Perversión eclesiástica: las «ginacólitas»
Dicen que vivimos tiempos difíciles, tiempos de confusión ¿pero ha habido alguno que no lo sea a lo largo de la Historia? El problema es que hoy en día nos empeñamos en inventar, cuando todo está ya inventado. Es el caso de la Iglesia, que en un alarde de perversión eclesiástica nos trae ahora a las «ginacólitas».
Del 10 al 14 de Julio próximo va a celebrarse en Santa Cruz, Bolivia, el «V Congreso Americano Misionero», teniendo como «ejes temáticos» para debatir «el Evangelio, la Alegría, la Comunión y Reconciliación, la Misión y el Profetismo». Sobre lo que se dice en la correspondiente instrumentum laboris habría que señalar múltiples cuestiones, pero por necesidad de espacio vamos a reseñar sólo algunas de las más llamativas, con las cuales esperamos dar una idea de por dónde va a ir dicho congreso.
Primero una apreciación general. Dicha «guía de trabajo» es un folleto de 132 páginas en el que se ha utilizado una dialéctica y una semántica farragosas, indefinidas y confusas, que no puede ser accidental, todo lo cual apunta a una posible doble intención: primero, aburrir y desanimar al que quiere leerlo para que no llegue al final –lo cual pueden conseguir fácilmente–; segunda, permitir no sólo la interpretación en cualquier dirección, sino más aún introducir conceptos «novedosos» mezclados, o mejor dicho camuflados, entre otros clásicos. Es decir, colar heterodoxias cubiertas por ortodoxias; vieja técnica del más puro y duro modernismo y de su hija la teología de la liberación tan extendida por aquellas tierras y en absoluto erradicada.
Después, y antes de lo más llamativo, tres pinceladas no por ello menos importantes:
* Cuando se aborda el problema del «desprecio y la violencia contra la vida y la dignidad humana» ni se menta la plaga del aborto que es, sin duda, el peor desprecio y la peor violencia que hoy se ejerce contra la vida y la dignidad humanas. Para los autores del documento ese desprecio y violencia se limita a las «perversas redes de tráfico humano, narcotráfico y pornografía infantil, así como situaciones de violencia física, sexual y psicológica» o al «crimen y la inseguridad ciudadana», que aún reconociendo que lo son, no tienen punto de comparación con la del aborto.
* El documento dedica no poca atención al «cuidado necesario de la Hermana Madre Tierra«, afirmando que «El medio ambiente, la biodiversidad, el calentamiento global, la sobre explotación de recursos naturales y otros» son asuntos prioritarios, ya que para la Iglesia «La profecía necesaria para la defensa y el cuidado de la Hermana Madre Tierra junto al medio ambiente son elementos imprescindibles de nuestra fe en la creación y de la comunión con Dios Creador». De esta manera tan simplista se asumen no pocos principios de esa fraudulenta ideología indigenista, de ese primitivismo aborigen, que es puro y duro paganismo, que por desgracia aún late en el continente americano, especialmente en sus partes central y sur, sustituyendo a Dios, Uno y Trino, por la hermana (¿?) y madre (¿?) Tierra, y que no pocos políticos del momento explotan demagógicamente para manipular y oprimir a buena parte de sus respectivos pueblos.
* En línea con el punto anterior el documento no tiene reparo en incidir en lo que llama «nueva conciencia ecológica» a la que califica de «nuevo humanismo, que intenta redefinir el progreso con una sensibilidad ética (la persona en el centro)», afirmando que se «trata, no de estar sobre la naturaleza, sino de meternos en ella y de sentir de nuevo la tierra. Y es que, en este sentido y en cierto modo, la tierra sigue siendo “sagrada” (Ex 3,5)». El problema es que los redactores de tal texto han olvidado, si es que alguna vez lo aprendieron, que cuando se pone a la persona en el centro, cuando el ser humano ocupa el lugar central, y no Dios, ya sabemos lo que ocurre, no sólo por los numerosos y terribles ejemplos existentes a lo largo de la historia de la Humanidad, sino porque lo estamos viendo y sufriendo en la actualidad.
