Poder político y poder mediático

No cabe duda de que la información es poder, y que como consecuencia de ello los medios de comunicación, o sea, de información, son el cuarto poder. El problema es cuando ese poder, que nadie puede negar que tienen los medios y por ello los periodistas, se corrompe tanto o más, y a la par, que los otros tres, es decir, que el ejecutivo, el legislativo y el judicial; cuando eso ocurre los medios se convierten en el principal poder muy por encima de los otros tres, a los cuales someten a una dictadura tan tiránica como la del peor sátrapa que haya existido.

Creemos que en general ocurre hoy en todo el mundo, por lo que España no iba a ser una excepción, bien que puede que sí sea de los más desalentadores.

La partitocracia que sufrimos –si alguien se cree aún lo de la democracia que vaya al médico cuanto antes, por favor–, se ha basado desde el principio en la manipulación de los medios y por ellos de los ciudadanos. Primero para lograr implantarse, después para asentarse y crecer, y ahora… ahora le ha crecido el enano y es la partitocracia la que sufre bajo la tiranía de los cuervos que crió que día sí, día no, amenazan con sacarle los ojos si no se somete a sus caprichos. Porque los medios, corrompidos por la partitocracia, son los que ahora la manipulan con la amenaza constante a los partidos de que pueden manipular a la opinión pública a su antojo, de que pueden inclinar el voto, de que pueden cargarse a cualquiera de ellos; con la amenaza, pero también con los hechos en caso de que algún político o que aspire a serlo no se lo haya creído todavía. Así, la corrupción política va pareja a la mediática, la del político con la del periodista, la del poder con la de los que pueden sostenerlo o derribarlo. Casos muy recientes, y otros ya antiguos, lo demuestran.

Pero aún peor que lo anterior es cuando, en vez de enfrentarse, ambas corrupciones entran en compadreo, cuando no es que una tema de la otra y viceversa, sino cuando las dos deciden aunar esfuerzos, que es lo que viene ocurriendo en España de un tiempo a esta parte; máxime cuando la decadencia y mediocridad de ambos es galopante y por ello más peligrosa, pues no en balde necesitan cada día más los unos de los otros para sostenerse en sus respectivos «machitos».

En nuestra patria, los medios callan más de lo que dicen, y dicen sólo aquello que no les interesa callar; a ellos, no a los políticos. Los políticos, por su parte, saben que no pueden escapar al ojo que todo lo ve de los medios, porque la corrupción que ellos mismos han generado tiene su talón de Aquiles, bien en la siempre posible filtración vengativa, bien en la propia corruptela cuando se descontrola, lo que suele ser más que normal. Así, si los políticos partitocráticos mintieron desde el principio, y luego han hecho de la mentira su aire y sangre, los medios han ido por el mismo camino; conclusión: la verdad fue asesinada y ella sola se murió; más aún, hoy todo es mentira en lo político y en lo periodístico.

Los medios recogen información, pero para utilizarla en su propio beneficio, no para informar, sino para conseguir prebendas, para subsistir, para hacerse con poder, casi podríamos decir que para gobernar ellos. Y para tal fin no tienen problema alguno en desfigurar la verdad, o en ahogarla entre mentiras, de forma que ni se reconozca. La retórica apelación a la responsabilidad, al interés público de su trabajo, al derecho a la información del público, a la libertad de expresión y otras zarandajas es tan falsa como las informaciones que publican o las verdades que callan. Así, la sociedad y el sistema de la libertad de información y expresión se ha convertido en una dictadura de la mentira, donde políticos por un lado, y medios por otro, juegan con los ciudadanos de manera cada vez más grosera, desvirtuando la verdad, falseando la realidad, mintiendo por ambos lados, ya no uno en contra del otro, sino al unísono.

Casos clamorosos, entre muchos, por poner alguno muy actual, es lo que ocurre con la inmigración o la propia corrupción. En aquella, ambos lados, que no bandos, vienen mintiendo descaradamente, y en ésta para qué decir. En cuanto a la inmigración se nos presenta por los dos como una necesidad, incluso como el mayor de los actos humanitarios posibles, como algo beneficioso, cuando es falso. En la corrupción se airean los casos que se desea –incluso por parte de los propios partidos corruptos– y se silencian otros incluso mucho mayores y más sangrantes. En cuanto a asuntos tan graves como el aborto, la expansión de la sodomía pública y lo relativo a la eutanasia en ciernes, la manipulación de la opinión de la ciudadanía al unísono por políticos y medios de comunicación es apabullante. La verdad, por ello, como en cualquier guerra, ha sido la primera víctima; la segunda es la propia sociedad que yace indefensa ante tan poderosa alianza como es la formada por políticos completamente corruptos y medios de comunicación tan corrompidos, si no más, que ellos.

Vivimos tiempos en que el régimen, el sistema partitocrático, corrupto y corruptor, se ha degradado de tal forma y ha lo ha hecho también con los medios, que poco o nada se puede esperar de ambos. Los dos han llegado tan bajo que han caído en su propia trampa, estos es, los dos son sectarios y los dos serviles por igual el uno para con el otro, sin distinción de quién más y quién menos; de ahí en buena medida la alianza que han sellado. Para los medios, para sus empresas y empresarios, todo es política, dinero, oscuros intereses, lo mismo que para los políticos.

Para tapar en lo posible tan repugnante y maloliente pacto, en buena medida los medios, haciendo bueno aquello de pan y circo de los caducos romanos, han llenado los diarios, televisiones, radios, internet y redes sociales de bazofia de toda clase, de programas y reportajes sobre lo más zafio de nuestra sociedad, elevando tamaña miseria, y a sus penosos y patético protagonistas, a la categoría de celebridades, de héroes, de ejemplos, de referentes, alimentando la grosería del vulgo y de la plebe, la cual viene cada vez con mayor velocidad cayendo en un pozo del que sospechamos no tenga fondo. Pero es que además, de acuerdo a lo dicho hasta ahora, también en este sector prácticamente todo lo que nos presentan en tales programas está pactado de antemano, es un montaje, o sea, es también falso, mentira.

La irrupción de internet, dando la posibilidad de que cualquiera, con un mínimo de inversión, pueda entrar en el juego, ha sido más perjudicial que beneficioso, porque en vez de favorecer una salida de calidad a lo que es un verdadero drama, lo ha empeorado; pocos, muy pocos, logran escapar de este maremoto de iniquidad, mediocridad, corrupción, mentiras y falsedades que atenaza y sostiene al tiempo la alianza entre políticos y medios.

¿La solución? A nuestro juicio tiene que surgir del ciudadano, porque de los propios medios o de los políticos es imposible debido a su absoluta corrupción y férrea alianza, por lo que tiene que ser el lector, el oyente, el televidente, es decir, el receptor de lo que unos y otros le hacen llegar, el que debe seleccionar escrupulosamente lo que lee, ve u oye, y desechar radicalmente lo que está claro que o no es verdad o sólo lo es a medias. Esa labor de selección, si se quiere esa censura de la mentira de unos y otros ejercida por el ciudadano, independientemente de su ideología –aquí todos mienten incluso o aún más a los propios– debe llevar a eliminar del panorama mediático a los periodistas y medios corruptos y mentirosos, lo mismos que debería hacerse con los políticos sin distinción tampoco de colores. ¿Difícil? Sí ¿Imposible? No ¿Lento? Sí ¿Eterno? No. De nosotros depende escapar de la que, entre otras, podemos considerar plaga del siglo XXI, es decir, de la simbiosis entre el poder político y el mediático ambos igualmente corruptos.


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