Régimen político en Santo Tomás de Aquino (1)
(El pasado 26 de abril pronuncié una conferencia, seguida de una tertulia coloquio, en la sede de Falange Española, en Madrid. A petición de algunos lectores, camaradas y amigos que no pudieron asistir, publico a continuación el esquema de dicha intervención pública, no sin antes agradecer a la Falange todas sus atenciones).
El sustantivo política, del griego polis, es ciudad y se refiere a ocupaciones nobles en favor de la administración de intereses políticos, en orden al bienestar, progreso y justicia benéficos para el común de la sociedad, equivalente a la res-pública (república) de los latinos… Derivó a ciencia humana de orden práctico por versar sobre el objeto más noble que dirige a las otras ciencias, por ser el bien común más divino que los bienes particulares.

Escrita con minúscula, esta técnica científica recibe comentarios despectivos: politiquilla, politiquero, juego político, y hasta crimen político…
Jaime Balmes decía que “la política pequeña es la de los intereses bastardos de las intrigas, de la corrupción. La grande es la de la conveniencia pública, de la razón y del derecho.»
Aristóteles la llamaba “prudencia legal”, porque rectifica la voluntad hacia el bien común y capacita la inteligencia, en su triple acto de consejo, juicio y mandato.
No es un arte, es una técnica o ejercicio excelente de virtud. Incluye: información histórica y de actualidad, análisis de situaciones, consejo y discernimiento, honesta valoración de medios, cálculo de eficacia, fidelidad a compromisos humanos y divinos, retórica apta y sincera, y, sobre todo, amor y preocupación por el bien común inmanente y transcendente.
El ser humano está por naturaleza ordenado a vivir en sociedad y esta necesita de alguien que rija la multitud. Por eso dice Salomón (Proverbios, 11-14): “Donde no hay gobierno, va el pueblo a la ruina”.

Intrínsecamente, esto lleva al deber-derecho natural de la autoridad pública. La revelación divina, plasmación del orden que Dios quiere y exige como creador y ordenador de los mundos, a través de San Pablo (Rom. 13) nos dice que: “Todos debéis de estar sometidos a las autoridades superiores, que no hay autoridad sino por Dios y los que la resisten se atraen sobre sí la condenación. Porque los magistrados no son de temer para los que obran bien, sino para los que obran mal. Si haces el mal, teme, que no en vano lleva la espada. Es ministro de Dios, vengador para castigo del que obra el mal. Es preciso someterse no solo por temor, sino por conciencia”.
Santo Tomás ve en la autoridad “el principio del orden y de todo dinamismo social. Las leyes, dimanan de esa estructura política cuya clave es la autoridad como nervios de la organización”.
El nombre colectivo implica dos cosas: “pluralidad de individuos y unidad de orden (Suma Teológica I, 31, 1, ad 2). Si cambian los hombres, perdura la misma república como en el cuerpo humano perdura el mismo individuo aunque se transformen sus órganos, como las fuentes y ríos son los mismos aunque sus aguas corran”.
Los medios empleados para conseguir el fin, o son los idóneos o no son rectos. El fin que conviene a la sociedad de hombres libres, no es el mismo que conviene a una sociedad de siervos. Aquel, es dueño de sí mismo y este es posesión de otro. Por tanto un régimen que conduce al bien común, no es el mismo que conduce al bien privado del regente. “Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos” (Ezequiel, 34, 2).

León XIII llega a decir que este criterio supremo del bien común puede legitimar un poder de origen irregular (Notre consolation, n. 15), como caso de excepción temporal.
«Y ahora, reyes, sed sensatos, escarmentad los que regís la tierra; servid al Señor con temor” (Sal. 2). “Dios es el rey del mundo” (Sal. 46).
Tres formas correctas y tres viciosas de poder político:
- La monarquía o gobierno de un regente.
- La aristocracia o gobierno de los mejores, y
- La democracia o gobierno del pueblo.
Lo vicioso consiste en que la monarquía puede derivar en tiranía (término derivado de “fortaleza”, en razón de oprimir por la fuerza, sin justicia).
La aristocracia puede derivar en oligarquía o tiranía de unos pocos.
Y la democracia puede derivar en anarquía (sin principios ni autoridad).
En la “política” de Aristóteles, se la llama en sentido peyorativo “gobierno plebeyo, popular, gobierno de los pobres”, en el que la mayoría numérica se impone sobre la minoría más cualificada y culta.
Santo Tomás condena la tiranía como forma incorrecta de gobierno, ya de entrada, como es evidente (Suma Teológica, I-II, 95, 4). Entiende Santo Tomás por rey a aquel que rige una ciudad o provincia en orden al bien común, y así dice Salomón (Ecles. 5, 8) que: “El fruto del campo es para todos y aun el rey es para el campo”.
Nadie debe someter a consejo el fin intentado, sino los medios para conseguirlo. Por eso Pablo (Efes. 4, 3) recomienda que: “sean solícitos en conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz”.
Así que mientras más eficaz sea un gobierno para conservar la paz tras la justicia, tanto más útil será, ya que llamamos más útil a lo que mejor conduce a un fin.
Es manifiesto que mejor puede conseguir esa unidad lo que es de suyo uno, que lo que es múltiple y disperso por pluralismos disgresores. “El mejor gobierno es aquel que se hace por uno solo. La razón es que gobernar no es otra cosa que dirigir las cosas gobernadas a su fin, que es algún bien. La unidad es de la esencia de la bondad” (Suma Teológica, I, 103, 3). Y es que si se desea el bien, se exige la unidad sin la cual no puede existir. Por eso para Santo Tomás el mejor gobierno es el de uno solo, identificando no solo la autoridad para la justicia, sino la unidad como forma de conservar y defender el bien logrado.
La metafísica demuestra que lo bueno es verdadero y bello y eso supone la unidad intrínseca. Las abejas tienen su reina y en el universo solo Dios es el autor y gobernador de todo. Cristo fundó su Iglesia monárquica, no democrática.
(Continuará)