Pero al margen de lo anterior, y de otras muchas cuestiones que se podrían nombrar, tal vez donde más se pueda comprobar el desvarío de los autores del documento, o más bien sus insanas intenciones, es, cómo no, cuando se refieren a la mujer.
Primero se califica como «preocupante» la situación de la mujer. Tras reconocer que «se han logrado avances en el reconocimiento de su igual dignidad frente al varón y en otros ámbitos» y afirmar que «queda aún mucho por hacer», a continuación considera como «especialmente preocupante, la violencia a la que son sometidas muchas mujeres en distintos espacios sociales, la inequidad de condiciones en las que compiten con los varones o los prejuicios y sesgos machistas y patriarcales que dominan la sociedad», lo que supone en buena medida sumarse a ese feminismo nada femenino que tanto daño viene causando en Occidente desde hace sobre todo alguna que otra década, y que al parecer quieren importar a América.
Pero como ahí no podía quedar la cosa, rematan el asunto manifestando que «Particular atención requiere el rol y la participación de la mujer en la Iglesia ya que, aunque las mujeres constituyen la inmensa mayoría de la población creyente y comprometida, sin embargo, persisten formas de poder que la subvaloran o relegan y no permiten que sea verdadera protagonista de la misión de la Iglesia.«, o sea, más de lo mismo, más de ese feminismo nada femenino que parece que también quieren importar a la Iglesia desde el mundo.
Para solucionar tal «problema», el documento da un paso significativo y propone la creación de «un nuevo ministerio laical femenino: el ginacolitado»; así, como lo leen.
Tomando como excusa, aunque se pretende que sean razones, la afirmación según la cual «Las mujeres del evangelio ocupan un lugar primordial en la génesis de la nueva humanidad» –dice que son las «primeras en recibir el mensaje», a las que Jesús se apareció por primera vez, las que nunca le abandonaron, las que siempre le siguieron, etc., etc., y de señalar el «lugar preeminente que ocupa la Virgen María en el Evangelio de Juan al pie de la cruz»–, ante la escasez de vocaciones sacerdotales «se podría pensar en un ministerio específico de las mujeres, en cierto modo, parecido al diaconado (…) denominándolas “ginacólitas”, del griego “gunh / gunaikoj” (mujer) y “akolouqew” (seguir). Así se resalta su carácter femenino y su seguimiento fiel imperturbable, ni siquiera por la muerte», cuyas funciones, ojo, nada más y nada menos que «con el rango de ministerio eclesial, como “ginacolitado”, serían:
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La de la proclamación y predicación del Evangelio en la Iglesia y en el mundo, como los diáconos;
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El ministerio de la consolación ante el vasto mundo del dolor en cualquiera de sus múltiples manifestaciones (atención a los enfermos, pobres, encarcelados, refugiados, marginados, descartados de todo tipo, es decir, ante “los crucificados” del tiempo presente);
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La corresponsabilidad con el párroco, en el marco de la comunidad parroquial, si bien, como ocurre con los diáconos, se trata de una corresponsabilidad subordinada a la del párroco, cuyas atribuciones se pueden estipular bien en el funcionamiento del Consejo Parroquial;
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Podrían celebrar los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio, al igual que los diáconos actuales».
Para tal «ministerio eclesial» –calificación y categoría que explícitamente se propone otorgarles–, se elegiría a «mujeres, religiosas o laicas solteras o casadas, que, tras estudiar el mismo currículum teológico de los sacerdotes, llegan a ser teólogas, como los presbíteros, se forman como tales en comunidades cristianas de vida compartida, con las exigencias convenientes y reciben de parte del Obispo el ministerio del Ginacolitado, así como el nombramiento pastoral para la parroquia o comunidad cristiana que les corresponda».
