Objeciones al «diálogo interreligioso».
Primero significar que por «diálogo interreligioso» se entiende el diálogo que propugna la Iglesia Católica con los no cristianos. Al diálogo con los «cristianos» no católicos, es decir, herejes y cismáticos, se le denomina «ecumenismo». Segundo, significar que nunca la Iglesia «dialogó interreligiosamente», sino que predicó el Evangelio.

La idea del «diálogo interreligioso» no es original de la Iglesia Católica, sino que tiene su más que sospechoso origen en 1893 en los EEUU.
Efectivamente. Con motivo de celebrarse en Septiembre de aquel año en Chicago la Exposición Colombina Mundial para festejar el cuatrocientos aniversario del descubrimiento de América, su comité organizador tuvo a bien admitir, dentro de los cerca de dos centenares de congresos de todo tipo que se iban a celebrar, uno que se denominó «Parlamento Mundial de las Religiones», cuya idea original se debió al conocido jurista de aquella ciudad Charles Carroll Bonney, quien declaró que el objetivo de tal «parlamento» era «unir a todas las religiones en contra de toda irreligión, presentar al mundo la unidad sustancial de muchas religiones en las buenas acciones de la vida religiosa».

El 11 de Septiembre de aquel año, día de la inauguración de la exposición, la «Campana de la Libertad Colombina de la Corte de Honor», allí colocada, repicó diez veces en honor de las diez «religiones» mundiales reconocidas como tales por el comité organizador: cristianismo, islamismo, judaísmo, hinduismo, budismo, jainismo, zoroastrismo, taoísmo, confucionismo y sintoísmo; se desecharon otras «religiones» como la mormona y las indígenas de todo tipo. Al mismo tiempo, a siete millas de allí, en el Memorial Art Palace, más de sesenta líderes «religiosos» de todo el mundo entraban en la «Sala de Colón» para reunirse en solemne asamblea. El evento tuvo su público y resultó bastante llamativo. Dicho «Parlamento Mundial» no volvió a reunirse hasta 1993, también en Chicago, y después intermitentemente en otras ciudades, acogiendo Barcelona la reunión de 2004.
Posteriormente, en 1932, protestantes norteamericanos redactaban un documento denominado «Reconsiderando las misiones» que apuntaba en dirección parecida a la de aquel «parlamento». En Agosto de 1948, tras la II Guerra Mundial, se ponía en marcha el «Consejo Mundial de las Iglesias», en Ámsterdam, por iniciativa anglicana y protestante, afiliándose a él con el tiempo las iglesias ortodoxas orientales (etíope, copta, armenia, siríaca. etíope, eritreas y malankara), asiria y la Iglesia Católica Antigua cismática desde el siglo XIX. La Iglesia Católica Romana no está afiliada, aunque mantiene una relación de trabajo regular con dicho Consejo.
En la Iglesia Católica el «diálogo interreligioso» surgió a raíz del Concilio Vaticano II. En 1964 el Papa Pablo VI instituía el «Secretariado para los no Cristianos», seguido en Octubre de 1965 por la aprobación por los padres conciliares de la Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las «religiones no cristianas»–

