Profanación a la carta
Debemos meditar sobre la gran Pasión que está sufriendo el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Cristo es rechazado en la sociedad de muchas formas, una de ellas es desacralizando y profanando las iglesias.
Paseando por la ciudad compruebo con dolor como algunos preciosos conventos antiguos han sido vilmente desacralizados por los feroces gobiernos laicistas ante la sumisa tibieza del clero. Lo que antaño fue la casa de Dios hoy es un museo o una oficina municipal.
Las piedras santas, en tiempos acariciadas por el apacible eco de pías plegarias, hoy son tristes testigos de exposiciones impías. Piedras santas que contemplaban pasmadas el heroísmo de las ásperas penitencias hoy sienten el burbujeo de un lujoso jacuzzi. Piedras santas, que fueron reflejo del fervor de los santos fundadores hoy asisten con pavor a un siniestro concierto metal. Todo ello es una depresiva radiografía del espíritu laicista de la postmodernidad, de una sociedad abatida al perder la alegría de Dios.
Es un signo inequívoco de la decadencia de Occidente, de la desaparición de la cristiandad. Muchas congregaciones ante la carencia de vocaciones acaban vendiendo sus conventos y dependencias a los ayuntamientos o a los particulares, que no se sabe que es peor. Habría que preguntarse el porqué de esa alarmante carencia de vocaciones y responder que cuando entra el espíritu del mundo sale el de Dios.
El templo del skate
Esta penosísima desacralización llega a alcanzar altas cotas de esperpento, más punzantes todavía. Una iglesia desacralizada del norte de España fue decorada con grafitis y convertida en pista de skaters, la verdadera religión de muchos jóvenes. ¿Y dónde está el obispo de la diócesis para oponerse con firmeza al uso sacrílego del templo? Lo que fue un lugar destinado al culto divino hoy es el vivero de la contracultura, la sede de la mundanidad, la cátedra de los sin Dios.
No sólo hay que denunciar estos hechos, el de iglesias que dejaron de ser templos y se convirtieron en museos, restaurantes… Igualmente es muy triste que las capillas que siguen abiertas al culto, se usen sistemáticamente para otros fines, se empleen como salas de conciertos, exposiciones, conferencias y diversos actos.
Es preciosa la música clásica y el canto sacro eleva, pueden ser interesantes las charlas, estéticas las exposiciones, pero cada actividad debe realizarse en un lugar adecuado. Para eso fueron creados los salones de actos, los locales parroquiales. La iglesia es la casa de Dios, algo muy sagrado. Debe ser un lugar de recogimiento, de oración y silencio. Este silencio sólo debe ser alterado por los rezos comunitarios y las celebraciones litúrgicas.
La iglesia no es un pabellón polideportivo multiusos, que se transforma en pista de tenis o de patinaje, es algo mucho más serio que todo eso. Hemos perdido por completo el sentido de lo sagrado y el respeto por las cosas santas.
Iglesias que no tienen Sagrario. Templos invadidos por turistas indecentemente vestidos y hablando sin ningún respeto. Y lo que es peor, ya no hay santos celosos que expulsen con el látigo a todos los profanadores del santo lugar. Echo de menos ver por las calles a los sacerdotes de sotana y a los predicadores de tosco sayal.
¿Qué quedó de las misiones populares de antaño que atraían a multitudes y suscitaban tantas conversiones?

Todo eso que añora don Javier se lo llevó el «Concilio», el mismo que abrió las puertas de la Iglesia para que entrara masivamente el «humo de Satanás». Había que abrirse al mundo, ¿no?. Y el mundo entró, (¡vaya si entró!) y muy gustosamente, a tomar posesión de todo aquello que nunca le había pertenecido.
Han pasado casi 60 años ya, desde que se emprendió la senda de perdición por la que todavía se transita. Responsabilidad dolosa de las más altas jerarquías de la Iglesia Católica (Papas inclusive), principalmente; sin que se atisbe otra mayoritaria intención que la de «sostenella y no enmendalla» (como dice el refrán). Entonces, ¿qué tiene de extraño que el Señor no quiera mandar nuevos trabajadores a Su viña?.
Lo que más me ha sorprendido de esta lamentable historia, ha sido la falta de resistencia -o de respuesta- al proceso de autodestrucción que se ha venido operando desde el interior mismo de la Iglesia Católica: Tan solo Lefebvre, Ottaviani y unos pocos «quijotes» más, se enfrentaron a la infamia que se iba gestando planificadamente.
Cualquiera tiene el derecho de pensar que, la todavía supuesta «viña del Señor», estaba preparada para la siembra de la cizaña por parte de los agentes del Enemigo. A pesar de que fuimos advertidos con mucha anticipación: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mateo 26:31).
No creo que la solución a tantos desmanes en -y desde- el seno de la Iglesia, antes conocida como Católica, esté ya en manos humanas. Sin embargo, confío en la bondad y misericordia de Nuestro Señor. Él nos lo dijo claramente: «Yo Soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de Mí no podéis hacer nada» (Juan 15:5).
Así pues, Él ha permitido que andemos un trecho del camino a «solas», por cuenta nuestra, para que seamos plenamente conscientes de nuestra ignorancia y debilidad. Pero que nadie lo dude: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mateo 24:35).
Ahora, solo nos queda abandonar definitivamente el peligroso sendero del «aggiornamento» y volver al buen camino de la tradición. Vía de salvación de la que jamás debimos haber salido los católicos. LDVM.