos: es el Papa, es sacerdote, obispo y cardenal, no se le puede, por tanto, conceder ni el menor beneficio de la mínima duda; sabe lo que hace, perdón, mejor decir que sabe lo que quiere hacer.

Su aserto es una herejía de tomo y lomo porque atenta directamente contra los ya citados pilares de nuestra santa Fe –pues no somos la religión «del libro» como dicen y pretenden los musulmanes y los luteranos–, así como contra lo determinado por sus antecesores a lo largo de los siglos; busquen, si no, y verán como lo que decimos es verdad. (San Pablo, Inocencio III, el Concilio de Trento, San Pío X, Pío XII, San Juan Pablo II, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, etc.)

Pero no sólo él cae en herejía, sino que con él también todos aquellos prelados que, por tener sobre sus únicos hombros la responsabilidad de la salvación de las almas a ellos encomendadas, no expresen de inmediato con claridad diáfana su rechazo a semejante barbaridad. Los que callen, y por ahora son todos –en el caso de los españoles peor aún, porque al parecer fueron consultados por el Vaticano de forma urgente, o sea, por correo electrónico–, se convierten voluntariamente en cómplices activos, caen en la misma herejía que su jefe y por ello en las mismas terribles consecuencias si no se enmiendan. Así son las cosas

A lo largo de la historia de la Iglesia ha habido muchos casos en los que la caída de algún prelado, o de varios, ha arrastrado a sacerdotes, religiosos y monjas, así como a miles de fieles al mismo abismo porque no supieron o quisieron enfrentarse a ellos, porque eligieron ser fieles a ellos y no a Cristo, obedecer antes a los hombres que a Dios; casos, entre muchos, de las herejías arriana, anglicana, luterana o los juramentados franceses. De aquellas, no de los que mantuvieron la Fe, vinieron los cismas, las rupturas y las inmensas pérdidas de almas.

Como en tiempos de ellas, hoy también debemos elegir, como entonces lo tuvieron también que hacer, de qué lado nos ponemos cada uno; aquí cada cual tiene que tomar su decisión, por la cual será juzgado en su momento; desprecien el respeto humano y el vulgar sentimentalismo y no lo duden: no hagan, tampoco esta vez y en esto, el menor caso ni del Papa ni de los que con él se empecinen, contumaces en el error, en perderse y en perdernos. Mantengamos la Fe, la de siempre, la secular. No nos dejemos engañar.

 


2 respuestas a «El Papa contra la pena de muerte»

    1. Estimado seguidor:
      Los Catecismos se pueden reescribir. El gran y primero fue el de Trento. San Pío X escribió varios. El Concilio Vaticano I redacto otro, aunque nunca se publicó por la guerra que terminó con el Concilio. Tenemos el Catecismo de Juan Pablo II. Pero las verdades doctrinales no han cambiado, ni pueden cambiar por ser la fe católica que la Iglesia profesa, cree y enseña. El Catecismo de Trento es el que ha servido de referencia para todos los demás, fue redactado en el Concilio y publicado posteriormente por el Papa San Pío V, para que los párrocos lo enseñaran públicamente a los fieles. El Catecismo de Trento, llamado Romano, está exento de todo error doctrinal por ser redacto por el Concilio de Trento con el fin de divulgar la verdadera doctrina católica.
      En resumen: los Catecismo se pueden reescribir pero la doctrina católica que enseñan permanece inalterable. Saludos cordiales

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