San Juan Pablo II, en 1988, creaba el «Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso» con la constitución apostólica Pastor Bonus, dicasterio de la Curia Romana que tiene por objeto «promover y regular las relaciones con miembros y grupos de Religiones que no están incluidas bajo el nombre de cristianas y con aquellos que, de alguna manera, muestran un sentido religioso» (¿?).
Benedicto XVI, con ocasión del «Encuentro interreligioso de oración por la paz» en Asís en 2006, explicó que con el «diálogo interreligioso» se perseguía «la conversión de los corazones a la paz» (¿?); dejando claro que en ningún caso expresar un sincretismo religioso.
Por su parte, Francisco I, en su primera exhortación apostólica Evangelii Gaudium hizo referencia a la importancia del «diálogo interreligioso».
Al tan hoy en boga «diálogo interreligioso» le planteamos cinco objeciones (podrían ser más):
* La primera objeción es al hecho de que hasta ahora, después de cuatro décadas de «diálogo interreligioso» –sus acérrimos defensores dicen que es poco tiempo–, realmente nadie ha concretado de manera efectiva y clara, contundente, qué se quiere, qué se desea, qué se pretende, qué se espera y a dónde se quiere ir a parar con dicho «diálogo»; eso sí, día sí y día también nos informan de múltiples viajes por todo el mundo, de conferencias de lo más extravagantes, de actos más que originales, etc., etc.
* La segunda objeción está relacionada con la anterior o, mejor dicho, viene a incidir en ella. Se refiere al hecho de que el objetivo del Consejo Pontificio creado por San Juan Pablo II es más que difuso, virtual y etéreo. Y es que dialogar por dialogar nos recuerda lo de aquel humorista cuando decía «si hay que ir se va, pero ir para nada es tontería». Un diálogo porque sí, deriva siempre en diálogo de sordos, de besugos o en discusiones bizantinas. Si nos sentamos a dialogar con alguien es para tratar un asunto concreto del que tanto nosotros como el otro pretendemos obtener algo concreto; tras un tiempo de dialogar habrá un acuerdo total o parcial, o no lo habrá en absoluto, pero en todo caso dicho diálogo deberá darse por terminado, tendrá que tener un tiempo de caducidad, un principio y un final, pero lo que no podemos hacer es sentarnos a dialogar eternamente, a perder el tiempo; ni siquiera por el morboso placer de dialogar.

* La tercera objeción es una pregunta: ¿con quién dialogamos? Porque se da la circunstancia de que sólo la Iglesia Católica tiene un único representante y una estructura jerarquizada. Por ello, sólo la Iglesia Católica tiene, por tener un único representante, una cabeza y una autoridad, la posibilidad y la capacidad fehaciente de que si el Papa decide algo –hay matices, eh, lo sabemos, pero comprenderán que no pueden ser objeto de este artículo–, los fieles, es decir, los católicos de todo el mundo lo van a obedecer. Por el contrario, ni mahometanos, ni judíos, ni budistas, ni confucionistas, ni hinduistas, etc., etc., tienen un único representante, una única jerarquía, una única estructura, un único interlocutor y ni mucho menos con capacidad para decidir por sus seguidores. Por eso es imposible hablar de «diálogo interreligioso» con, por ejemplo, judíos o mahometanos, porque para ello habría que dialogar con todos y cada uno de los rabinos y muftíes que existen por aquí y por allá –para qué hablar de los miles de rahmanes hinduistas–, y aún así nadie nos aseguraría que no quedara alguno con el que no hubiéramos dialogado o que mañana no pudiera surgir alguno nuevo distinto a los ya existentes.
* La cuarta objeción se refiere a la posibilidad, más que evidente, de que ese «diálogo» redunde en perjuicio de la propia Iglesia, toda vez que debido a su vaguedad e inconcreción, así como las imágenes que nos llegan de los actos que se realizan en los que aparecen en un totum revolutum nuestros papas y sacerdotes junto a muftíes con turbantes, rabinos con kipá, brahamanes con túnicas de todos los colores, buditas de mostaza, apaches con plumas y otros personajes con indumentarias más que exóticas y llamativas, ha hecho que cale en buena parte del ya más que relativizado católico de base, de los fieles cada día más ignorantes de su propia fe y de los que han hecho del indiferentismo su religión, la impresión, la idea, de que todas las «religiones» son iguales, todas buenas, todas verdaderas y, por ello, de nada sirve apuntarse a ninguna de ellas.
* La quinta objeción que hemos dejado a posta para el final, es la más importante y es también una pregunta: ¿Con qué «religión» podemos o debemos dialogar? Y es que aquí está el quid de la cuestión, máxime cuando no hay acuerdo ni en la etimología de la palabra «religión» ni, mucho menos, en su definición.
Si Verdad sólo puede haber una, si Dios sólo puede haber y ser Uno, está claro que religión y religión verdadera sólo puede serlo una única, precisamente aquella que haya sido creada por Dios, la que contenga la verdad de Dios revelada por Él mismo y sea depositaria de dicha Verdad.
Para nosotros, los católicos, está claro que la única religión, la única que lo es por ser la única verdadera, es la religión católica; y por consiguiente la Iglesia única depositaria de la Verdad revelada por Dios, Cuerpo Místico de Jesucristo, Quien es su cabeza, siendo el Papa su vicario en la Tierra.
Luego las demás «religiones» no cristianas NO SON RELIGIONES, no pueden serlo, ninguna de ellas. Así pues, no puede haber «diálogo interreligioso» porque la religión cristiana católica no tiene par en la Tierra, no tiene otra religión con la que dialogar.
Se podría hablar de diálogo con otras filosofías, creencias, movimientos, convencimientos, convicciones, certidumbres, asentimientos, opiniones, suposiciones, presunciones, ideales, y, en una muy generosa concesión semántica tal vez, sólo tal vez, de credos, doctrinas, fes, pero nunca RELIGIONES.

