Para bien orar
Tres son los pilares esenciales sobre los que se asienta la oración: la FE, la PERSEVERANCIA y la HUMILDAD.
Debemos orar con FE, FE y FE; con confianza y seguridad plenas; sin el menor atisbo de duda; convencidos de que nuestra oración SIEMPRE es escuchada –no hay oración por pobre que sea que se pierda–; otra cosa es que por nuestras carencias y por nuestra penosa condición de pecadores, lo que pidamos, sea porque no nos conviene para nuestra salvación, sea porque no es el momento oportuno según los planes de Dios, no se nos conceda al instante o incluso nunca.
Debemos orar con PERSEVERANCIA; con constancia y tesón; impasibles al desaliento; insistentemente, sin desfallecer, sin ceder NUNCA a la tentación de dejar de rezar; sin dejar de hacerlo hasta el último segundo de nuestra existencia.
Debemos orar con HUMILDAD; como el publicano, no como el fariseo; la humildad es la llave que abre el Corazón de nuestro Señor.
Debemos orar, especialmente, cuando aparezca en nosotros el menor atisbo de tentación; sea grave –mucho más en este caso– o leve. Nada mejor para ahuyentar y vencer las tentaciones que orar; estemos donde estemos, precisamente en el lugar en el que la tentación nos asalte, sea cual sea.
Debemos orar disponiendo y orientando nuestra alma, nuestra mente y nuestro corazón hacia Dios; con ánimo y decisión; con pausa, calma y serenidad.
Debemos orar pidiendo, sobre todo, dos cosas:
* NUESTRA CONVERSIÓN –quien se convierte de veras, se salvará, pues conversión es lo que predicó Nuestro Señor y conversión es lo que quiere de nosotros–; sin olvidar nunca que lograr nuestra plena conversión será labor de toda nuestra vida, debiendo convertirnos a Dios todos los días mientras nos hallamos en este mundo; conscientes de que nunca será suficiente.
* QUE DIOS NOS LIBRE DE CAER EN TENTACIÓN; no que no seamos tentados, pues sea por nuestra innata condición de pecadores, sea para merecer, siempre estamos en riesgo de ser tentados.
Debemos orar para pedir perseverancia y todo aquello que creamos necesario para nuestra salvación; también los bienes materiales que consideremos, bien que supeditándolos siempre a la voluntad de Nuestro Señor; asimismo ante la adversidad y el sufrimiento, pues la oración es la mejor ayuda para sobrellevar lo uno y lo otro.
Igualmente debemos orar para pedir la conversión de nuestros seres queridos, amigos y conocidos; también la de nuestros enemigos; asimismo la de nuestra Patria, cuya unidad, paz, justicia y prosperidad dependen, como demuestra su Historia, de su conversión.
Debemos orar para dar gracias a Dios por tantísimos dones espirituales y materiales, visibles e invisibles, que constantemente nos concede desde que nacimos; no sólo es de bien nacidos ser agradecidos, sino que, además, quien agradece merece nuevos y mayores dones y gracias; y no se dude: ¡tenemos muchísimo más que agradecer, que pedir!
Podemos orar vocal o mentalmente según el lugar, el momento, la posibilidad o la conveniencia; recitando las oraciones que consideremos o entablando con Dios un confiado diálogo como lo hacemos con nuestros familiares o amigos; no en balde Dios es nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Hermano y nuestro Amigo, y como a tales permite y quiere que Le tratemos.
Debemos orar con sentimiento, pero sin sentimentalismo; en grupo o a solas; sin desmoralizarnos por las distracciones que nuestra humana condición pueda procurarnos. Debemos orar en la iglesia, en casa o en la calle.
Debemos orar SIEMPRE, SIEMPRE que podamos –y siempre podemos–; cuando descansamos o trabajamos; por el día o por la noche; cuando viajamos; al desvelarnos mientras dormimos; antes de comenzar cualquier proyecto o acción por grande o pequeño que sea. Nunca habrá razón o excusa válida para no rezar; tampoco para no encontrar el tiempo, largo o corto, para ello.
En definitiva, y pues sabemos que nos va la Vida Eterna en ello, orar debe ser nuestra prioridad diaria irrenunciable, conscientes y convencidos de que nada, nada más importante vamos a hacer en todos y cada uno de los días de nuestra existencia.
¡Laus Deo!

Quien tiene a la Inmaculada Virgen María como Madre, tiene en su pensamiento y corazón a JESUCRISTO, ello le lleva a rezar constantemente a los DOS.