Nada puede ser casual; nada es accidental; nada se hace sin un objetivo. De llegarse a aceptar tal propuesta significaría, a nuestro entender, no un paso, sino la consumación de la creación en la Iglesia de las sacerdotisas; pues nadie puede engañarse que con tales prerrogativas, con tal formación que no esconden que sería exactamente igual, incluso señala sin decirlo a la existencia de seminarios para ellas (comunidades cristianas de vida compartida), poco iban a tardar ellas en exigir y ellos –nos referimos a los obispos y sacerdotes– en otorgarles tal rango y permitirles ejercer tal función.
El documento se extiende farragosamente en pretender descubrir la pólvora, en pretender innovar, en buscar una forma de evangelización acorde con los tiempos, sin querer ni mentar el hecho constatado de que la única y más eficaz forma de predicar el Evangelio ya la enseñó hace dos mil años Nuestro Señor, seguido después de cerca por los apóstoles, y a lo largo de la Historia por tantos santos y mártires, es decir, con la palabra y las obras, pero apoyados en mucha, pero que mucha oración –ni una sola vez cita el documento la imperiosa necesidad de orar– y penitencia, en llevar una vida de piedad sin tacha y sincera, pofunda, confiando en la Divina Providencia con una fe al menos como un grano de mostaza, olvidándose del mundo y teniendo como pilares la celebración como Dios manda del Santo Sacrificio de la Misa y la devoción a Nuestra Santísima Madre. Cualquier otra forma que no sea lo dicho nunca será predicar el Evangelio por lo que nunca dará frutos.

Efectivamente, quieren promover el «sacerdocio femenino» con la finalidad de atacar el orden sagrado, todo dentro de la estrategia general conciliar de ir demoliendo hasta la última piedra que pudiera quedar en pié en la Iglesia.
El sacerdocio ya está bastante arruinado porque son muy pocos los sacerdotes que se mantienen plenamente (e incluso mas más que menos) católicos (y la mayoría o no lo sabe o no lo quiere saber, aunque muchos otros lo saben perfectamente y están encantados) pero la estrategia general consiste que si algo aun queda en pié hay que seguir golpeándolo una y otra vez en sucesivas y periódicas ofensivas hasta hacer añicos todo vestigio de catolicidad.
Yo hace tiempo que lo tengo muy claro: al clero conciliar no hay que hacerle caso, hay que formarse lo mejor posible de forma autónoma y/o con la ayuda de buenos católicos e incluso buenos sacerdotes que aun queden si es que cuenta uno con ese lujo, y si no por los propios medios.
Se puede, tenemos la Tradición que debe ser nuestro baluarte y es mas que suficiente. Según vea cada uno hay que tratar de recibir los sacramentos con el cura menos malo al que se tenga acceso si es que no hay acceso a curas tradicionales, que será lo corriente.
Sin embargo cada cual decida sobre la misa conciliar, yo lo tengo claro y no acudo ni siquiera aunque esté bien dicha, que es mas raro encontrarse una misa conciliar bien dicha que una tradicional. Pero esto cada uno según su formación y su decisión, yo digo que según mi formación y mis propias experiencias ya he tomado mi decisión y opino además que nadie debería acudir a la misa conciliar supuesto que se cumpliera que nadie debería tener una mala formación religiosa, y como casi todo el mundo católico está deformado religiosamente pues tenemos a un pueblo ignorante en las manos de una cuadrilla de asalariados mas ebrios y criminales que otra cosa.
Por lo demás ya digo, a este clero en general hay que evitarlo, pasar por encima de él en cuanto a doctrina y vida espiritual (por mas autoridades que puedan ser – que no legítimas – no tienen derecho a ejercer esa autoridad en contra de lo que a la misma se le supone) y sobre todo hay que denunciarlo por activa y por pasiva. Desde luego hay alguna excepción de curas buenos pero son tan pocas que vienen a ser insignificantes, por eso así hablando en general hay que evitar a toda costa a este clero y denunciarlo así como al Concilio, que es de donde todo viene.