Aún más. Cuando ese denominado «diálogo interreligioso» se quiere justificar con una pretendida intención de buscar y de lograr conjuntamente «frutos de paz y de justicia» –conceptos ambos también muy distintos, e incluso contrarios y contrapuestos según la nación, cultura, ideología, creencia o situación política de que se trate–, los católicos debemos recordar que el mandato del Señor a cada uno de nosotros y a la Iglesia fue, por un lado, «Id y predicad el Evangelio», no id y dialogad –predicar fue lo que hicieron los apóstoles, predicaron, no «dialogaron» y menos con las múltiples «religiones» de entonces– y, por otro, el de «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia; y todas las demás cosas se os darán por añadidura», pues sólo el Reino de Dios es el Reino de la verdadera paz y amor donde impera la verdadera Justicia que el hombre espera y anhela, y que nunca podrá encontrar fuera de ese Reino.
No nos engañemos, ni nos dejemos engañar. La paz y la justicia que pudiera conseguirse, si es que se consigue algo algún día, como consecuencia de ese pretendido «diálogo» –hasta ahora, después de cuarenta años no se ha logrado ni una micra–, no serán más que meramente virtuales, frágiles como el cristal, inestables, inconsistentes, incoherentes, consecuencia de un «diálogo» engañoso realizado sobre arenas movedizas, no sobre los cimientos sólidos de la única religión que existe, de la fe católica, de Jesucristo, de su Cruz, del Reino del Único Dios verdadero, el Dios Uno y Trino.
Toda potencial paz y justicia que se fundamente en el «diálogo interreligioso», es decir, en un diálogo entre la única religión verdadera y el resto de creencias, que no religiones, serán una paz y justicia falsas, inoperantes y pasajeras, alcanzadas sobre intereses humanos que durarán lo que suelen durar tal clase de acuerdos.
Así pues, creemos que sólo puede haber un verdadero diálogo interreligioso: aquel mediante el cual se predique el Evangelio y la Verdad de Dios Uno y Trino a quienes no la conocen.
Cualquier otro «diálogo interreligioso» será siempre espurio, un laberinto sin salida y además nocivo, tóxico, pues sus consecuencias, como estamos viendo cada día más, no es otra que la creación de confusión entre los propios católicos; la aportación a los enemigos de la Cruz de Cristo de un arma inestimable para acosar, cada día más, a la doctrina católica, al Magisterio de la Iglesia, al depósito de la fe, para vaciar de contenido nuestra fe católica y cuestionar sus fundamentos.

Que fanatismo ha Usted exhibido … felicidades. Al inicio expone y aparenta una razón y equilibrio con tal elegancia que me interesé bastante en leerle hasta el final.
Pero que sezgo tan torpe, lo siento.
Nadie de todas estas grandes personalidades ni representan ni pueden demostrar la existencia de Dios. En sentido estricto son un fraude. Sin embargo si llevan la representación de sus instituciones con sus mejores obras e intenciones
…
Estimado seguidor: ¿fanatismo? No lo argumenta. La verdad sólo puede ser una, porque si no fuera una no sería verdad. Sólo puede haber una religión verdadera, porque si hay varias ninguna lo es dadas sus evidentes disparidades y contradicciones en cómo llegar a Dios que sólo puede ser Uno verdadero. A partir de ahí no hay fanatismo, si es a lo que se refiere, sino defensa de la verdad única. No se puede «dialogar» (sería de diálogo de sordos o bizantino), sino predicación de la única verdad y obligación de los predicados de acogerla y convertirse a ella, ese fue el mandato evangélico en ambos casos, todo se reduce a eso: a convertirse a la única verdad. Saludos cordiales